Charles: 3 de octubre de 2004

—¿Yvonne? —Por fin giró la cabeza hacia mí—. Es la tercera vez que te llamo.

Odiaba ser ignorado, más aún que me hicieran esperar.

—Perdón, Charlie —se disculpó, sin dar la impresión de que lo lamentara en verdad—. Estaba pensando en otra cosa que... ¿Qué estabas diciendo?

—¿Estás segura de que estás bien? —inquirí—. Te ves muy distraída.

—No he dormido bien en los últimos días, eso es todo.

Su insomnio no era para menos tomando en cuenta lo que acababa de ocurrirle ayer por la mañana: entrar al despacho de su padre bastó para que se topara con una carpeta de archivos que, supuestamente, el mismo Thomas había dejado oculta dentro de las gavetas de su escritorio. Yvonne pasó alrededor de quince o veinte minutos encerrada en aquella habitación. Se aseguró de colocar el pestillo a la puerta y en ningún momento mencionó qué diantres estaba haciendo allí dentro. Puede que tan solo buscara un lugar para llorar en calma, pues con todas esas veces que le he prohibido hablar entre lágrimas, no me sorprendería que hubiese tratado de esconderse en cualquier otro sitio con tal de concederse la oportunidad de estar a solas.

¿Por qué parece que lo único que quiere hacer es llorar? Cada día y a todas horas, sus ojos están humedecidos la mayor parte del tiempo, como si en serio no tuviera nada mejor que hacer además de atormentarse a sí misma con insignificancias del pasado. No me gusta verla llorar, en especial porque me hace sentir que comparto la recámara con una niñita mediocre. Todo lo contrario a lo que, alguna vez, creí que diferenciaba a Yvonne de todas las demás chicas.

Ya estoy aquí, paso tiempo junto a ella y hago lo posible para subirle el ánimo a cada minuto del día, ¿no debería eso ser suficiente para que cambiara su rostro entristecido por una sonrisa? A veces, no me presta ni un poco de su atención; ni siquiera mi presencia puede hacer que se aparte de la ventana, aún teniendo horas enteras con los ojos clavados en el otro lado del vidrio.

—¿Qué estás esperando ver, Yvonne? —quise saber—. No es normal estar parado tanto tiempo frente a la ventana.

—No estoy esperando ver nada, solo estoy... mirando lo que hay afuera —aquello se escuchó improvisado.

—Nadie mira lo que hay afuera —imité su voz— durante más de dos horas.

Apartó la vista del cristal.

—No han sido más de dos horas —protestó al instante.

—Claro que sí —repuse—, y has hecho exactamente lo mismo durante tres días seguidos.

—¿Qué tiene de malo que me guste ver por la ventana?

—Es por culpa de tu nueva afición al vidrio que no has hablado conmigo desde que llegaste a casa.

—¿Es una broma, Charlie? —Se giró hacia mí con cierta indignación, cruzándose de brazos al tiempo que se dejaba caer sobre el borde de su cama—. Lo único que he hecho desde que llegué aquí es hablar contigo.

—Pues no lo suficiente como me gustaría —pronuncié en voz baja. Tan baja que, estoy seguro, ella no pudo escucharlo.

—¿Cómo puedes decir que no hemos hablado cuando ayer pasamos casi toda la noche discutiendo sobre los archivos de papá?

—Eso no cuenta —me di prisa en objetar—. Eran temas teóricos, Yvonne, estábamos leyendo hojas y revisando reportes médicos... ¡Era como estar estudiando para un examen!

—Y ¿qué hay con eso? —resopló—. ¿No te interesa la investigación, acaso?

—Quiero hablar sobre otras cosas, ¿okay? Algo menos aburrido que libros, artículos o pruebas genéticas.

Coloqué todo ese montón de documentos sobre la superficie de su cama, apresurándome a dejar de tener en manos lo que parecía ser la recopilación de papeles más irrelevante de toda la historia.

—Sí, somos hyzcanos, ¿y qué? —Me encogí de hombros—. ¿Cuál es el problema? —Ella me miró con molestia cuando aparté aquella pila de hojas para sentarme a su lado—. Seguimos siendo los mismos.

—No entiendes nada de lo que esto significa, ¿verdad? —farfulló entre dientes.

—Entenderlo tampoco me importa demasiado, me importa más...

—No sabes lo que todos estos registros significaron para mi padre —me interrumpió, juntando los papeles para volver a ordenarlos en la secuencia correcta—. No conoces todo lo que tuvo que suceder para que él... ¡Ni siquiera tienes idea del embrollo en que se metió para tratar de completar esta investigación! —me gritó.

—Y eso es justo de lo que hablo —insistí—. Son problemas de tu padre, ¿entiendes? No nuestros.

—Él nos confió estos documentos por alguna razón...

—Él no nos confió nada, Yvonne —traté de hacerla razonar—, tú encontraste los archivos en la parte más recóndita de su escritorio.

Cerró la boca de golpe, limitándose a desviar la mirada hacia el montón de documentos que parecían consumirla cada vez más.

—Olvídate de esto por al menos un instante y empieza a pensar en ti, ¿okay? —Y en mí, por favor—. Toda la vida has estado perdiendo tu tiempo en lo que tu padre siempre ha querido que hagas —la sermoneé.

—Lo sé, pero...

—Ni siquiera tienes amigos, ¿o sí? —Arrebaté aquellas hojas de sus manos para que pudiera concentrarse en mis palabras—. ¿Alguna vez has pensado en qué quieres hacer con tu vida? ¿Trabajar, mudarte de ciudad o estudiar en alguna clase de academia extranjera?

—No he tenido tiempo para pensar en eso porque... había otras cosas que me parecían más importantes —vaciló.

—¿Más importantes que planear tu futuro?

—Sí..., tal vez sí, Charlie.

—Ah, ¿sí? —bufé, incrédulo. En verdad dudaba que existiera una manera de contradecir mi modo de ver las cosas—. ¿Qué puede ser más importante que planear tu futuro?

—Proteger a quienes amo —respondió con seguridad—. Me parece mucho más importante que pensar en cómo voy a ganar dinero o en dónde rayos quiero vivir cuando crezca.

—¿Proteger? —me burlé—. ¿Cuál es la parte divertida en eso?

—Pasar la vida con personas especiales para mí —contestó.

—Entonces, ¿por qué no te mudas a Francia conmigo? Tú y yo podríamos pasar la vida entera juntos.

Ni siquiera me miró cuando me atreví a pronunciar eso último en voz alta.

—No, Charlie. —Agachó la cabeza—. Yo amo a mi familia, no quiero dejarlas solas otra vez y... —suspiró—. Aparte de todo, tengo que quedarme en Alemania.

—¿Por qué? —protesté, ofendido—. Estuviste fuera durante meses y, ahora que te propongo venir conmigo, ¿dices que no puedes irte?

—Solo lo hice porque era necesario. —Me miró a los ojos para dejar en claro—: Yo no las dejé porque simplemente quisiera hacerlo.

—Y ¿por qué te fuiste, en primer lugar?

—¡Porque era mi responsabilidad componer las cosas! —increpó con frustración—. ¡No iba a permitir que algo malo le sucediera por culpa mía!

¿De qué cuernos estaba hablando? Ni idea.

—¿Sabes lo terrible que se siente estar en posibilidades de lastimar a quienes amas? —continuó diciendo, levantándose con contundencia de la cama—. ¿Acaso sabes lo decepcionante que puede ser perder a alguien, aún después de haberlo dado todo por hacer que se quedara?

—No puedes cambiar lo que le pasó a tu papá, Yvonne.

—Por todos los cielos, Charlie, ni siquiera estoy hablando de él, yo... ¡Agh! —se quejó, lanzando un resoplido al aire—. ¡Mejor olvídalo!

—En lugar de gritarme, podrías hacer un esfuerzo por explicármelo, ¿no?

—No creo que quieras que te lo explique —balbuceó.

—¡Annaliese! —esa era la voz de Wilhelmine a unos pasillos de distancia—. ¿En dónde diablos te metiste, pequeña traviesa?

Mi hermana entró de repente por la puerta de la habitación, gateando a carcajadas por el suelo hasta alcanzar la base de la cama: una bebé demasiado molesta para tener tan solo trece meses de edad.

—¡Maldición, Annaliese! —la reprendí de inmediato—. Sal de aquí ahora mismo, ¿no ves que interrumpes nuestra conversación?

—Deja que se quede —me reclamó Yvonne enseguida—, no está haciendo nada malo.

—Pero te aseguro que lo hará, es un estorbo a donde sea que vaya. —Mamá siempre lo decía, y yo coincidía por completo con aquella opinión—. No hace más que llorar y llorar.

Mi hermana se aferró a la pierna de Yvonne para sostenerse en pie.

—Tampoco exageres, Charlie, es solo una bebé —la defendió por capricho—. Me sorprende bastante que tu madre te haya dejado viajar con ella hasta aquí, ¿sabes?

Por supuesto: Yvonne todavía ignoraba que era yo quien, en su mayoría, cuidaba de Annaliese casi todo el tiempo. Mamá nunca estaba en el departamento. Es más, si no era porque fastidiosos hombres ebrios la traían cargando noche tras noche hasta su habitación, ella ni siquiera regresaba a casa para el amanecer.

—Era encargarme de mi hermana o no venir a verte —quise confesarle sin rodeos.

Me sostuvo la mirada durante un par de segundos antes de volver a centrar su atención en los lloriqueos de la niña.

—¿Annaliese está aquí? —preguntó Wil, irrumpiendo en la recámara de manera atropellada—. ¿La han visto?

Tanto Yvonne como yo la escuchamos soltar un suspiro en cuanto sus ojos se cruzaron con los de mi hermana.

—¡Madre mía! —Avanzó hacia nosotros con la intención de tomar a la chiquilla en brazos—. Ya me la llevo, no se preocupen por...

—Está bien, Wil —intervino Yvonne mientras se encogía de hombros—, Annaliese se quedará aquí por un rato más.

Me giré hacia Yvonne con la boca abierta.

—¿Qué? —la cuestioné, incrédulo—. ¿No estabas escuchando nada cuando dije que era una bebé estorbosa?

—Yo no lo creo así —sonrió, acariciándole el cabello a la niña con cierto cariño—. No me molestaría seguirle el paso durante algunos minutos.

—¿Estás segura? —dudó Wil—. Porque puedo llevarla a la sala para que Charles y tú tengan un espacio de...

—Lo digo en serio —Yvonne se mantuvo firme—. Obséquiate un descanso, Wil, nos haremos cargo de ella.

He de admitir que yo no estaba del todo conforme con aquel cambio de circunstancias.

—De acuerdo... —musitó Wil, vacilante—. Te tomaré la palabra, entonces. —Girando sobre sus talones, no tardó en dirigir sus pasos hacia la puerta del fondo.

Claro estaba que ni ella ni yo comprendíamos los motivos por los que Yvonne parecía estar entusiasmada con la tonta idea de ocupar su tiempo con las travesuras de una chiquilla.

—Maldición, Yvonne, ¿por qué hiciste eso? —le reproché con indignación en cuanto Wil cruzó la salida.

—Hacer, ¿qué? —fingió ignorancia.

—Dejar que Annaliese se entrometiera en nuestro único momento de paz.

—Ay, ¡por favor! —bufó—. Tampoco es como que tuviera las malvadas intenciones de fastidiarte, Charlie.

Annaliese chilló de repente, moviendo las manos con desesperación mientras se esforzaba por alcanzar el peluche blanco que decoraba las sábanas de Yvonne.

—¿Quieres esto? —Ella se apresuró a colocar el juguete frente a mi hermana—. Es un perrito.

—Lo chupará —le advertí, pues era un hecho que Annaliese siempre arruinaba todo.

—Puede quedarse con él —aceptó, indiferente.

—¿Qué?

¿No era eso incomprensible tomando en cuenta lo mucho que Yvonne amaba a ese perro? Según tenía entendido, ese viejo animal de felpa se trataba de uno de los obsequios de su padre que ella más atesoraba.

—Parece que lo necesita más que yo —se excusó y, encogiéndose de hombros, se limitó a entregarle el perro a la niña—. Ahora es tuyo, Annaliese —le dijo en voz baja—. Su nombre es Felix.

Mi hermana recibió el juguete entre carcajadas, como si nada en aquel instante pudiera ser mejor que abrazarse a un afelpado perro de peluche. Entonces Yvonne sonrió. La sonrisa más auténtica que le hubiese visto reflejada en la cara desde que volvió a casa.

—Rayos, el elástico acaba de soltarse —murmuró para sí misma antes de levantar a Annaliese del suelo con agilidad, centrando toda su atención en ajustar las correas de su pañal.

—Eres buena —apunté.

—Buena, ¿en qué?

—En cuidar niños.

Tragó saliva de manera audible antes de regresar a mi hermana a la alfombra.

—Sí, es... —se aclaró la garganta— una larga historia.

—¿La misma historia que involucra a esa cosa? —Le señalé el accesorio sofisticado que desde hacía días llevaba colgado al cuello—. ¿Al menos vas a decirme qué es? Debe de ser muy importante si lo llevas puesto casi todo el tiempo.

Nada. Permaneció en silencio entre tanto le echaba un rápido vistazo a los archivos de su padre.

—¿No vas a contarle nada a tu mejor amigo? —le recriminé, ofendido.

—Cometí muchos errores y punto —sentenció, cruzándose de brazos—. No quiero hablar sobre eso.

Estaba evitando el tema, cosa que permitiría solamente a cambio de una muy buena compensación:

—Ven a Francia conmigo, Yvonne.

—Ya te dije que no, Charlie, tengo que estar aquí para cuando él... —Negó con la cabeza—. Solo no quiero y ya.

—¿Para cuando quién haga qué?

—No importa demasiado.

—Aun así, quiero saberlo —insistí—. Solo dime de quién estás hablando, ¿okay?

Su vista se quedó clavada en el techo.

—De un chico —respondió entre murmullos.

—¿Un chico? —me alarmé al instante—. ¿Qué chico?

—Alguien que mi mamá estaba... —Respiró profundo—. Como sea, su nombre es Lukas.

Bastó con que pronunciara esa última palabra para que las mejillas se le tiñeran de rojo, de allí que ni siquiera lo pensara dos veces antes de continuar con mi interrogatorio:

—Y ¿qué tiene que ver él con que no puedas irte de Alemania?

—Lo estoy esperando —masculló.

—¿Por qué?

—Porque... —Prefirió reformular su oración—: No quiero que lo tomes a mal, ¿de acuerdo? Tan solo me parece que es indispensable que seas consciente de que yo no...

—Él te gusta, ¿no es cierto? —me fui de lleno con la pregunta que más importaba.

Ella bajó la mirada y, después de una pausa, contestó:

—Sí.

Auch.

—Vaya... —me reí, soltando un chasquido de lengua—. Pudiste habérmelo dicho antes, ¿no?

Estaba molesto, en especial porque también estaba convencido de que Yvonne no podía dejarme por alguien más, es decir, yo era... ¡Era perfecto para ella!

—No había encontrado el mejor momento para decírtelo —justificó en voz baja.

—¿Y es por una ridiculez como esa que no vas a acompañarme a París? —protesté—. ¿Por un simple chico? ¡Por favor! Es alguien que ni siquiera...

—Lukas es mi novio, Charles.

Me volví hacia ella con algo parecido a un hueco en el estómago.

—¿Qué dijiste?

—Quiero por montones a Lukas, ¿me oyes? —admitió sin pena—. No voy a ir contigo a París.

Es poco decir que estaba más enfadado que nunca: podía sentir la mandíbula tensa y los músculos a punto de reventar. Acababa de defraudarme. Sin importar todo por lo que habíamos pasado, cada recuerdo de la infancia, juegos, risas, abrazos... ¿Cómo era posible que nada de eso le importara ahora? Nosotros debíamos estar juntos. Thomas lo sabía, Wil también, o sea, ¡incluso mi madre era consciente de que solo por ella había preferido regresar a Alemania!

—¿Estás enojado?

Ja, ¡por favor! Después de todo, ¿cómo cuernos esperaba que no fuera de ese modo?

—¿Es en serio, Charles? —acusó—. ¿Estás enojándote conmigo solo porque te dije que estoy enamorada de alguien más?

—Si no te ha quedado lo suficientemente claro, entonces no sé qué más hacer —refunfuñé.

—Estás pasándote de listo con esto, ¿entiendes?

—Lo que tú no entiendes, Yvonne, es lo ridículo que es defraudar tanto a tu familia como a la mía —constaté para dejar los hechos en claro.

—Guau, eso es... —Soltó una carcajada—. Cielos, ¿ahora ves por qué no quería decírtelo?

—Sí. —Le dediqué una sonrisa forzada—. Cuando haces las cosas mal, lo último que quieres es que los demás se enteren, ¿cierto?

Me levanté de golpe al momento en que se volvió hacia mí con la boca abierta.

—Dime que eso fue una simple broma —me espetó con el gesto serio.

Le di la espalda.

—Solo podías estar conmigo, Yvonne, era más que obvio y todos lo sabíamos.

—Pero ¿qué...? —No tardó mucho en sujetarme del brazo para hacer que me girara hacia ella—. ¿Qué rayos te sucede?

—Solo estoy diciendo la verdad —argumenté.

—Oye, para empezar, tú nunca respondiste a ninguna de mis cartas —utilizó como excusa.

—¡Enviabas páginas enteras que ni de chiste alcanzaba a leer!

—Pues si yo te importaba de esa forma, debiste de haber hecho un esfuerzo por tan siquiera...

Estando a punto de terminar la frase, Annaliese inundó la habitación con otro más de sus llantos estruendosos. Yvonne se apresuró a tomarla en brazos, acariciándole el cabello mientras le susurraba en voz baja alguna especie de tonta canción de cuna. Había algo diferente en la chica que yo creía conocer... Tal vez sus nuevas prioridades o su creciente necesidad por contradecirme, pero, fuera lo que fuese, no me agradaba en absoluto.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top