Capítulo 11
"En algún punto, la desdicha se vuelve una necesidad para mí; al menos así, encuentro una razón para pensar en ti. Si no te pienso no hay vida".
Bea se limpió las lágrimas y arrancó su auto, volviendo a casa; sin embargo, no se sentía capaz de mantenerse tranquila frente a su marido, así que en cuanto llegó a su hogar, se apresuró a ir al despacho.
Miró el celular con el que había llamado a su hijo y lo apagó antes de guardarlo en el bolso, era una línea segura, pero no se atrevía a correr riesgos. Entretanto, sobre el escritorio dejó su teléfono personal. Se recostó en el sillón y cerró los ojos durante algunos segundos antes de escuchar el sonido de la puerta.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Lenox, tallándose los ojos y acercándose a ella, esperando que dijera algo al respecto—. Es tarde, ¿por qué estás vestida? Ya te habías acostado.
—No podía dormir y fui a la oficina por unos documentos —respondió y se puso de pie para ir a la cama con él—. Vamos a descansar, mañana vas a trabajar y pareces un niño que no puede dormir si mamá no le lee un cuento.
Escuchó la risa de su esposo, quien la abrazó por la cintura, le dio un beso en el hombro y la llevó a la habitación.
—Estaba pensando —mencionó su marido—. Shaun ya está cerca de entrar en la pubertad y nosotros aún no tenemos hijos.
—Lenox, es de madrugada, ¿te parece un momento oportuno para hablar de bebés? —inquirió un tanto fastidiada—. Ahora recién nos mudamos y...
—Si no lo discutimos ahora, entonces cuándo —reclamó el hombre y suspiró antes de abrir la puerta de la recámara y adentrarse de mala gana—. ¿No deseas ser madre nunca? Yo... yo lo he pensado y creo que es hora de procrear un bebé, llevamos un poco más de cuatro años de casados.
—Yo no quiero tener hijos —declaró tajante y él la observó con atención—. No, los deseo ahora ni nunca. Yo sé que no hablamos de esto antes de casarnos, pero no puedo seguir dándole vueltas a todo este asunto, no es justo ni para ti ni para mí, creo que lo entiendes.
—Pero qué hay de mí —recriminó Lenox, pasándose las manos por el rostro—. Yo sí quiero ser padre.
Ella agachó la vista al darse cuenta de que se hallaba desilusionado de su determinación a no ser madre. No quería hacerle daño, lo estaba lastimando.
»¿Sabes qué? Tienes razón, no es momento de hablar de esto —continuó diciendo Lenox y ella hizo un puchero—. Vamos a hablarlo después, justo ahora es tarde y...
—Lenox...
—No —interrumpió él levantando las manos—. Tengo que madrugar y es mejor que lo hablemos mañana. Además, mi madre viene y desea visitar a mis tíos, seguro vendrá a casa y no quiero que encuentre un ambiente tenso.
—Bien —dijo Bea. Lo vio acostarse y darle la espalda.
Apagó la luz y fingió que dormía mientras ella solo podía mirar un punto fijo en la pared y se preguntaba cómo era que toda la vida construida en años se estaba desmoronando en apenas un día desde que llegó.
Permaneció sentada en la cama unos segundos y cerró los ojos antes de concentrarse en remover los acontecimientos de ese día.
Pensaba sumergir a todos en una nueva etapa de reconstrucción de pensamientos.
No podía echar el tiempo atrás, pero sí que podía crear una realidad alternativa con la mente de casi todas las personas.
De esta manera, lograba que olvidaran acontecimientos pasados o plantaba sucesos en la mente de otros.
Fue así como consiguió que nadie se enterara de su hijo, inclusive su padre. Ninguna persona hasta ese momento había sido capaz de detener el poder de manipulación de su mente, pero Zaid no la dejaba entrar desde hacía un tiempo. De alguna manera, era el único capaz de blindar sus pensamientos y negarle el acceso.
Tampoco le preocupaba mucho, a decir verdad, siempre le atemorizó que su padre supiera de la existencia de Colborn, pero para fortuna suya, no fue así. Su hijo nació y en la actualidad vivía lejos de ella, seguro, sin estigmas y feliz.
Se concentró en lograr su objetivo de borrar los acontecimientos de ese día. Intentó hacerlo; sin embargo, su nariz comenzó a sangrar y no pudo conseguirlo, algo interfería en su propósito. Terminó cansada, sangrante y a punto del desmayo. La mente de Zaid era impenetrable y el esfuerzo que ella hacía por someterlo la estaba agotando. Suponía que la de su padre también lo era, pero en el fondo sabía que Bastian, la dejaba meterse en su mente, nada más como muestra de confianza.
Se levantó frustrada y trató de sujetarse de la cama cuando la debilidad se apoderó de su cuerpo, pero no pudo y terminó en el suelo.
Se mantuvo ahí hasta que fue capaz de pararse. Caminó al baño y se observó al espejo, su cuello enrojecido y los dedos de Zaid marcados en su piel daban cuenta de lo que pasó, así que tendría que maquillarlos al siguiente día para que nadie los notara.
Se sentó sobre el inodoro y permaneció un largo rato ahí hasta que estuvo un poco más tranquila. Fue a su cama y se acostó sin ponerse la pijama, así como estaba.
Despertó cuando escuchó a su esposo reír. Miró la hora y se dio cuenta de que era bastante tarde, así que se asomó para ver a su suegra hablando con Lenox.
Corrió a darse una ducha y en tiempo récord estuvo en el vestíbulo de su casa.
—¿Por qué esa blusa? —cuestionó su esposo al ver que llevaba una prenda de cuello alto—. ¿No es algo incómoda para trabajar ahora que estás arreglando tu oficina?
—Mi garganta está irritada —mintió llevando su mano al cuello—. Estoy cubriéndome en caso de que sea un resfrío.
—Debe ser por el cambio de clima —dijo su suegra antes de acercarse a saludarla con un abrazo que ella devolvió con gusto—. Siento que llevo años sin verlos y, ya que vine a dejarle unos documentos a Parker y los voy a visitar, aproveché.
—Siempre es un placer verte —respondió Bea y miró a su esposo, quien se acercó a su madre y le dio un beso—. ¿Vas a desayunar aquí o irás a verles de una vez?
—Voy directo, pero quise pasar a visitar, vendré más tarde, a la hora del almuerzo, si está bien con tu agenda, por supuesto —declaró su suegra y de nuevo se vio despidiéndose para ir a casa de los Walsh.
Bea miró a su marido cuando se quedaron solos y sonrió.
—¿Nada más vino a darnos los buenos días? —cuestionó y su esposo soltó una risa.
—Quería vernos y no se aguantó, hizo una parada antes de ir con mi tío —dijo y ella asintió—. Me iré ahora a la oficina, no tengo asistente aún y me las arreglo solo, así que debo apresurarme para estar a tiempo al almuerzo.
Se acercó a darle un beso y antes de que Bea pudiera reaccionar, ya estaba subiendo a su auto.
Bea pensó que su esposo actuaba como si el día anterior no hubieran tenido un desacuerdo que fracturaba su matrimonio, pero lo cierto era que tendrían que retomar el tema en cualquier momento y ella lo sabía.
Tomó su bolso y fue a la oficina en donde trató de concentrarse en su trabajo, por supuesto, luego de encender el celular con el que se comunicaba con la niñera de su hijo.
Escuchó el mensaje de voz de su pequeño y sonrió. Volvió a llamar a Dimash y esta atendió la videollamada de inmediato.
—Hola —dijo mientras la mujer sonreía y hacía una seña con su mano para llamar al menor Colborn.
Este apareció en la pantalla y la saludó. Bea sonrió al pequeño rubio y comenzó por preguntarle cómo estaba y que tal iba con su entrenamiento. También le aseguró que pronto iría a verle y le daría un regalo. El pequeño se sintió feliz luego de escucharla y comenzó a relatarle todo lo que hizo en la semana, desde montar a caballo y esforzarse por ser el mejor jinete.
A Colborn le apasionaban los equinos y era bueno en eso, también un excelente estudiante. Se preparaba para montar con verdadera disciplina. Fue por eso por lo que Bea contrató a una instructora que pudiera ayudarle con su eso.
A su vez, Colborn, también deseaba aprender a pelear como los hombres de la televisión, esos que solía ver los fines de semana, el único día que tenía permitido ver los espectáculos que transmitían sobre los deportistas de artes marciales mixtas.
Llevaba observando a su hijo durante los últimos años, temerosa de que pudiera tener alguna mutación que no fuera capaz de controlar en ese momento, pero no notaba nada extraño. No pasó, tanto que incluso pensó que no era hijo de su antiguo amor y que tal vez sí era de su marido; sin embargo, tras robar una muestra de su sangre de Zaid en el laboratorio de su hermana, hizo una prueba de paternidad y confirmó que Colborn sí era su hijo.
Le sonrió al pequeño y le preguntó por el clima de Arizona, el lugar en donde ahora residía. Lo escuchó contar sus aventuras y pronto lo vio bostezar.
Entendió que era hora de hacer su siesta y lo bañarían.
—Bueno, ve a ducharte y descansa un rato —ordenó y el pequeño dijo que ya casi sería su cumpleaños y quería verle—. Estaré ahí en dos semanas para festejar el día de tu nacimiento.
Le mandó un beso y colgó la llamada.
Guardó el celular y supuso que debía hacer una visita a Ellie. No tenía dudas de que ella le había enviado el correo a Zaid, nadie más conocía la existencia de su hijo ni la verdad sobre el padre.
En Arizona, no sabían quién era ni la naturaleza de su relación con Zaid.
Pensó en un regalo precioso para su hijo y se dijo que tendría que buscar uno cuanto antes. Sonrió, pero su gesto se borró cuando la puerta de su oficina se abrió de golpe.
Se incorporó de un solo movimiento y observó a Zaid ingresar para después hacer una seña a su agente y que este se fuera.
—Pagaré la puerta —dijo como saludo y caminó hasta ella, quien de inmediato salió de detrás de su escritorio para enfrentarlo—. Vengo de saludar a Ellie.
Bea comenzó a hiperventilar al escucharlo, a sabiendas de que podía saber más de lo que pensaba.
🍃🍂🍃🍂
Zaid descendió de su auto frente al horrible y pequeño departamento. Miró alrededor, era un barrio solitario, refundido en lo peor de la ciudad y olvidado de todo.
—¿Estás seguro de que este es el lugar? —preguntó al hombre a su lado, su sombra, como lo llamaban.
—Lo es, señor. Aquí vive su madre y el hijo de Ellie. La enfermera envía dinero de cuando en cuando —aseguró y se giró a verle—. No ha hecho nada para ocultarse. Además, es una enfermera corrupta, dos hospitales la despidieron por el robo de medicamentos controlados. No la denunciaron, tratando de evitar escándalos, pero es toda una delincuente.
—Bien, gracias Carlucci. Me haré cargo de ahora en adelante, solo... quédate aquí —Su semblante autoritario dejó claro que no cambiaría de opinión, así que su jefe de seguridad se asintió al recibir la orden.
—Señor —dijo como despedida y se alejó unos pasos mientras el primer ministro iba de camino a la entrada.
Zaid esperó por segundos antes de tocar y solo entonces miró a su jefe de seguridad, quien le hizo un asentimiento, a sabiendas de que los guardaespaldas que llevaba el primer ministro a todos lados era solo una formalidad, no había un rival físico para él.
De inmediato apareció una mujer mayor y en cuanto lo vio intentó cerrar la puerta, pero la mano del primer ministro lo impidió abriendo de golpe y lanzándola al piso tras el acto.
Entró al pequeño departamento y se detuvo a mirar a la mujer a sus pies.
—¿Qué hace aquí? —preguntó la señora de unos sesenta años.
—¿Así que Ellie le habló de mí? —cuestionó y sonrió—. Me alegra saber que le dijo que vendría, por favor sea amable y sírvame un buen café en lo que conversamos asuntos importantes.
—Mi hija no está en el país —dijo la mujer como sin con eso se lo quitara de encima y aunque Zaid pensaba decir algo, no pudo puesto que el arribo de un pequeño, hizo que él le prestara atención—. Es mi nieto.
La mujer dijo aquello y abrazó al recién llegado, protegiéndolo.
—Lo sé, no tiene que sujetarlo como si yo deseara quitárselo —aseguró el mandatario con un tono seco—. Es feo, ¿para qué querría yo un crío feo y sin linaje? Me ofende. —Sonrió burlándose—. Como sea, siéntese y tú —se dirigió al infante— ve a encerrarte en tu cuarto, tengo cosas de que hablar con tu abuela.
La mujer asintió, por lo que el otro obedeció y pronto estuvieron solos.
—Váyase de mi casa o mi nieto llamará a la policía desde su habitación —pidió, altanera.
—Parece madre e hija son iguales, usted sabe lo que su cachorra hace y la secunda, en apariencia. No sé por qué esperé algo distinto —añadió y sonrió—. No importa, en diez minutos ella estará aquí porque usted le va a llamar. En cuanto a su nieto, me cree estúpido. Soy el primer ministro, es obvio que conozco cada palmo de esta casa y sé hasta de qué color es su sostén. El único teléfono aquí es el que usted tiene. Sé cuántas salidas hay, incluso la cantidad de macetas que posee. Ahora, coja el maldito teléfono y pídale a su cría que venga sin decirle que estoy aquí.
La madre de Ellie hizo lo que le pidió y él permaneció sentado durante un par de minutos en los que escuchó lo que la mujer dijo. Cuando terminó, le arrebató el celular y se asomó por la ventana para dejar entrar a Carlucci, su jefe de seguridad.
Recibió lo que le entregó y amordazó a la mujer sobre la silla.
Avanzó con calma hasta la habitación, abrió y trajo al chico cogido del cuello de su camisa. Lo sentó en la silla, amordazó y esperó la llegada de Ellie.
Cuando la mujer arribó, tocó el timbre.
Carlucci abrió y en cuanto ella lo vio, se adentró corriendo.
Se detuvo de golpe al ver a Zaid en el sofá, sentado cuál rey y su madre e hijo en posición indefensa.
—Bienvenida, Ellie. —Saludó el primer ministro—. Es un placer conocernos en persona.
—¿Qué hace aquí? —preguntó y se acercó a su madre con sigilo, pero Carlucci la alejó y la obligó a sentarse frente al primer ministro.
—Ya sabes lo que hago aquí —farfulló con un tono nada amigable—. Quise que me contaras en persona lo que pasó.
—No sé de lo que habla —mintió y volvió a ponerse de pie, pero fue tomada de los hombros y sentada a fuerza.
—Solo lo pediré una vez. Dime todo lo que sabes —ordenó con un tono áspero—. No quiero ni tengo ganas de perder mi tiempo, así que empieza de una vez.
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