Capítulo 2: La Venganza

Estábamos durmiendo tranquilamente cuando escuchamos algunos gritos que venían del pasillo, miré el reloj y eran las ocho de la mañana, Tere y yo nos miramos sonriendo y nos levantamos para ver qué ocurría. Abrimos la puerta de la habitación y salimos al pasillo como todas las demás compañeras, y vimos a nuestras víctimas corriendo por el pasillo con sus caras pintadas y algunas llenas de pintura.

–Chicas, sois increíbles. –susurró Abigail asombrada por nuestra broma. Tere y yo nos sonreímos y chocamos los puños.

–Y aún faltan más bromas, pero solo se las haremos si nos molestan demasiado. –comenté volviendo a entrar a la habitación, ya no importaba qué sucediera, ya había visto que había funcionado.

–Ahora vamos a cambiarnos, tenemos que desayunar e ir a clases.

–Olvidé que teníamos que dar esas estúpidas clases. –dije quejándome mientras elegía la ropa que llevaría.

Nos cambiamos y arreglamos para irnos pronto a la cafetería, de camino veíamos a varias chicas todavía con algún resto de pintura en su cuerpo o pelo y murmurando quien ha podido ser. Nosotras nos aguantamos la risa para evitar que nos descubrieran y nos fuimos rápidamente a la cafetería.

Hicimos cola junto con el resto de compañeros y compañeras para escoger lo que queríamos de desayuno. En una bandeja puse un zumo de naranja, dos tostadas con sobres de mermelada de fresa y mantequilla, y un vaso con leche y cacao. Nos sentamos en una de las mesas más alejadas del resto y comenzamos a desayunar entre risas.

Dos chicos bastante guapos se acercaron a nosotras con una sonrisa y sus bandejas, mis amigas se habían quedado sin habla y solo miraban a los chicos como si fueran una obra de arte.

–Hola, me llamo Maxwell Claire, pero podéis decirme Max. –saludó el chico de pelo castaño rizado y ojos azules. –¿Podemos sentarnos con vosotras?

–Claro. –dije con una sonrisa.

–Yo soy Zac Blair. –se presentó el otro chico, de pelo rubio y ojos verdes con la tez algo morena.

–¿A qué se debe vuestra visita? –pregunté con una sonrisa. Mis amigas seguían como estatuas.

–Sabemos que fuiste tú la de la broma. –lo miré sorprendida, iba a explicarme pero él se adelantó. –Sabemos que has sido tú porque no había pasado nada de esto hasta que llegaste.

–Pero no te preocupes, a nosotros tampoco nos cae muy bien esas chicas. –explicó Zac. –Siempre están ligando con nosotros y se hace muy agobiante, teníamos pensado gastarles una broma para que nos dejaran en paz pero te has adelantado, así que gracias.

–Supongo que de nada. –sonreí divertida. –Nada más llegar empezó a quejarse de mi ropa, tampoco es que ella se vista como si fuera la mejor ropa de todos los tiempos. Parecía un chicle gigante, así que la he apodado Pinky, su vestido era de un rosa muy chillón.

–Eso hemos oído, creo que toda la escuela sabe ya de vuestro encuentro, aquí los rumores corren como la pólvora.

–Acabo de caer que no nos hemos presentado. –reí avergonzada. –Me llamo Celine Blackvour, y las dos estatuas que tengo por amigas son Teresa y Abigail.

–Encantadas. –dijeron al unísono.

–¿Podemos ser amigos? –preguntó Zac con una sonrisa tímida. –Queremos ser amigos de chicas pero siempre lo malinterpretan o simplemente coquetean con nosotros.

–Claro, podemos ser amigos. –sonreí al igual que ellos.

Luego de desayunar nos intercambiamos el número de móvil para estar en contacto, con mucha pereza y muchas ganas de romper una ventana y fugarme, nos fuimos a nuestra primera clase de este infierno. Al ver los horarios me di cuenta de que habían clases que teníamos en común, y otras que eran solo para chicos y solo para chicas, algo machista por su parte pero decidí callar.

Entré en la clase acompañada de mis amigos y nos sentamos en la segunda fila, nunca me gustó estar muy cerca del profesor ni muy lejos, quería algo intermedio y la segunda o tercera fila era la distancia ideal, al menos para mí.

Helen pasó por mi lado con su grupo de amigas y me echó una mirada de odio junto con una sonrisa de superioridad, bufé molesta y de reojo observé como se sentaba al final de la clase y comenzaba a reírse con sus amigas.

–Sois como el perro y el gato. –comentó Teresa viendo lo que había ocurrido hace tan solo unos segundos, ella se había sentado a mi izquierda mientras que Abby estaba a mi derecha. Los chicos se habían sentado en la fila de detrás de nosotras pero estaban ocupados haciendo dibujos en sus libretas.

–También seremos como el agua y el fuego, o el aceite y el agua. Nunca nos llevaremos bien, tenlo por seguro. –dije sacando el libro y la libreta para la clase.

–Te tomamos la palabra. –comentó Abby sacando sus cosas, noté como le sonrió a Tere con una sonrisa divertida.

La profesora entró en la clase y se notaba por su cara que no estaba muy feliz de darnos clase, ella no quería darnos clase y yo no quería estar aquí. Lo mejor para ambas sería dejarnos libres. La profesora amargada comenzó a explicar como debíamos comportarnos en cada situación, lo que decía me empezó a aburrir y comencé a dibujar en mi libreta mientras ella explicaba.

–Señorita Blackvour. –llamó mi atención, la miré con interés y noté que me miraba seria. –Venga aquí para hacer de ejemplo al resto de la clase.

Suspiré y maldije mentalmente, otra cosa que odiaba era salir delante de todos mis compañeros a explicar algo. Sentí todas las miradas en mí y comencé a sudar, esperaba que esto pasara pronto. La profesora me dio un grueso libro cuando estuve a su lado y la miré esperando a que me explicara qué debía hacer con el libro.

–Parece que no me ha estado escuchando. –gruñó bastante molesta.

–Lo que nos enseña es un rollo, normal que no la haya escuchado.

–Pues no aprobarás el examen si sigues con esa actitud, jovencita. –me riñó pero hice oídos sordos. –Debes ponerte el libro en la cabeza y andar con elegancia.

–Como si fuera una estantería andante, no te fastidia. –susurré molesta.

Me puse en la puerta de la clase lista para hacer el ridículo delante de todos. Vi como mis amigos me miraban atentos, y Helen con indiferencia, ojalá se atragante comiendo un guisante. Me puse el libro en la cabeza pero se resbaló, por suerte lo cogí a tiempo, cuando lo conseguí comencé a caminar con cuidado hacia la profesora.

Cuando pasé por su lado, la profesora me pegó en la espalda con una regla de madera. ¡De madera!

–¡¿Pero a usted que le pasa?! –grité molesta. –Casi me rompe la espalda, además que es de madera. Usted está loca.

–A mi no me hable así. Lo que debería haber hecho con el libro es andar con elegancia, no como si fuera una anciana con problemas de cadera. –gruñó molesta.

–¿Usted cree que me importa como ande? Llevo 17 años andando y por ahora estoy bien.

–Por favor, váyase al aula de castigo. –dijo horrorizada por mi conducta. Se tocó la frente angustiada, parecía que le fuese a dar un infarto o algo.

–Con mucho gusto me voy. –caminé hasta mi asiento y recogí mis cosas. –Prefiero estar castigada a dar estas horribles clases de los años setenta.

Salí de la clase con una sonrisa y caminé por el pasillo en silencio hasta llegar a la sala de castigo. Toqué a la puerta y me abrió la persona que menos esperaba ver.

–¿Qué haces tú aquí? –preguntó Ingrid, ella alzó una ceja al ver como venía con mi mochila y una cara de asco. –No me lo digas, la profesora Spook te ha echado de su clase.

–Has acertado, ahora tengo que estar aquí por un tiempo indefinido. –señalé el aula.

Ingrid se quedó en silencio mientras me observaba detenidamente, a los segundos pude observar como una pequeña sonrisa comenzaba a formarse en su boca y no pude evitar sonreír también. Creo que ambas nos íbamos a llevar muy bien, lo presentía.

–Escucha. Se supone que tengo que vigilar a los alumnos que vengan por mal comportamiento, pero conociéndolos sé que nadie a excepción de tí van a venir. Son muy señoritas y caballerosos como para hacer una trastada. Así que... –la miré con una sonrisa maliciosa. –¿Qué te parece si damos una vuelta por el campus?

–¿No cumpliré con mi castigo?

–¿Tú quieres? –rápidamente negué y ella sonrió. –Pues entonces vayámonos. Después de todo mi trabajo es vigilar a los rebeldes, y técnicamente te estaré vigilando aunque no estés en el aula de castigo.

Ingrid me guiñó un ojo y ambas salimos de la clase, dejé mi mochila allí para no ir cargada con ella. La subdirectora cerró con llave la clase por si acaso y subimos corriendo al piso de arriba donde no había nadie, todos estaban en clase y solo pasaba alguien para ir al baño, aunque era poco común según Ingrid. Al parecer ellos se aguantaban las ganas hasta que fuera la hora del recreo.

Estuvimos un rato viendo los instrumentos que habían en la sala de música e hicimos que éramos una banda de música de rock. Vimos como era una clase de arte donde todos los estudiantes estaban bien sentados y haciendo un retrato del objeto que tenían en una pequeña mesa al lado suya.

–Aburrido. –esa fue la opinión de Ingrid.

Luego bajamos al sótano donde cogimos un carro metálico de los que habían en los supermercados, que según Ingrid, su hermana lo había comprado para llevar cosas de un lugar a otro del internado. Cuando salimos fuera del edificio buscamos una zona donde hubiera un poco de cuesta abajo y ambas nos montamos dentro del carro, con una escoba que había cogido Ingrid nos dimos velocidad y luego abrió un extintor para coger más velocidad.

El viento que había gracias a la velocidad hacía que se me quedara la cara congelada y me despeinaba pero no me importaba. Esto era lo más divertido que había hecho hace mucho tiempo. Algunos estudiantes que estaban en clase de gimnasia nos miraban sorprendidos y hablaban entre ellos mientras nos señalaban.

Llegamos hasta el jardín principal donde las ruedas del carro se engancharon en la hierva y caímos al suelo riéndonos divertidas. Nos sentamos en la hierva mientras intentábamos controlar nuestra risa, pero fue mirarnos a la cara y volvimos a reírnos, creo que ambas teníamos un ataque de risa.

–Esto ha sido genial, ¿qué más podemos hacer? –pregunté cuando ya se me pasó el ataque de risa, me levanté y me quité algunos hierbajos que tenía pegados en la ropa.

–Ahora vamos al pueblo, quiero comprar unas cosas.

Dejamos en carro en la entrada del instituto y acompañé a Ingrid al garaje donde los docentes dejaban sus coches. El coche de Ingrid me sorprendió, era un todo-terreno de color azul eléctrico. Me monté como copiloto y me puse el cinturón de seguridad, ante todo la seguridad. La subdirectora apretó el acelerador en la carretera y sobrepasó el límite permitido, por suerte no había ningún coche para que nos estrelláramos.

Al llegar al pueblo aparcó en un parking que había en un descampado y entramos a una tienda que vendía varias cosas. Ingrid compró algunas cosas que necesitaba para el internado pero también algunos objetos de bromas como: pintura, globos, spray de varios colores y otras cosas. Regresamos al internado cantando algunas canciones que ponían en la radio y me las sabía, miré la hora en el reloj del coche y me di cuenta de que me había saltado todas las horas de las clases que tenía.

Vaya primer día.

–Me lo he pasado genial, Ingrid. Excepto que me he saltado todas las clases. –dije con una sonrisa tímida.

–No pasa nada por un día, o dos. –añadió con una sonrisa. –Yo también me lo he pasado genial contigo, debemos repetirlo.

Ingrid aparcó en su aparcamiento del garaje y le ayudé con las bolsas que había comprado. Entramos en el internado mientras hablábamos de lo que podríamos hacer otro día cuando un carraspeo nos llamó la atención, ambas nos giramos y observamos a una mujer de la edad de Ingrid mirándonos de brazos cruzados.

–Parece que os lo pasáis muy bien. –dijo la directora mirándonos seria. Ingrid hizo una mueca de disgusto y yo me mordí el labio mientras miraba asustada a la directora. –A mi despacho, ahora.

Ambas nos miramos temerosas y seguimos a la directora hacia su despacho. Por el camino algunas alumnas y alumnos nos miraban sorprendidos, pude ver a mis amigos que nos miraban extrañados y solo pude sonreír pero más bien me salió una mueca. Cuando llegamos a su despacho en el último piso, la directora se sentó en su silla de cuero negro mientras que nosotras nos sentamos en las dos sillas que habían frente a su escritorio, Ingrid cerró la puerta para más privacidad.

–¿Cómo nos has descubierto, hermana? –preguntó Ingrid mirándola con curiosidad.

–No sois muy discretas que digamos, eso y que varios alumnos me han comentado que han visto a la subdirectora montada en un carro de la compra con una alumna y se han tirado colina abajo. –no pude evitar sonreír ante aquello.

–Disculpe la interrupción pero, ¿usted no estaba de viaje? –pregunté algo cohibida.

–He regresado más pronto porque me preocupaba que la escuela estuviera a manos de mi irresponsable hermana. –Ingrid hizo una mueca de desprecio. –Por ahora vuestro castigo será cortar el césped de toda la escuela, cuando terminéis venid a decírmelo.

–¿¡Todo!? –exclamamos al unísono.

–El internado en muy grande, no nos hagas esto hermana. –se quejó Ingrid. –Soy la subdirectora, debo dar ejemplo y esto no es lo indicado.

–Y como buena subdirectora lo vas a hacer, además montarte en un carro y tirarte colina abajo no es lo suelen hacer los subdirectores. Que mandes en la escuela no quiere decir que vayas a salir impoluta de tus travesuras, pagarás las consecuencias como cualquiera.

–Supongo que debemos hacerlo. –suspiré resignada mirando a Ingrid, de nada valía quejarse, la decisión estaba tomada y hablar más podría empeorar nuestra situación. –¿Qué plazo tenemos?

–Tres días. –dijo Selena, la directora, viéndonos seriamente a cada una. Aunque miraba más a su hermana. –Y no tenéis permitido buscar a alguien para que os ayude o lo haga por vosotras.

–Odio que me conozcas tan bien. –bufó Ingrid cruzándose de brazos.

Salimos del despacho para empezar con nuestro castigo, algunos alumnos nos miraban divertidos y otros con asco. Nos vestimos con un mono de trabajo que Tom, el jardinero nos prestó. Nos enseñó para que servían las herramientas que tenía en la caseta y cogí el corta césped mientras que Ingrid cogió un rastrillo especial para coger las hojas de los árboles que caían.

Me puse unos guantes cuando debía arrancar las malas hiervas y con la máquina no podía, al cabo de dos horas haciendo lo mismo mis manos comenzaban a doler, al quitarme los guantes vi que mis manos comenzaban a ponerse rojas del esfuerzo que hacía al arrancar los hierbajos. Miré a Ingrid y escuché que no paraba de maldecir a su hermana.

–Te odio hermana, ojalá te caiga un rayo. –susurraba con odio mientras arrancaba las malas hiervas.

Estos tres días iban a ser muy largos.

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