Capítulo 7
En la cabina donde se viajan los pasajeros de alto rango, Kolia se sienta en el lugar más alejado, muy cerca de la puerta que da a la oficina y al lugar de descanso de La Sombra. A pesar de saberse ascendido, aún no se acostumbra a estar entre sus superiores. Está intranquilo por el destino incierto de la pequeña mujer en la otra estancia, que lleva mucho tiempo dando gritos y pidiendo ayuda de una forma que a la misma bestia rusa le pone la piel de gallina.
Él ha escuchado gritos de terror, pero siempre venían de parte de sus enemigos y traidores. O de seres inocentes con los cuales se tropezó en una de sus misiones. Pero siempre intentó ayudarles y cuando eso ocurría, los gritos cesaban. Pero en este caso es distinto. Porque la pelirroja le toca una fibra sensible.
Rozaliya.
Es increíble la manera como puede evocarla. Casi siente que su alma está allí, habitando otro cuerpo. Y ahora, igual que antes, no puede ayudarla.
Dividido como está entre lo que le gritan sus entrañas, que es el querer ayudar a su Roza. Y la lealtad hacia el hombre al cual sirve, ese que le proporcionó todas las herramientas para buscar a Roza y vengar su muerte. Pero Kolia solo puede y mantenerse imperturbable. Por lo menos en el exterior.
Su único consuelo radica en el hecho de que sabe que la mujer está sola. Pues La Sombra salió y ahora se sienta junto a su consejero. Además de que tener la certeza de que su jefe no la tocará. Nunca. Su inocencia la protege. Además de saberse su guardián. Cualquiera de sus hombres abajo se habría sentido humillado al ser degradado a simple niñera. Incluso él mismo, si las circunstancias fuesen diferentes. El señor en persona se lo ordenó, además de que nada le tranquiliza más que saber que ahora tendrá la oportunidad de reivindicarse.
La vida le está ofreciendo un segundo chance. Ahora puede proteger a una nueva Roza de todo mal. Excepto de La Sombra.
—Kolia. —Gruñe su jefe desde su asiento, sin apartar la vista del dispositivo táctil en su mano—. Hazle compañía a la "Invitada" y procura que se calme. Sabes qué hacer si es necesario.
Sale sin decir una palabra en dirección al pasillo del fondo. No le agradaría nada tener que inmovilizar a la pelirroja. Pero lo haría en última instancia, solo por su bien.
En cuanto destraba la puerta, la mujer retrocede alerta sin darle la espalda.
—No me toques —grazna.
Nikolai solo se recuesta en la puerta que acababa de cerrar y niega con la cabeza. Intentando con ese gesto darle la seguridad de que no es esa su intención.
—¿Qué quieres? —la mujer habla una vez más.
El ruso se lleva un dedo a los labios.
—¿Silencio?
Él asiente sin mirarla. No desea producirle más incomodidad con su mirada.
—¿Vas a drogarme si no lo hago? —pregunta Mia mientras se sienta en el extremo más alejado de la cama con la espalda muy erguida.
Kolia le dedica otro asentimiento. Pero esta vez con lentitud, no estando seguro de la reacción de la chica.
Una rápida mirada hacia donde ella se encuentra y el ruso puede ver que ella se tapa la boca con una mano. Como desconfiando de su capacidad de mantenerse sin prorrumpir gritos de nuevo.
Roza hacía eso cuando jugaban a las escondidas. Porque cada vez terminaba chillando o riéndose a carcajadas, así que siempre le encontraba. Evocar aquellos recuerdos le proporciona un sentimiento bastante agridulce. Pero es una sensación nueva. Pues está acostumbrado a recordar a su sol con dolor. Pero ver que en el mundo aún hay alguien como ella, es un respiro entre tanta muerte y horror que le rodea.
Un rayo de sol que le calienta el pecho.
Dispuesto a que la chica se sienta lo más tranquila posible, se limita a permanecer de pie junto a la puerta. Mirándole por el rabillo del ojo muy de vez en cuando. Ella a su vez le mira con nerviosa fijeza, lo puede sentir, además de dedicarse a aquellas silenciosas oraciones y mirar a su alrededor. Cuatro horas después, unos firmes toques en la puerta le hacen moverse de su lugar.
La Sombra está de pie frente a él, junto con el ex soldado, Ewan.
—Ve a descansar —murmura su jefe sin apartar la vista de la chica sentada en la cama—, Ewan hará la guardia junto a la puerta.
Otra mirada de soslayo le hace ver que su nueva Roza se ha puesto visiblemente más nerviosa con la presencia de su señor. Luchando con su deber interior, da la vuelta para regresar a la cabina de pasajeros y echar una ligera siesta. Pues en estando de servicio, no se permite dormir durante mucho rato.
...
La vigilancia silenciosa del hombre gigante mantuvo a Mia alerta, siempre despierta. Con miedo de que de un momento a otro se le arrojara encima y volviera a drogarla. Eso la conservaba despierta. Pero él solo se limitó a estar allí, nunca se le acercó. Y eso la hizo recordar aquella forma en la cual le había acariciado detrás de su nuca cuando iban en el auto.
Quiso preguntarle la razón. Pero insegura de su respuesta, se limitó a observarlo en silencio. Respondía a Kolia o Nikolai. Era un muy, muy grande, y ese acento tan marcado que le había escuchado antes daba la impresión de ucraniano o algo así. Esos dos factores, le hacían ver amenazador. Sin contar con que ella ya había probado de primera mano lo letal que podía ser.
Sí. Intimidante era la palabra correcta para aquel hombre con mandíbula cincelada, cabello rubio y ojos de un azul intenso. Mia tenía que admitir que ese hombre era muy llamativo, como podía serlo un gladiador romano en la actualidad. Debajo de su bien cortado traje se podía apreciar lo musculoso que estaba. Muy guapo. Y no se trataba de ningún tipo de atracción por él, era la constatación de un simple hecho.
Poco a poco se fue relajando. No porque se sintiera menos nerviosa. Pero extrañamente él le transmitía algo de seguridad, algo en sus entrañas le decía que si permanecía quieta, él no se acercaría. Y no se equivocó. Porque horas después, aún se erguía impasible junto a la puerta. Hasta ahora, cuando escucha los toques en la puerta. Y toda tranquilidad desaparece.
Porque su peor pesadilla regresaba para seguir torturándola.
Marcus.
Intenta mirar a Kolia, pero este le da la espalda sin más. Llevándose el único hilo se seguridad al que se sentía atada.
No era que creyese que le haría daño. No físico, por lo menos. Su miedo se debe a esa extraña reacción hacia él. Estaba sin dudas encandilada por la belleza única de su piel, la cadencia y el tono de sus palabras, y la sensación de sus labios en los propios...
No. No puede ir por ese camino. Este hombre es oscuro y cruel. Está segura de que mata personas, y que tiene más pecados de los que le son permitidos a un alma humana Y lo más importante. La tiene en contra de su voluntad. Mia es una simple prisionera que espera exhalar su último aliento en cualquier momento.
No conoce la razón por la cual le han extendido su periodo de vida, pero está casi segura de que tiene fecha de caducidad. Para ella, esas son razones suficientes para rechazarle. Sin embargo, su parte carnal se dejó llevar por la tentación cuando la besó. La envolvió como una serpiente a su presa, aprovechándose de su inexperiencia en ese ámbito.
Aunque ya no puede cambiar lo ocurrido, a partir de ese momento, procurará ser fuerte. Le pediría al Sagrado Corazón que la libre de la tentación, que ese hombre que se desliza con la gracia de un depredador le supone.
—¿Haz descansado? —le pregunta mientras cierra la puerta y apaga las luces.
La oscuridad subyacente le hace temblar. Pero casi en seguida unas luces de emergencia se encienden en el suelo, devolviéndole la visibilidad a medias. Ahora todo es penumbras.
—¿Tienes hambre? —insiste. Pero Mia tiene la garganta demasiado cerrada como para hablar.
—Hace un buen rato no dejabas de chillar y graznar como una bestia enjaulada. Y ahora, silencio.
Ella sigue sentada a la orilla de la cama, le ve deshacerse de la horrible mascara y desabotonar parte de su camisa sin llegar a quitarla.
El corazón se le acelera como un caballo desbocado temiendo lo peor. Así que cuando Marcus se acerca por el otro extremo, se tiende a su lado y alcanza su mano, Mia no puede más que impulsarse fuera del lecho.
—¡No! —chilla, logrando liberarse.
—Túmbate y duerme. —Gruñe el Barón—, lo necesitas.
—No —repite Mia con vehemencia.
Ella puede ver el cuerpo de Marcus sumido en las sombra mientas se levanta y la acorrala con lentitud.
—Ya ves la facilidad con la que Kolia puede reducirte y dejarte a merced —susurra con peligrosa dulzura—. Si deseara tomarte contra tu voluntad, créeme que me ahorraría los gritos y las patadas.
Lo tiene sobre ella, en toda su altura, encerrándola entre su cuerpo y la pared.
—Pero me gustan receptivas..., anhelantes y dispuestas. —Toma un mechón de su cobrizo cabello y lo acaricia con deliberada lentitud— Ahora, vas a ir a la cama y tumbarte a mi lado como niña buena.
>>Tengo uno de los hombres más letales junto a la puerta, y no dudará en hacerte pedazos si intentas algo mientras duermo.
La apresa de una mano con firmeza y la guia de nuevo a la cama. No sin algo de resistencia.
Ambos terminan tendidos, uno al lado del otro. Mia tan tensa como una cuerda de violín y como si disfrutase molestarla; Marcus se niega a soltarle la mano. Permaneciendo demasiado relajado para su gusto.
...
Tenso. Es consiente de cada respiración que toma la pequeña bruja religiosa a su lado. Su piel, caliente allí donde hace contacto con su palma. Agotado pero sin ganas de dormir y con sus impulsos bajo control.
Desea poseerla pero no obligarla. Desea corromperla.
Todo el tiempo que estuvo sentado oyendo la constante perorata de Percy, pensaba en todas las formas que podría utilizar para adentrarla en el inframundo. Pocas veces ha deseado tanto algo, y de lejos le producen la satisfacción que obtendrá una vez que logre despojar a la incólume mujer de su figurado e irritante velo de santa.
Tiene un plan. Lo trazó con absoluta perfección y está seguro que dará resultado. Pues ha sido testigo de las reacciones de la mujer con su sola presencia. Ha visto su alma.
Ella es igual a él. Solo que vive encadenada y no lo sabe. Aún.
Tendrá paciencia, La Sombra no deja nada al azar. Y Marcus Hardy mucho menos. Puede esperar el tiempo que sea necesario, tiene mucho de aquello porque ella le pertenece. No obstante, justo ahora, no está dispuesto a mantener sus manos fuera de ella. Una vez que la había tocado, le tomó todo de su control mantenerse apartado todas esas horas.
Necesitaba sentirla. Desde el momento que decidió reclamarla, se convirtió en una obsesión. Tanta pureza le hace doler los dientes, le pican las manos por grabar su huella a fuego. Tentarla. Acostumbrarla a su toque, a su cercanía. Todo ello forma parte de su plan.
Regocijado de poder devolverle el golpe a ese Dios del que la gente tanto se jacta. Él le quitó a Nastya, su ángel. Ahora Marcus tiene a Mia. Ha raptado a un ángel de dios. Y la condenará a habitar en las sombras junto a él.
Ojo por ojo.
...
Mia es incapaz de dormir. Las ondas de poder y peligro que emanan del hombre a su lado son imposibles de ignorar. O al menos así lo cree ella, no se atreve a afirmarlo al ser la primera vez en su vida que comparte una cama con alguien del sexo opuesto.
Allí en la semioscuridad del recinto, Ella no puede pensar en nada que no sea la mano de Marcus reteniéndola con férreo control pero sin llegar a lastimarla. De vez en cuando, traza distraídos círculos por su piel, un gesto que la hace atragantarse con el aire y acelera su errático pulso. Puede que sea de miedo, o de placer.
Tantas primeras veces en cuestión de horas. Una pequeña parte dentro de ella aún puede racionalizar todo aquello. Y es innegable que está atemorizada y alterada; como también atónita de sus propias reacciones a lo largo de la travesía.
Siempre asustadiza, tanto, que las hermanas fueron cuidadosas al momento de hablarle, pues se encogía con mucha facilidad. Pero ahora demuestra una fortaleza de espíritu muy inusual, tal como cuando colaboraba en la medicatura, la que intentaba infundir a los enfermos bajo sus cuidados.
Puede que la resignación y las ganas de absolución tengan algo que ver. Según ella, debía pagar por el pecado cometido, por haber abandonado la Orden, renegar de sus hermanas y perder el camino. Pero pese a saberlo, toda la situación le sigue pareciendo surrealista. Una entre mil, una entre un millón. Renunció a escapar con Rosalie cuando eran adolescentes por los peligros del mundo, siempre trató de protegerse. Y ahora, sin ayuda de nadie, sin buscarlo si quiera, ha logrado meterse en un círculo sombrío.
Rosalie.
¡¿Cómo no había pensado en ella antes?!
Se siente como una mala hermana, por no ponerse en el lugar de la otra chica, en cómo se estaría sintiendo su mejor amiga en ese momento. Ya han pasado muchas horas desde que acordaron reunirse a las afueras del casino. Puede que Rose haya llamado a la policía y tal vez justo ahora están todos buscándola. Eso es lo único que la tranquiliza. Y el hecho de saber que todos van a pagar. Dios no deja los pecados impunes. Y tampoco la dejará a ella entre estos demonios salidos del infierno. ¿O sí?
No. Eso no puede ser posible. Ella debe confiar.
...
Muchas horas después, Marcus se levanta de la cama. Mia no sabe qué hora es, noche o madrugada, en el cielo el tiempo parece detenerse. Como si la claridad fuese atemporal. Eso, sumado a las largas horas del viaje y un aterrizaje hace algunas horas, la hace intuir que están muy muy lejos de casa. Si es que alguna vez ha tenido una.
Pensó que sería un alivio estar en tierra, aunque hubiese sido menos de una hora. Porque eso obligó a Marcus a levantarse y dejarla sola. Pero cuando el soldado Kolia fue en su búsqueda, y la llevó donde se estaban otros tres hombres tan intimidantes como él y Marcus, pensó que tal vez no era tan malo quedarse encerrada. Pero como era de esperarse, no la dejaron volver.
El resto del viaje permaneció sentada con Kolia a su lado. Nadie le dirigió la palabra o le echaron un segundo vistazo. Lo que para ella fue un alivio hasta el momento del aterrizaje definitivo.
Al bajar del avión y subir junto a los cuatro hombres –un Marcus enmascarado- en un caro automóvil grande y negro, las emociones amenazaban con hacerse del control de la situación.
Ahora, mientras el carro recorre kilómetros y kilómetros de carretera en una ciudad desconocida, llena de verdor pero fría, Mia busca cualquier cosa que le dé una pista de donde están. Y es el extraño idioma con el que están escritas las señalizaciones en la orilla de la carretera lo que le da las respuestas que busca. Están lejos.
Lo repetitivo del paisaje, el estrés de las horas previas y los pocos momentos de sueño por fin le pasan factura. Luchó hasta el agotamiento para no dormir en el avión. Pero el ligero ronroneo del motor del auto es una perfecta canción de cuna, con la que Mia se rinde por fin en los brazos del dios del sueño.
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