Un instante
Cincuenta años atrás dábamos el sí en el altar, llenos de ilusiones y de futuro por delante.
Ella siempre despertaba entre mis brazos, mi pecho haciendo de su almohada.
Miro hacia atrás y no comprendo cómo es que todo ese tiempo que teníamos se nos escurrió entre las manos. Y es que cincuenta años pueden parecer mucho, pero duran un instante.
Cuando desperté aquella mañana, ella estaba como siempre; apoyada sobre mí y con una dulce sonrisa en su rostro. Acaricié su cabellera para llamarla pero ya no lo sintió.
Tardé varios minutos en asimilar lo que había ocurrido. ¡Juraría que hasta pude escuchar el sonido de mi corazón al quebrarse por su ausencia!
Ahora me parece que ya nada tiene sentido.
Hace mucho frío así que me voy a la cama temprano. De la mesita contigua agarro la foto de nuestra boda, esa que mandamos a enmarcar.
La apoyo en mi pecho para sentirla cerca de nuevo y siento un manto tibio cubrirme en esta noche helada. Se siente como sus caricias, aquellas que tanto conozco, y me ayuda a conciliar el sueño.
Me duermo, plácido, sin comprender lo que está ocurriendo. Ella está aquí, vino a buscarme.
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