Planeación

Mía cruzó los tentáculos, su cabeza hundiéndose apenas por el peso de Demon sobre su sombrero de fieltro.

—Haz sido un buen niño estos días, mi pequeño. —Sus dedos se deslizaron de la base de su cuerpo hasta una de las manchas negras sobre el fieltro rojo de su piel. Las cosquillas arrancaron un suspiro de su cuerpo, una mirada de fastidios milenarios en Alfa.

—No debería escuchar a escondidas, Amo. Lo malcría demasiado al no dejarme disciplinarlo como es debido.

—También te malcrío a ti y no escucho quejas al respecto. —Una sonrisa de viejo zorro desfiguró su rostro en una mueca que lo volvía más joven—. Al menos no del tipo que se hacen en público. O con una audiencia.

Alfa carraspeó, el pulpo alzando apenas su rostro al escuchar la aceleración en el corazón contrario. Ese órgano como el grito de un volcán, fuerte como un terremoto en las tierras del este. Esa semilla vacía de amor por él, en realidad por nadie que no fuera el Amo.

—Está bien. No volveré a tocar el tema respecto a él, al menos no por ahora. —Dio varias palmadas, sus ojos penetrando a Mía como los rayos del sol atraviesan las hojas de los árboles. La animosidad contra él nunca se apagaba. Su estado de ánimo perpetuo era irritación si estaban en el mismo lugar.

Mía se encogió en su sitio. Ronroneó por una nueva caricia en medio de la frente. Su regazo olía a pachulí, a la madera ardiente por los fuegos de la chimenea. Era el mismo aroma desde su primera existencia, incluso tras las visitas a las camas de los invitados o de las fiestas de desenfreno descarado. Quizás un poco más marino, quizás más montañoso, pero siempre la misma hamaca de cotidianidad donde Mía conseguía acostarse cuando las presiones externas eran demasiadas hasta para su mente sencilla.

Mía amaba al Amo y estaba feliz porque el Amo lo amara a él. Rodeó su espalda con varios de sus tentáculos, el temblor de su risa llenándolo de un fuego imposible de apagar.

—Mía... Ah. —Se dejó caer en la silla, estirándose en ella en todo lo alto. Mía se ausentó en su propio cuerpo, la oscuridad de su nido de tela y de algodón simulando como un parpadeo— No sé cómo puedes odiarlo tanto, Alfa. Si es una cosita de los más linda.

—Lo dices porque no limpias la sangre de sus víctimas, amo. No es una cosita. Es el mal.

—Yo soy el mal, así que te digo que Mía solo es un incomprendido. —Alzó al pulpo a la altura del rostro de Alfa, el escritorio cubierto de papeles manchados de tintas, libros con las esquinas dobladas y llenas de anotaciones en cada recoveco—. Me encanta el diseño de su piel. Deberías incluir más manchas en la cadena de construcción.

El fuego de las velas era un peligro constante, en especial cuando los tentáculos de Mía se mecían para entretener al Amo. Sin embargo, ninguno de ellos pareció prestarle atención a las consecuencias o el futuro de una muerte. El poder tendía a cegar a las mentes más claras.

Mía se mecía aún más, los rasgos de Alfa estilizados bajo una mata de cabello negro perfecto en su ondulado y arreglo. Era hermoso, así como lo es una montaña neblinosa en plena tormenta. Peligroso e inquietante, ordenado su uniforme sin una sola arruga fuera de lugar y salvaje en su expresión al encontrarse respirando una atmósfera compartida.

—Son círculos. Son comunes, como Mía. —Alfa se observó las uñas de perfecta manicura al romper el contacto visual con los botones, su otra mano en su cintura— Las manchas son distintas. Las guardo para Giovannis más especiales.

—¡Tú también tienes manchas! De varios tonos de marrones y de negros, eso es lo que me gusta más de ti. Tu piel de patata.

El Almo soltó una carcajada, sus manos volviendo a dejar a Mía en su regazo para acariciarlo un poco más antes de volver su atención al hombre que esperaba. Su sonrisa se deslizó por su expresión hasta alcanzar una máscara de seriedad. Era mejor verlo así, pensaban todos lo que lo conocían, que lograr su verdadera irritación y consecuencias.

—Espero que mi cumpleaños pase sin incidentes. Ya tenemos suficiente con ese. —Mía se removió en su sitio, ladeó la cabeza apenas y miró arriba, la barbilla del Amo sin el menor pelo y su cuello blanco y largo. Creyó detectar un ligero siseo en sus palabras, pero solo estaría seguro cuando conversara con su collar sobre los momentos del día.

—No intervendrá, Amo. Me encargaré personalmente de que las fiestas pasen sin el menor problema. —Alfa llevó una de sus manos a su pecho, realizó una reverencia y volvió a bajar el brazo a la carpeta bajo su axila contraria. El chasquido del elástico llamó a Mía a asomarse apenas sobre el escritorio—. En cuanto a la lista de invitados, insisto que debemos mantenerla lo más corta posible. Los desastres de la última celebración causó quejas entre los Guardianes de las catacumbas y los Oráculos de las tierras asiáticas.

Mía no entendía muchas cosas de su situación. Al ser un peluche de pulpo, el gran esquema de las cosas se le escapaba, pero hasta él mismo podía comprender que su querido Amo sufría las consecuencias de las edades y de los siglos. Se recostó en su estómago, círculos formados por sus propios tentáculos sobre la tela. Creyó escuchar el crujir de los dientes de Alfa.

El Amo suspiró, dejándose encoger en su sillón. Mía ronroneó para atraer su atención y lograr una sonrisa, pero solo se encontró con unos ojos llenos de pensamientos y de dudas. El pulpo se removió de nuevo, buscando las respuestas a sus tristezas en su pequeño cerebro. Tembló, saltó sobre el escritorio, los libros y las velas para caer a los pies de Alfa.

El aroma a tela quemada inundó el lugar al tiempo que el calor de la resolución llenó la determinación de Mía.

—¡Mía comprará algo bonito para el Amo!

Su cuerpo se llenó del ardor de su propios deseos mientras elevaba el rostro arriba en medio de una llama resplandeciente, el Amo parpadeó confuso al tiempo que Alfa negaba y se acercaba a él. Desde abajo, la diferencia de altura era más intimidante, pero el calor a su alrededor y el humo de su propia forma eran tan insignificantes que Mía creyó sentir valor.

La alfombra de patrones y dibujos dorados se ennegreció pronto por la misma llama.

—¡No tendrás que...!

—¡Silencio! ¡Cómo puedes ser tan estúpido para no sentir el fuego! —Las cejas de Alfa se movían en irritación, la vena en medio de su frente palpitando.

Antes de que pudiera hablar o defenderse de alguna manera, la puerta a su espalda se abrió con un golpe tan violento como el viento que lo alzó en el aire. De haber tenido un estómago, se habría encogido hasta volverse por completo insignificante. Sus botones negros se iluminaron por una luz llena de miedo, la voz del collar en medio de un chillido lleno de insultos poco coherentes.

Alfa levantó las manos como un director de orquesta en el climáx de su presentación, atrapó a Mía en medio de sus giros y, con el mismo movimiento de estar lanzando una bola, lo arrojó a través del marco y la ventana entreabierta del pasillo.

Sin energía ni fuerzas, Mía cayó con todo el peso de su cuerpo en el barro recién formado tras la tormenta.

Habrá mucho abuso de peluches en este libro. Abuso en general, Mía es miserable. Igualmente, este libro está enmarcado en un universo original de magia y de muerte, con un tono más ligero eso sí.

¿Qué tal les parece Mía? 

¿Quién les gusta más? ¿El Amo o Alfa?

¿Qué sospechan es el collar?

¡Nos leemos la próxima semana! 

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