Capítulo 4: 10 de diciembre de 2003
Han pasado varias semanas desde mi última anotación. Las cosas se han complicado cada vez más; mi nuevo empleo roba bastante de mi tiempo y el cuidado del tercer Lukas se ha vuelto agotador. En varias ocasiones me he visto obligada a complementar sus conocimientos sobre cómo ir al baño, lo que me ha costado horas enteras de sufrimiento. No deseo profundizar en el tema.
¿Recuerdas la llegada de ese cobertor sospechoso y del paquete de utensilios que jamás adquirí por mis propios medios? Pues ha ocurrido de nuevo, aunque esta vez, los cobertores han cambiado por un par de cobijas térmicas (ideales para el frío invierno de diciembre). Y no solo eso, sino que, además, los alimentos continúan llegando a la cueva acompañados de artículos de aseo y ropa limpia. El donador misterioso parece conocer con exactitud todas y cada una de nuestras necesidades, como si realmente pudiera observarnos. Esta cuestión me tiene alarmada, pero admito que, pese a su dudosa procedencia, los obsequios siguen siendo de una increíble utilidad.
No creo que Lukas haya visto tampoco a ese extraño vigilante, y si lo ha hecho, no pienso que sea capaz de decírmelo, mucho menos de comprenderlo. Habla muy poco, responde con monosílabos y sus frases no van más allá de combinaciones simples como "me gusta el helado", "me llamo Lukas" o "gusano feo"... Ahora me percato de que posee un odio extremo hacia cualquier cosa que tenga similitudes con un insecto.
—¡Yonne! —me llamó él de repente.
—¿Qué sucede?
Señaló el suelo para indicarme que deseaba verme sentada a su lado. Lo vi juntar un puñado de ramas y hojas secas, ordenándolas en una perfecta línea recta mientras se aseguraba de colocar cada una de ellas muy cerca de la anterior.
—Yonne, ¿quieles? —Tampoco sabe pronunciar la r, pero admito que sus balbuceos al intentarlo son adorables.
Reunió otro grupo de hojas, poniéndolas a mi alcance para que yo también tuviera la oportunidad de acomodarlas al final de la fila.
—¿Quieres que juegue contigo? —traté de adivinar.
Él asintió y me dedicó una leve sonrisa antes de regresar la mirada hacia su hilera improvisada de "interesantes" objetos del bosque.
—Bien —accedí para cumplirle el capricho—, pero solo será por un tiempo porque tenemos que ir al trabajo.
Salir temprano de la cueva era ya una exigencia si lo que buscaba era no toparme con los primeros rayos del sol. Rudolf solía esperarnos cada mañana cerca de la puerta de entrada y Martha siempre estaba dispuesta a cuidar del niño durante mi ausencia. En verdad me sorprende que ninguno de los dos haya cuestionado todavía el crecimiento repentino de Lukas, pero es un detalle que... Alto, ¡no lo malinterpretes! Estoy más que agradecida por ello.
—¡No! ¡Ahí no, Yonne! —Haber colocado un madero al principio de la fila hizo que Lukas comenzara a quejarse con desesperación—. ¡Ahí no!
—De acuerdo, lo siento —me apresuré a corregir mi error, esta vez acomodando aquella rama por la parte final de la línea—. ¿Así está mejor?
—Sí.
Dato que debo obligarme a memorizar: los cambios de rutina y las cosas desordenadas parecen fastidiarlo a gran escala.
—¡No! ¡Yonne!
—Cielos. —Entorné los ojos—. ¿Y ahora qué ocurre?
Me mostró las manos con preocupación.
—¿Qué hay con ellas, Lukas?
No fue hasta que lo vi señalar los restos del lodo en sus dedos que comprendí lo que trataba de darme a entender.
—Oh, eso —suspiré—. Es solo tierra.
—No, no, no...
—No te pasará nada —tomé del suelo algo de lodo—, ¿lo ves?
La curiosidad que vi reflejada en su rostro me llevó a inclinarme hacia él para mostrarle la tierra más de cerca.
—Mira, no es nada malo —le dije con voz tranquila—. De hecho, puede llegar a ser bastante divertido.
Me concedí la oportunidad de ensuciarme las manos, utilizando el lodo para moldear una esfera que pronto se convirtió en el material perfecto para armar una figura.
—Con esto puedes hacer cualquier cosa, solo tienes que darle la forma que quieras. —Aplasté las orillas de mi creación improvisada para hacerla lucir como una pequeña estrella—. Y listo, así es como se hace.
Soltó un gritito de emoción en cuanto coloqué tal figura sobre la palma de su mano.
—¡Tiela! —anunció con asombro.
—Tierra que, cuando está mojada, funciona como arcilla —apunté.
—¡Mila, Yonne! ¡Es Tiela!
No pude contener la risa.
Jamás lo había visto tan feliz, al menos no desde hacía días, lo cual me llenaba de una profunda sensación de alegría. Ojalá tuvieras la capacidad de ver alguna de sus tiernas sonrisas porque, de poder hacerlo, apuesto a que tampoco dudarías en considerarlo el detalle más especial de todos.
* * * * * * *
Recolectar y organizar los huevos de gallina es el trabajo semanal que más me gusta hacer, no solo porque consiste en una actividad sencilla por sí misma, sino porque la larga distancia que separa a la granja del gallinero me permite disfrutar del camino y dedicarme de lleno a mis pensamientos. Es el único momento en que puedo encontrarme verdaderamente a solas.
Había terminado con los empaques del piso inferior y había separado ya los huevos rotos de la colecta cuando un cosquilleo en el cuello me hizo detenerme de golpe. Coloqué las canastas en el piso antes de bajar la mirada y comprobar que, en efecto, era la vibración del medallón lo que acababa de dejarme pasmada cerca de la salida. Como ya lo imaginaba, transcurrieron unos segundos antes de que el brillo rojizo iluminara el rubí con un nuevo mensaje:
💢#4: En donde un niño pequeño quiera jugar debes acudir y no te olvides de asistir, mas no lo querrán dejar ir y, por lo tanto, un secreto tendrás que decir. Poco tiempo tendrás para probar que se trata de la verdad o prepárate para que los tres decidan escapar.💢
Había dejado a Lukas bajo la vigilancia de Martha en varias ocasiones, pero, esta vez, tenía el presentimiento de que llevarlo conmigo sería indispensable. Si el desafío advertía sobre la futura revelación de un secreto, ¿no resultaba obvio que él debía formar parte de tal hazaña?
Caminé más rápido de lo que habría hecho en otros momentos, recorriendo la distancia que aún me separaba de los pastizales al tiempo que centraba mis pensamientos en la posible ubicación del siguiente Lukas. No había nada en aquel mensaje que me brindara una pista acerca de su paradero, pero sí de la forma en que lograría hacerme con el objetivo: para ganar la compañía del cuarto, sería necesario pasar por algún tipo de prueba de veracidad. Y estaba lista para ello. El discurso que había escogido confesar era algo imprudente y arriesgado, aunque era lo bastante convincente para que cualquiera se viera inclinado a aceptar mi versión de la historia.
Alcancé la cerca principal en menos tiempo del habitual. No me olvidé de depositar la canasta de huevos dentro de su respectivo cartón de venta y enseguida me encaminé hacia el interior del granero. Toparme con el despacho de Martha también fue suficiente para notar lo mucho que ella había trabajado por mantener al niño entretenido: no solo había ocupado su escritorio con un montón de pinturas y pinceles, sino que, además, había decorado un calcetín para fingir que su mano era una especie de marioneta. Al parecer, narrar un cuento acerca de cerditos bien portados le había funcionado para que el pequeñín se estuviera quieto.
—Vamos, Lukas, ¿cómo se llamaba el primer cerdito? —decía ella en un intento por imitar la voz de un fabulista—. Sé que puedes recordarlo.
—¡Tola! ¡Tola! —respondía él a gritos—. ¡Tola!
—No, lindura, Tola no es un nombre.
—¡Tola!
Irrumpí en la entrada de la oficina justo a tiempo para ver a Martha alzar la mirada hacia mí.
—Pero su nombre ya no importa porque... ¡Yvonne ha llegado por ti! —Tampoco creía que el niño hubiera entendido esa parte del mensaje, aunque eso no impidió que estallara en emoción en cuanto ella le acercó el títere a la punta de la nariz.
—Cielos, Martha, esto parece más un salón infantil que un despacho de trabajo —intervine a modo de agradecimiento.
—Al menos cuento con un espacio alegre, ¿no? —ironizó.
—¿Aunque eso también implique redecorar tu piso con manchones de colores?
Ella respondió a mi pregunta con una sonrisa.
—Voy a ayudarte a limpiarlo, créeme —me di prisa en añadir—. Te debo demasiado...
—No me debes nada —interrumpió, poniéndose de pie para encaminar al niño hacia la salida—. Entiendo tu situación, y sé que puede ser frustrante contar únicamente contigo misma para cuidar de alguien más... A mí me hubiera gustado recibir algo de apoyo.
—¿Algo de apoyo? —dudé—. ¿Tú también has tenido que...?
—Ser madre soltera no ha sido fácil para mí. —Fijó la mirada en los maderos manchados del piso—. El hombre que... —Prefirió reformular el inicio de su oración—: Él decidió que mi hija y yo nos alejáramos de casa por un tiempo. —Me dirigió una sonrisa triste—. Dijo que se sentiría mucho más tranquilo si ambas nos manteníamos fuera de su... Tú sabes, a veces es mejor evitarse problemas y ser precavidos.
No tenía ni idea de lo aquello implicaba y tampoco estaba segura de cómo responder a su explicación, de modo que me limité a guardar silencio mientras observaba a Lukas colocarse entre tambaleos junto a mí. Permanecer con la boca cerrada no era algo que una persona de sociedad tuviera la costumbre de hacer. Sabía que para parecer "normal" debía encontrar la forma de continuar con la charla, mamá me lo había repetido en cientos de ocasiones.
—¿Cómo se llama tu hija? —improvisé con lo primero que vino a mi mente.
—Sonneschein. —Haber traído tal nombre a la conversación le iluminó el rostro casi de inmediato—. Es una niña brillante, gentil y de voluntad fuerte... Me recuerda mucho a ti, de hecho.
—Apuesto a que seríamos buenas amigas —sonreí.
—Estoy segura de que sí... Es más chica que tú, pero en el colegio siempre ha congeniado mejor con alumnos de grados superiores.
—Ojalá pueda conocerla algún día.
Bajé la vista para toparme con el rostro de Lukas, quien, por supuesto, no tardó en estirar las manos hacia mí con tal de exigir que lo levantara en brazos. Lo miré con los ojos entrecerrados antes de aceptar su petición.
—Si tus jornadas se movieran al horario vespertino, quizás podrían coincidir —me propuso Martha.
—Suena bien —accedí sin inconvenientes—. Le pediré a Rudolf que intercambie alguno de mis turnos por...
—¡Yonne! —exclamó Lukas con desespero.
—Ya voy. —Tuve que indicarle que guardara silencio antes de proseguir—: Le pediré que intercambie alguno de mis turnos por los de la tarde...
—¡Yonne! —insistía él—. ¡Ya!
—Sí, sí, ya nos vamos, pero primero tendrás que decirle adiós a tu querida cuentacuentos.
Mis palabras lo llevaron a utilizar mi cuello como resguardo privado, ocultando el rostro para evitar encontrarse con el de aquella mujer.
—Vaya, ¿así que ahora eres penoso? —inquirió ella.
—Uy, no tienes ni idea —agregué con ironía, recordando lo reservado que el verdadero Lukas solía ser.
Martha rio conmigo a pesar de desconocer el verdadero contexto de aquella frase, luego comentó:
—Se hace lo que sea por quienes más amamos, ¿no?
—Claro —coincidí—, yo moriría si algo malo le sucediera a Lukas.
La escuché tragar saliva de manera audible, y entonces el silencio incómodo no hizo más que apoderarse del resto de la sala. Al menos hasta que ella tuvo la iniciativa de volver a abrir la boca:
—Entiendo, Yvonne... Tampoco sé qué haría si alguien tratara de lastimar a mi familia. —Clavó la mirada en el pequeñín que ahora se acurrucaba entre mis brazos. En eso, me percaté de que sus ojos estaban fijos en el sospechoso símbolo que, desde hacía semanas, permanecía grabado sobre la piel de su muñeca.
No estoy exagerando cuando digo que fue un rastro de miedo lo que alcancé a percibir en la cara de Martha.
—Protegerlo es lo único que puedo hacer —balbuceé, rodeando a Lukas por la espalda para asegurar que su marca quedaría oculta a la vista—. Es solo un niño.
—Sí, desde luego. —Ella parpadeó varias veces antes de apartar la mirada—. Es... totalmente cierto.
Seré sincera contigo: desde el principio, supuse que algo muy extraño sucedía con esa mujer. Comenzando por la forma en que toda su persona desencajaba por completo de una vida de granja, continuando con su alta e inesperada disposición para cuidar de Lukas y terminando con la manera en que su rostro reflejaba terror cada vez que posaba la vista sobre ese símbolo a blanco y negro... ¿Acaso estaba ella familiarizada con la marca de la comunidad mágica? Y, de ser así, ¿por qué había preferido darnos su apoyo aún conociendo lo que ese grabado significaba?
Después de aquella inquietante charla, regresé al bosque a paso veloz y, con Lukas en brazos, me tomé la libertad de dirigir mi marcha hacia las orillas de la ciudad en tanto me preocupaba por hallarle una solución al acertijo.
—En donde un niño quiera jugar... —pensé en voz alta—. ¿En dónde querría jugar un chiquillo de cuatro años?
«¿En alguna clase de centro acuático, quizá?»
Había un par alrededor de la ciudad, pero conociendo la personalidad apática de mi compañero, me parecía extraño que hubiese aceptado visitar un sitio tan ruidoso como ese.
—Palque —interrumpió él, reemplazando la idea en mi cabeza por la imagen de un pastizal extenso con la tranquilidad adecuada para disfrutar del día.
«¡Eso es! ¡Un parque!»
Frankfurt estaba repleto de ellos, y cerca de aquí había uno en particular que, estaba segura, se trataba del lugar correcto. Waldspielpark Louisa era el parque ideal para un niño, un sitio adaptado con juegos infantiles, áreas verdes y fuentes de agua que lo volvían el espacio perfecto para los más pequeños.
—¡Gracias, Lukas! —No pude más que plantarle un beso en la frente—. ¡Eres todo un genio!
Ni siquiera tuve que caminar durante mucho tiempo. Con el objetivo en mente, resultó sencillo guiar mi marcha por las rutas indicadas y hacer lo posible por recortar la distancia que todavía nos separaba de aquel sitio. Incluso cuando me topé con los muros que delimitaban el parque, no tuve ningún inconveniente para localizar la entrada y cruzar por el ingreso, mucho menos para avanzar a través del jardín que imitaba el aspecto de un enorme bosque bien cuidado.
Continué avanzando por el césped, girando la cabeza en todas direcciones mientras trataba de identificar al único rostro que, sabía, no tendría dificultades para reconocer. Entonces me topé con su ya familiar sonrisa: el niño que tanto buscaba se balanceaba despacio en la zona de columpios, un área acogedora cuyo suelo había sido reemplazado por una superficie suave de arena. A unos metros de él, una pareja reposaba en calma sobre una banca de madera, intercalando su atención entre la charla y el chiquillo que, hasta hacía unos segundos, había alegrado mi tarde en más de un sentido.
Avanzando con lentitud bajo aquel cielo nublado, hice un intento por pasar desapercibida al tiempo que aproximaba mis pasos en su dirección. Al final, conseguí colocarme a su lado sin levantar sospechas, tomando asiento en el columpio contiguo para luego sentar al pequeñín de tres años sobre mis piernas.
—Hola —saludé.
El cuarto me dirigió un rápido vistazo antes de bajar la cabeza... ¡Cómo si no lo conociera lo suficiente para suponer que estaba haciendo lo posible por ignorarme!
—¿Te gustan mucho los columpios? —improvisé.
No dijo nada.
—A nosotros también —traté de incitarlo a conversar—. A mi hermano y a mí nos fascina venir a este parque, en especial por todo el montón de juegos que hay alrededor.
Me dedicó una mirada de desconcierto y posó la vista sobre el tercer Lukas. Estuvo a punto de abrir la boca, lo hubiera hecho de no ser porque otra persona interrumpió de repente en el momento que menos convenía:
—¡Hijo, ven aquí! —lo llamó la mujer desde la distancia—. Es hora de volver a casa.
Detuvo su columpio para cumplir con las órdenes de quien seguro se trataba de su "madre". A pesar de saber que no era la verdadera, agradecía sobremanera que este Lukas sí hubiese pasado por el cobijo de unos padres atentos.
—Espera. —Lo sujeté del brazo para evitar que se marchara—. No te vayas, Lukas, todavía tengo que...
—Tú no me hables —me espetó, no sin haberse soltado también de mi agarre.
Tal vez no fueron sus palabras las que me dejaron paralizada en el sitio, sino el modo tan frío en que me había pedido que lo dejara tranquilo.
Tampoco es como que no me hubiese topado con esa misma indiferencia en el pasado. Las primeras veces que estuve obligada a convivir con Lukas, yo no existía para él. Recuerdo esos días con mucha claridad porque ser ignorada por la única persona en quien no podía dejar de pensar me parecía un hecho por completo frustrante, y en el momento en que el cuarto hizo lo posible por apartarse de mí... Cielos, aún no puedo creer que me haya resultado un asunto tan insoportable. Sentir que lo había perdido fue horroroso; fue como si, durante un breve instante, él se hubiera negado a recordar quién era yo.
—Hola, jovencita, ¿tienes algún problema? —No caí en cuenta de que tal percance había llamado la atención de sus padres hasta que los vi posarse junto a mí.
—No —respondí a toda prisa—, es solo que...
—¿Podemos ayudarte en algo? —intervino el hombre mientras colocaba ambas manos sobre los hombros de su hijo.
Verlo proteger a Lukas de esa forma me hizo reparar en las advertencias del medallón: era cierto, no había manera de que lo dejaran ir si no era a través de una muy convincente explicación. Y gracias al temprano aviso del desafío, creía saber cuál sería el discurso más indicado para la ocasión:
—En realidad, me parece que sí voy a necesitar de su ayuda.
—¿No recuerdas cómo llegar a casa? —asumió la mujer enseguida—. ¿Quieres que te ayudemos a encontrar a alguien?
«Eso era parcialmente acertado»
—No... —contesté, un poco apenada—. Al menos no como tal.
En circunstancias distintas me habría parecido más prudente proteger mis secretos e inventar para ellos cualquier otra historia. Hacerles notar que Lukas no era su hijo y mentir diciendo que enfrentaban una seria demanda penal, o tal vez declarar que la verdadera familia del niño lo buscaba con desesperación desde hacía semanas... Quizás cambiaría de nombre y me aseguraría de encubrir también la identidad de Lukas, solo por si acaso.
«Inventar cuentos ya es mi nueva costumbre»
A pesar de lo fácil que sería poner en juego cualquier otra excusa, decir la verdad era la única estrategia con la que contaba. Los planes del medallón eran precisos, por eso confiaba en que revelar un secreto bastaría para que el cuarto Lukas no tardara en convertirse en mi nuevo compañero de cueva.
Al ponerme de pie, mis ojos se encontraron con los del padre, un azul oscuro repleto de confusión y desconcierto. En cambio, la mujer daba la impresión de estar preocupada, por su hijo o por mí (no estaba muy segura), pero me transmitió la angustia que cualquier madre hubiese sentido en circunstancias similares. Y, entonces, sus rostros me parecieron sinceros, tal vez demasiado... humanos. No cabía duda de que explicarles las cosas sería lo más adecuado.
—Voy a ser honesta con ustedes —determiné—. La verdad es que necesito a su hijo.
El padre soltó una débil carcajada.
—¿Cómo dices, jovencita?
—Tengo que llevarlo conmigo —me limité a especificar.
—¿Estás demente acaso? —inquirió la mujer mientras jalaba del brazo de Lukas para colocarlo detrás de sí—. Vuelve a casa, ¿de acuerdo? Tus padres deben de estar muy angustiados por ti.
—No tengo padres por el momento... —Hice una pausa—. Tampoco estoy segura de qué tan angustiados se encontrarían si supieran que... ¡Agh! —Negué con la cabeza para reformular mi oración—: Lo que trato de decir es que en verdad necesito que su hijo venga conmigo.
—Y eso, ¿por qué? —preguntó el padre con firmeza, cruzándose de brazos.
—Si no lo hace, podría llegar a morir.
Ambos se miraron el uno al otro antes de que el hombre se decidiera a avanzar unos pasos en mi dirección:
—Esta es una broma de muy mal gusto, ¿me oyes? No querríamos vernos en la obligación de llamar a la policía.
—No estoy bromeando —expresé con el gesto serio.
—Será mejor que te vayas, entonces.
—No voy a hacerlo si él no viene conmigo —insistí.
Sabía que sería una locura pedirles a unos padres que regalaran a su hijo, pero... Por favor, ¿de qué otra manera se supone que habría de completar el desafío?
—Concédanme un momento para explicarles las cosas —me apresuré a intervenir tras haber notado que la mujer tiraba ya de la chaqueta de su esposo, insistiendo en que volviera a retroceder—. Por favor, tan solo un minuto.
—Claro, porque no hace mucho sentido que sencillamente quieras llevarte a un menor que acabas de conocer en los columpios —ironizó el padre.
—Eso no es verdad —lo refuté al instante—, conozco a su hijo desde hacía varios meses.
—¿Perdona?
—Su nombre es Lukas, y lo conozco tan bien que, incluso, estoy al tanto de que no puede resistirse a nada que contenga azúcar. Aborrece los insectos, odia conversar con extraños y suele dejar de comer cuando está enojado. También sé que le molesta el desorden, los ruidos fuertes y los lugares repletos de personas. Le cuesta trabajo mirar a los ojos. Es callado, inteligente, sensible y, sobretodo, tiene problemas para concentrarse cuando se le habla sobre un tema que él considera poco interesante.
El hombre permaneció pasmado, aunque la mujer consiguió fingir un gesto de indiferencia al mismo tiempo que se cruzaba de brazos.
—Eso no significa nada...
—A veces es muy directo, le cuesta trabajo distinguir cuando alguien se siente triste u ofendido —la interrumpí—. Se fastidia cada vez que las cosas no suceden como él lo quisiera y prefiere desayunar lo mismo todos los días en lugar de rotar entre alimentos. Le encantan los libros, la música y la pintura. Sus emociones suelen ser intensas, aunque es muy cariñoso con las personas a quienes les tiene confianza. Es tierno, dulce y respetuoso, no le gusta que lo despierten cuando está dormido y tiene una marca dibujada en la parte frontal de la muñeca que...
—De acuerdo, ya basta. —De no ser por la intervención del padre, no estoy muy segura de por cuánto tiempo más hubiese continuado con aquella lista—. ¿Qué cuernos estás tratando de probar, eh?
Tomé una bocanada de aire.
—Mi nombre es Yvonne —confesé por fin—. Hacía algunos meses cometí el error más grande de mi vida y separé a Lukas en doce diferentes partes... Por accidente —creí importante añadir—. Ahora mi misión es juntarlos a todos para evitar que él desaparezca...
—¿Juntarlos a todos?
Asentí.
—¡Desde luego! —se mofó la madre entre incrédulos resoplidos—. Eres una gran actriz, jovencita, ¡incluso mejor que las chicas del teatro!
—No estoy mintiendo —garanticé.
—¿Realmente esperas que creamos en una historia tan ridícula como esa?
«De acuerdo, plan B»
—No. —Desvié toda mi atención hacia el pequeñín que todavía llevaba en brazos—. En realidad, me parecía muy poco probable que ustedes aceptaran confiar en mí, por eso me aseguré de traerlo a él también.
Estaba cien por cien convencida de que ninguno de los dos se había percatado todavía del parecido entre ambos chiquillos, no hasta que se los hice notar.
—Es idéntico a Lukas —balbuceó el padre entre dientes mientras la mujer continuaba negando con la cabeza—, es... en verdad idéntico.
—Es idéntico a él porque también es Lukas —traté de hacerles entender—. En su versión de tres años, claro.
Me resultaba difícil explicar algo que ni siquiera yo tenía la capacidad de comprender, aunque ello no me impidió estar dispuesta a defenderme con mis mejores cartas: tomé la mano de mi acompañante para mostrarles el extraño símbolo que llevaba impregnado sobre la piel. Luego continué con el nuevo Lukas, sujetándolo del brazo para probarles que aquella marca ocupaba el mismo sitio.
—Pero ¿cómo fue que...?
—Tienen que creerme —supliqué—, en verdad necesito llevarlo conmigo. —Vaya petición, los padres jamás lo dejarían ir—. Es importante si desean lo mejor para él.
«Aún más convincente, Yvonne»
Me desprendí del medallón para introducirlo en el cuello del más pequeño, ajustando los broches de las orillas para cambiar la extensión de la cadena.
—No suelo hacer esto frente a otras personas —admití, avanzando unos pasos con la intención de aproximarme al cuarto.
—No, aguarda —la madre alejó al niño de mi alcance sin haber apartado la vista de la reliquia—, ¿qué es esa cosa?
—Tal vez puedan comprenderlo mejor si me dan la oportunidad de mostrárselos —propuse.
Sujeté la muñeca del nuevo Lukas para acercarlo hacia mí y, habiendo bajado al niño de mis brazos, no tardé mucho en lograr que ambos pequeñitos se encontraran bajo la cadena del medallón. El brillo del rubí fue casi instantáneo. El número cuatro se dibujó en el centro justo cuando mi antiguo compañero se esfumaba de poco en poco del sitio, haciendo que la reliquia quedara sobre el cuello del mayor.
—Ojalá puedan creerme porque... —suspiré—. Cielos, esas son todas las pruebas que tengo para ustedes.
Ambos me miraron con la boca abierta en cuanto me limité a tomar el medallón devuelta. Vi a la mujer retroceder unos pasos y respirar con dificultad (tal vez demasiado aterrada para siquiera tratar de asimilar lo ocurrido) mientras que el rostro del padre se volvía tan pálido que estuve segura de que no podría más que permanecer inmóvil.
El silencio se prolongó durante más tiempo del que hubiera considerado habitual, aunque, en definitiva, bastó para reparar en lo aturdidos que se encontraban.
«Hazlo ahora»
Tomé la mano de Lukas con algo de cautela y me permití dar un paso hacia atrás. Después otro. Luego uno más. Solo hasta que estuve a un par de metros de distancia comprendí que ninguno de los dos tendría intenciones de frenar mi marcha.
Piénsalo de esta manera: una sorpresa puede ser tan impactante que quedar paralizado durante algunos instantes podría entenderse como una reacción humana normal, al menos es así como la mayoría de los manuales médicos solían interpretarlo. Por eso era consciente de que contaba con un corto límite de tiempo antes de que ambos recuperaran de lleno la lucidez. Pocos segundos que no estaba dispuesta a desperdiciar.
—Lo lamento mucho —me disculpé por anticipado—. Yo... en serio lo siento.
«Si de algo sirve, prometo cuidar de su hijo con el corazón»
Giré sobre mis talones lo más rápido que pude, obligando al niño a correr a través del parque cuya variedad de corredores solo entorpecían mis esfuerzos por localizar el portón de salida.
—¿Te gustan las carreras, Lukas? —improvisé.
—Pero mis papás...
—También jugarán con nosotros —mentí, impulsándolo a creer que esto se trataba de una simple competencia—. Aunque tú y yo hacemos tan buen equipo que no podrán quitarnos el primer puesto.
—Hacemos tan buen equipo que no podrán quitarnos el primer puesto —repitió.
—Vamos a ganarles, ¿no es así?
—Sí —pronunció con una expresión de travesura en la cara—, sí vamos a ganarles porque ellos están más viejos. Y a los que están más viejos ya no les funcionan las piernas.
—Entonces tendrás que correr más rápido si en serio esperas ganarles —le sonreí.
—¿Y luego nos van a encontrar? —dudó—. ¿Así como en el juego del escondite?
—Por supuesto.
Tener que engañarlo de esa forma me resultó un detalle por sumo frustrante, pero también estaba convencida de que, de no hacerlo, sus padres no tardarían en seguirnos el paso hasta darnos alcance. No los culparía por tratar de detenerme porque, después de todo, estaban en su derecho de luchar por lo que consideraban suyo a pesar de que no les perteneciera.
••••••••••••••••••••••••••••••••
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top