Capítulo 12
"En sus ojos no vi una gota de arrepentimiento; por tanto, en los míos no habría un ápice de piedad".
—No sé de lo que habla —respondió mientras retrocedía al verlo avanzar hacia ella—. Yo no sé quién es usted más allá de ser el primer ministro.
Antes de que pudiera reaccionar, Zaid la tenía del cuello, suspendida con una de sus manos y de un solo movimiento avanzó con rapidez y la estampó contra la pared.
Su hijo se asustó y comenzó a patalear de miedo; sin embargo, él no se inmutó.
Con la fuerza en la que la lanzó, cayó al suelo y se quedó tirada, llevando sus manos a la espalda y pensando que tal vez le había roto los huesos ante el golpe.
El repicar de los zapatos del primer ministro se fue haciendo cada vez más cercano y ella intentó retroceder con las fuerzas que tenía; sin embargo, fue levantada por el cabello.
Gritó una vez más y llevó sus manos hasta el brazo de Zaid. Trató de herirlo con sus uñas, pero no hizo la menor mella.
—Por favor —suplicó Ellie—. ¡Fue un niño! ¡Ella tuvo un varón!
Su cuerpo golpeó el suelo cuando la soltó de nuevo y un gruñido salió de sus labios.
—¿Sabes una cosa? Odio perder el tiempo, me molesta sobremanera —continuó diciendo el hombre—. Será mejor que digas lo que sabes, pronto y sin mentiras.
—Ella fue a mi trabajo —mencionó Ellie, intentando levantarse y quejándose de dolor—. El Hospital Murphy, es una clínica pequeña, lejos de la ciudad. Yo me escondía ahí porque había robado opiáceos del Hospital O'Brien y me despidieron con la amenaza de levantar cargos. —Hizo una pausa en la que tuvo que respirar de forma agitada—. Ella llegó y la reconocí de inmediato como la hija del científico que sale en todos lados. Pidió un examen de embarazo. Me pregunté para qué iría hasta un lugar tan lejano a hacerse una prueba y concluí que porque ese hijo no era de su esposo.
Zaid le observó sin mostrar una sola emoción y su único gesto fue el de incentivarla a proseguir con su relato.
»Yo estaba en el laboratorio cuando el encargado entregó el resultado. Me ofrecí a ser yo quien se lo diera y lo leí —continuó diciendo—. Se lo hice llegar y de pronto miré sus ojos llorosos. La vi apartarse, la seguí y la encontré hecha un despojo en el baño, sollozando sin control. Solo aproveché la oportunidad de sacar dinero. Le ofrecí mi ayuda para abortar. —Zaid apretó los dientes—. Entendió de inmediato que yo intuía lo que pasaba, así que confió en mí. Me pagó dinero para que la ayudara y me fui con ella. La acompañé a casa, me presentó como una vieja amiga, fingimos ser grandes conocidas y dijo que se iría conmigo de voluntaria, ya ni siquiera recuerdo a dónde. En un principio creí que quería deshacerse de su hijo, pero lo cierto fue que me pagó para que la ayudara a dar a luz. Viajé con Bea Westwood y me quedé con ella hasta que él llegó al mundo.
—¿Qué hizo con él? —preguntó molesto—. ¿Nació vivo?
—Sí, aunque muy débil, de cualquier manera no sobreviviría —manifestó la mujer—. Me pagó para deshacerme de él y después de eso fui despedida el mismo día. Me dio dinero y me envió lejos con unos boletos de avión. Nunca más supe de ella, pero es evidente que siguió con su vida como si nada. Siempre creí que sus intenciones era abortar; sin embargo, no se atrevió a decírmelo en primera instancia y terminó pariendo.
—¿Le puso un nombre? —inquirió.
—No —respondió segura—. Yo le titulé, engendro.
La rabia cruzó por los ojos de Zaid.
—¿Engendro? ¿Le llamaste a mi hijo, engendro? —preguntó cada vez más colérico—. ¿Cómo te atreves?
—Eso es lo que era —mencionó la mujer—. Era horrible, tenía la piel extraña y sus ojos parecían de un demonio. ¿De qué manera llamarías tú a eso? Era una aberración, ustedes no debieron reproducirse.
—Te aseguro que cualquiera de mis descendientes vale más que toda tu prole junta —indicó furioso.
—¡No es verdad! Su hijo era un...
—Dilo —pidió Zaid y no apartó la mirada de ella.
Se quedó callada cuando supo que no le convenía externar su opinión. Permaneció en silencio y le observó.
—¿Y por qué me enviaste el correo? —cuestionó el primer ministro—. ¿Cómo sabes que yo era el padre?
—¿Por qué mataría al hijo de su esposo? —refutó la mujer y se encogió de hombros—. Varias veces la vi distraída y después de investigarla, supe que ella lo dejó por su primo.
—¿Sacaste conclusiones? —añadió con un suspiro.
—Yo ayudé a su hijo a morir con dignidad—repitió Ellie como si eso fuese una hazaña y él sonrió, sin poder creer lo que escuchaba—. El niño no respiraba bien, su pecho silbaba de forma continua y ella ni siquiera lo alimentó con su seno en las primeras seis horas que estuve con ahí. No fue una buena madre, ¿de verdad piensa que lo conservaría?
—Voy a repetirlo por última vez, ¿qué es lo que buscabas al escribirme? —cuestionó Zaid.
—Dinero —aseguró Ellie—. A mí no me atañe Bea Westwood ni lo que pase con ella, mucho menos me importa lo que usted quiera hacerle luego de saber la verdad; para ser sincera, ni su hijo. Esa cosa no debió nacer. Solo quería dinero y me pagaron por hacer un trabajo. A ella ni siquiera le interesaba que yo se lo dijera, así que le envié la fotografía con la esperanza de obtener el dinero que Bea no quiso darme. Solo un poco, lo suficiente para vivir unos años, le aseguro que su hijo no sintió ningún dolor.
—Qué reconfortante —ironizó y se acercó a la mujer—. ¿Quieres que te dé dinero luego de confesar que mataste a mi hijo? —dijo Zaid con un deje de asco—. Esto debe ser una broma. Bueno, no tiene caso discutir el asunto, todo lo que haré por ti, será pagarte de la misma forma.
—¿A qué se refiere? —inquirió nerviosa y mientras retrocedía al ver su mirada.
Él no respondió; en cambio, se acercó a su hijo y se paró detrás de él.
La mujer mayor se sacudió en su lugar y sus gritos se vieron amortiguados por la mordaza.
—No se atreva —amenazó Ellie y se puso de pie, pero de nuevo la sentaron de un tirón.
—En todos estos años, me he preguntado qué se debería hacer con la gente como tú. Ahora lo tengo claro, ni siquiera tendrían que respirar el mismo aire que yo. —Se acercó a su hijo y lo tomó del cabello.
Ellie levantó la mano y con un grito suplicó que se detuviera.
—Por favor, déjelo. Él es inocente —manifestó la mujer, abogando por la vida de su hijo—. La que le hizo daño fui yo, también su exmujer. Debería verter toda esa rabia contra Bea Westwood.
—No te preocupes por mi estado emocional, con ella, haré cuentas después, ahora estoy pensando en si debo devolverte el favor y ayudar a tu hijo a morir sin dolor o matarlo con mucho sufrimiento —aseguró y sonrió al verle el pánico dibujado en el rostro—. Tal vez podría deshacerme de él y dejarte viva, que sepas que fue tu culpa, para que las imágenes de su sufrimiento se reproduzcan una y otra vez en tu mente.
—No lo lastime, él no tuvo nada que ver en todo esto —declaró Ellie.
—Mi hijo tampoco y aun así lo mataste —añadió.
—¡No lo asesiné! —gritó para detenerlo—. Mentí, no sé lo que hizo con él, me dio dinero el mismo día que nació y me despidió. No tengo idea de qué pasó después.
—Ahora cambias la versión, ¿me crees estúpido? ¿Por qué dirías que lo mataste y luego que no? —inquirió burlándose—. Eres miserable y cobarde.
—Solo pensé que su rabia se iría contra ella y me daría dinero por darle información precisa —aclaró con seguridad—. No lo maté, pero sí que era real que no sobreviviría, tampoco creí que ella lo hiciera, fue un parto difícil. Por favor, solo váyase.
—¿Cuánto vale tu hijo? —preguntó y la mujer pestañeó confundida.
—Todo —mencionó segura. Zaid sonrió y colocó su mano en la nuca del pequeño—. Es mi único hijo, lo que me alimenta en la vida, por favor, déjelo. No diré nada, tampoco lo volveré a molestar ni pediré dinero —suplicó con un tono calmo, como si con eso buscara relajarlo para que dejara en paz al crío.
—Tu alimento —ironizó.
Extendió la mano derecha y de ella salieron las garras que tanto escondía al público. Si bien, se sospechaba de sus mutaciones, lo cierto era que en la época en la que estaban y aun cuando casi nadie se sorprendía, no existía manera de que le cedieran el poder a alguien con supremacía.
A Bastian lo amaban y odiaban a partes iguales. Había quien lo consideraban el mejor de la historia, el nuevo mesías y luego los que creían que él sería la causa del fin del mundo. Sus hijos eran vistos de la misma manera, pero ninguno lo igualaba y aunque Shaun era el primer mutante natural al nacer así, no lo aceptaban del todo.
De sus alteraciones genéticas y las de Ezra no sabían lo que eran, nunca nadie supo del accidente de laboratorio y solo los más cercanos conocían la mutación de Zaid.
Por primera vez la revelaba a Ellie, aunque ella ya lo sabía desde el momento en que observó sus pupilas cambiar cuando comenzó su relato.
No hizo nada para esconder su naturaleza, pero sí que notó que los otros dos se asustaron por demás.
Deslizó sus garras por el rostro del hijo de Ellie y esta le observó temblando.
Sin embargo, no esperó que él le mostrara su dedo con una enorme garra y la acercara al ojo de su hijo. De un solo tajo se lo arrancó y el globo ocular quedó incrustado en su retráctil uña. Sonrió cuando Ellie gritó al ver a su hijo sacudir los pies por el dolor.
No se escuchó nada de boca del pequeño por la mordaza. Sus alaridos fueron amortiguados por el trapo. Sin embargo, el ojo en sus manos, sangrante y desagradable, fue visto con desprecio por parte del hombre.
Zaid se acercó a Ellie y con asco llevó su dedo a la boca de la mujer, ordenándole en silencio que comiera el despojo que yacía en su uña.
—Tu hijo es lo que alimenta tu vida, ¿no es así? —Ellie negó. Sus ojos acuosos dejaban claro que estaba aterrada—. Trágate eso o le arrancaré las bolas y las meteré en tu garganta por la fuerza.
—Por favor —suplicó llorosa.
—No lo diré de nuevo —agregó el primer ministro y colocó su mano en la barbilla. Su mirada se tornó amenazante y sus pupilas se dividieron.
Supo que no tenía escapatoria, así que tomó el ojo y se lo metió a la boca.
Zaid sacó un pañuelo y limpió la sangre en sus manos.
Las arcadas no se hicieron esperar en la fémina y terminó vomitándose a sí misma mientras él solo la observaba con asco lo que estaba sucediendo.
La madre de Ellie logró liberarse de la mordaza.
—¡Auxilio! —gritó desesperada—. ¡Auxilio! ¡Ayuda!
—Silencio —ordenó el hombre, pero la mujer continuó clamando con todas sus fuerzas.
Un golpe la silenció para siempre y Ellie observó la sangre cayendo por el piso.
La mano de Zaid goteaba y con temor, la enfermera, levantó la vista hacia su madre.
Ahogó un grito cuando vio medio rostro partido por las garras del hombre. La mandíbula le colgaba hacia un lado y los ojos de la mujer mayor permanecían abiertos, mirando al piso.
Su lengua estaba de fuera y algunos de sus dientes podían verse a los costados.
Un silencio estruendoso siguió entonces, solo fue roto por el repicar de los pasos del primer ministro.
Se giró a ver al hijo de Ellie, quien tenía la mirada perdida y era evidente su estado de shock, amén de que se estaba desangrando.
— Yo solo quería dinero —musitó la mujer—. Sé que vas a matarnos, pero lo cierto es que me alegro de que tu engendro no exista en este mundo, ojalá que todos tus descendientes se mueran. Que tu perra nunca pueda volver a parir y la que se atreva, sea maldita.
—Que flojera dan tus maldiciones, ¿qué te crees? ¿Una bruja de Salem? —declaró burlándose—. No tengo prisa por tener hijos, ni siquiera sé si los tendré, pero si lo hago, me aseguraré de que no sean la mierda que eres tú.
—Ojalá te mueras —dijo la mujer mientras Zaid sonrió divertido.
El hombre no dudó un segundo en acercarse de nuevo al hijo de Ellie, lo tomó del cabello y su filosa garra se paseó por el cuello, cortando la piel y dejando que la sangre comenzara a correr por el piso.
Ellie no pudo ni gritar, solo observó, imaginando que su final iba a ser algo parecido.
—Creo que has entendido que mis hijos no se tocan jamás. —Sonrió con cinismo—. Si alguien invade mi espacio, lo que no debe, se le castiga. Yo tomo lo que me quitas y lo multiplico por más.
—Te dije que mentí, no sé lo que hizo con tu hijo —añadió, derrotada—. ¿Cómo puedes ser tan maldito?
Zaid se mostró aburrido.
—Mi padre fue muy duro conmigo cuando era joven —respondió el mandatario y dio un suspiro—. Decía que a mí había que cogerme de las bolas con regularidad o terminaría en un mal camino. Fui el hijo que ningún padre quiere, pero bueno, supongo que por eso justo ahora no tengo remordimientos. Matas a mi hijo, mato al tuyo, en este caso tu madre estaba de por medio y comprenderás que no podía dejarla viva. Daños colaterales.
—Púdrete —mencionó y al mismo tiempo, él la tomó del cabello, tiró de ella y la estrelló contra la pared antes de golpearla de nuevo.
Sostuvo su cabeza, sujetando el pelo en un puño y lo estampó una y otra vez contra la pared.
Golpeó el concreto sin descanso hasta que su jefe de seguridad lo detuvo.
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