Capítulo 18


No me puedo creer que esté escuchando esa voz otra vez. Millones de imágenes vuelven a mi cabeza, millones de imágenes dolorosas y repulsivas de el tiempo que me tuvo secuestrada.
Me flaquean las fuerzas y tengo que sentarme para no caerme de rodillas al suelo. Tengo miedo, no, pánico de lo que me pueda decir. Por eso separo el teléfono de mi oreja y cuelgo sin dudar.
Lanzo el aparato encima del escritorio y me echo hacia atrás. El móvil vuelve a cobrar vida y se ilumina con el mismo número desconocido. Lo dejo sonar hasta que se corta la llamada. Vuelve a insistir y ya no sé dónde meterme.
¿Cómo cojones a conseguido mi número? Y sobre todo no entiendo cómo puede llamarme. ¿No estaba en la cárcel? ¿Cuánto tiempo hace de aquello? No entiendo nada.
El teléfono sigue sonando encima de la mesa de madera insistentemente hasta que por un segundo deja de lucir. Aprovecho para apagarlo pero, en el momento en el que voy a pulsar la tecla lateral, un mensaje con una imagen muy clara aparece en la pantalla. La abro y mi respiración se agita.
En ella aparece Leo atado de pies y manos a una silla de metal. Tiene esparadrapo en la boca y una cinta negra cubriéndole los ojos. Parece estar dormido o drogado ya que su cabeza cuelga hacia delante sin ningún sentido. Mi corazón se altera de tal manera que el miedo se convierte en ira, rabia y ganas de matar a Noa. Debajo de la foto se puede leer “Coge el teléfono!!!!”
En cuanto veo el número otra vez, descuelgo sin dejarlo sonar.
-¡¿Qué cojones le has hecho?! - oigo cómo ríe al otro lado de la línea.
-No creo que te encuentres en la tesitura de hablarme así – responde con rabia - ¿Quieres volver a verlo con vida? Pues sigue mis instrucciones.
-¡¿Tú estás loco?! ¡NO PUEDES MATARLE!
Tengo la sensación de vivir una pesadilla, esto no puede ser real. Lo único que confirma que está ocurriendo de verdad es el corazón latiendo tan fuerte que parece que se me va a salir del pecho. Tiene a Leo, lo ha secuestrado y tengo que ayudarle.
-¡HARÉ LO QUE ME DÉ LA GANA, PUTA!
Intento tranquilizarme para no alterar a Noa y que cometa alguna locura sin poder evitarlo. Respiro profundamente y sigo hablando.
-¿Qué quieres que haga?
-Os quiero a los dos, aquí, para que sufráis como os merecéis – hace una pausa y prosigue – Te espero en el mismo lugar en el que te follé hasta reventar – escucharle hablar así me crea nauseas, pero contengo las ganas de vomitar y sigo escuchando – Tienes media hora. Y, te lo advierto, no hagas ninguna tontería, estás vigilada. Si te preguntan dónde vas, invéntate alguna excusa, pero ven sola o te arrepentirás.
-De acuerdo.
Cuelga y me pongo en acción. Pienso rápidamente, si estoy siendo vigilada es porque no trabaja solo, hay alguien que le está ayudando y sabe que estoy aquí. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que dentro del despacho nadie me puede ver. Abro el primer cajón y cojo lo que sea para defenderme. Encuentro un cúter que usamos para abrir las cajas embaladas, lo dejo encima de la mesa. Recuerdo que en la caja fuerte había un puño americano con el nombre de Teo grabado, marco el código y se abre. Revuelvo entre los papeles hasta que lo encuentro, espero no tener que llegar a utilizarlo, pero con Noa... dudo que a lo único que lleguemos sean palabras. El corazón sigue bombeando con tanta fuerza que puedo notarme el pulso en los oídos. Abro un pequeño armario y saco la ropa de deporte que guardaba aquí de recambio. Con toda la rapidez con la que soy capaz de moverme, me pongo los pantalones de deporte, la camiseta de tirantes y unas deportivas.
Miro la mesa y pienso dónde puedo esconder el cúter y el puño americano. El primero me lo meto en la espalda, sujeto por la cintura elástica del pantalón, el segundo me lo guardo en el sostén, me hace un poco de daño, pero sé que guardándolo ahí no lo perderé. Cojo el móvil, las llaves del coche y salgo con cuidado del despacho.
Las personas siguen hablando unas con otras, sonriendo, comiendo y bebiendo. Dante sigue junto a la salida de la terraza, pero no me ve cuando salgo.
Camino hacia la salida buscando a la persona que me esta vigilando, pero nadie llama mi atención. Sigo mi camino hasta que llego a recepción.
-¿Te vas? - pregunta asustándome Amanda.
-Esto... sí. Tengo que hacer una cosa, enseguida vuelvo – respondo aminorando un poco el paso pero sin detenerme.
No espero a que conteste y salgo del gimnasio. Incremento la velocidad de mis zancadas intentando no llamar la atención. ¿Debería llamar a la policía? Sería lo más sensato, pero me da miedo que me descubran y le hagan daño a Leo. ¡JODER! Ese hijo de puta no se cansará nunca. Me concentro en Leo, tengo que ayudarle, tengo que salvarle la vida. Este pensamiento incrementa mi adrenalina y me pongo en acción.
Monto en el coche e introduzco la llave. En cuanto ruge el motor meto la marcha atrás y acelero para salir del aparcamiento. Conduzco cómo una loca, pero en estos momentos solo puedo ver la imagen de Leo atado a una silla. Gruño con rabia y grito mientras aumento la velocidad del coche. Me gano más de un corte de mangas y seguro que algún insulto de los demás conductores. Consigo no ocasionar ningún accidente antes de llegar a la carretera que lleva a la choza en la que me retuvo hace casi nueve años. Circulo a gran velocidad y miro por los espejos. Nadie me está siguiendo, ningún coche circula ni por delante ni por detrás de mí, la carretera está vacía. Sin aminorar la marcha marco el 112 y pongo el manos libres.
-Emergencias. Mi nombre es Paula. ¿En qué puedo ayudarle? - responde una mujer al otro lado de la línea.
-Mi nombre es Samanta Vargas Casado. - me cuesta pronunciar palabra y estoy sofocada pero dejo claro antes de nada quién soy, por lo que pueda pasar – He recibido una llamada de Noa Gil, quién me secuestró hace años. Tiene a Leo López, también secuestrado, en la misma choza en la que me retuvo a mi.
-Samanta, tranquilícese y dígame dónde esta esa choza – comenta con calma la mujer.
-Está al lado de la playa, en... - intento recordar, pero no me sale el nombre - ¡Joder! - doy un fuerte golpe al volante ante la impotencia.
-Tranquilícese, buscaremos la situación en su expediente.
-¡Tienen que darse prisa! Leo está inconsciente y lo tienen atado de pies y manos a una silla.
-Samanta, me he puesto en contacto con la policía, están buscando los datos y una patrulla ya ha salido.
-¡Dense prisa, por favor! - no sé si lo suplico o lo imploro, pero tienen que hacer algo.
-¿Puede facilitarme algún dato más?
-Sí. Alguien... No trabaja solo, alguien le está ayudando. Cuando me llamó me dijo que estaba vigilada.
-¿Sabe quién es?
-¡SI LO SUPIERA SE LO DIRÍA! - estallo en gritos sin poder evitarlo.
-Tranquilícese, Samanta. – repite – Ya sabemos dónde está la choza, se dirigen unas patrullas hacia allí.
-Por favor, que se den prisa.
-¿Dónde está, Samanta? - pregunta con distinto tono.
-¿Quién?
-Samanta, ¿dónde está usted?
-En la carretera, de camino – contesto mirando al frente.
-¡Deténgase! - ordena.
-¿Cómo? - pregunto incrédula.
-Debe dejar actuar a la policía. Usted no está preparada para lidiar en un caso cómo este – intenta que razone, pero ya es tarde.
-No voy a dejar que le maten. Usted consiga que lleguen pronto, por favor.
-Pero Samanta...
Cuelgo sin dejar que termine la frase. Sé que intentará convencerme de que es peligroso, que debe actuar la policía, pero no me voy a arriesgar a que lleguen demasiado tarde si puedo evitarlo.
Tiro el teléfono móvil en el asiento del copiloto y vuelvo a agarrar el volante con fuerza. Los nudillos se me ponen blancos y las puntas de los dedos rojas. Intento calmarme para pensar con claridad, pero me resulta imposible.
Por mi cabeza viajan un montón de imágenes que mi mente capturó con Leo. Cómo si fuesen en orden cronológico van pasando de una en una, muy rápido, como las diapositivas de mi relación con él. Hasta que llega la última, la imagen de la foto que Noa me ha mandado.
Vuelve la adrenalina con más fuerza que nunca. Jamás me perdonaría que le pasara algo malo a Leo por mi culpa, porque ésto es por mi culpa. ¡Por mi puta culpa!
Veo el camino que lleva a la playa que está cerca de esa maldita choza. Giro con brusquedad creando una nube de polvo alrededor del coche. Vuelvo a acelerar sin importarme los baches que haya en el camino. No me extrañaría nada que se me saliera una rueda, pero ahora nada de eso importa, solo importa Leo. Por fin llego al aparcamiento y paro el coche. Dejo las llaves puestas por si tenemos que salir corriendo de aquí.
Bajo y me dirijo al estrecho camino que lleva a la choza. Voy corriendo, me cuesta respirar y las piernas me tiemblan, pero la adrenalina hace su cometido y me activa.
Al final lo veo. Parecen unos montón de maderos mal colocados y bloques de hormigón con un tejado de placas de uralita, pero dentro se esconde el infierno. Me acerco sigilosa esperando que salga Noa a mi encuentro, pero no es así. Sigo avanzando hasta la puerta, está entreabierta. Me asomo con cuidado y no veo nada, tan solo oscuridad. La empujo un poco y me escondo en un lateral. Dos segundos después vuelvo a asomarme.
Siento un montón de emociones a la vez, pánico, ira, intriga, nerviosismo... Me concentro en la valentía que me ha traído hasta aquí. Tengo que ser lista, más lista que él para conseguir salir los dos de este lugar sanos y salvos. Será difícil, pero tengo que intentarlo.
Entro despacio en la oscuridad pegándome a la pared de la derecha. Un pasillo se extiende ante mi, puedo distinguirlo por la poca claridad que dejan entrar los tablones que cubren las ventanas. Muchos recuerdos se agolpan en mi cabeza, los desecho enseguida para concentrarme en lo que estoy haciendo. Agudizo mis sentidos todo lo que puedo y voy avanzando por el estrecho pasillo.
La primera puerta que encuentro está abierta, cojo aire, me asomo y vuelvo a mi posición rápidamente. No hay nadie dentro. Sigo adelante, todavía con la espalda pegada a la pared. Pero de repente escucho algo.
Unos gemidos casi inaudibles vienen del final del pasillo. Acelero sin precaución hasta allí, paso por dos puertas sin detenerme a mirar en su interior. Cuando llego me detengo al lado de la puerta cerrada. Pego la oreja a la madera y contengo la respiración para escuchar mejor.
Los gemidos se intensifican y mi corazón bombea con más fuerza que nunca. Por un momento pienso que me voy a desmayar, así que respiro profundamente para calmarme todo lo que pueda.
Agarro el pomo y lo giro con suavidad. La puerta no emite ningún sonido y lo agradezco con toda mi alma. Me asomo un poco y puedo ver a Leo en el centro de la habitación luchando por soltar sus ataduras. Parece ser la única estancia de toda la casa iluminada. Miro hacia todos lados y no hay nadie más. Entro a toda velocidad y cierro la puerta a mis espaldas.
Leo comienza a gruñir con más intensidad, pensará que soy Noa. ¿Qué te han hecho? Una punzada de dolor y culpabilidad atraviesa mi pecho. Otra vez descarto esos sentimientos y me pongo en acción.
Corro a su lado y me pongo de rodillas quedando frente a él.
-Leo, Leo, tranquilo. Soy yo – susurro cerca de él.
Se tensa en cuanto escucha mi voz. Con manos temblorosas arranco la tela que envuelven sus ojos y el esparadrapo que tapa su boca. Me mira perplejo, cómo si no entendiese nada.
-¿Qué haces aquí? - pregunta en susurros pero con rabia. Al ver que no respondo sigue hablando – No deberías haber venido, te matará – esta última palabra la dice con los ojos más abiertos que nunca.
-Me da igual Leo, no podía dejarte aquí.
Me giro para cortar las bridas que atrapan sus muñecas y sus tobillos. Saco el cúter de mi espalda pero me detengo en cuanto la puerta se abre de par en par.
Noa aparece con una sonrisa diabólica. Tiene el pelo largo, muy largo,recogido en una coleta y una barba de meses. Perecería un vagabundo si no fuera porque viste unos pantalones vaqueros relucientes y una camisa azul marino. Me fijo en su mano derecha, lleva un arma. ¡Un arma! Su locura llega a unos límites que creí imposibles. Piensa matarnos y no creo que tarde mucho en hacerlo.
El cuerpo de Leo impide que me pueda ver por completo. Sin que se dé cuenta acerco el cúter a la mano de Leo y éste lo coge con disimulo.
-Hombre... - se dirige a mi, su mirada me hace temblar – Mira a quién tenemos aquí.
Todo lo despacio que puedo me pongo en pie con las manos arriba.
-Tenía muchas ganas de verte – asegura con una sonrisa escalofriante - ¿Tú no?
-Para nada – aseguro con calma.
-Ven aquí – hace un gesto con la pistola para que me acerque a él.
Leo empieza moverse desesperadamente en la silla. Puedo ver cómo se le hinchan las venas del cuello y los ojos toman un color rojizo. Se siente impotente, lo sé, a mi también me ocurre.
-¡Ni se te ocurra tocarla, hijo de puta! - grita Leo, pero solo consigue una carcajada por parte de Noa.
-Os mataría ahora mismo a los dos, pero quiero que veas – apunta el arma hacia Leo y yo abro mucho los ojos mientras me pongo al lado de Noa – cómo me la follo delante de ti, aquí mismo – termina la frase como un energúmeno.
-Te juro que te mataré – amenaza Leo.
Noa me agarra con su mano libre por el cuello y me coloca delante de él, con mi espalda pegada a su pecho. Guardo silencio evitando soltar un gruñido.
-No. Te mataré yo, pero antes verás cómo hago gemir a tu chica – le rebate Noa.
La mano que sujeta mi cuello afloja su agarre y pasea por la parte delantera de mi clavícula, metiéndose debajo de los tirantes y frotando con fuerza mi piel. Giro la cara para el otro lado e intento soltarme, pero me apunta con la pistola a la sien.
-¡¡¡NOOO!!! - grita Leo.
-Nos lo vamos a pasar muy bien tú y yo – me susurra la oído – Grita para mí.
Dicho esto mete una mano bajo mi sujetador y me aprieta un pezón con tanta fuerza que no puedo evitar chillar y retorcerme por el dolor. Los ojos se me abren ante Leo, que ve impotente cómo me vuelve a apretar el pecho esta vez con más fuerza. Grito a pleno pulmón otra vez.
Noa se carcajea a mi espalda mientras agradezco al universo que no haya metido la mano en el pecho en el que escondo el puño americano.
-¡PARA! - suplica Leo con los ojos llenos de lágrimas.
Pero las intenciones de Noa son otras. Retira la mano de mi pecho y la pone en mi abdomen. Una arcada se genera desde lo más profundo de mi ser, inspiro profundamente por la nariz y consigo evitar vomitar aquí mismo.
Leo abre los ojos de par en par cuando descubre el trayecto que va a recorrer con la mano.
-Por favor, no lo hagas. Mátame, pero a ella no la toques. Te lo suplico – Leo hace un último esfuerzo por hacerle entrar en razón.
-¡Creo que todavía no sabes quién manda aquí! - vocifera tan alto en mi oído que casi me deja sorda – Te lo mostraré.
Comienza bajando la mano de mi abdomen a mi barriga, de ahí sigue bajando y la cuela dentro de mi ropa. Yo cierro las piernas con toda la fuerza con la que soy capaz.
-Abre las piernas – no  me muevo - ¡Abre las putas piernas o le mato!
Apunta con la pistola a Leo y lo tengo que hacer. A pesar de que Leo niega con la cabeza mientras lágrimas recorren su rostro, lo hago. Abro las piernas y respiro aliviada cuando deja de apuntar a Leo y vuelve a centrarse en mí. Prefiero morir a que Leo sufra cualquier tipo de daño.
-Así me gusta, puta.
Baja más la mano y empieza a tocarme. Vuelven las arcadas y las ganas de vomitar, tengo que concentrarme mucho para no inclinarme hacia delante y sacar todo lo que tengo en el estómago.
Estoy intentando ganar todo el tiempo posible hasta que llegue la policía, pero están tardando mucho. Como no lleguen ahora, no sé cómo terminará esto.
Mueve su cuerpo detrás de mí mientras me toca. Cierro los ojos e intento pensar qué hacer, cómo salir de aquí. Gime de placer en mi oreja y aprieto todavía más mis ojos.
-Sam, te quiero – interviene Leo. Su voz parece vencida, como si se hubiera dado por vencido.
-Te quiero – respondo con los ojos fijos en los suyos.
-Desde siempre – insiste.
-Desde siempre – repito.
Sus palabras me envalentonan y me dan fuerzas. Un leve movimiento en el brazo derecho de Leo me indica que ha soltado el agarre de sus muñecas. No lo dudo ni un segundo y empiezo a actuar.
Aprovecho que Noa tiene la mano izquierda debajo de mi ropa para cerrar las piernas y evitar que la saque. Levanto las manos con fuerza y golpeo la muñeca de la mano con la que sujeta la pistola. Ésta sale volando y cae en la esquina derecha de la habitación. Pero Noa es rápido y me tira de la coleta hasta que caigo al suelo. Sale corriendo a por el arma y aprovecho para coger el puño americano. Frente a una pistola no tengo nada que hacer, pero si consigo acercarme a él lo suficiente antes de que dispare quizá tengamos una oportunidad.
Me levanto mientras me pongo el puño entre los dedos y corro hacia él lo más rápido que puedo. Cuando se gira después de coger el arma no espera que me abalance sobre él.
Me tiro en plancha intentando evitar que llegue a apretar el gatillo, pero oigo un sonido atronador, un disparo. Me coloco encima de él y le golpeo la muñeca hasta que suelta el arma. Parece que no me ha alcanzado el disparo que ha efectuado, o por lo menos no me duele nada.
Con furia comienzo a dar puñetazos en su rostro. Grito y grito a pleno pulmón mientras bajo y subo rápidamente el puño.
Pero un sonido me detiene. Es muy leve, pero lo suficientemente audible como para hacerme parar al instante.
Miro a Leo, sigue sentado en la silla. Ha conseguido soltar sus manos y uno de los pies, sigue sentado. Con la mano derecha se cubre la parte baja del abdomen, la aprieta con fuerza, pero la palidez en su rostro y el color rojo brotando bajo su mano me alertan.
-¡Leo! ¡¡LEO!! - empiezo a llorar cuando me arrastro hasta él – Escúchame, te vas a poner bien – coloco las manos en su herida, pero de ella no deja de manar sangre - ¡Oh, joder! - agacho un momento la cabeza y sollozo.
-Mírame – pide demasiado suave, yo obedezco y miro sus ojos con los míos inundados de lágrimas – Te quiero, preciosa – eso hace que llore aún más fuerte.
-Yo también – hablo con la voz temblorosa – Lo siento tanto, todo este tiempo separados por mi culpa.
-Tranquila – chista para que me calme y recoge mi rostro con sus manos – Recuerda siempre que has sido el amor de mi vida.
-¡No hagas esto! No te despidas de mí, por favor – pongo mis manos sobre las suyas.
Algo llama mi atención. Se escuchan sirenas, lejos, pero cada vez se acercan más. Sonrío y me acerco más a él.
-Lo ves. La policía está en camino. Te llevarán a un hospital y te recuperarás.
-Ojalá tengas razón porque quería vivir mil cosas junto a ti. Te quiero.
-Te quiero.
Dicho esto me dedica una pequeña sonrisa y une nuestros labios. Profundiza el beso y lo saboreo con todo mi corazón.
Algo raro pasa. Leo va disminuyendo la intensidad del beso hasta que cae sobre mí. Separo nuestros cuerpos y me doy cuenta de que ha perdido el conocimiento.
-¡Leo, abre los ojos! No me hagas esto, no me puedes dejar sola, no ahora – vuelvo a sollozar.
Un estruendo me hace levantar la mirada. Cuatros policías entran en la habitación apuntando con sus armas. Yo no pienso en otra cosa que no sea que ayuden a Leo.
-Ayuda, por favor – ruego entre lágrimas – Le han disparado.
Uno de ellos se agacha y me ayuda a tumbarlo en el suelo. Se quita un guante, le toma el pulso en el cuello y llama a uno de sus compañeros.
-Hernández, llévalo ahora mismo al hospital. Está bastante grave – al escuchar esas palabras mi corazón se detiene por un instante.
-Sí, señor – contesta otro policía que, junto con otro, cogen a Leo y se lo llevan. No puedo apartar la vista de él hasta que salen de la choza.
-Señorita, ¿usted está bien? - pregunta inspeccionando mi cuerpo.
-Sí, sí. Yo estoy bien. Por favor, salvarle la vida – ruego desesperadamente.
-¿Quién le ha disparado? - me pregunta.
-Él.
Señalo hacia donde estaba el cuerpo inconsciente de Noa, pero no hay nadie. Tampoco está la pistola. ¿Cómo no me he dado cuenta de que había huido? Estaba tan concentrada en Leo que no me he dado cuenta de lo que ocurría a mi alrededor.
-Ahí no hay nadie, señorita – corrige mirando hacia donde señala mi dedo.
-Se ha ido – digo sorprendida – Hace menos de cinco minutos estaba ahí – aseguro.
-¿Puede decirme cómo era?
Hablo más rápido que nunca para describir físicamente a Noa, el policía asiente repetidas veces y se separa un poco para hablar por el walky que lleva en el hombro.
-A todas las unidades. Buscamos a un hombre, treinta y pocos años, rubio, con coleta, metro setenta y cinco mas o menos. Viste unos vaqueros y camisa azul. Se le acusa de secuestro e intento de asesinato.
Intento de asesinato, intento de asesinato, intento de asesinato... esas tres palabras se repiten en mi mente sin cesar.
Necesito estar con Leo, necesito verle y saber que está bien, que se recuperará. Siento una angustia punzante creciendo desde mi interior. Voy junto al policía y le pregunto ansiosa.
-¿Dónde está? ¿dónde habéis llevado a Leo?
-Tranquilícese, señora.
De tantas veces que he escuchado esa palabra hoy, “tranquilícese”, lo único que consigue es alterarme más. El policía me da la espalda y comienza a hablar con un compañero. Consiguen que enloquezca y me cabreé. Me posiciono justo delante de él y, poniendo las manos ensangrentadas en su pecho, bocifero.
-¡¿Dónde?!
-Al Hospital General Mateu Orfila – responde con calma.
Debe estar acostumbrado a este tipo de situaciones, porque si no no me explico la parsimonia con la que se lo está tomando y que no haga nada cuando me ha visto tan alterada.
Salgo corriendo de la choza y la luz solar me ciega por un momento. El policía me sigue de cerca y grita mi nombre. Hago como que no le oigo y sigo mi camino. Mis intenciones de correr al coche e ir al hospital se ven truncadas cuando veo a la mujer que trae otro agente esposada.
¡Emma! ¡Esa hija de puta estaba en el ajo! ¿Cuánto tiempo llevaban planeando todo esto? Ve rojo, absolutamente todo rojo, la ira me ciega y actúo por instinto.
Me acerco hasta ella y la doy un puñetazo en el pómulo izquierdo. De tan fuerte que la he dado me hago daño, a pesar de eso, vuelvo a levantar el brazo para darla un nuevo golpe. Un par de policías me detienen agarrándome y separándome de ella. La muy perra tiene el descaro de sonreírme con la boca ensangrentada. La mataría ahora mismo, pero tengo mejores cosas que hacer. Escucho lo que dice el policía que la ha traído al que estaba dentro conmigo.
-La encontré escondida detrás de unos matorrales. Supuse que algo había hecho porque intentó huir, señor.
-Llévensela a comisaría – ordena – Ahora.
-Sí, señor.
Bajan por el caminito de tierra que lleva hasta la explanada que se usa como párking. Nosotros vamos detrás. Emma mira de vez en cuando hacia atrás, asegurándose de que sigo aquí.
-Ésto no se acaba aquí – se atreve a amenazar – No parará hasta que os mate.
-Siga andando – le increpa el policía.
Cuando llegamos a la explanada veo que hay seis coches de policía, sin contar al que se ha llevado a Leo al hospital. No era consciente de que hubiera tanta gente.
Meten a Emma en la parte trasera de uno de los coches y arrancan para llevársela a comisaría. Camino rápida hasta mi coche pero el policía con el que he hablado, el que parece que está al mando, cierra la puerta y me impide entrar.
-¿Dónde va? - pregunta serio.
-Al hospital – respondo como si fuera obvio.
-No se encuentra en condiciones de conducir ahora mismo. Está usted muy alterada y podría tener un accidente.
-Me da igual. ¡Necesito verle!
El policía me mira fijamente y calibra sus posibilidades.
-Venga conmigo – dice mientras me agarra suavemente del codo y me lleva con él – Sánchez, encárguese de ésto. Yo llevaré a la señorita al hospital.
-Claro, señor – responde con respeto.
Me dirige hasta otro de los coches que están en la explanada. Abre la puerta del copiloto y monto sin rechistar. Dos segundos más tarde se monta, arranca y enciende las sirenas.
-Así llegará antes y no tendrá ningún accidente – asegura con una pequeña sonrisa.
-Gracias – digo porque soy incapaz de pronunciar más palabras.
El trayecto al hospital se me hace eterno. Veo el exterior pasar a toda velocidad, pero es como si no fuéramos a llegar nunca. Me impaciento y empiezo a mover la rodilla arriba y abajo, con nerviosismo. El policía lo nota y acelera más.
¡Tengo que contárselo a Dante! ¡Y a Delia! ¡A todos! Saco el móvil de la cinturilla del pantalón y busco el nombre de mi amigo. Me lo pego a la oreja cuando empieza a sonar. Uno, dos, tres tonos... ¡Cógelo joder! Parece que me ha escuchado ya que descuelga el teléfono.
-La gente pregunta por ti – responde gracioso.
-¡Dan! Voy camino del Hospital General. Es Leo... - vuelvo a llorar – Noa ha vuelto, le ha disparado.
-¡¿QUÉ?! - se sorprende y grita.
-Estoy en un coche de policía, llegaré en dos minutos. Avisa a todos.
-De acuerdo. A ver... - oigo como corre – Salgo ya.
-Dan... - le llamo con un tono casi inaudible, un tono cargado de dolor.
-Lo sé – me responde con un suspiro y el mismo tono de voz, comprende lo que siento ahora mismo.
Colgamos el teléfono y me vuelvo a centrar en la carretera. El policía no ha dicho palabra desde que hemos salido y yo lo agradezco.
Si Leo muere por mi culpa, no me lo perdonaré jamás. No tendría sentido que el que muriera fuera él, no ha hecho nada. Solo es culpable de quererme durante toda su vida y esperarme como no creo que nadie fuese capaz de hacerlo. La mirada y sonrisa que me ha dedicado antes de besarme eran para que lo recordase como ha sido siempre. Un hombre alegre, entregado, amable y enamorado de una mujer que le ha llevado a estar dónde está ahora. Si no hubiera tenido una relación con Noa cuando llegué a Ciutadella nada de esto hubiera pasado. Su padre es un asesino que se está pudriendo entre rejas y él... él no ha tenido suficiente con el tiempo que ha pasado en la cárcel. Ojala lo encuentre yo, no la policía, porque si lo encuentra la policía volverá a la cárcel y pasados unos años saldrá libre como esta vez. Pero si lo encuentro yo... no sé hasta que punto sería capaz de llegar.
A unos cien metros diviso la fachada del hospital y me impaciento. Froto mis manos y chasco los dedos intentando no agarrar el tirador de la puerta y salir corriendo hacia allí.
El policía acelera y para el coche lo más cerca posible de la entrada. Bajamos y corro hacia el interior, él me pisa los talones. Llegamos a información y, casi sin aliento, pregunto:
-¿Han ingresado a Leo López?
-¿Perdón? - pregunta sin comprender la mujer que se sienta al otro lado.
-Ha llegado un herido de bala hace poco tiempo – interviene el policía y no sabe cuánto se lo agradezco.
-Sí – la mujer busca algo en el ordenador y nos indica – Subid por ese ascensor a la planta dos, es la planta de cirugía. Allí saldrá un médico y os informará del estado del hombre.
¿El estado del hombre? Me cabrea que se refiera de esa manera a el amor de mi vida. Me guardo el enfado y voy tras el policía.
Vamos hacia dónde nos ha indicado y llamamos al ascensor. Cambio el peso de un pie a otro y siguen sin abrirse las puertas metálicas. No aguanto más y abro la puerta que hay justo al lado. Las escaleras aparecen a mi derecha y comienzo a subir los escalones de tres en tres. Cuando llego al segundo piso abro otra puerta y entro al rellano de la planta de cirugía.
Hay mucha gente, demasiada para mi gusto. Todos me miran y susurran entre ellos. Miro mi cuerpo y me doy cuenta de que estoy cubierta de sangre, la pena es que no es mía.
El policía vuelve a situarse a mi lado y avanzamos hasta las puertas de los quirófanos. Intento entrar pero me lo impide. Hago una mueca de disgusto.
-Espera aquí – dice antes de entrar.
Por una vez obedezco y espero. Camino de un lado a otro sin separarme de las puertas. La angustia me supera y grito delante de todos los presentes. Me da igual lo que piensen de mí, que estoy loca o lo que quieran, pero necesito saber que Leo sigue vivo.
Las puertas se abren y aparece de nuevo el policía. Me vuelve a coger por el codo como la vez anterior y me lleva al interior.
-Ven.
Lo sigo en silencio mientras dejamos atrás un montón de puertas. En alguna de ellas está Leo y no puedo evitar mirar por el ojo de buey de cada una de ellas a nuestro paso. Entramos en una sala completamente blanca con dos sillones, una mesa, cuatro sillas y una televisión. Supongo que es una especie de sala de descanso para los trabajadores.
-Siéntate – me ordena señalando uno de los sillones.
-No quiero sentarme – me niego.
Se calla las palabrotas e insultos que iba a decirme y me mira fijamente.
-Enseguida vendrá un doctor a informarnos.
Suspiro y vuelvo a caminar sin sentido. Noto como mis fuerzas flaquean y me empieza a superar la tensión. Una lágrima brota de mi ojo izquierdo. Me la quito con brusquedad y sigo caminando.
No sé cuanto tiempo pasa, pero se me hace eterno, hasta que entra un cirujano vestido con una bata verde en la sala. Me acerco a él rápidamente.
-¿Cómo está? - suplico que me lo diga.
-La bala le ha perforado un riñón y parte del intestino delgado. Conseguimos estabilizarlo pero ha perdido mucha sangre. Le hemos extirpado el riñón izquierdo y parte del intestino. Pero está en coma inducido. Necesita descansar para que su organismo no trabaje y cicatrice antes – concluye.
-En coma...

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