☼︎ Capítulo 7 ☼︎
Tras estos meses. Miles y yo nos habíamos vuelto... cercanos. No había notado las ventajas de que él fuera mi vecino, cada vez que el necesitaba ayuda acordábamos fecha y hora en mi casa. La mayoría de las veces, siempre acabábamos contando historias, chistes, jugando o hablando de cualquier banalidad.
Cada vez que le preguntaba porque nunca íbamos a su casa, desviaba el tema restándole importancia o ponía alguna tonta excusa, me daba a entender que no quería molestar a su madre y tampoco quería que nos distrajeran. Así que, no pregunte más.
Era muy divertido, hasta diría que nos habíamos convertido en una especie de mejores amigos. Adison y Augustus, estaban encantados con la idea. Ya que Miles trabajaba en el cine, algunas veces nos colábamos en las salas, y tomábamos dulces y palomitas.
En unas de esas veces, casi nos descubrían y despedirían a Miles, así que ya no lo hacíamos... tan seguido.
Qué lindo, amigos criminales.
Varias veces el preguntaba acerca de mi madre. Ahí era donde era el problema, contarle algo tan íntimo como eso. Tenía miedo, si era algo inevitable en mí. Y odiaba ser tan desconfiada y estúpida.
Frustrada, suelto el lápiz encima de mis tareas. Me encontraba en el escritorio de mi habitación, adelantando tareas. Me acababa de bañar, unos calcetines cubrían mis pies, un short roto y viejo cubrí mi cintura. Una blusa suelta color azul oscuro, llevaba puesto mis lentes para poder ver mejor.
Unos toques en mi puerta me distrajeron, desvié mi vista de mis apuntes para ver hacia mi puerta.
- Pasa, papá.
Papá entre con su traje de trabajo, sin el saco y la corbata deshecha en el cuello, su cabello alborotado. Una sonrisa condescendiente en su rostro. - ¿Como sabias que era yo?
Me encojo de hombros.
- Jayden entra como Pedro por su casa y Peter solo viene cuando le debo un pote de helado.
- Esos dos... Son unos zánganos.
- No uses esa palabra suenas como un viejo de sesenta años.
Ríe.
- Lo siento por no utilizar frases modernas, hermana.
Rio mirándolo raro. - Mejor quédate con el zángano.
Sigo haciendo mi tarea, mientras mi padre se queda solo observándome, se que quiere preguntarme algo, solo espera que lo suelte por yo misma o como hacer la pregunta sin sonar extraño.
- Papá, puedes preguntar. Deja de imaginarte mil maneras de cómo hacerlo.
- Lo siento. - ríe por lo bajo.
- No te disculpes, dime. ¿Qué pasa?
- He notado que te has acercado mucho a nuestro vecino.
Sonrió al pensar en las salidas que hemos hecho Miles y mis amigos. No negare que la he pasado súper estos días sin embargo, extrañamente. Miles desapareció desde ayer en la noche, no ha escrito ni ha contestado mis mensajes.
- Si, no lo sé. Antes no me había pasado por la cabeza dar el paso de hablar más con él.
- ¿Por qué?
Y ahí estaba esa pregunta, ¿Por qué no había intentado hablarle antes? Era una pregunta que a veces invadía mi mente y a la cual no le conseguía respuesta. O eso quería pensar yo, yo en fondo sabia el porqué de nunca haberme atrevido a hablar antes, ese tic en mi mente de mil cosas que podrían pasar.
Me dirán, dramática, exagerada. Que no es para tanto, la verdad es que para mí la confianza ha sido importante para mí, hacer amigos para mí no era cualquier cosa. Eras cuestión de saber si podría confiar en él.
Si ya se, sobre pienso mucho las cosas. Supongo que inconscientemente, tenía y tengo miedo de abrirme a él.
- ¿Te soy honesta? Ni yo lo sé.
- Hija. Sé que no eres una persona muy abierta, y que confía en todos. Pero, debes darte una oportunidad de hacer nuevos amigos, expandir tu círculo social. Con esto no digo que salgas ahora y hagas veinte amigos. - Rio - Solo digo que, no todo el mundo es malo, encontraras a alguien que esté en la misma sintonía que tu, leoncita.
Sus palabras me habían hecho pensar, tal vez tenía razón, tal vez no. Quería ser positiva sin embargo, algo me detenía. Era ese temor de salir lastimada. No sería fácil pero, valdría la pena intentarlo.
- Si... - sus palabras se repiten en mi mente - Quizás tengas razón.
- Y... Arantza - usa un tono el cual no me agrada mucho. También el hecho de que me hay llamado por mi nombre y no un "cariño" o "hija"
- ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así?
Dudo antes de hablar. - Hay algo que tengo que decirte.
Mi pulso se acelero. - ¿Qué pasa? ¿Paso algo? ¿Italo está bien?
- Si, Arantza. El está bien. Y lo veras también.
- ¿Qué quieres decir?
Suspiro.
- Tu madre y él están en la ciudad.
Sus palabras habían llegado como un balde agua fría, sabía que esto pasaría. Sabía que en algún momento tendría que volver a verla, no me esperaba que fuera ahora.
- ¿Vie-viene para acá?
- Nos encontraremos en el parque del centro para que puedan ver a Italo.
- Pa, déjame sola por favor, ¿si?
- Hija...
- Estoy bien. - Espeto de manera brusca - Estoy... bien. Solo necesito estar sola. No te preocupes.
- Como quieras, cariño. Sabes que estoy aquí para ti. - sonrió.
Me tomo de la cabeza con delicadeza y beso mi sien delicadamente. Se levanto de la silla y abandono mi habitación.
Hago la misma acción dirigiéndome a mi ventana, la abro y el frio de Londres me invade, un escalofrió recorre mi cuerpo y trato de acostumbrarme. No busco un abrigo para el frio, y saco mi pierna por la ventana con delicadeza, sin resbalar. Hago la misma acción con la otra y con eso estoy completamente afuera.
Bajo un poco, lo suficiente para tener vista de toda la ciudad. La noche es tranquila, un poco de viento. El sonido de los árboles es lo único que se escucha. Está oscureciendo, la luna asomándose para que el sol se esconda. Un hermoso anochecer se encontraba en el cielo.
Las estrellas empezando a hacerse visibles, un sonido me distrae. Volteo en dirección al sonido, Miles se encuentra subiendo las escaleras con clara determinación, solo me quedo observándolo mientras sube, un suéter con un dibujo de cómo de lunas.
Unas bermudas del mismo color, nuestras miradas se conectaron por unos segundos hasta que finalmente, estaba sentado a mi lado en el techo, en silencio. Se sentó dejando sus piernas colgando en el aire. Voltee a verlo consiguiéndome su perfil, tenía unas ojeras marcadas, su cara estaba neutral, sus hombros caídos.
- ¿Qué haces aquí? - pregunta el ojiazul.
Sonreí. - ¿Qué haces tú aquí? -
Había estado un día sin aparecer, no había contestado mis mensajes y eso me había preocupado un poco.
- ¿Dónde habías estado? Te llame y envié textos y... Me preocupe.
Suspiro. - No me encontraba de humor.
- ¿Está todo bien?
- Estoy mejor que nunca, pecas.
Asentí, no muy convencida de su respuesta. Sin embargo lo entendía no quería hablar del tema, y yo no era nadie para presionarlo. Un escalofrió recorrió mi cuerpo, el frio ya afectándome. Capte movimiento por el rabillo del ojo, Miles se quitaba su sudadera ofreciéndomela.
- Tu- tú también ten-dras fri-frio. - tartamudeo gracias al frio.
- Tómala, Hodsen.
Niego.
- No seas terca, Arantza. Tómala, no tengo tanto frio.
Quedo con los brazos extendidos unos diez segundos hasta que decidí por fin tomarla, pase mis brazos y la calidez me invadió. Era holgada cuando Miles la tenia, a mi me cubría todo el torso hasta los muslos.
- Te queda bien mi sudadera. - Sonrió - hasta mejor que a mí.
Lo único que hago es menear la cabeza riéndome, escucho un resoplido, lo mire y sus mejillas, la punta de su nariz estaban rojas, también teniendo frio.
- ¿Seguro no tienes frio?
Me miro rápidamente antes de soplarse las palma de las manos buscando claramente calidez, vuelco los ojos.
- Si, no te preocupes. - miente el bien descarado.
- No seas imbécil. - lo miro - ven aquí.
Extendí mi brazo hacia el ofreciéndole un abrazo para que tuviera un poco de calidez ya que parecía un chihuahua con miedo.
- ¿Tan rápido te lanzas a mi? - hablo, fingiendo sorpresa. - No soy un chico fácil, primero invítame un café.
- No seas imbécil y ven.
Rueda los ojos. - Rompes la magia.
- Rompo las posibilidades de que tengas hipotermia, querido.
Por fin, se acerca a mí con cuidado. Al principio parece incomodo sin embargo, cuando siente la calidez se apura en acurrucarse en el hueco de mi cuello, siento como sigue temblando y decido juntarlo más a mí.
- ¿Así está bien? ¿Ya te sientes caliente?
Me miro divertido. - Mucho, pequitas. Estoy ardiendo.
Inmediato entiendo el doble sentido de sus palabras y golpeo su hombro a lo que el ríe mas. - Idiota.
- Tarada.
- Tarado.
- Estúpida.
- Estúpido.
- Bonita.
Mi boca se abrió para soltar otro insulto, quede confundida mientras hacía como si nada y giraba su cabeza al cielo, repito la misma acción consiguiéndome un paisaje hermoso. El sol y la luna se encuentran en cada esquina del cielo, dejando un maravilloso anaranjado oscuro muy hermoso, las estrellas empezaron a hacerse más visibles. Dejándonos una hermosa vista a los dos.
- Es precioso, ¿sabes? - Hablo después de un rato Miles - Mi madre me contaba la leyenda de la luna y el sol cada noche al dormir.
- ¿Qué leyenda?
- ¿No la conoces? - pregunta, curioso. Sus cejas se juntan y se ve tierno así, rápidamente niego.
- Pues, déjame iluminarte - pausa. - ¿Entiendes? Iluminarte, el sol, la luna-
- Oh por dios, Miles. Cuenta la leyenda.
- Que sensible me saliste, pequitas. Déjame te cuento.
>> Cuenta la leyenda que dos jóvenes llamados Luna y Sol se enamoraron locamente el uno del otro. Afrodita, diosa de la belleza y del amor, sintió celos de que una pareja de mortales pudiera quererse de una forma tan intensa y bajó desde el Olimpo para demostrar que su romance no era verdadero.
- Que perra.
Soltó una risa antes de seguir. - Experta en el poder de la seducción, la diosa trató de conquistar al mancebo, pero éste la rechazó con vehemencia diciéndole: "Mi señora, sin duda es usted la mujer más bella y más dulce que existe, pero mi corazón es sólo de mi amada Luna. Ella es para mí más deseable que el mismísimo oro".
>>Furiosa por no haber sido capaz de conquistarlo, mandó separar a los amantes para siempre. Convirtió al joven en el astro que iluminaría el día y a la mujer en el que iluminaría la noche, por lo que nunca coincidirían en el firmamento. Estaba segura de que así su amor se extinguiría.
- ¿Y qué paso? ¿Si quedaron juntos?
Movió su cabeza de mi hombro para mirarme haciéndome sentir un cosquilleo. - Déjame seguir, Hodsen. Es de mala intención interrumpir.
Rio poniendo los ojos en blanco. - Disculpe, señor narrador. Prosiga contando la historia.
- Mmmm, señor narrador. Vuélvelo a repetir, pequitas.
- te pasas de malpensado.
Ríe antes de continuar.
>> Al ver que su enamoramiento sobrevivía al tiempo y la distancia, Zeus intervino para que el Sol pudiera, al menos, rozar de nuevo el rostro de su amada. Así ocurre en los días de eclipse, cuando los dos amantes vuelven a fundirse en un sólo cuerpo, aunque sólo sea por un breve instante.
- Vaya... fue hermoso.
- Quizás no estaban destinados a estar juntos, sin embargo. Nada los detuvo para estar juntos.
Suspire, era una preciosa historia. Con gran significado, Miles recuesta su cabeza en mi hombro acurrucándose a mi buscando más comodidad, al instante me tenso y él lo nota.
- ¿Te incomoda?
- No para nada.
Siguió repitiendo la misma acción hasta que consiguió una forma cómoda y soltó un sonido de satisfacción. - Eres como una nube suave.
Decidí hacer lo mismo y repetí la acción, mi cabeza cayendo en la suya, su cabello era suave casi como una almohada, era largo y olía a shampo de coco. Empecé a restregarme en él como si fuera la cosa más suave y satisfactoria del mundo.
- Deja de violar mi hermoso cabello, pequitas. Sé que es irresistible.
- Es como una almohada. - lo toco con mi mano, haciendo que el suelte un suspiro. - Y huele delicioso. ¿Te molesta si te uso de almohada?
- Puedes usarme cuando quieras, preciosa.
- Eres muy raro.
- Un raro con un cabello fabuloso querrás decir.
Yo solo reí, negando con la cabeza. Nos acomodamos y quedamos observando el cielo. La luna y el sol ya desapareciendo, aun sabiendo que se verán mañana o en mil años su amor sigue ahí. Ellos luchaban contra el destino para estar juntos sin importar el que, seguían esperando darle la vuelta a la tierra para volver a verse.
- Me equivoque sobre que eres como una nube - medito - en realidad, eres como el cielo y las estrellas. Suave, tranquilizante y acogedor.
Yo solo reí, quedándonos en silencio hasta que el volvió a hablar.
- Yo puedo ser tu almohada. - pauso, mirándome. Sus ojos azules brillando. - Si tu prometes ser mi cobija.
Sin siquiera pensarlo u procesarlo, decidida le conteste. - Lo prometo.
Una sonrisa tierna surco en su rostro y volvió a su posición inicial. Al igual que yo, apreciando el hermoso cielo. Lo empezaba a considerar un amigo, sabía que solo era cuestión de tiempo para abrirme y tener una amistad sincera.
×××
Había llegado ese día. El día el cual llevaba meses esperando.
Vería a mi hermano pequeño, vería a Italo después de tantos meses la emoción recorría mis venas. Solo pensaba en que cuando lo viera, lo abrazaría por treinta minutos. Jugar con él, jugar a las escondidas y fingir que no sabemos su escondite de siempre.
Awww.
Nos encontrábamos en camino al parque del centro, el destino que mamá nos había dicho. Mi cabeza estaba pegada a la ventana observando las frías calles de Londres. Una bolsa de regalo se encontraba en mi regazo ya que antes de venir, habíamos pasado por algunas cosas para Italo.
Jayden está muy emocionado, tenía un pote de helado favorito de Italo y algunas cosas que a él le encantan. Todos en el auto están felices por verlo.
Dado a que la custodia la tiene mi madre, no nos vemos tan seguido como quisiéramos, la verdad aprecio cara vez que viene a Londres y disfruto hasta el último momento con él.
- ¿Ya falta poco? - preguntó por cuarta vez en diez minutos tal como lo haría una niña pequeña.
- Si, solo déjame estacionarme y... ¡Arantza!
No dejo que termine y abro el auto en papá al instante lo detiene así que, bajo rápidamente de este. Tomando la bolsa con fuerza corro hacia el punto de encuentro que nos indicaron por mensaje.
Corro como si mi vida dependiera de ello, pasando y chocando entre la gente. Mi mirada recorriendo todo buscando a Italo, llegó al parque exactamente en los columpios ya que a Italo le encanta tal juego.
La emoción recorre mis venas, y mi pulso se acelera. Con la mirada escaneo todo el lugar, un montón de niños corriendo por doquier madres y padres sentado en bancos, toboganes y demás.
Unos pasos apresurados se escuchan detrás de mí. Jayden con las manos varias viene a mí, mirándome un poco enojado.
- Arantza, ¿Qué demonios te pasa? Entiendo tu emoción por ver al peque - habla refiriéndose a Italo - pero no puedes salir del auto, ¿entiendes? Es muy peligroso y yo aun no te quiero muerta.
- ¡Lo siento! Es que estoy muy emocionada
- Lo entiendo pero, no es momento de matarte. Hazlo después de graduarte.
Choco mi puño contra su hombro con diversión, divisó a lo lejos a dos siluetas que identifico como Papá y Peter los dos vienen caminando rápido con la mirada buscando a alguien.
Y ese alguien soy yo.
Peter dirige sus ojos hacia mí al mismo tiempo que le hace una seña a papá. A ninguno de los dos se veía nada feliz.
Es que claro, van a aplaudirte por lanzarte de un auto en movimiento
S
i, si ya se.
- Arantza - hablo papá con su voz autoritaria - entiendo tu emoción de verdad. Yo también estoy feliz, pero no vuelvas a hacer eso ¿entendiste bien?
- Ok, está bien...
- ¡Arantzaaaa!
Un gritico infantil invade mis oídos, ahí a continuación todo sucede en cámara lenta, desvió la mirada de papá hacia esa preciosa voz que no se encontraba a través de un celular o computadora. Giro sobre mi propio eje y me consigo a mi querido hermanito. Italo está tomado de la mano de mamá, sus lentes que lo hacen ver más tierno y con ojos grandes gracias la montura encima de su pecosa nariz, sus mejillas son como dos tomates.
Sus ojos son una combinación rara y hermosa entre los ojos de papá, Jayden y yo. Sin pensarlo dos veces suelto las cosas sin importarme y corro hacia él, el también hace lo mismo suelta a mama y viene corriendo hacia mí. Esquivo y me disculpo con las personas caminando con las cuales choco.
Para mi pareció una eternidad, pero lo que en realidad fueron unos cinco minutos, ya me encontraba envolviendo con mis brazos en un abrazo a Italo, sus pequeñas manos rodearon mi torso mientras yo acunaba mi cabeza en su cuello
Su colonia invadió mis fosas nasales, sentí que Jayden se nos unió al abrazo y terminemos cayendo al suelo riendo, más personas a nuestro alrededor nos miraba de forma extraña, como si estuviéramos locos. ¿La verdad? No me importaba, yo estaba emocionada.
Jayden lo levanto del suelo alzándolo en el aire, Italo soltando fuertes risotadas, una camisa con algún extraño estampado de unas caricaturas tenia puesta Italo, unos jeans y unos zapatos pequeños tiernos que cada que daba un paso, brillaban. Sus ojos brillaban con emoción y soltaba risas de emoción.
- ¿Cómo estas peque? Te extrañamos demasiado.
Jayden lo dejo de nuevo en tierra, papá se acerco junto a Peter. Italo apenas ver quien se acercaba se olvido rápidamente de la existencia de Jayden y de la mía para ir corriendo con los brazos extendidos hacia ellos dos, papá y Peter se agacharon para poder recibir el abrazo, ignorando completamente la pregunta de Jayden.
- Ya nos olvido.
- Que rápido.
Peter alza al pequeño y lo carga. - ¡Cuánto has crecido! A ver, muéstrame esos dientes.
Italo sonrió, entusiasmado. Mostrando su dentadura incompleta, algunos dientes de leche habían caído, otros estaban creciendo. Se veía adorable.
- ¡Mira Pet! - hablo Italo, para ser un niño de seis años. Hablaba bastante fluido - ¡Este otro esta flojo! ¡Y el ratón Pérez me dio 10 dólares la otra vez!
Ríe y papá lo sigue mirando con amor y ternura. Para él no era fácil el no tener a todos sus hijos con él, estábamos tratando los temas legales para tener parte o la custodia completa. Mamá... No era muy apta.
- Italo, no seas desobediente y ven.
Una voz lo llamo, esa voz se encontraba tras de mí. Su voz era suave, pero autoritaria. Lo seguía siendo solo que ahora más, agresiva. Italo al instante se separo de Peter bruscamente y fue con Mónica Hodsen, la persona que nos dio la vida. Llevaba puesto un vestido blanco exageradamente caro a la vista, una cartera de mano negra con el logo de una marca costosa.
Unos lentes cubren su rostro, a sus treinta y seis años lucia como si acabara de cumplir los treinta, un hombre corpulento la acompañaba. Parecía tener unos 40 años sin embargo, sospechaba que era la edad que quería aparentar.
Al igual que mi madre, su saco de cuero lucia caro, sus lentes, y reloj. Y ya supe deducir quien era ese hombre para mi madre. Italo llego hacia mamá y la tomo del brazo para acercarla a nosotros.
El hombre a su lado, no dejaba de mirarme con una sonrisa tenebrosa, al igual que a Jayden. De inmediato, sentí una mala espina.
- Hijos míos - hablo ella con una voz suave - Los he echado tanto de menos, les traje unos presentes para ustedes, retoños míos.
Se acerco a nosotros abrazándonos, Jayden se lo correspondió con los brazos tensos, yo solo palmee su espalda sin muchas ganas. El hombre que acompañaba a mi madre hablaba con Italo mientras le mostraba lo que le habíamos regalado, no me causaba buena espina y apenas lo conocía.
Se separo de nosotros y nos dio un beso en la mejilla a los dos, dejando marca de su labial rojo en nuestras mejillas, y desvió su mirada a papá y Peter.
- Hola, Mónica. ¿Cómo te encuentras? - hablo papá alzando su brazo para estrecharlo con el de mamá, ella solo miro el brazo con desdén.
- Hola, Chase. Has cambiado mucho y... - Miro a Peter, este le dio una sonrisa amable, al cual se le marcaban unos tiernos hoyuelos. - Tu... compañero.
Mi madre dijo esto último con asco, como si fuera asqueroso lo cual hizo que me hirviera la sangre.
- Tengo nombre, Señora Mónica. - hablo con firmeza y sin perder la amabilidad Peter. - Y, gracias he estado haciendo ejercicio, los cuarenta son los segundos veinte.
Jayden y yo aguantamos una risa ante la respuesta de Peter, el no carecía de paciencia, esta misma era gigante sin embargo, sabia lo prepotente y apática que era mi madre.
- Señorita para ti. En fin... Niños, les presento a Henry.
Este mismo vino de la mano con Italo, este salió corriendo hacia mí para que lo alzara conmigo. - El es nuevo novio de mamá - me susurra el pequeño - Es un poco extraño pero, me compra juguetes y dulces.
Sonreí de lado sin estar completamente convencida.
- Me ha hablado mucho de ustedes. - Su vista se dirigió a mí - Y tú... eres idéntica a tu madre. Igual de hermosa.
Herede la misma nariz, labios con arco, color de cabello. Ella tenía los ojos color café, y ahora tenía el cabello teñido de rubio. Acerco su muñeca a la cara y yo retrocedí sin descaro alguno, este al ver mi acción, soltó una risa extraña.
- Niños, ya debemos irnos. El frio aumentara. - hablo papá, tampoco del todo convencido. - Fue un gusto verte, Mónica.
- Lo mismo digo, querido - dijo con el sarcasmo obvio en su voz.
Se despidió de nosotros colocándose un saco felpudo blanco. Se despidió de Italo, dejando su bolso con ropa y se marcho.
- Jesús, nunca sentí tanta tensión en mi vida. ¿Quién quiere pizza?
Hablo Peter tratando de aligerar el ambiente, todos gritamos un coro de si, mientras íbamos camino al auto. Italo se comía el pequeño pote de helado que le compramos animadamente.
- Esta semana nos divertiremos mucho.
- ¿De verdad? - pregunto emocionado.
Asentí a lo que este hizo un mini bailecito en mis brazos celebrando.
- Te amuu, Ara. - hablo este embarrado de helado de fresa. Toque su nariz llena de este y lo bese.
- Yo más, peque.
Hola ¡! Paso por acá para darles un nuevo capítulo, aquí ya se empieza a poner interesante. Y también porque este libro paso más de las mil leídas. Muchísimas gracias a todos los que votaron y dejaron comentarios y por sus hermosos mensajes. Lo aprecio más de lo que imaginan.
Hasta el próximo capitulo
Gracias y los quiero, bye.
Redes sociales
Facebook: Ivanna Sánchez
Instagram: @itsivasanchez
Twitter: @itsivasanchez
Tik tok: @itsivasanchez
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top