Prólogo
Dos minutos...
Solo habían pasado dos minutos.
Siento que el aire abandona rápidamente mis pulmones, hasta que estos comienzan a arder. No sé cuánto tiempo llevo corriendo. Mis labios están resecos y las palabras se encuentran atascadas en mi garganta. Solo puedo oír la voz de mis pensamientos que parecen correr más rápido que yo y el golpe seco de mi corazón contra mis costillas.
Una frialdad abraza mi piel, y no es precisamente por el clima característico de la ciudad. Llevo mi abrigo más cálido, pero sin embargo siento como si algo gélido rozara cada centímetro de mí. Solo puedo escuchar las sirenas de fondo, como si de una banda sonora se tratara. El bullicio de la gente comienza a atormentarme.
—¡Anneeeet! —grito con todas mis fuerzas como si mi vida dependiera de ello. Rápidamente, mi garganta reclama mi esfuerzo.
Camino un poco más rápido por aquel parque, mirando en todas las direcciones, tratando de no perderme nada. Busco entre las personas algún indicio de un pelo rojizo. Tropiezo torpemente con una chica delgada que se repite a sí misma que nada está sucediendo de verdad.
No es la primera vez que alguien me empuja o veo a una señora gritando en el suelo un nombre totalmente desconocido para mí. Por un segundo, pienso que en mi rostro también debe verse tal desesperación.
Empiezo a sentir las lágrimas acumulándose en mis ojos. No sé si soy yo, pero en el aire comienza a acumularse un ambiente de desesperación. No importa dónde mire, siempre hay alguien corriendo, gritando, llorando.
El tráfico alrededor del parque central está embotellado. Parece que han ocurrido varios accidentes. Las sirenas que escucho ya no sé si son de ambulancias, bomberos o patrullas. La desesperación sigue burbujeante en mi pecho.
Solo quiero encontrar a Annet. Desvié mi mirada por solo dos segundos. Lo último que recuerdo es su sonrisa. Llevo mis manos a la cabeza, ya no sé dónde mirar, ¿quién puede ir tan lejos en dos minutos?
Estoy harta de las vibraciones de mi teléfono en el bolsillo. Empiezo a caminar de espaldas, enfocándome en el cielo. Cada respiración se me hace más caliente y no sé exactamente por qué estoy llorando.
Solo sé que tengo miedo, no algo inventado por mi cerebro. Sé que es real, lo veo palpable en cada mirada de los demás. Lo escucho en cada grito de un nombre desconocido y lo siento en la desesperación de mi corazón.
Choco con una señora algo mayor y me giro rápidamente para disculparme. Me sorprende ver lo calmada que está, aunque su mirada también grita miedo.
—Se han ido —fue todo lo que me dijo y siguió su camino.
¿Quiénes se han ido? ¿Annet?
Ya no soporto más las notificaciones de mi teléfono, así que lo saco del bolsillo delantero del abrigo. Esperaba tener algún mensaje de Annet diciéndome que está bien, pero solo es una llamada. Descuelgo el teléfono rápidamente.
—¿Qué diablos está pasando, Mía? —escucho gritar a Ricardo del otro lado del móvil.
—No lo sé —respondo en un susurro—. Annet ha desaparecido —digo con dolor en mi corazón.
—Te doy 72 horas para investigarlo —rápidamente cuelga.
Tengo que calmarme si realmente quiero encontrar algo. Sé perfectamente cómo actuar ante casos de desesperación nacional. He sido entrenada para esto. Tengo que dejar los sentimientos de miedo a un lado y comenzar a pensar de forma objetiva.
Necesito llegar a casa, informarme y ponerme a trabajar. Corriendo y gritando por este parque no voy a lograr nada. No sé qué está pasando, solo tengo algo claro: se han ido.
¿A dónde?
Eso es lo que estoy por descubrir.
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