Capítulo 13


Pasan los días y la situación sigue igual. Dante tan solo habla conmigo sobre temas de la empresa, nada más. No sé nada de Kiara desde que me llamó por teléfono para decirme que estaba enferma. Tampoco he sabido nada de Leo, y me alegra no tener que lidiar con él.
Lo que más me duele de todo es no haber tenido noticias de Delia. He intentado contactar con ella, pero no me responde a las llamadas ni a los mensajes. Puede que la avaricia me ciegue tanto que no me deja entender por qué no han seguido las cosas como antes. Si no cambió ni me dejó de lado cuando eramos adolescentes, ¿por qué ahora sí?

Es miércoles y voy camino de la notaría. Teo se enteró de que era mi padre antes de morir, pero no tengo ningún derecho a heredar ninguna de sus pertenencias. No sé que haré al respecto, ahora mismo no me siento digna de nada.

Llego al edificio y es tan frío como imaginaba. En la recepción hay tres sillones de cuero negro con moldura de metal alrededor de una mesa de cristal. De las paredes solo cuelgan diplomas, ningún cuadro que de vida a este lúgubre lugar. Detrás de un mostrador de escayola blanca se encuentra un hombre de unos cuarenta años, con el pelo perfectamente cortado y vistiendo un traje también perfectamente planchado. Me acerco hasta él y enseguida levanta la mirada y me ofrece una sonrisa. Tanta falsa cortesía me dan ganas de vomitar.
-¿En qué puedo ayudarle, señorita? - pregunta con una voz demasiado aguda.
-Me llamaron la semana pasada por la lectura de un testamento.
-¿Cuál es su nombre? - pregunta desviando la mirada a la pantalla de su ordenador.
-Samanta Vargas Casado.
-Aquí está. - afirma señalando en la pantalla después de teclear mi nombre. - Pase por el pasillo de la derecha, es la segunda puerta. La están esperando.
-Vale. - no le doy las gracias por la insinuación de que he llegado tarde, incluso he llegado cinco minutos antes.

Me encamino hacia el pasillo indicado y llamo a la segunda puerta antes de abrir. En cuanto lo hago me pongo a la defensiva al instante ya que siento un millón de ojos centrados en mí y eso me pone muy nerviosa. Carraspeo un poco y cierro la puerta detrás de mi.
-¿Es usted la señorita Vargas? - pregunta el que supongo es el notario, ya que está sentado presidiendo una larga mesa de madera. Es joven, muy joven. Se pone en pié y enseguida me ofrece un asiento.
-Sí, soy yo. Pero venía a...
-Tome asiento por favor.
Me siento donde me ha indicado y guardo silencio. Veo que Gio está sentado en una de las sillas de la misma fila en la que estoy sentada yo. Me sonríe y vuelve a centrar su atención en el notario. Una mujer bastante joven y tan arreglada como el recepcionista trae un montón de sobres de diversos tamaños en una bandeja muy brillante. Parece todo demasiado refinado y extravagante en este sitio, me da repelús. El notario nos comenta que, basándose en las últimas voluntades de Teo, ha hecho la repartición citada en dicho testamento.
Nos va comentando más bases legales y palabrería mientras la mujer comienza a repartir los sobres, cada uno de un grosor. No puedo evitar fijarme en que el sobre más grueso es el último, solo espero que no sea el mío. Pero la mala suerte me acompaña una vez más y la señorita bien vestida me entrega dicho sobre. Suspiro para mis adentros, espero que no me haya oído nadie.
Cuando levanto la vista tengo, otra vez, todas las miradas fijas en mí, esta vez acompañadas de una sonrisa por cada par. Vuelvo a ponerme nerviosa y me revuelvo en el asiento. A estas alturas todos sabrán quien soy, pero no son mi familia, mi familia era Teo, nada más.
El notario me salva atrayendo la atención de toda la sala cuando empieza a explicar el papeleo que tenemos que rellenar.
Vuelvo la vista al sobre. Lo giro entre mis manos y lo vuelvo a girar, pesa demasiado. ¿Qué habrá aquí dentro? ¿Tantas pertenencias tenía Teo? Tal vez solo sea otra carta de despedida. La intriga e impaciencia me está empezando a consumir.

Una hora después hemos rellenado y firmado los papeles necesarios y podemos irnos. Por el rabillo del ojo observo como Gio viene hacia mí. Intento escabullirme, no es que me caiga mal, todo lo contrario, pero no tengo ganas de hablar con nadie, y menos de mi padre biológico. Nuestra relación era nuestra, no tengo que darle explicaciones a nadie. Mis planes se van al garete cuando se sitúa justo a mi lado.
-Hola Sam. ¿Cómo estás? - pregunta sonriente.
-Bien. ¿Tu como estás? - me sorprendo a mi misma siendo educada.
-Bien también. - se hace un pequeño silencio incomodo. - ¿Que tal el trabajo? - demasiado cordial para mi gusto.
-Como siempre. - miro el reloj buscando una escusa para escabullirme. - Lo siento Gio, me tengo que ir.
-¿Tienes mucha prisa? Me gustaría que conocieras a mi familia. Bueno, también es la tuya, ya me entiendes. Lo siento estoy un poco nervioso. Tienen muchas ganas de conocerte. - me ofrece una pequeña sonrisa sincera.
-Lo siento, de veras, pero tengo mucha prisa. - miento sin titubear.
-Esto... de acuerdo. - echa la mirada hacia atrás, donde parecen estar esperando todos y les hace un gesto con la mano para que esperen. - ¿En otra ocasión?
-En otra ocasión. - vuelvo a mentir, no tengo intención de conocer a nuevos familiares en un muy largo periodo de tiempo.

Me vuelvo a encaminar hacia la salida mientras escucho preguntas dirigidas a Gio de gente que no conozco. “¿No quiere conocernos?”, “¿La ha pasado algo?”, “¿No se queda con nosotros?”, son las preguntas que ahora mismo acribillan a mi primo. No me giro cuando cierro la puerta de salida a la calle.
Vuelvo todo lo rápido que puedo a mi casa y dejo el sobre en la mesa del comedor. Voy hacia la cocina y me sirvo una copa de vino blanco. La primera me la bebo de un trago, la segunda de dos y la tercera me la llevo a la mesa.
Lo observo por todos sus vértices y aristas. Es un sobre demasiado grueso para mi, demasiado grueso para las pertenencias de Teo. Le doy la vuelta y puedo leer mi nombre justo debajo del sello distintivo de la notaría. Bebo otro trago de la copa y me dispongo a abrirlo.

Empiezo a leer cosas que no entiendo, bla, bla bla... solo me fijo en los nombres y las fechas. Llama mi atención que Teo los rellenase con mis datos actuales, los de después de la adopción. Debes tener mucha fuerza de voluntad para escribir el nombre de tu hija con unos apellidos que no son los tuyos.

Sigo leyendo...

PRIMERO: Lego a mi única hija, Samanta Vargas Casado (Aba Luna Gómez Sánchez), la totalidad de mi propiedad más preciada, mi Gimnasio. Pongo dos condiciones. Primera, que mantenga en su puesto de trabajo a Leo López, quien me cuidó hasta el último minuto. Segunda, que se siga manteniendo la celebración anual de una comida y/o cena benéfica en el establecimiento. En lo referente al resto de acciones existe una total libertad, pudiendo efectuar cualquier tipo de cambio físico en el establecimiento.

SEGUNDO: Lego a mi única hija, Samanta Vargas Casado (Aba Luna Gómez Sánchez), la finca situada en Basetas número 5, Menorca, junto con la vivienda y todo su contenido. En este caso solo pongo una condición, no dejar morir el limonero que se encuentra situado en la zona izquierda del patio, tiene un poder sentimental enorme, ya que lo plantó Luna Sánchez Ruiz, mi esposa.

TERCERO: Lego a mi única hija, Samanta Vargas Casado (Aba Luna Gómez Sánchez), mi moto  Harley Davidson Sportster 883 de 1998, a la cual aprecio más que a muchas personas. Una condición, no se puede vender.

CUARTO: Lego a mi única hija Samanta Vargas Casado (Aba Luna Gómez Sánchez), el resto de mis pertenencias situadas en la vivienda y el Gimnasio, tan solo excluyendo un cofre de madera situado dentro de la caja fuerte de mi despacho del Gimnasio. Ese cofre es propiedad de Leo López, teniendo que entregárselo en persona Samanta Vargas como mi última petición. El código de la caja fuerte es: 1971, el año en que conocí a Luna.
Mi principal voluntad es que no renuncies a este legado, a ninguno de sus puntos.

Me quedo en shock. Ni siquiera sabía que tuviera una casa en Basetas. Lo de la moto me lo podía llegar a esperar, pero ¡¿El Gimnasio?! ¡Me ha legado el Gimnasio! No me lo creo, esto no puede ser real. ¿Cómo voy a saber llevar un gimnasio? Me cuesta organizar Sam & Kiara's Kitchen, como para compatibilizar ambas. Vuelvo a leer el apéndice primero, “Mi principal voluntad es que no renuncies a este legado”. ¿En serio me está pasando esto a mí? Si las cosas ya iban mal de por si, ahora tengo que organizar mi tiempo entre el catering, el gimnasio y el limonero. Me pregunto cómo será la casa que compartió con Luna, mi madre. ¿Hace cuánto tiempo que no va? Espero que haya fotos o cuadros, algo que me recuerde quiénes eran.

¡Madre mía! Todavía no me creo que sea la dueña del gimnasio en el que tantísimas horas he pasado. Me siento agradecida, pero a la vez asustada y sobrepasada.

Saco el resto del contenido del sobre y hay más papeles y tres juegos de llaves. Los papeles corresponden a las escrituras de la finca, el gimnasio y la moto, todos a mi nombre. También encuentro tres juegos de llaves, uno del gimnasio, otro de la finca y el último de la moto.

Sin pensármelo dos veces guardo las llaves de la finca y monto en el coche. Busco en el Google Maps la dirección y voy hacia allí.

Me desvío de la carretera a un camino de tierra, el coche se balancea con los baches. Al final de éste me encuentro una enorme valla metálica negra y en el centro unas puertas del mismo material y forma, rodeadas de tanta maleza que me dificultan acercarme a la puerta cuando salgo del coche. Quito todos los hierbajos que me impiden avanzar y dejo la entrada prácticamente limpia. Me asomo entre los barrotes y lo que veo me deja muda.
Una casita antigua con la facha de piedra y el tejado cubierto por teja roja con dos pisos de altura se sitúa justo en el centro de la finca. La hierba está muy alta, pero puedo distinguir un pozo también de piedra a la derecha de la casa y los restos de un invernadero a la izquierda. Desde aquí puedo ver el limonero que mencionaba Teo en su testamento. Es pequeño pero se pueden ver un montón de puntos amarillos, los limones están espléndidos.

Saco el juego de llaves del bolso e introduzco la que creo que abrirá el portón metálico. Acierto a la primera ya que es la llave más grande y la única que podría entrar en la cerradura. Abro la puerta derecha lo justo para poder pasar. El supuesto camino que lleva hasta la casa se encuentra completamente tapado por piedras y hierbas de todo tipo. Levanto mucho las rodillas para poder pasar entre la suciedad. La casa tiene aproximadamente las dimensiones de medio campo de fútbol sala pero con dos plantas. En el piso de arriba hay un pequeño balcón que da sombra a la puerta de entrada. Las ventanas son de madera y están bastante deterioradas, a juego con la puerta. Cuatro escalones de madera guiados por unas barandillas del mismo material me ayudan a ascender hasta el porche. El porche es de cemento y piedra, y abarca el ancho de la vivienda. Cojo otra llave para entrar en la casa y vuelvo a acertar.
La puerta chirría cuando la abro. El interior está completamente oscuro, huele demasiado a humedad, lo que me da a entender que Teo hacía mucho tiempo que no entraba. Paso vacilante en busca de un interruptor, pero no encuentro ninguno. Saco el teléfono del bolsillo y enciendo la linterna que lleva integrada. Por fin se ilumina la estancia. Me encuentro en lo que parece ser el recibidor, el suelo es de piedra gris y las paredes de madera y yeso. Un aparador de madera bastante antiguo se apoya en la pared de la derecha, justo debajo de un espejo cubierto por telas de araña. Encima del aparador hay dos marcos de fotos, parecen ser de plata. Cojo el primero y limpio el polvo acumulado. Sujeta una imagen de mi madre biológica, Luna. En la foto debía tener unos diecinueve años y es cierto que me parezco bastante a ella. Tengo el mismo pelo rizado y la misma sonrisa que tenía en aquel entonces. Pero la veo muchísimo más guapa que yo. Cojo el segundo marco y repito la operación. En éste aparece un Teo que casi no reconozco, tendrá unos veintitrés años y está muy sonriente, como nunca lo había visto. Acaricio su mejilla con la yema de mis dedos. Lo echo tanto de menos. Coloco las fotografías donde estaban y sigo avanzando.
La puerta que se sitúa junto al aparador me lleva hasta lo que parece ser la cocina. Una vieja pila de piedra bajo la ventana que da al exterior está completamente llena de suciedad, el suelo cubierto de hojas secas que parecen haber entrado por la ventana rota y la mesa junto con las sillas siguen en pie.
Salgo de la cocina y me dirijo a una puerta que está justo enfrente. Esta está cerrada y al abrirla también chirría por las bisagras oxidadas. Por los dos sofás tapados con sabanas y la mesa de centro sé que estoy en el salón. A mi derecha se encuentra una gran vitrina con copas, vasos y juegos de café y té. Abro la puertecita de abajo y no hay nada dentro. Hay una mesa camilla en la esquina opuesta, justo entre las dos ventanas que dan al exterior. Las contraventanas parecen estar rotas, pero dejan entrar algo de claridad a la sala.
Una puerta junto a la vitrina da a una habitación con ventana a la parte trasera, es pequeña en comparación con el salón, tendrá unos nueve metros cuadrados. En ésta no hay absolutamente nada, ni una mesa, ni un reloj, ni siquiera una silla.
Vuelvo al recibidor y entro por la puerta que se sitúa junto a la de la cocina. Es un baño. Lo que más llama mi atención es la bañera blanca con grifos de cobre que está justo debajo de la ventana, es preciosa.
Hay una puerta debajo de la escalera. Al abrirla me encuentro con lo que debía ser la despensa. Las tablas ancladas a la pared en forma de baldas están completamente vacías.
Subo a la planta de arriba donde las barandillas ya son inexistentes, solo quedan restos de madera distribuidos por los escalones y por el suelo de la planta baja.
Me encuentro otra estancia diáfana de donde salen cuatro puertas, dos a cada lado, y un ventanal de madera justo enfrente que da salida al balcón.
Entro en la primera puerta de mi derecha. Es una habitación con una cama pequeña de estructura metálica, un armario y una mesita de noche. No hay ni fotos ni cuadros colgando de las paredes.
La siguiente puerta de la derecha da a otra habitación, esta vez con dos camas individuales situadas cada una en una de las paredes opuestas. Hay un armario un poco más grande que el que está en la otra habitación y dos mesillas de noche, cada una junto a una cama. En este cuarto las contraventanas están en el suelo, y entra luz suficiente como para ver un reloj de cuco junto a la puerta.
Paso a las habitaciones del otro lado, empezando por la que está junto a las escaleras. Abro la puerta y me encuentro con otro baño, de las mismas dimensiones que el otro. Hay otra bañera idéntica a la de la planta baja y situada en el mismo lugar, bajo la ventana.
Salgo para entrar por la última puerta. En cuanto entro se me corta la respiración. El resto de la casa carecía de fotos, cuadros o cualquier tipo de decoración, pero en esta habitación, la principal, no encuentro un hueco libre donde poder colgar algo. Me acerco a las ventanas e intento abrir las contraventanas, pero están atascadas. Tiro con más fuerza hasta que las arranco de las bisagras. Ahora entra tanta luz que no necesito la linterna.
La cama de matrimonio de estructura de madera es enorme, medirá casi dos metros de ancho y lo mismo de largo, parece hecha a mano. A cada lado del cabecero hay una mesita de noche, con un marco de fotos en cada una y una lamparita de cristal. En la pared opuesta a la cama un tocador con espejo parece sujetar la pared repleta de cuadros, unos grandes y otros pequeños. En la pared opuesta a la ventana está el armario, con cuatro puertas es el más grande que he visto nunca. Una lámpara de araña pende del techo resquebrajado. Parece que va a caer en cualquier momento para romper el suelo de madera que tengo bajo mis pies.
Llama mi atención el cuadro colgado encima del cabecero de madera. No es rectangular, si no cuadrado. Me subo a la cama como puedo y paso la mano y el antebrazo para quitar la acumulación de polvo. Puedo distinguir una cara en él. Sigo limpiando y me separo un poco para poder observarlo mejor.
Es una foto, una foto enorme en blanco y negro de mis padres biológicos. Teo está sentado bajo lo que parece un limonero y Luna se sienta entre sus piernas, los dos mirando a cámara. En esta foto Luna tendría unos veinticinco años. Está hermosa con un vestido suelto que le cubre hasta la rodillas, justo donde cruza las piernas. Lleva un lazo anudado al pelo de la misma tela que el vestido. Teo tiene la camisa remangada hasta los codos y abraza por la espalda a su mujer. Se los ve felices, muy felices.
A medida que bajo por las escaleras veo cada vez más imposible renunciar a esta casa. No por avaricia, si no porque me ha encandilado. Me ha enamorado la idea de la vida que se vivió aquí, no duró mucho, pero se nota que fue intenso.
Salgo al jardín y voy hacia el limonero. Creo que es el mismo limonero de la foto de arriba. No me extraña que quiera que lo cuide, significaría mucho para él.
Me abro paso entre la maleza hasta que llego al tronco. Lo toco y es firme, el olor a limones frescos inunda mis sentidos. Me siento en el mismo sitio en el que estaba sentado Teo en la foto, cierro los ojos y me relajo.
Podría vivir aquí. Podría aislarme del mundo y dejar todo atrás. Podría plantar un huerto y criar gallinas. Podría crear una vida igual a la de Hannah, la protagonista de mi libro favorito, cuando era pequeña, solo que sin familia. Podría crear aquí mi propio universo. Pero eso no es posible, lo sé.

Media hora después vuelvo a mi coche con una sensación de calma prácticamente desconocida para mí. Hacía mucho tiempo que no me sentía así. Siento que esta casa ya es un hogar para mí.

Los días pasan y he empezado a coger la moto de Teo. Es increíble la potencia que tiene y la adrenalina que me produce. Nunca se la dejó a nadie en vida y conducirla es como tener un pedacito de él conmigo.

Por fin llega el viernes, lo he estado esperando toda la semana. Necesito salir y emborracharme, tal vez buscar un hombre, y desahogarme con él.
Un último vistazo en el espejo antes de salir de casa y ya estoy lista. Ya no hay vestidos, ni tacones, ni maquillaje. Ahora tan solo hay una mujer con pantalones cortos vaqueros, camiseta de tirantes, una chaqueta de tiras de tela y unas sandalias cómodas. Donde voy tampoco hace falta más.

La música del chiringuito de la playa se escucha a dos manzanas de distancia. Una multitud de gente se agolpa junto al agua del mar. Se celebra una fiesta en la playa y yo no me lo podía perder.

Antes de ir a la barra para pedir un cubata, analizo por dónde puedo llegar antes. A la derecha un grupo de chicas de unos veinte años están pidiendo chupitos, en el centro un grupo de parejas espera a que algún camarero los atienda y a la izquierda unos chicos de más o menos la misma edad que las chicas de la otra punta están bebiendo cerveza directamente de unas jarras. Está claro, voy por la izquierda.

-Paso - digo mientras los empujo un poco para llegar a la barra. - Gracias - agradezco sin dirigirme a nadie directamente. - Camarero, un chupito de tequila y un Bombay tónica.

El camarero enseguida me sonríe y comienza a preparar mi pedido. Está bastante bueno, de mi edad y moreno. Ayuda que se haya quitado la camiseta por el calor, el sudor que circula por su abdomen lo confirma.

-¿Que hace una chica como tú en un sitio como este? - pregunta alguien a mi derecha. Me encuentro con uno de los chicos jóvenes que estaban bebiendo cerveza.

-He venido buscando problemas. - sonrío por mi ocurrencia.

-¿En serio? - pregunta el chico sin entender.

-Si no te sabes la canción no intentes ligar con ella. - suelto cortante.

-Tranquila mujer, que sólo quería pedir una copa. - dice para defenderse.

El camarero y yo nos miramos con una sonrisa por el corte que le he dado al chaval. Termina de servirme las bebidas y me tomo el chupito de un trago.

-Te invito. - digo sin mirar al chico.

-No hace falta. - parece incrédulo.

-De acuerdo.

Cojo mi copa y voy hacia la arena que hace a su vez de pista de baile después de pagar al gracioso camarero. Una multitud se agolpa y se mueve a ritmo de la música techno. Me meto entre todos y comienzo a bailar. Cierro los ojos y siento como aumenta el calor de mi piel y empiezo a sudar.

Copa tras copa va pasando la noche. Se me ha acercado algún que otro baboso buscando lo que he salido a buscar yo, pero esta noche no tengo claro qué me apetece.

Sigo bailando cuando ya no queda casi nadie. Solo los últimos rezagados que no tenemos otra cosa que hacer. Diviso a lo lejos al chico que intentó ligar conmigo cuando pedí la primera copa. No sé cuantos años tendrá, pero menor de edad seguro que no es. Tiene su encanto, con barba de una semana, el pelo moreno desordenado y una vestimenta parecida a la mía. No parece tener ningún tipo de vergüenza, esta bailando como loco de lado a lado. Dudo por un segundo si esta noche podré tener algo con él, me apetece sexo y no tiene pinta de buscar ataduras después de follar con una chica.

Me acerco lo justo para llamar su atención. No hay mucha gente alrededor, así que la capto de inmediato. Está sonriendo cuando me ve, pero su gesto cambia al instante a uno más sensual. Nuestras miradas conectan y sé lo que tengo que hacer. Es un crío para mí, pero la edad ahora mismo me importa una mierda.

Levanto mi cubata y le sonrío, él hace lo mismo. Con el dedo índice le tiento a venir, cosa que parece dudar por un segundo, mira hacia atrás por si no me refiero a él, cosa que me hace sonreír e insisto con el dedo. Se acerca temeroso pero con algo de pasotismo. Esa aptitud me hace gracia y no puedo evitar reírme cuando llega a mi encuentro.

-¿Qué te hace tanta gracia? - pregunta risueño.

-Tú – digo sin más.

-Ah, vale. Pues a mi no – le he molestado.

-Lo siento – digo todavía sonriendo. - Te invito a esa copa, no volveré a aceptar un no por respuesta.

-Si insistes... - se da por vencido.

Me agarro a su brazo para dirigirnos a la barra donde sigue mi amigo el camarero que, en cuanto nos ve, sonríe y niega con la cabeza.

-¿Qué os pongo? - pregunta mi camarero favorito.

-A mi lo de antes y a mi nuevo amigo... - dejo en el aire para que responda.

-Un ron con limón. - parece nervioso.

-Y bien, - digo cuando el camarero empieza a preparar las bebidas. - ¿qué hace un chico como tú en un sitio como este?

-Disfrutar de unas vacaciones con los colegas. Estamos celebrando el fin de exámenes. - sonríe orgulloso. - Gracias. - le dice al camarero cuando nos entrega las copas.

-Fin de exámenes de ¿qué? - así puedo saber su edad.

-Segundo de Magisterio. - está orgulloso, se nota.

-Bien, entonces eres mayor de edad, menos mal. - sonrío.

-Claro, tengo veinte años. Puedo hacer lo que quiera. - tienta a la suerte.

-¿Lo qué quieras? - le provoco.

-Lo que quiera.

-¿Qué quieres hacer ahora mismo? - bebo de mi copa esperando que se le ocurra alguna locura.

-Pues... - lo piensa unos segundos, me mira fijamente y responde. - besarte.
-Y ¿a qué estás esperando?

Dejamos los vasos en la barra y nos miramos fijamente. No voy a dar el primer paso, es un chaval y tiene que darlo él, así aprenderá para el futuro, a las mujeres nos gustan los hombres decididos y puede convertirse en todo un experto. Me chupo el labio superior y se lanza. Nuestras bocas están frescas por el hielo y se compenetran al instante. Besa de maravilla, muy muy bien. Sus manos viajan a mi culo y lo aprietan con ganas, parece tener experiencia en este sentido, no tiene pinta de ser virgen. Le saco unos añitos pero se maneja bien. De su boca paso a su mandíbula, después a su cuello y termino dándole un mordisco en la clavícula. Parece desatar su lujuria un poco más. Ahora me besa con más ímpetu y fuerza, tiene ganas de llegar al siguiente paso.

Alguien se nos acerca, creo que es uno de sus amigos. Me separo un poco.
-Nosotros nos vamos, ¿tu que vas a hacer? - pregunta el amigo sin quitarme ojo de encima.

-Me quedo con ella. - sigue sin quitar sus manos de mi culo.

-Ok. Luego nos vemos. - se despide.

Vuelve a besarme con lujuria. Pero algo en lo más profundo de mi interior me hace preguntarle si es realmente lo que quiere.

-Un momento, para. - separo nuestros cuerpo para que me escuche.

- ¿Estás seguro de ésto? Yo no quiero nada serio. Solo quiero echar un polvo y cada uno para su casa.

-Claro, claro. - vuelve a lanzarse como un león y yo pierdo el hilo de lo que estaba preguntando.

-Ven.

Le agarro por la mano y vamos en busca de algún lugar donde poder montárnoslo sin que haya interrupciones. No sé por qué, pero terminamos en mi casa.

Enciendo la luz de la mesita de mi habitación, él se queda parado en el umbral, duda entre entrar o no. Me quito la chaqueta suavemente y la dejo caer al suelo, pero sigue pétreo en la puerta. Agarro el bajo de mi camiseta de tirantes y me la quito de un tirón. Por fin consigo que reaccione y venga conmigo a la cama.
Nos convertimos en manos, lenguas, y sentidos. No sé de dónde es, no sé quién es, ni siquiera sé su nombre, pero le necesito dentro de mí más que nada en el mundo.

Dos horas después hemos agotado nuestras fuerzas. Bueno, en realidad se me han acabado las ganas de estar con él, ha conseguido que me corra tres veces y por hoy es suficiente.

-Creo que deberías irte - le suelto mientras estamos tumbados en la cama.

-Pero... - titubea.

-Mira que me lo estaba imaginando - digo para mí mientras me siento en el colchón. - Vamos a ver, ¿qué quieres? Ya te he dicho antes que no hay nada serio, solo follar y cada uno a su casa.

-¿No me puedo quedar a dormir? - todavía está desnudo y tirado en mi cama.

-No.

-¿Por qué? Mañana por la mañana me voy.

-¿En serio? - no me lo puedo creer.

-Y tanto. Con un pedacito de colchón me vale – se acurruca en un lado de la cama y cierra los ojos.

-Ey, ey, ey, no te duermas – le empujo un poco pero ni se inmuta. - Esta bien, pero en cuanto amanezca te quiero fuera de mi casa.

Me tumbo a su lado, dándole la espalda y me quedo dormida al instante.

Tengo mucho calor, demasiado para no estar tapada. Un brazo me rodea la cintura y abro los ojos de par en par. ¿Qué está pasando? Me giro y una sonrisa bobalicona me saluda. ¿Qué hace él todavía aquí? Me levanto rápidamente y cubro mi cuerpo desnudo con la sábana.

-¿Qué haces todavía aquí? - pregunto al chico de anoche.

-Mmmm – ronronea mientras se estira. - Buenos días a ti también – sonríe con los ojos hinchados por el sueño.

-Creí haber dejado muy claro que no te quería aquí por la mañana – los brazos en jarra y mi ceño fruncido no le amedrentan.

-Para haber tenido tres orgasmos ayer, hoy te has levantado de muy mal humor.

-¡Esto tiene que ser una broma! - mi cara de incredulidad total le hace gracia y vuelve a reír.

-No te hagas la dura conmigo y vuelve a la cama, solo un ratito. Si vienes, volveré a hacerte eso con la lengua, eso que te volvía loca – levanta una ceja en mi dirección y es el colmo de los colmos.

Cojo lo primero que veo, mi libreta del trabajo, y cargo para tirársela directamente a la cara.
-¡Espera, espera! - pone sus manos delante para evitar que lance la libreta. - Era una broma, ya me levanto.

Vuelvo a dejar la libreta donde estaba mientras se levanta de mi cama. Cuanto empieza a vestirse me voy a la cocina a preparar el desayuno. Unos segundos después asoma la cabeza por la puerta.

-¿Puedo desayunar contigo?

Insiste en sacarme de mis casillas, pero por una parte me resulta divertido. La manera en que se toma todo a guasa y no le da importancia a nada de lo que le diga me crea cierta envidia. Me cae bien el chico, no lo voy a negar.

-Siéntate, anda – sonrío y pongo un plato y una taza frente a la mía.

-Gracias – toma asiento. - ¿Te puedo preguntar una cosa? - dice mientras le sirvo leche en la taza.

-Ya lo has hecho.

-Otra pregunta – sonríe.

-Claro.

-¿Cómo te llamas?

-Natalia – miento.

-Yo Pablo, encantado – sonríe con media magdalena en la boca.

-¿Esa era la pregunta?

-Sí.

-Am.

-¿Qué esperabas? - coge otra magdalena.

-Pensé que me preguntarías por mi edad, sinceramente.

-Ya que has sacado el tema...

-Ni se te ocurra preguntar – amenazo con la cucharilla del café apuntándole.

-Está bien, tranquila, no lo haré – bebe de su taza en señal de rendición.
Charlamos un buen rato, sobre todo de él. Es de Zaragoza y ha venido de vacaciones a Ciutadella con unos cuantos amigos de la universidad, se quedarán una semana más y después volarán a Ibiza. Sus padres tienen bastante dinero, pero al chico no le falta inteligencia. La carrera se la pagan sus padres, pero las notas altas las saca él solito.

-Entonces mi amigo José pensó que era mejor venir aquí primero – comenta.

-Buena elección la de tu amigo.

-Le tengo que agradecer el insistir tanto, si no... no te hubiera conocido – entra en palabras peligrosas.

-Pablo...

-Lo sé, solo digo que lo hemos pasado bien.

-En eso estamos de acuerdo – sonrío.

-Y además...

La puerta de entrada nos interrumpe. ¿Quién será? La única persona que tiene llaves de mi casa es Dante. Espero que no venga para echarme otra bronca, creo que ya he tenido suficiente.

-¿Estás casada? - pregunta Pablo con cara de sorpresa.

-¡Claro que no! No sé quien puede ser – salgo de la cocina para descubrir quién es. - Quédate aquí.

-Ni hablar, yo voy contigo – pongo los ojos en blanco pero no me niego.

Caminamos por el pasillo en dirección al salón. Oigo unos pasos suaves, parecen estar recorriendo la estancia. Seguro que es Dante esperando para darme un escarmiento. Pero no...
No me puedo creer que tenga el valor de venir aquí, ésta ya no es su casa. Pablo se pega a mi espalda cuando la enderezo y cruzo los brazos. Estoy muy cabreada, demasiado para mi personalidad actual.
-¿Qué cojones haces aquí, Leo?

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