Nada cambió

No soy la chica nueva, ni es él el recién llegado. No somos polos opuestos, ni populares ni mucho menos nerds. Somos dos alumnos más.

No acabo de conocerlo, ni sentí un flechazo al cruzarme con sus ojos color esmeralda. Es más, hasta hace poco tiempo ni sabía de qué color eran (por si se lo preguntaban resulta que son café, comunes pero no por eso menos extraordinarios).

Nunca nos llevamos mal, directamente no nos llevamos. Aparte de un aula en común lo único que nos une es algún saludo casual. Nunca charlamos, al menos de nada importante. No lo conozco, y a la vez lo conozco desde niños.

Nada cambió... pero todo es diferente. Hace una semana nos fuimos de campamento y, calentándonos alrededor de una fogata improvisada, el coordinador nos pidió que habláramos de nosotros, de nuestros gustos, intereses y planes a futuro.

Obviamente nadie quería romper el hielo, hasta que de pronto él se puso de pie. Lo había visto mil veces pero aquella noche por vez primera lo miré. Descubrí que somos muy similares, que tenemos los mismos gustos, y que esa sonrisa en su rostro centelleaba más que las llamas en la hoguera.

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