Capítulo XXIV

La lucha había comenzado al fin, los desterrados daban rienda suelta al filo de sus impulsos sangrientos guardados y reservados por tanto tiempo en una simbólica caja dentro de ellos mismos que parecía no tener fin.

El fuego se alzaba como un telón de teatro a punto de comenzar para dar a luz a una linda obra con actores perfectos que danzaban sobre el escenario buscando la atención del espectador. Pero la diferencia de esta obra, era que sus actores eran demonios y seres infernales, que danzaban al filo de sus garras y locura demencial sedienta de venganza, las actuaciones eran golpes brutales, y la decoración principal, era la sangre.

Los demonios parecían multiplicarse para sufrir la agonía del limbo a manos de los desterrados quienes daban a vasto suficiente para luchar, viéndose reflejada su adrenalina en sus movimientos certeros y sin patrón alguno, dando arañazos y utilizando sus atributos a diestra y siniestra.

El piso bajo nosotros temblaba de rabia y enojo, causando que todo aquel que estuviera sobre el, cayera estrepitosamente al suelo, rebotando para golpearse con dolor.

Tras no hallar a nuestro objetivo, infiltrarnos en los confines del infierno no sería para nada complicado, pero eso, ni siquiera fue necesario.

El trono de Satán que ya se veía demasiado grande sin necesidad de destacarlo, se tornó mucho más grande y parecía respirar, palpitar, parecía tener vida propia, pero claramente no lo tenía.

Eran las almas, ellas palpitaban y luchaban en tono de rebelión por ser liberadas de su eterno exilio, ellas empezaban a crear vida desde sus propias fuerza para la liberación, causando que la silla reventara en una explosión, y el trono deshizo en masas de almas que caían al piso como agua y comenzaban a revolotear en el aire. 

Los gritos dolorosos de las almas derrochaban agonía en sus tonos, locura, y dolor. Los millones de almas que se encontraban parecían abejas rodeando una colmena, rostros humanos rodeados por un humo color verde fosforescente, incluyendo las almas que había traído yo, deambulaban perdidamente en el aire originando una especie de masa sollozante.

Satán apareció bajo nosotros, mostrando como era dado a luz por la tierra, abriéndose paso con fuego, engrosándose totalmente. Si cuando me desterró era enorme, ahora, lo era 10 veces más.

Dobló sus brazos y enroscó sus dedos enterrando sus propias garras en sus palmas, expulsaba humo que ayudaba a balancear ese maldito arete, el cual me ardían las manos por tenerlo. Sus ojos que antes eran de un negro que parecía no tener fondo, ahora resplandecían de un color rojo flamante que se difuminaba con su piel.

Su cuerpo fulminante de ira y humeante, daba impresión de acabar con todo con solo chasquear sus dedos, miraba con lentitud a a su alrededor. Cruzó el mar de sangre hacia el otro lado sin siquiera mojarle la mitad de sus malditas pezuñas.

El chapoteo de sangre cayó sobre algunos desterrados y demonios dejándolos siniestramente decorados, pero no lo suficiente para distraer la misión. Se mantenían firmes y la presencia de Satanás no parecía ser de mayor importancia, al contrario, mientras más le miraban, más enfurecidos parecian.

—¡¿Quién es tan valiente para acribillar mis tierras?! —gritó con furia extendiendo su cuello y caminando lentamente pisando todo aquello que tuviera la mala suerte de cruzarse en su camino.

—¡No dijiste que se encogería! ¡Eres un idiota Ignon!

—Pero... —Ignon parecía frustrado, la expresión en su rostro daba a conocer su asombro y furia, parecía querer acribillarle a como dé lugar, aunque un pequeño error significara la muerte y un fin quien sabe dónde.

Sclauss cabalgó tras él, parecía cegado y eufórico, su armadura a la que estaba sujetada, se tornó caliente y quemó mis dedos, la adrenalina de Sclauss creció a mil.

Varios de los desterrados fueron tomados por las manos gigantes de Satán y lanzados con furia hacia el piso, que causaban una grieta con sus propios cuerpos y terminaban cayendo a los confines del infierno.

Las almas liberadas le rodeaban casi como moscas, eran atraídas hacia él  cómo polillas a la luz. Era como una especie de danza rodeando su cuerpo y a Satán, no parecía importarle.

Sclauss que cabalgaba con decisión sin prestarle atención a nada, ni siquiera a mis gritos, se detuvo de golpe tras la espalda del rey de los demonios.

—¡Padre!

Satán volteo lenta y vagamente, parecía incrédulo y buscaba entre los desterrados y demonios a quien era su hijo. Tirado en el piso, tras el terremoto que causó la salida de satán al infierno, Crenix se hallaba casi agonizante alzando una pequeña daga en su mano, como si pudiera enfrentarse con su padre acostado y con sus últimos alientos.

—¿Qué es lo que haces aquí?

—Vengo a —escupió un poco de sangre —enfrentarte.

Una risa rebosante de burla rebotó en las paredes y dentro de mi cabeza.

—¡Eres menos que nada! ¡Una deshonra! ¿Cómo te atreves a enfrentarte a mí con ese cuerpo?

—Con este cuerpo te detendré.

Increíblemente Crenix se puso de pie, con ayuda del ala de su ave quien aún seguía enorme. La daga brillaba en su mano, un vistazo a ella de parte de Crenix causó que ésta se prendiera y se volviera anaranjada, como si hubiera estado en el fuego por horas.

El ave lo elevó sobre una de sus alas y se acercó en picada hacia su rostro.

Crenix se encontraba apoyado en su rodilla y con la daga en su mano izquierda, Satán parecía preparado para lanzarle un manotazo certero y tajante, pero su lentitud lo impidió, y provocó que Crenix le abriera una herida flameante en su mejilla.

El ave con mucha gracia dio la vuelta y llegó otra estocada en su nuca. Satán volteó su cabeza, buscándolo por los aires, levantó un trozo de tierra con esa fuerza invisible destacable en él y le prendió fuego. La lanzó con furia sobre el ave, pero al volverse enorme, su lentitud creció con él.

Solo esa acción originó distracción suficiente para que Crenix volviera a apuñarle, pero ahora, en su ojo.

Sclauss tomo fuerza quien sabe de dónde, para elevarse en el aire conmigo agarrada a duras penas por su cintura. Como si no tuviera más opción que esa, pero yo misma seria quien quebraría mi propio destino.

Al habernos detenido sobre la inmensa cabeza de Satanás que rebosaba sobre ella sus maravillosos cuernos, me lancé en picada con dirección a su cabeza, mi adrenalina junto con mis ganas de destruirle por haberme desterrado de la manera más dolorosa y malévola posible, fueron más grandes que mi temor y mi sentido común.

Pero el solo hecho de haberle tocado siendo una desterrada, provocaría una gran lucha, y no me refiero con enfrentarle a él, si no que conmigo misma, con mis antiguos dolores, con mi antiguo sufrimiento, con mi vida como humana, con mis propios recuerdos.

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