• Parte 1 de 2 •
Miya Osamu tenía dieciocho años y lo único en lo que podía pensar durante las últimas semanas era en perder la virginidad junto a su novio.
Consecuentemente, Suna Rintarou tenía, también, dieciocho años y lo único que lo podía pensar era en tener sexo de una vez junto con Osamu.
—Deberíamos acostarnos, ¿no crees? —soltó Osamu de repente, durante una salida de sábado a tomar un helado compartido de frambuesa y chocolate con almendras—. ¿Rin?
Suna se quedó pensativo un momento. Usualmente, su novio solía lucir como si tuviera la cabeza llena de sonido blanco —y ningún pensamiento en absoluto.
Pero luego de que Osamu le confesara aquella declaración mientras sentía que el corazón se le escaparía por la boca, Sunarin de verdad lucía como si estuviera pensando en algo. Sus cansados ojos verdes se encontraban más escrutadores de lo normal.
—De acuerdo —contestó, de repente, sin darle más crédito.
Osamu tuvo que contenerse para no parpadear en sorpresa. Por alguna razón, su cerebro buscaba justificarse de haber tenido esa clase de pensamientos tan de repente con tan solo una salida a tomar un helado:
—Llevamos ya un par de meses juntos —carraspeó Osamu—. Yo me siento listo. Si tú también lo estás, entonces deberíamos hacerlo.
—Dije que de acuerdo —volvió a decir Suna con un encogimiento de hombros—. Hagámoslo.
Los días que siguieron a aquella salida transcurrieron como una vorágine onírica en la que Osamu tenía miedo de despertarse en cualquier instante.
Por supuesto —y para su desgracia—, lo primero que sus sentidos optaron por hacer fueron revelarle aquello a Atsumu, su gemelo.
Estaban los dos jugando al PES en el cuarto que los dos compartían, cuando Osamu aprovechó un momento de rabia de su hermano tras perder por cuarta vez seguida contra él.
—Sunarin y yo vamos a hacerlo —dijo, de pronto—. Tener sexo, ya sabes.
La boca de Atsumu formó una pequeña y perfecta o. Su hermano le miró como si acabara de confesarle que deseaba postularse para ser cura de la iglesia católica —o, al menos, Osamu pensó que tendría esa reacción en el remoto caso de que se lo dijera.
—Solo quería decírtelo, Tsumu —continuó Osamu. Encontró que sus dedos jugueteaban nerviosamente con el mando de la consola—. Y porque necesito que me des el cuarto un día de esta semana. Y que te lleves a mamá y papá de la casa.
—¡Wow, wow, wow! ¡Espera! —Atsumu sacudió su rubia cabellera. Se abalanzó sobre Osamu para sujetarlo por encima de los hombros—. ¡Más despacio, Samu...! ¿Cómo es eso de que quieres perder la virginidad...? ¡Todavía estás pequeño! ¡Me niego!
Osamu se lo sacó de encima de un fuerte manotazo en la cara y frunció las cejas. Atsumu chilló ante el golpe.
—Lo dices como si no llevaras casi un año follándote a Sakusa Kiyoomi en este mismo maldito cuarto cuando yo salgo con Rin —espetó Osamu—. ¿O te crees que no puedo sentir el olor a sexo que emanan luego estas cuatro paredes aunque eches aromatizante ambiental de brisa marina...?
Atsumu ahogó un jadeo de indignación al sentirse expuesto por su hermano de menor. De verdad era un completo idiota.
—¡¿Cómo podría esperar que sepas la forma en que huele el sexo si eres virgen?!
Osamu volvió a rodar los ojos. Enfocó entonces su atención en la pantalla de la televisión para fingir que pondría otra partida en la que haría morder el polvo a su hermano, pero Atsumu le sujetó de nuevo del brazo.
—¿Y ahora qué? —gruñó Osamu—. Sabía que no tenía que contarte nada. Solo asegúrate de dejarme la casa sola, o le diré a nuestros padres que también follaste con Sakusa en la cama de ellos dos...
Atsumu ignoró por completo a su amenaza —puede que Osamu no pudiera confirmar que Atsumu usaba la cama de sus padres para tener sexo, pero lo podía sentir en su sexto sentido de gemelo. Él lo sabía.
Era algo que el inmundo de Atsumu sería capaz de hacer.
No tenía dudas de que también había utilizado su cama. Por algo cambiaba las sábanas siempre que regresaba y se encontraba a Atsumu muy feliz y silencioso en la suya.
—¡Samu! ¡Oh, por dios...! ¡Vas a perder la virginidad al fin! —Atsumu le palmeó fuerte en una mejilla. Osamu le puso el brazo en el pecho para intentar empujarlo—. ¡Tu hermano mayor te conseguirá lubricante y condones! Puedo darte algunos consejos, ya sabes, Omi y yo tenemos mucha experiencia...
—No quiero saber de tus experiencias, ni mucho menos las de Omi. Gracias, pero no gracias —Osamu se dio la vuelta para darle la espalda. Atsumu se trepó a través de sus hombros para colgarse encima suyo—. Te he pedido una sola cosa, Atsumu. Y espero que la hagas bien.
Atsumu se separó de Osamu para poder inflar el pecho como si fuera el superhéroe protagonista de un cómic norteamericano. Se veía igual de payaso —a Osamu le gustaban más los villanos en ese tipo de historias, por supuesto.
Se golpeó en los pectorales con el puño apretado. Osamu sintió que había compartido espacio en el vientre materno con un verdadero gorila inadaptado.
—¡Oh, vamos! ¿Acaso alguna vez te he fallado, Samu? —Atsumu usó su risilla maliciosa—. Nada me haría sentir más feliz como hermano que ser cómplice en tu paso a la adultez, mi pequeño y adorable Samu.
La mano torpe de Atsumu intentó pellizcar la mejilla de Osamu. Como siguiera tratándole como un bebé, Osamu se compraría un ladrillo por internet para lanzárselo en el centro de su estúpida cara.
—Puedo hacer que mamá y papá me lleven el jueves a comprar algunos artículos de voleibol al centro comercial —dijo Atsumu, pensativo—. Y ya cuando esté ahí, fingiré que necesito ropa. Y que quiero comer una hamburguesa. Podré ser el hijo único y malcriado por una vez en mi vida.
—Siempre fuiste el hijo malcriado —dijo Osamu, pero decidió que se sentía fascinado por la veloz mentira que armó su hermano—. ¿Y qué diré yo para quedarme en casa?
—Que debes estudiar para un examen, duh —Atsumu alzó ambos brazos como si fuera la cosa más obvia—. O que debes salvar el año haciendo una docena de trabajos finales. No es que eso sea una mentira.
Osamu se tomó un momento para pensarlo. El plan de Atsumu podía ser bastante simple, pero también se escuchaba bastante casual y eficaz.
No era raro que Atsumu actuara como un hijo desempleado que quería que le regalaran cosas. O que Osamu tuviera que estudiar si no quería tener su boletín de notas lleno de tinta roja.
Sus padres no sospecharían que algo estaban tramando. Tampoco necesitaba tanto tiempo, ¿no? Tal vez un par de horas. O tres, si es que él y Sunarin se encontraban demasiado perezosos para levantarse de la cama tras hacerlo por primera vez.
Suspiró. Aunque odiara admitirlo, el plan de Atsumu se escuchaba a prueba de fallas.
—Lo que sea, Tsumu —soltó Osamu y le lanzó el mando de la consola para que Atsumu se sentara otra vez a jugar. La conversación estaba zanjada—. Pero si algo llega a salir mal, Sakusa tendrá que venir a pedirme de rodillas que no te castre con las tijeras sin filo que hay en la cocina.
* * * *
Para sorpresa de Osamu, las cosas previas al jueves salieron mejor de lo que esperaba.
Bastante mejor.
Atsumu, por alguna razón, consiguió hacer uso de la neurona compartida y logró convencer a sus padres de llevarlo de compras esa tarde; Osamu, que también pudo hacer uso de la neurona, no supo cómo hizo para convencerlos de que no podía ir por quedarse a estudiar para un examen súper importante.
Un examen del que ellos no vieron extraño que Atsumu no se estuviera preocupando en absoluto.
Suna también hizo su parte, y prometió ser el que conseguiría los condones y el lubricante. Osamu deseó poder encargarse de todo para darle el mejor momento de todos, pero pensar en Atsumu revoloteando a su alrededor y encontrando la botella de lubricante se le hacía un pensamiento mortificante.
Definitivamente, aquella fecha las cosas se estaban acomodando para coronarse como el día en que Osamu Miya perdería la virginidad.
Así que, para no morir de la ansiedad y los nervios, Osamu se puso a hornear la noche anterior. Hizo brownies, pastel de zanahoria, galletas con chispas de chocolate, profiteroles con crema pastelera y baño de caramelo. Por supuesto, su familia —en especial Atsumu— agradecieron el repentino festín que podía ofrecerles. Tuvo que golpear en la mano de su gemelo para que no se atreviera a tocar los profiteroles que guardó para Sunarin; esos eran sus favoritos.
—¿Seguro que no quieres acompañarnos esta tarde, Samu? —preguntó su madre durante el almuerzo familiar—. Quizá podrías beneficiarte y elegir algo que te regalemos para ti, ya que Atsumu ya hizo berrinche para obtener algo para él...
—¡Son cosas totalmente necesarias! —masculló su hermano indignado. Pinchó un pedazo de filete y se lo metió en la boca junto con el puré—. Famu no nefefita maz kofaz, ¡fo zí!
—No deberías obtener nada siendo que reprobaste biología el trimestre anterior —reclamó su padre apuntando con el tenedor—. Y agradece que no es Osamu el que nos pide salir todos juntos, porque si no deberías venir obligado. No confío en ti para dejarte la casa sola.
Osamu tuvo que morderse el interior de las mejillas. Atsumu levantó ambos brazos en el aire.
—Pero, ¡¿cómo dices?! ¡Si soy un hijo totalmente confiable! ¿Cómo es que confían en Samu y no en mí? ¡Si seguro hará fiestitas privadas en el cuarto cuando no estén!
Se preguntó si sería muy obvio el apuñalar a su hermano en el muslo con el cuchillo de mantequilla. Osamu estaba bastante tentado de hacerlo con ese soplón de mierda. O, al menos, meterle el resto de su filete por los agujeros de la nariz.
Su madre negó tras chasquear varias veces con la lengua.
—Tus intentos de hacer quedar mal a tu hermano no funcionará, jovencito —dijo ella—. Osamu ha demostrado ser más responsable estos últimos meses. Tú, en cambio, lo único que haces últimamente es fugarte con ese amiguito tuyo, el tal Sakusa...
Aquello se ganó otro gritito indignado de Atsumu. Osamu estaba entre disfrutar del momento, asfixiar a su hermano por casi exponerlo, o mofarse de que hubieran descubierto que algo se traía entre manos con Sakusa Kiyoomi.
Y con algo no se refería únicamente a secretos. Por supuesto que Atsumu siempre traía más cosas entre manos.
Dejó que su gemelo protagonizara una escena dramática y se alejó de la mesa tras el almuerzo. Osamu permitió que su madre continuara halagándolo sobre lo responsable que podía ser, incluso si en el fondo lo carcomía un poco la culpa por estar trazando un plan para follarse a Suna Rintarou bajo el mismo techo que los vio crecer.
Cuando regresó a su habitación, se encontró a Atsumu recostado sobre su cama, con una mano rascándose las bolas y la otra manejando el mando de la consola.
—Tú —soltó Osamu—, eres una rata asquerosa y traidora. Debería decirle a mamá que chupaste el pito de Sakusa en su cama la otra vez. Vamos a ver si no deciden mandarte al reformatorio luego de eso.
—¡Oh, vamos, Samu! —Atsumu dejó escapar una carcajada que restaba importancia a toda la situación—. Por supuesto que mamá y papá no se creerían el cuento si te defendía frente a ellos, o si coincidía en lo mucho que su dulce Osamu no hará nada impuro entre estas paredes. De hecho, agradece mi acting. ¡Acabo de darle más credibilidad a tu fachada falsa de inocencia!
Osamu frunció las cejas y la nariz. Comprendía un poco el punto de Atsumu, y quizá tuviera razón —pero no planeaba darle crédito a su hermano por algo que estaba seguro que no hizo con esas intenciones en un principio.
La siesta pasó de forma agónica y lenta. Atsumu se preparó para salir como a las cinco, y antes de las seis ya estaban en la puerta despidiéndose de Osamu con un grito, que tenía comida para recalentar en el refrigerador y que tratarían de regresar muy tarde.
—Oh, no se preocupen —dijo Osamu una vez que se cerró la puerta, dejándolo completamente en soledad—, pueden regresar incluso mañana, si les apetece.
Prácticamente corrió a tomar su celular para enviar un mensaje de aviso a Suna. No vivía muy lejos de su casa, y estaría ya listo y al pendiente para aparecerse en cuanto el resto de los Miya abandonara la residencia.
Cuando recibió la confirmación de su novio, Osamu se apresuró en ducharse rápido y preparar todo lo demás. Cambió las mugrientas sábanas sobre las que dormitaba y comía, y también llenó de perfume para ambiente con aroma a orquídeas —que se robó del baño privado de sus padres— para tapar los aromas masculinos corporales de dos gemelos con cuestionable higiene personal.
Preparó también los profiteroles sobre una bonita fuente de porcelana cuando el timbre sonó por toda la casa provocando que le diera un vuelco el corazón.
Osamu dio un salto hacia la puerta. Se aseguró de no tener mal aliento o un olor rancio en las axilas, y cuando comprobó que todo estaba perfectamente en orden...
Suna Rintarou ya estaba esperándole en el marco de la puerta.
Hubo un pequeño silencio incómodo entre ambos. Osamu nunca había sentido esa clase de tensión con Suna, ni siquiera cuando todavía eran dos mejores amigos enamorados del otro y sin las suficientes agallas para confesarse.
Ahora todo era distinto. Llevaban meses juntos, años si contaba su amistad...
Pero iban a dar un gran paso del que no se podía regresar. Una vez que se desnudaran y se entregaran al otro en cuerpo y alma, ya no habría vuelta atrás.
—Hola —Suna fue el que rompió el silencio tras toser—, ¿me dejarás pasar...?
—Eh... sí —Osamu se rascó la nuca. Dio un paso al costado—. Por supuesto, Sunarin. Sabes que mi casa es ya como tu casa.
Suna dio un leve asentimiento, y se metió por el costado para adentrarse en la residencia de los Miya. Al pasar por su lado, Osamu sintió el perfume varonil que desprendía su colonia. También distinguió una ligera humedad en sus hebras de cabello castaño.
Se había duchado para la ocasión. Y aquello debió ser suficiente pauta para Osamu el que ambos se dieran una ducha —ya que ninguno era conocido por sus buenos dotes de higiene personal.
Cuando estaban ya a la mitad de la escalera, Osamu recordó los profiteroles.
—Hice unas cosas dulces que podrían gustarte —habló con un hilillo de voz—. ¿Quieres que...?
—No —dijo Suna de forma brusca, pero sacudió la cabeza al darse cuenta de su error—. Es que si como algo ahora mismo voy a vomitar de los nervios.
Osamu no dijo nada más. No estaba enojado. Si acaso... podía entenderlo. Él también sentía como si pudiera vomitar en ese mismo momento.
Suna no necesitaba que le guiara hasta el dormitorio que compartían los gemelos, el cual tenía un delicioso aroma floral saliendo de entre sus paredes. Algo bastante inusual y que debió llamar la atención de Suna —lo vio olfatear confundido por todas partes.
Mientras el muchacho dejaba la mochila sobre la cama de Atsumu, Osamu no pudo evitar observarlo de reojo. La elegancia de su larguirucha silueta o la manera en que sus caderas parecían contornearse con su andar. Tragó saliva con dificultad al intentar imaginarse cómo luciría bajo todas esas capas de ropa holgada.
Sí, era normal desnudarse en los vestidores de Inarizaki, pero no es como si le prestara mucha atención a todo aquello. El equipo completo se desnudaba, y Osamu solía alejarse para no tener que observar a un Atsumu desnudo presumiendo de sus abdominales o sus grandes dotes. Ni siquiera tenía tiempo de enfocarse en Suna solo para correr a darse una ducha y huir de ese lugar.
Ahora sabía que, cualquier desnudez de Sunarin, sería solamente por y para él. Tendría su cuerpo a su disposición —o hasta donde se lo permitiera— y la sencilla idea de ser capaz de tocar su piel blancuzca le estaba generando palpitaciones.
Suna sacó unas cajitas y una botellita de lubricante de su mochila. Cuando se dio la vuelta, Osamu le estaba esperando ya erguido y cerca de la cama.
—¿Quién va a...? —Suna carraspeó—. Ya sabes. Ir arriba. ¿Cómo es que se le dice...? ¿Meterla?
Osamu aguantó un respingo. ¿Cómo es que no se había puesto a pensar en todas esas cosas?
No tenía idea de cuál de las dos sonaba más catastrófica en su cabeza. Ambas podían salir horriblemente mal, pero no quería que Suna sintiera el peso de tener que hacerlo todo.
—Puedo ser yo —se ofreció—, no me molestaría intentarlo. Aunque luego podríamos... cambiar. En otras ocasiones. Si es que quieres experimentar más... y eso.
El silencio que siguió fue tan incómodo que Osamu quiso cortarse su propia tráquea con una navaja. Se sentía demasiado torpe, y sus comentarios casi rozaban lo burdo al igual que solía hacerlo Atsumu.
¿Se estaba convirtiendo en su gemelo? ¿Se habría sentido tan idiota cuando tuvo su primera vez? ¿Fue peor?
El pensamiento de Atsumu sintiéndose igual —o peor— de miserable que él en ese momento dio algo de consuelo a Osamu.
—Muy bien —dijo Suna tras encoger los hombros—. A mí es que me da igual.
Su novio se acercó poco a poco. Depositó la caja de los condones y el lubricante sobre la mesita de noche, y Osamu aprovechó para darle play al equipo de música que pasaba un viejo CD que preparó con canciones para la ocasión.
Suna reptó por la cama. Osamu se recostó sobre la misma. Supuso que no hacía falta pensar en las posiciones, ya que lo lógico sería que se movieran durante la acción. Sintió el cuerpo de Suna acomodándose entre el suyo, y sus ojos verdes se clavaron en los grises de Osamu.
—¿Deberíamos besarnos? —preguntó Suna; vio que llevaba ya los labios resecos—. ¿Hay que hacer algo más?
No era capaz de pensar en otra cosa que su boca. Sus labios eran más bien finos y no carnosos, pero tenían la suficiente suavidad para hacerlo perder la cabeza cada vez que los rozaba con los suyos.
Osamu se pasó la punta de la lengua por la comisura de la boca.
—Deberíamos besarnos —confirmó ya no siendo capaz de contenerse—. Incluso si no debería besarte, inventaré una nueva regla que me permita hacerlo.
Suna no le dio tiempo para vacilar. Atrapó su boca con la suya, y pegó su escuálido pecho al de Osamu. Ambos se fundieron en los brazos del otro; y, aunque los nervios todavía no se evaporaban, la tensión se iba acortando ahora que compartían calor y algo más.
Las manos de Osamu se atrevieron a posarse sobre la espalda de Suna, y las utilizó para explotar por debajo de la camiseta. Suna se tensó al sentir sus cálidos dedos recorriendo las marcas de sudor frío por toda su columna vertebral, y se la devolvió haciendo lo mismo, pero buscando una brecha a la altura del estómago.
Cada fragmento de su cuerpo se erizó ante aquellos dedos danzando en su piel. Instintivamente se le arqueó la parte baja de la espalda, lo cual facilitó a Suna trazar un camino a través de la línea de vellos en su estómago hasta el esternón, buscando alcanzar su pecho y las clavículas.
La mano de Suna se detuvo en el centro del pecho y en medio de los pectorales. Osamu, para entonces, ya estaba respirando con dificultad.
—Parece que te va a estallar el corazón —notó su novio—. ¿Seguro que estás bien...?
El comentario solo consiguió que sus latidos se acelerasen todavía más. No iba a mentir acerca de no estar nervioso. Posiblemente Osamu moriría de un infarto esa tarde, pero moriría totalmente satisfecho.
—Estoy bien, Rin —suspiró Osamu—. Deberíamos continuar, ¿sabes?
La otra mano de Suna acunó una de sus calientes mejillas, tanto con la palma como con el dorso.
—Estás tan rojo que pareciera que tienes fiebre, Samu...
—Dije que estoy bien... —dijo ya con más enojo y frustración—. Si remarcas esos detalles, será mucho peor.
Si su novio hubiera sido cualquier otra persona, se disculparía y buscaría besarlo otra vez hasta que se quedaran sin aliento. Pero su novio era Suna Rintarou... y una maliciosa sonrisa se formó a lo ancho de sus finos labios.
—¿Te pones así por mí? —preguntó con un deje de burla en su voz—. ¿Y cómo más podrías ponerte?
Osamu aguantó la respiración cuando la mano de su abandonó su pecho para acercarse a acariciar su entrepierna que comenzaba a endurecerse. Si bien había tela de por medio, el roce fue suficiente para hacerlo ver estrellas.
Aquel gesto no pasó desapercibido para Suna, que se atrevió a desprender el botón de sus pantalones y bajar la cremallera. Osamu no dijo absolutamente nada cuando le quitó los pantalones y solo lo dejó con ropa interior.
Su mano no dejó de masajear por encima de la fina tela. Si antes estaba al borde del infarto y de la fiebre, en ese mismo momento estaba seguro que sus signos vitales pronto se mudarían al cielo.
Suna tampoco dijo nada. Puso un dedo sobre la boca de Osamu, y le miró a los ojos mientras bajaba por su cuerpo hasta que su rostro quedó entre las piernas del otro. Se quedó allí un instante, analizando, en silencio.
No tuvo ninguna clase de timidez en utilizar su lengua para pasarla por su pene recubierto con la tela de los bóxers; Osamu se retorció ante aquel gesto tan repentino.
—Shhh, shhh, tranquilo —El dedo de Suna volvió a estirarse para posarlo en su boca—, te haré sentir bien, Samu. Leí que es necesario algo de juego previo. Y me gustan los juegos, eso ya lo sabes.
Si existía algún juego de palabras mágicas para encender todos los controles en el cuerpo de Osamu, entonces eran esas. O puede que fuera el tono trémulo que utilizó Sunarin cerca de su piel, tan cálido que le hizo tener escalofríos por cada punto nervioso en su cuerpo.
Osamu suspiró el nombre Rintarou más de una vez, y el suyo se escapó de los labios de su novio como un gruñido bajo, entre dientes, casi salvaje y desesperado por encontrar más piel donde tocar.
Sus dedos se arremolinaron contra la sábana cuando Suna bajó la ropa interior hasta sus tobillos. Ahora ya cada parte de Osamu Miya quedaba visible a esa voraz mirada.
Se sentía ligeramente avergonzado de que le encontrara así —tan desnudo, expuesto en sus sentimientos, vulnerable—, pero en los ojos verdes del otro danzaba el deseo a medida que utilizaba la boca para darle cada vez más placer que sacaba de sí unos jadeos acongojados.
Pero no había nada que temer, ¿cierto? Sus padres no estaban en casa. El estúpido de Atsumu se aseguró de ello. Osamu tenía vía libre para hacer todo el ruido que quisiera, y para desafiarse a hacer gritar mucho más fuerte a Suna.
Cuando creyó que ya no podría soportarlo mucho más tiempo —solo aguantó unos cuantos minutos, ¿lo delataba eso como virgen?—, Osamu empujó suavemente los hombros de Suna para mirarle a los ojos, que siempre lucían cansados y empequeñecidos.
La imagen de Suna limpiándose la boca con el dorso de la mano le hizo sentir un hormigueo desde la punta de los dedos hasta la altura del pecho.
Su teléfono vibró en alguna parte, pero Osamu lo ignoró. Si era Atsumu enviando alguna estupidez, o alguno de sus amigos con esos chistes de mierda en cadena...
—Me toca a mí también hacer... algo —carraspeó; su respiración era errática y no lograba conectar dos palabras—. Tú... ¿qué es lo que te gusta?
Atsumu le había dicho esa mañana que existía algo llamado el «sexto sentido de novio», pero Osamu se negaba a creer cualquier mierda que saliera de la boca de su hermano.
O quizá se negaba a aceptar que su sexto sentido de novio era una mierda.
Suna frunció las cejas mientras se acomodaba otra vez a su lado en la cama. Osamu pudo sentir el calor emanando de los cuerpos que apenas se rozaban los brazos desnudos.
—¿Cómo mierda voy a saber qué me gusta si nunca he follado, Samu?
Osamu abrió la boca para replicar algo, pero nada salió de ella.
Las neuronas le habían abandonado aquel día junto con toda su ropa y sus ganas de permanecer inocente. Maldito Atsumu, que debía estar vengándose por todos esos días donde le dejó siendo un completo imbécil —ahora estaría riéndose mientras conseguía que sus padres le obsequiaran cosas caras...
Y Osamu estaba allí. Desnudo. Con una erección creciente, y las ganas de follarse a su novio —pero no saber realmente cómo— que lo estaban carcomiendo...
Suna volvió a resoplar. Por alguna razón, estaba demasiado cooperativo y enérgico ese día. Quizá Osamu no era el único con ganas de hacerlo.
Se quitó la camiseta tras posicionarse con las rodillas flexionadas a cada costado de las caderas de Osamu. Le miró embelesado, y a cada curva de su flexible cuerpo contornearse para él, y solo para él.
Las manos de Osamu volaron directamente hasta Suna, y debió haber sentido el cosquilleo ya que suspiró una risilla cuando las yemas conectaron en su piel.
—¿Sabías que eres hermoso? —le preguntó Osamu, hipnotizado.
—¿Y sabías que tú luces como un completo baboso ahora mismo?
—Déjame ser romántico, Rin —pidió algo más divertido—. Puedo ser un completo galán. Al menos un poco más que...
—No —El dedo de Suna viajó hasta su boca para callarlo—. No lo traigas a la conversación, o me será imposible mantenerme caliente si imagino su cabello rubio mal teñido y su risa de hiena.
Osamu no iba a discutir contra eso. Porque si de verdad empezaba a pensar en Atsumu mientras trataba de follar con Suna... entonces todo se iría al diablo y acabarían viendo una horrible película en Netflix junto con un paquete de doritos.
¡Hey! No era un mal plan del todo, pero en ese momento...
—Puedes mover las manos, tonto —Suna dijo con sorna—. ¿O piensas que te voy a cobrar?
—Estoy tocando —contestó Osamu con un gruñido. No le gustaba sentirse así de expuesto—. Ya te dije que estoy admirando que eres hermoso. Eso es todo.
—Bueno, si tan hermoso te parezco, más te vale dejarme las nalgas tan rojas como tus mejillas ahora mismo —masculló su novio—. ¿Suena eso difícil para ti, Samu?
Okay. Osamu podía captar una indirecta cuando se la lanzaban. Especialmente cuando esa indirecta parecía ser un bate de metal y con clavos como picos.
Con torpes manos, Suna y Osamu le quitaron los pantalones también al primero. Y eso que debía ser relativamente más fácil —considerando que Suna usaba pantalones abombados y sueltos, no como los jeans del menor de los Miya.
Osamu se cubrió instintivamente con las mantas cuando Suna también quedó desnudo. Quizás apenas ahora era en verdad consciente de su propia desnudez, y lo que significaba que ambos estuvieran con sus cuerpos como vinieron al mundo.
Tan cerca.
Tan, tan, tan cerca.
Osamu se acomodó entre las largas piernas extendidas de Suna. No dejaron de verse a los ojos mientras acortaban las distancias, tan cerca ahora que respiraban encima del otro; el aliento caliente de Suna provocando una marea enrarecida en Osamu.
Le besó en la boca cuando finalmente estuvieron juntos —tal vez no del todo, puesto que aún no daban el paso...
Follar. Meterla. Hacer el amor. ¿Cómo mierda le decían los jóvenes de hoy a esas cosas? Osamu apenas sí sabía sacudirse el pene después de orinar, o hacerse una paja apresurada en la ducha.
Pero si la sensación de sentir su cuerpo desnudo contra el de Suna podía causarle todo eso —como ese segundo donde todo en ti se estremece al momento de que un trueno parta el cielo en una tormenta—, no estaba seguro de qué tan listo estaría para cuando finalmente lo hiciera suyo... y para cuando Suna lo hiciera también de él.
Osamu continuó besándolo, y acariciando la curva de su espalda con la punta de los dedos; apretó en donde debía hacerlo, y observó con satisfacción cuando el rojo de su toque quedó marcado como un pequeño tatuaje temporal.
—Tócame —pidió Suna—, ya sabes dónde debe ser.
—Sí —contestó Osamu en automático—. Por supuesto que sí.
La realidad era que... Osamu no lo sabía en absoluto.
Pero podía hacerse una idea.
Sus manos torpes encontraron una ruta directa hasta el trasero de Suna, y cuando lo apretó supo que se refería exactamente a eso; se estiró hasta la mesita para alcanzar el lubricante, y prácticamente lo lanzó en la nariz de Osamu. El móvil cayó de la mesa hasta el suelo con un golpe seco, pero no tuvo importancia. Vio de reojo algunos mensajes en pantalla; tampoco se preocupó por ello.
Tal vez su sexto sentido de novio no estaba tan errado. Ya podría presumir de ello con Atsumu.
El lubricante frío se resbaló por sus dedos, y lo removió entre las yemas para darle una temperatura más ambiente. Era viscoso, pero no tan pegajoso como se lo esperaba. Quizá cuando comenzara a mezclar con el sudor de sus cuerpos...
—Estoy listo, Samu —repitió Suna, casi como si le estuviera suplicando que lo hiciera de una maldita vez—. Puedes hacerlo ahora.
La mano de Osamu, llena de lubricante, fue acercándose otra vez poco a poco hasta la entrada de su novio. Se preguntaba qué se sentiría intimar de aquella forma; y qué tanto podría soportarlo su propio corazón cuando debiera introducirse en él con algo más que solo sus dedos...
Mientras se debatía internamente, Suna tomó la cajita de los condones. Con gran habilidad abrió un paquete, y apretó la punta para desenroscarla a lo largo del miembro de Osamu.
Cuando le miró con un gesto interrogativo, su novio lucía por primera vez en la tarde avergonzado.
—Estuve practicando, ¿algún problema? —preguntó con repentina sorna.
Tal vez era su manera de resguardarse a sí mismo para no sentirse tan expuesto. Osamu le dio una media sonrisa.
—Está bien, Rin —dijo Osamu—. Ahora voy a...
—Shhh —susurró Suna dándole un fuerte beso en la frente y acariciando su pelo apelmazado contra la frente—. No lo digas, cariño. Tú solamente hazlo.
Bien. Lo haría. Osamu finalmente la pondría esa tarde.
Quizá no en ese exacto segundo, pero sí en breves minutos...
Su mano volvió a acercarse hasta la entrada de Suna. Su novio se veía preparado, acomodándose mejor entre sus piernas para darle más apertura y espacio a sus manos.
Los dedos de Osamu navegaron entre su piel, con el lubricante comenzando a asentarse...
El teléfono vibrando les sacó un susto a los dos en medio del silencio de sus fuertes respiraciones. Suna dio tal respingo que casi se cayó de la cama, y Osamu apretó los dientes mientras buscaba el móvil por el suelo.
El nombre Tsumu iluminó toda la pantalla.
Quizás Osamu ya no estaba a punto de perder la virginidad, pero sí que estaba a nada de quedarse como hijo único.
Pulsó a la tecla responder, y la ira corroía sus venas de forma tan ponzoñosa como lo hizo el deseo hacía unos segundos atrás. No se contendría en insultarlo de treinta y ocho maneras distintas.
¡Jodido Atsumu de mierda que todo tenía que arruinarlo...!
—¿Qué mierda quieres? —masculló Osamu contra el auricular del teléfono—. Tsumu, te juro que te vas a quedar sin...
—¡Samu! —gritó Atsumu al otro lado de manera horrorizada. Su respiración estaba agitada—. ¡Samu...! ¡Mamá, papá y yo...!
La rabia de Osamu bajó de repente al escucharlo tan acelerado. La comunicación se oía extraña al otro lado, de todas formas. La ira se disipó para dar paso a un pequeño miedo de que quizá su hermano estaba en problemas.
O puede que solo quisiera molestar.
—¿Atsumu? —preguntó Osamu, confundido—. ¿Me puedes decir qué diablos está pasand-...?
—¡Samu, lo que pasa es q-...!
La voz de Atsumu se vio cortada de repente con un ruido más intrusivo y cercano. Suna dio otro brinco —tras haber reptado por la cama para acercarse, descansando la oreja en el hueco entre su hombro y su pecho—, pero fue porque el mismo Osamu se levantó de un sobresalto.
La puerta de la casa se abrió de par en par. Y una vez que escuchó aquella voz tan conocida, toda su presión sanguínea bajó a niveles que deberían haberlo puesto adentro de un ataúd.
De verdad... aquel día no debería ser contado como el que perdería la virginidad.
Era el día que Osamu Miya perdería la vida.
—¡Osamu! —retumbó por toda la casa la cantarina voz de su madre, que se oía algo preocupada—. ¡Tuvimos que volver antes de lo planeado! ¡Tu hermano se enfermó en el camino!
* * * *
Amo este tipo de historias ridículas en donde todo lo que podría haber salido mal, va y lo hace jdfbdsj
Qué pasará en la siguiente y última parte de este mini fic? Lo sabremos la otra semana, ah. Seguramente quede mucho más larguita porque habrá una extensa e incómoda cena familiar jdsfhdsjk mucha estupidez junta, drama, Osamu queriendo ahorcar a Atsumu, Suna haciendo de las suyas, más sorpresas... en fin, espero les haya gustado esta primera parte como para esperar a la segunda ;u;
Posiblemente suba la otra parte también el viernes, pero la tengo algo avanzada, así que si la termino antes pues la subo antes (???? Pero conmigo nunca se pueden esperar mucho así que mejor no hacerse demasiadas ilusiones ah sjdjsjs
Me encanta el OsaSuna y ya era hora de que haga algo dkvnfds aunque es posible que también les haga algo para navidad, porque mi plan es escribir varios oneshots cortitos de diferentes ships... ya veremos qué pasa, ah
¡Muchísimas gracias a todos los que se pasen a leer este fic! ♥️ Espero lo disfruten, porque me gustó escribir otra vez cositas cursis, muy fluff y ñoñas y no puro angst rompe psiquis como de costumbre... hay que variar cada tanto para mantenerse sano, ya saben
¡Nos vemos la otra semana! Besitos ♥️
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