Hemofobia
Sangre, ese viscoso líquido rojo estaba por todas partes. Casi podía sentir el aroma a hierro, tan desagradable y nauseabundo. El cuerpo le escocía y tenía la sensación de llevar ese líquido perteneciente a otra persona encima de él. El corazón se le aceleraba y el oxígeno comenzaba a hacerse escaso. ¿Era su impresión o la temperatura había aumentado? Una gota de sudor resbaló por su frente y de pronto el espacio se le hizo pequeño. No lo soportó más. Cerró los ojos.
Afortunadamente el auditorio estaba a oscuras para poder ver la proyección así que nadie, sobre todo el docente, notó que uno de los estudiantes del pre-facultativo de medicina cerraba los ojos con fuerza y respiraba agitadamente intentando no desmayarse.
No podía creerlo, se daba pena a sí mismo. Podía ver una lluvia de sangre en una película de terror porque sabía que era falsa, pero ver el video de una operación real era diferente.
Las luces se prendieron y la proyección desapreció de la pared. Por fin podía abrir los ojos y respirara aliviado.
—Se nos fue la hora. Para mañana investiguen más sobre cirugías y no olviden que nos veremos directamente en el auditorio, presenciaremos una operación laparoscópica de vesícula, en vivo; para que algunos empiecen a fortalecer el estómago —avisó el docente mientras los alumnos recogían sus pertenencias, comentando al respecto. Muchos estaban impacientes por observar una cirugía por primera vez en su vida; otros estaban algo temerosos, revisar las entrañas de un hombre a través de los ojos del cirujano era impactante y hasta grotesco, mas su maestro tenía razón, como futuros estudiantes de medicina, debían empezar a prepararse.
De una u otra forma les resultaba emocionante, excepto a Aaron, quien hubiese preferido estar atado a una silla escuchando reggaetón en lugar de presenciar sangre en vivo y en directo.
— ¡Aaron, vamos! —Lo sacó de sus pensamientos Anette, una chica que había conocido en ese curso y quien insistía en llevarlo todas las noches hasta la residencia donde vivía.
—Vamos... —Suspiró, intentando olvidar lo que había visto minutos atrás.
—Esta clase estuvo demasiado aburrida. ¿Ver un tonto video de qué nos sirve? Aprendo más en Youtube. Afortunadamente mañana veremos algo real, no es la gran cosa, pero es algo. Yo quisiera presenciar una cirugía plástica, sería más increíble ¿no crees? —parloteó la chica casi sin darse un respiro entre palabra y palabra. Su compañero se limitaba a asentir, esperando que cerrara la boca de una vez, pues comenzaba a irritarlo—. Y dime ¿lo has considerado? —preguntó después de una pausa, no una muy larga, pero sí lo más que se podía esperar de ella entre un tema y otro.
— ¿Considerar qué?
—Lo que te dije, especializarte en cirugía plástica.
—No tengo nada que considerar —dijo con desinterés, a las ideas de Anette nunca les prestaba atención—. Lo repetí cien veces, iré por pediatría.
—No me digas que en serio pretendes pasar el resto de tu vida poniendo vacunas y banditas en rodillas lastimadas.
—Los niños también se enferman y necesitan más que vacunas y banditas. Si vas a ser médico, de cualquier clase, deberías saberlo.
—Sí, sí... —habló de mala gana ¿Por qué Aaron era tan cerrado?—. Pero piénsalo ¿Sabes cuánto gana un cirujano plástico hoy en día? Es la carrera más...
—Lucrativa, me lo repites a diario. No hago esto por enriquecerme, solo quiero hacer lo que me gusta, y en definitiva no quiero pasar el resto de mi vida rellenando a una mujer con silicona o extrayendo la grasa de un obeso.
—Un cirujano plástico hace mucho más que solo...
— ¡Ya sé! —La cortó, cansado—. Debo irme, si no llego antes de las diez me castigan.
Adelantándose a la invitación que le haría la chica para llevarlo en su auto, Aaron hizo parar un taxi y subió a la misma velocidad que si un velociraptor lo estuviese acechando. Mientras recorría la avenida con la cabeza apoyada contra el cristal, pensaba en qué demonios haría. Odiaba la sangre, no podía verla y de verdad no quería hacer el ridículo frente a todos desmayándose al día siguiente cuando el médico realizara la primera incisión. Mas debía afrontarlo ¿Cómo sería un médico entonces? Ese era su sueño, no quería abandonarlo, pese a que conforme pasaban los días se convencía más y más de que aquello tal vez no era lo suyo y al final no tendría más opción que ingresar a ingeniería o arquitectura en su defecto.
—Maldita sea... —exclamó al bajar del transporte y observar las puertas cerradas de la residencia. Aún faltando tres minutos para las diez, el considerado portero había tenido la amabilidad de dejarlo afuera, sabiendo que regresaba siempre a la misma hora.
No iba a tocar la puerta y esperar un castigo por su supuesto retraso, el cual sería interpretado por el director de la residencia como un acto de rebeldía, pensando que de seguro se había quedado después del curso en un bar con sus compañeros.
Rodeó la escuela hacia el jardín trasero y trepó por el muro. Como un ladrón que entra a una casa, se escabulló hasta la puerta de la cocina. Tocó tres veces, como siempre, y Arthur, el jefe de cocina, le abrió.
— ¿De nuevo te cerraron? —le preguntó al muchacho.
—Sí, ni siquiera son las diez.
—Ya estás adentro, es lo que importa —dijo sonriendo y dirigiéndose a la estufa para encenderla—. ¿Quieres comer? Hoy hicimos macarrones.
—No gracias. Lo que necesito es que me prestes la alacena.
Arthur apagó el fuego, frustrado por no servirle al muchacho el plato de comida que le había guardado.
—Bien, pero tienes veinte minutos, el padre Johansson vendrá a hacer su inspección, si te ve aquí de nuevo me tendrá cocinándoles hígado el próximo mes y a ti te hará limpiar la cagada de pájaros de las estatuas, de nuevo.
El chico asintió, no necesitaba más de diez minutos, es más, no podría aguantar más de ese tiempo la tortura a la que él mismo se sometía tres noches por semana.
Decidido a perder su fobia a la sangre, se encerraba en la alacena con un trozo de carne cruda y una bolsa de sangre que Arthur le proveía.
Comenzó lo que se había convertido en un ritual.
Primero observó la carne... no estaba tan mal, incluso se le antojó un filete; luego desvió la vista hacia el hilo de sangre que fluía de ésta, dejando un pequeño camino en la mesa y goteando hacia el suelo. Permaneció con la mirada fija en las gotas que caían, una a una con un sonido casi imperceptible.
Segundo paso, observar la bolsa inflada de aquel asqueroso líquido rojo y sentir su textura atreves del plástico.
Le causaba nervios, pero de nuevo no estaba tan mal. Ahora venía la prueba de fuego, empapar sus dedos y sentir en su propia piel la frialdad y viscosidad de la sangre.
—No es tan malo, solo es un líquido, lo tenemos todos, circula en tu cuerpo en este mismo momento. —Se dijo a sí mismo, convenciéndose de teñir las yemas de sus dedos color carmín—. Está en tu cuerpo ahora mismo, circulando... por todo tu cuerpo... ¡demonios!
Mala idea repetirse eso, ahora se daba asco así mismo. Soltó la bolsa y corrió hacia la cocina para tallarse con una esponja de metal hasta casi borrar sus huellas digitales.
— ¡Cinco minutos cuatro segundos! —Anunció Arthur con un reloj en la mano—. De nuevo bajaste tu tiempo, cada vez vas peor, no creo que esto esté funcionando.
Al muchacho no le parecía gracioso que Arthur se divirtiera con su desgracia. Lo peor del caso era que tenía razón, su fobia parecía crecer en lugar de disminuir. Un año atrás había sido víctima de una broma cruel, en la que había terminado bañado en sangre real. Había querido arrancarse la piel en ese momento; pero actualmente, si algo así le sucedía de nuevo, sería totalmente incapaz de tolerarlo, caería inconsciente con tan solo ver la primera gota resbalando por su cuerpo.
Sin añadir nada salió de la cocina y se dirigió con cautela a su habitación. Golpeó la contraseña mirando a ambos lados del pasillo. A esa hora todos debían estar en los dormitorios, sin excepciones.
Frank, uno de sus compañeros, le abrió y regresó al sillón frente a la televisión, donde un tercer compañero no desprendía los ojos de la pantalla, ni su boca de la pajilla de su bebida.
— ¿Vino el padre Johansson? —Les preguntó dejando su chaqueta sobre la cama.
—Sí, hace media hora, no te preocupes, le dijimos que estabas en el baño porque estas mal del estómago y te enviaron de regreso de las clases porque apestabas todo —respondió Otis, el joven de cabello rubio que sorbía ruidosamente la gaseosa.
—Gracias, que amables —ironizó.
—Para eso estamos los amigos. Descargamos también "La vida secreta de una espía".
Aaron hizo a un lado con torpeza a Frank y le arrebató la bolsa de patatas que se disponía a abrir. Otis encendió el reproductor y los tres muchachos escucharon en silencio la canción del inicio de la serie. Frank y Otis preferían adelantar esa parte para que la pegajosa (y sin sentido) letra de la canción no se les quedara en la cabeza, mas Aaron se enfadaba cuando lo hacían, las canciones parecían ser lo único que le agradaban de esa serie.
—Demonios, ese traje sí me gusta —comentó Frank después de varios minutos, acercándose más a la pantalla para no perder detalle del enterizo de cuero que la protagonista de la serie usaba.
— ¿Para qué se cambió de nuevo? —Preguntó con tono de protesta Aaron—. No hay sentido, Sophie cambia de ropa como siete veces cada capítulo.
—Pues es obvio, para mostrar distintas partes de su cuerpo, eso es lo mejor de la serie. Es que... ¡mira ese escote! —Expresó entusiasmado, señalando el aparato con la mano—. ¿Cuánto creen que le midan los pechos?
—Cien, mínimo. —Apostó Otis, Aaron rió brevemente.
—Como mucho tiene ochenta, es relleno lo que usa.
—Claro que no. —Ambos muchachos lo miraron como si los hubiese insultado—. Se ven muy reales.
—Pero no lo son.
—Lo sean o no, yo igual se lo haría —habló Otis con tono lascivo, e inmediatamente recibió un furioso golpe de Aaron—. ¡¿Qué?! Es cierto, y no me digas que no piensas igual, odias esta serie, pero la miras porque le tienes ganas a la protagonista.
—No es eso, solo me parece linda, no tengo fantasías estúpidas como ustedes. —Sonó enfadado e intentó disimularlo levantándose y yendo hacia el baño.
— ¡Ah no!... San Aaron nunca piensa cosas obscenas con Sophie Cohen, por eso la dibuja una y otra vez e hizo un comic con ella de protagonista. —Otis sacó de debajo del sillón uno de los cuadernos de dibujo de Aaron, donde había estado trabajando últimamente en un comic.
El chico se abalanzó sobre él sin pensarlo, buscando recuperar sus bocetos.
— ¡Les prohibí tocar mis bocetos! —Les recriminó, pero antes de arrebatárselo, Otis le lanzó el cuaderno a su otro compañero.
— ¿Qué harás? ¿Enviárselo a Sophie y esperar ganarte su corazón con esto?
—No te importa. —Pensando que era una tontería caer en su juego soltó al compañero que tenía contra el suelo. Los dejaría mofarse y molestar todo lo que quisieran, total, el primer capítulo de su comic estaba terminado y las versiones en limpio a salvo en su computadora, esperando ser enviadas por mail a la actriz de televisión. Con suerte, su mail resaltaría entre los cientos que Sophie Cohen recibía a diario y captaría su interés.
Después de asearse y mirar asesinamente a sus compañeros que leían su comic, encendió la computadora y se fijó en la hora. En Londres eran las once menos cinco de la noche, pero en el país de Sophie eran las siete, con suerte ella vería el mail antes de acostarse.
Escribió la dirección de correo electrónico que se sabía de memoria, adjuntó el comic y escribió un corto mensaje. Después del punto final no se decidía a mandarlo ¿estaba haciendo bien? Podía ser peligroso, pero necesitaba alguna forma de contactarse con ella. Cada vez que la veía en televisión o escuchaba alguna de las canciones del programa, un vacío se hacía en su pecho y sentía que no podría soportarlo, necesitaba al menos verla una vez, o hablarle. Mandarle el comic sería una forma de estar en contacto con ella y expresar de alguna forma cómo se sentía. Antes de cambiar de opinión, presionó el botón de enviar, justo segundos después les cortaron las luces de las habitaciones, indicando que ya era hora de dormir.
Para Sophie Cohen ese era el peor día de todos. Había tenido que despertar a las cinco de la mañana para una sesión fotográfica y cerca al mediodía del domingo su estómago protestaba por comida sonoramente, sin ser atendido. No se habría sentido tan mal de no ser por lo que ese día en específico representaba: Exactamente un año atrás el peor suceso de su vida había ocurrido.
Un día como ese en la madrugada, Ian, a quien consideraba el único amor de su vida, había perdido la vida en un incendio. Ese suceso la había marcado demasiado, hasta ese entonces su vida parecía tomar una ruta fija, directo hacia el cumplimiento de sus muchas metas y sueños en la vida. Tenía al amor de su vida junto a ella, había perdido su pánico escénico, pertenecía a una banda, tenía amigos y la posibilidad de estelarizar su propio programa de televisión. ¿Podía ser su vida más perfecta? Pero como siempre, el karma o la mala suerte la acechaban, haciendo que perdiera a Ian, y su vida de famosa no resultara tan fantástica como había imaginado.
Tras un par de meses de luto por la muerte de Ian, había comenzado a recuperarse, pero ese día todos esos recuerdos regresaron de golpe y se sentía casi tan mal como hacía un año atrás. Esperaba que como sus padres y su terapeuta decían, eso pasara con el tiempo y finalmente pudiera superar ese episodio amargo y la ausencia de Ian por completo.
Escapó del estudio antes que el chofer de la productora se ofreciera a llevarla a casa y cubriéndose lo más posible con una capucha para no ser reconocida, se desvió hacia el cementerio.
Por ser un día feriado mucha gente visitaba las tumbas de amigos y familiares difuntos, otros tantos vestidos de negro y con lágrimas en los ojos, ya fuera de verdadera tristeza o hipocresía, daban la última despedida a los ataúdes que descendían hacia los nichos.
En un lugar olvidado en la cima de una colina verde, una modesta tumba con el nombre de Ian Key parecía tenebrosa e impaciente por recibir una visita.
—Hace mucho que no venía, lo lamento —dijo Sophie en voz alta, arrodillándose y destapando la capucha—. Bueno... no sé si las flores te agraden así que te traje esto. —Abrió su bolso y al buscar una pequeña fotografía hizo caer un paquete de cigarrillos—. No, esto no. —Los recogió de inmediato y colocó la fotografía en su lugar, una que había tomado con su celular en el parque, en una ocasión en la que ella e Ian perdían el tiempo en vacaciones—... y pues, estoy intentando dejarlos ¿sabes? Sé que no te gusta que fume, pero bueno, yo que sé, me hacen sentir mejor.
No sabía qué más decir, se mordió el labio con nerviosismo, tenía tanto por contarle y a la vez solo quería gritar y llorar como una niña pequeña.
Sorbiéndose la nariz se recostó en el césped, quería estar cerca de él, tal vez era estúpido considerando que había seis metros de tierra entre ambos y un bloque de cemento, mas esa separación la desesperaba.
— ¿Sabes? Tengo que confesarte algo. Desde hace un mes que salgo con Zack... bueno, más que solo salir, es mi novio, o algo así. Es un idiota, terminaré con él en cuanto lo vea. Los chicos dicen que no le estoy dando una oportunidad, que comparo a todos contigo. Es posible que tengan razón, nunca nadie será como tú, es tu culpa por ser malditamente perfecto. ¿Por qué tuvo que pasarnos esto? Yo solo quería una romántica historia, no un final trágico.... Qué estoy diciendo. —Se incorporó y secó un par de lágrimas de su rostro. Ian estaba muerto, no podía escuchar todo lo que le decía. Era ridículo, estaba enamorada de un fantasma.
Releyó la lápida después de levantarse y se cubrió con la capucha. Empezaba a hacer algo de viento y el cementerio se volvía con el pasar de los segundos en un lugar más macabro.
Ya arrancamos! . Comenten y voten y un panda aparecerá en su habitación para darles un abrazo, si no me creen hagan la prueba y luego me dicen si funcionó o no.
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