Mi última señal

Observo la llama que surge del encendedor. El vaivén me hipnotiza transportándome hacia aquel fatídico día en que inicié el incendio.

De niña el fuego me cautivó en una noche de tormenta, cuando la luz de toda la ciudad quedó en nada. Con mis padres nos refugiamos en nuestra antigua casa, en el sótano esperando que la tormenta pasara. Estábamos a oscuras, con frío y miedo. Papá buscó entre las cajas una linterna, pero todo lo que consiguió fueron velas.

Con una cerilla las encendió.

Sin embargo, no fue lo único que encendió. Algo pasó en mi interior, algo con aquel fuego cautivante que llenó mi pecho.

Nunca vi algo tan hermoso.

Me volví adicta a él, a contemplarlo como si mi vida dependiese de las pequeñas llamas que recién me atrevía a iniciar.

Siempre se me dijo que el fuego era malo, que el fuego acarrea destrucción. Pero para mí... era vida. Era luz.

Comencé con cosas pequeñas, curiosa por saber qué reacción tendría contra tal poderoso ser. Y así fui acarreando cosas más grandes. Creí que el fuego era una entretención, mi interés silencioso, como una mascota.

El fuego no se puede controlar, y así las cosas se salieron de su control. Tanto, que decidió llevarse consigo la vida de mi familia y parte de la mía.

Aun así, no puedo verlo como el culpable de aquellos hechos, la culpa es netamente mía.

La carga sobre mis hombros creció de tal forma que un día no pude aguantar más con el estrangulamiento de mi gran secreto, así que le confesé a Nano qué ocurrió. Le dije que desde hace mucho tiempo quería saber cómo se consumían las paredes, el piso, la ropa, el plástico; le dije que era curiosa y por eso inicié el fuego. Yo quería ver todo arder solo para saciar el despertar de mi curiosidad. Por eso, temprano por la mañana, cuando Cali, papá y él dormían, lo encendí todo.

Nano no pudo perdonarme, tampoco pudo con aquel trágico día, ni con las quemaduras, por eso intentó escapar. Ahora de mi hermano solo queda un cuerpo durmiente en el hospital y quien fue antes del fatídico día.

Todo es mi culpa.

Intenté sostenerme de algo, ignorar lo sucedido, visitar a Nano pretendiendo que no soy yo el monstruo de la historia.

Ya no puedo más. Si Thomas se involucró en mi vida, es para que jamás olvide lo que hice.

Busco mi celular. En mi lista de canciones, selecciono a gran obra maestra de Queen: Bohemian Rhapsody. Si con Queen me despertaba, me dormiré con ellos.

Las voces hacen eco entre las paredes del desolado y oscuro séptimo piso. Con ellas, la distracción por el olor a gasolina disminuye.

Dejo el celular en el suelo para recoger el periódico enrollado y encenderlo.

Inspiro hondo, con ambas manos temblándome.

Mama, just killed a man.

Put a gun against h-

La música se detiene, en su lugar la melodía que tengo para la llamada entrante suena. En la pantalla visualizo el nombre de Thomas.

¿Qué hago?

Miro la llama del encendedor a centímetros de tocar las hojas del periódico.

Decido responder.

—Buenas noches, mi nombre es Thomas Morgan. Estoy llamando desde mi celular para ofrecerle una segunda oportunidad a la vida y entienda que en este plano a alguien más le importa.

Es como el discurso que le di la primera vez que hablamos.

—Por favor —insiste agitado—. Me dijiste que siempre hay un motivo por mantenernos en pie.

—Y te dije hace un par de minutos que todo fue una actuación. Sí, siempre hay algo por lo que luchar, pero si no existe la motivación, la fuerza de voluntad para hacerlo... esa motivación no es nada.

—¡Tú no eres nada! Y tienes mucho por delante, ¡tantas cosas por las que seguir aquí! ¿No entiendes? Dijiste que tenías a tu hermano, ¿acaso pretendes dejarlo solo?

—¡Nano me odia! ¡Me odia desde que supo mi trastorno! Que inicié el incendio y... Voy a visitarlo al hospital solo para arreglar lo que ya está roto.

Más eco. Me giro en dirección al sonido encontrando a Thomas. Suelto el celular al verlo acercarse y amenazo con encender el fuego.

—Por favor... —suplica con sus manos elevadas en señal de rendición, tratando de calmar mi hambre por desaparecer—. No hagas algo absurdo, no hagas como yo. Por favor, Ross, no lo hagas.

—Márchate — le ordeno—. Si das un paso más lo encenderé todo. Lo juro.

—Nos consumiremos juntos. No quiero vivir en un sitio donde ya no tenga tus hilarantes llamadas, donde no pueda escuchar tu sonrisa relajada y sobre lo motivador que es escuchar Queen por las mañanas. Te pedí que no huyeras y eso es exactamente lo que estás haciendo. Por favor..., Ross. No te juzgaré, tú no me juzgaste. Ven conmigo.

Veo el rostro de aflicción que porta Thomas. Su capucha está sobre sus hombros, dejando que pueda contemplarlo tal cuál es, con la mitad de su rostro quemado por las llamas que yo originé. ¿Por qué? ¿Por qué sabiendo lo que hice él insiste en que me quede a su lado? ¿Por qué la dependencia hacia mí cuando sabe que soy un monstruo? ¿Por qué arriesgaría su vida para que se marche junto a la mía?

No tengo nada en especial, estoy tan destrozada y llena de culpa... No valga nada y aun así él...

—¿Por qué después de lo que hice quieres estar conmigo?

—¿Es que no lo ves? Eres fuego: cálido y reconfortante. Porque dijiste que las mejores personas llegan en los momentos más inesperados; como tú lo hiciste el día en que pretendía saltar de un edificio. Eres la señal que pedí para permanecer aquí y sin ti nada me quedará. Podemos seguir aquí, apoyándonos el uno al otro, iniciando de nuevo. No seamos una señal, seamos un hecho.

La presión en mi pecho duele, duele tanto como todos los recuerdos amancillados que se irán perdiendo con el tiempo. Me dejo caer encima de mis piernas, perdiendo toda la fuerza y me abrazo en el húmedo suelo de la que alguna vez fue mi hogar, junto a mi familia. Los sollozos quieren convertirse en gritos y los gritos en silencio.

Los brazos de Thomas me resguardan contra su cálido pecho. Pasa sus piernas a mis costados y los entrelaza. Me abraza con fuerza, una fuerza llena de angustia.

—Nos tendremos el uno al otro, ¿verdad? ¿No importe lo que pase?

—Sí, desde ahora comienza nuestra última señal.

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