Capítulo 1
"Cuán embustero es el amor si todo aquel que cae en su perfidia termina, al menos una vez, en el abismo de la tristeza, la única privacidad que es capaz de otorgar al corazón. Si acaba en un claustro silencioso, ahí donde las palabras aturden, donde al alma se condena".
Bea miró alrededor y suspiró. Su nueva casa era preciosa y el personal de servicio estaba listo para atenderlos.
Estaría cerca del hogar de sus padres, pero incluso con todas esas comodidades, se sentía como si estuviera a las puertas del infierno.
—Me alegra que estén aquí —dijo su suegro, sacándola de sus pensamientos—. Cuidamos la decoración tal como pediste y tu madre dio el visto bueno.
—Es perfecta —respondió Bea mientras deslizaba la mano por los costosos muebles—. Es la casa que cualquier mujer soñaría.
El hombre sonrió y observó su andar por la habitación.
Bea caminó hacia el ventanal de lo que sería su nuevo despacho. Enorme, con una vista preciosa pero no por eso menos asfixiante.
—¿Lenox ya llegó? —le preguntó a su suegro—. No sé a dónde se fue.
—Fue por unas cosas que necesitaba, ya no debe tardar —respondió el hombre—. No quiso despertarte.
—Es tan considerado —declaró con una sonrisa amable—. Yo tengo que arreglarme un poco, estoy hecha una piltrafa. Estaré lista para premiación de esta noche, no puedo perdérmela cuando mi padre y hermanos reciban un premio más.
—Te veré entonces en la recepción —dijo su suegro y se acercó a darle un beso en la mejilla.
La observó por unos segundos y luego sonrió.
—¿Pasa algo? —cuestionó Bea.
—No, solo veía cuánto has cambiado en cuatro años —contestó Alfred, su suegro—. Mi esposa era un poco mayor que tú cuando se casó conmigo y confieso que apenas Lenox dijo que estaba listo para el matrimonio, me dio miedo. Es mi hijo menor, el único biológico y el más consentido por sus padres y hermanos. Solo creí que...
—No íbamos a funcionar —finalizó Bea por él—. Lenox es un buen esposo, lo que toda mujer querría, es perfecto y yo hago mi mejor esfuerzo para corresponder eso.
Alfred sonrió en agradecimiento.
—Nos vemos en premiación, entonces. No te quito más el tiempo, debes estar cansada —concluyó su suegro y se despidió una vez más antes de irse.
Bea permaneció de pie unos segundos en medio de la estancia, miró la puerta durante, lo que para ella fue una eternidad y al final suspiró.
Se giró y lo primero que vio fue la foto de su boda con Lenox.
Sonrió y acarició el marco antes de soplarla para alejar pelusas y volvió a colocarla en su lugar.
Alfred y su esposa no pudieron tener hijos biológicos, pero con la ciencia todo fue posible. Unos años antes del nacimiento de Bea, Bastian Westwood, el genetista más reconocido en el mundo, había logrado crear a los primeros bebés de diseño, aquellos que fueron la esperanza y el sueño posible para parejas como ellos.
Feriha no podía concebir, ni siquiera tenía un útero, pero gracias a eso, pudo procrear un hijo con su esposo. Lenox era uno de esos niños, el único descendiente biológico de Alfred Walsh y su mujer, gestado fuera del vientre de su madre, en un útero sintético, pero con el ADN de ambos.
Ahora era su esposo. Se habían conocido casi cinco años atrás, unas semanas después de que ella terminara con Zaid y se casaron unos meses más tarde.
—Zaid —musitó y sonrió con nostalgia.
Cuatro años habían pasado desde su boda. Ella fue feliz, aprendió a querer a su esposo, a su propia familia y aunque se prometió no regresar, fue la nueva empresa de su marido lo que los obligó a cambiar de residencia y con ello, trasladar su propio trabajo.
En cuatro años no quiso saber nada de Zaid Walsh, se obligó a no tener contacto y agradeció que luego de casarse, vivieran en otro país, solo así, consiguió algo de paz y olvido.
Suspiró y fue a su habitación en donde pasó horas antes de darse una ducha y comenzar a arreglarse para el evento.
Se maquilló, acomodó el cabello y colocó el vestido.
Dio un respingo al sentir las manos de su marido subir el cierre de la prenda.
Sonrió y se giró a verle.
—¿Cuándo vas a dejar de hacer eso? Me asustas —dijo reprendiéndolo por entrar con tanto sigilo—. Apresúrate, tenemos que ir al evento.
—Estaré listo en unos minutos —respondió antes de darle un beso e ir al baño—. Por cierto, ¿has pensado en lo que conversamos en casa?
—¿Sobre qué? —cuestionó, pero no tuvo que obtener una respuesta, entendió de lo que hablaba—. No creo que sea momento de discutirlo, vamos a un evento, Lenox. Ya tendremos planes de conversar el tema de los hijos.
—No nos vendría mal tener un bebé —musitó él antes de meterse a la ducha.
Bea sonrió y se sentó en la cama. Su esposo esperaba que pronto estuviera embarazada, pero lo cierto era que Bea no estaba lista para dar vida.
Cerró los ojos y permaneció así durante unos segundos.
—¿Pasa algo? —inquirió su marido al salir del baño y encontrarla sumida en sus pensamientos.
—No, nada, estoy cansada. —Sonrió y se acercó a abrazarla—. Solo pensaba que mañana tendremos mucho que hacer, tú con el hotel y yo con mi nueva oficina antes de abrir.
Arrugó la nariz.
—Te irá muy bien, como siempre —musitó su esposo—. Eres la mejor en todo, por eso te amo.
Bea sonrió y acarició su rostro del hombre antes de incentivarlo para que se apresurara, tanto que unos minutos después estaban de camino a la premiación.
En cuanto llegaron vio a Ezra, su cuñado; a su padre y hermanos.
Se alegró por ellos, juntos crearon el Proyecto Crypto, la cura para la esclerosis múltiple. Lo habían logrado luego de una larga investigación en la que participaron los cuatro, tanto que en ese momento era una realidad.
Esa noche era especial, recibirían uno de los premios más prestigiosos en ciencias. Sabía que a su padre no le importaban, tenía demasiados en casa, pero de todos modos ella estaba feliz de verlo cumplir un sueño, ser premiado junto a sus hijos.
Vio a Ezra sonreír cuando las cámaras lo enfocaron. Se acercó a darle un beso a su esposa y dijo algo en su oído que hizo a Raven contener la risa.
Su familia era una estirpe de prodigios, quienes, a excepción de ella, eran científicos. Poderosos, con muchos detractores también, sobre todo porque Bastian Westwood, se había hecho con tanto poder que era intocable, amén de que no escondía la experimentación que hizo antaño con su propio cuerpo. Para algunos era un héroe y para otros, un monstruo.
—Mi primo es un loco —dijo Lenox sacándola de sus pensamientos y sonrió al ver a Ezra levantar a su mujer en brazos.
Se acercaron a ellos para felicitarlos y cuando llegó el turno de su padre, le dio una sonrisa antes de lanzarse sobre él.
—Estoy tan feliz por ustedes —mencionó Bea—. Los extrañé tanto. Se merecen todo lo bello del mundo.
—Buenas noches. —Una conocida voz resonó detrás de ella y Bea sintió paralizarse al escuchar a Zaid.
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