Backup
Un olor, como el que le impregnan al gas, no me dejaba descansar. Iba a revisar la cocina, pero cuando salí de mi cuarto, el olor se esfumó. Volví a mi cama y el olor continuaba. Ni más fuerte ni más débil.
Empecé a caminar alrededor de la cama. El reconocible y cutre aroma seguía en el aire. Pero solamente se olía dentro de las fronteras de mi colchón.
Era ya las tres de la mañana e incluso me puse una mascarilla, y si bien el adictivo hedor era filtrado en considerable medida, no era suficiente.
Lo que perturbaba mi nariz comenzó a disiparse. Antes de alegrarme, me pregunté por qué. Cual sabueso emprendí a olfatear incesablemente. Por las almohadas y nada. Me fui a la puerta de mi cuarto; luego a la cocina, y nada.
Ya era casi imperceptible. En algún momento de la búsqueda me enredé con las sábanas y no pude más.
Alguien presionaba mi rostro, como poniendo sendas e innecesarias estampillas para una carta que no las necesita.
Quise despertar lanzando palabras soeces -por no decir que quería mentarle la madre- al que estuviera molestando, pero me contuve, al recordad que vivía solo.
Abrí el ojo derecho con cuidado. Todo era muy colorido para el minúsculo espacio que lo había abierto. Un balance me sorprendió. En especial porque no lo sentí, lo supe únicamente porque mi visión rotó de manera abrupta. Los colores desaparecieron casi en su totalidad. Dudaba ya si estaba inclinando mirando hacia el suelo o el cielo. Había perdido toda noción del espacio.
Abrí también el izquierdo por el desconcierto, bien grandes estuvieron y aunque sólo fue por un breve lapso, estoy seguro que vi algo con cuernos y escamas empaquetándome, cuya dirección en el panel era la de mi habitación.
Y en el nombre del paquete era mi nombre con el número dos al lado.
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