Capítulo 20: 29 de septiembre de 2004
Parte I
8.45 a.m. No tienes idea de cuánto odio los límites de tiempo. Una hora final, una sola oportunidad, una jugada donde todo llega a su fin... Es como contar con una única flecha y estar obligada a dar en el blanco. Sabes a lo que me refiero, ¿no? Hablo de esos momentos decisivos, donde no hay espacio para fallas ni para errores, donde vacilar no está permitido ni mucho menos concederte unos segundos para pensar en tus opciones. Es todo o nada. Es el instante antes de la victoria o el instante antes de la derrota y, quizá, la peor parte no es saber que se trata del final, sino recordar que no tienes ni la menor noción de lo que ocurrirá una vez todo haya terminado.
Estaba ansiosa, me sentía con las piernas débiles y con un nudo en la garganta. Mi cordura estaba al borde del colapso y mi mente estaba tan angustiada por el futuro que lo único que podía hacer era continuar repitiéndome las mismas tres preguntas: ¿qué pasará si no lo consigo?, ¿cómo rayos haría para lidiar con la culpa si, al final, era solo por mí que la vida de Lukas no volvía a ser como antes?, ¿cómo soportaría perder a la única persona que, durante meses, había luchado hasta el cansancio por recuperar?
—Por todos los cielos, ¡te dije que no te alejaras!
—Perdón, perdón. —Se apresuró a regresar a mi lado, apartando la vista de aquella vitrina de postres—. Recuerda que no he desayunado nada, Yvonne.
Lo sujeté del brazo para mirarle el reloj de muñeca.
«8.45 de la mañana»
—Rayos, ¡lo olvidé por completo! —me lamenté, frustrada—. Lo siento mucho, Lukas, no me había dado cuenta de la hora.
—Perdonarte sería mucho más fácil si estuvieras usando algún tipo de postre como chantaje —sugirió él—. Tal vez un panqué de chocolate amargo o un pan de canela con helado de... No, espera, ¡ya sé! —exclamó mientras juntaba ambas manos—. Fresas con crema chantilly sobre una rebanada de pastel de queso.
—Tienes hambre, ya entendí. —Entorné los ojos—. Pero si paramos en alguna cafetería, tendrás que prometerme que comerás lo más rápido que puedas.
El tiempo se agotaba y era consciente de que no había forma de ponerlo en pausa. Las pocas horas que todavía me quedaban antes del amanecer del 30 de septiembre parecían un chiste comparadas con la idea de perder a mi compañero. Por eso me obligaba a mí misma a recorrer las calles de Frankfurt aún sin contar siquiera con una pista acerca del paradero del doceavo.
El medallón puede llegar a ser demasiado cínico cuando así se lo propone. Tan solo échele un vistazo al verso que la "amable y piadosa" reliquia optó por dejar a su guardiana como muestra de su leal afecto:
💢 El fin llegará a ti 💢
Sin ubicación, sin metáforas, sin acertijos escondidos. Cinco simples palabras que, a mi parecer, no significaban absolutamente nada.
—Vale, lo prometo. —Lukas me dedicó una media sonrisa, entusiasmado con la idea de recibir un postre como desayuno—. No tengo ningún problema con eso.
Si su alegría no se había extinguido todavía, era solo porque desconocía todo aquello que en realidad pasaba por mi cabeza. Me restaban menos de 24 horas para resolver el último desafío o, de lo contrario, el plazo de un año llegaría a su fin y las circunstancias comenzarían a adquirir tintes de verdadera catástrofe.
9.06 a.m. La estación central de Frankfurt es un lugar excelente para encontrar comida sin perder ni un solo segundo de tu tiempo. Además, avanzar a toda prisa por los pasillos laterales es de lo más normal por aquí, de modo que correr el riesgo de incomodar a alguien con la rapidez de mis pasos tampoco estaba dentro de las posibilidades.
—¿Por qué vas tan rápido? —se quejaba Lukas detrás de mí.
—Dijiste que tenías hambre, ¿no? —Se trataba de una excusa tonta, por supuesto.
—Pues sí, pero...
—No quiero hacerte esperar.
Las explicaciones suelen ser tardadas, lentas y problemáticas. Era evidente que haría lo posible evitarlas.
9.16 a.m. Problema resuelto: mi compañero contaba con una empanada de fresa y una malteada de leche con chocolate para las primeras horas de la mañana.
9.25 a.m. El problema no se resolvió, al menos no del todo. Lukas insistía en que yo también necesitaba comer algo, pero cualquier cosa que me hiciera perder el tiempo era una circunstancia que no estaba dispuesta a aceptar.
—Puedo darte un pedazo, si quieres —propuso él como última opción.
—Estoy bien —mentí.
—Anda, Yvonne, ¡por favor! —me suplicaba—. Tan siquiera una mordida de la empanada.
—No tengo hambre.
—¿Es porque estás preocupada? —indagó en tono de sermón—. Te ves preocupada. Estás mirando a todos lados y caminas como si en serio quisieras escapar de alguien.
«O algo»
—Sí, bueno..., es porque me molesta que haya tanta gente aquí dentro —improvisé.
—Yo tampoco quiero comer cuando estoy preocupado, ¿sabes?
—Sí —resoplé—, ya lo sé.
Se giró hacia mí con aire de sorpresa.
—Ah, ¿sí?
—Me refiero a que a muchas personas también les pasa lo mismo —corregí de inmediato.
Tuve que robarle un trozo de aquella empanada para que dejara de hacer preguntas.
—Listo, ¿lo ves? —Me eché el pan a la boca—. Ya estoy comiendo, lo que significa que no hay preocupaciones.
Continuar avanzando mientras se finge que todo está en orden es una de las coartadas más complicadas de elaborar. Esconder y mentir no es nada recomendable, querido diario, en especial cuando estás en plena consciencia de que obtener ayuda es lo que más necesitas.
10.18 a.m. Utilizarte como un registro de horarios y echar constantes vistazos al reloj de Lukas quizás se trató de un simple intento por controlar mi angustia, aunque lo cierto fue que tener el tiempo en mente tampoco resultó ser un método tan tranquilizante como lo creía.
10.32 a.m. Los reclamos de mi compañero fueron tan persistentes que tuve que acceder a su petición. Parar por una taza de café no estaba dentro de mis planes, pero él estaba tan seguro de que yo necesitaba alguna especie de descanso que, al final, me convencí de que no era una idea tan descabellada después de todo.
—¿No crees que sería mejor regresar al hotel, Yvonne? No te ves tan...
—No, todavía no encuentro lo que busco. —Mantuve la vista fija en la taza de porcelana.
—¿Y qué cosa es tan importante como para que tengamos que recorrer toda la ciudad solo para encontrarla?
«Tú»
No dije nada. Pretendí no haberlo escuchado y, en su lugar, me limité a tomar un sorbo del café.
—Vale —su enfado resultó evidente por el modo en que se cruzó de brazos—, gracias por contestar.
—Lo siento, Lukas, pero tampoco tiene caso que te lo diga.
—Pero al menos podría ayudarte a buscarlo, ¿no? —sugirió—. Tomando en cuenta mi capacidad de atención al detalle, creo que podría ser muy útil para cualquier tarea de investigación, seguimiento de instrucciones, análisis de información precisa o búsqueda de...
—No quiero tu ayuda —le espeté de golpe.
—¿Qué? —sonó tanto sorprendido como decepcionado—. ¿Por qué no?
—Porque en serio necesito que te olvides del asunto —repuse—. Estás haciendo que el problema se vuelva mucho más complicado de lo que ya es.
Lanzó un suspiro al aire antes de dejarse caer sobre el respaldo del asiento.
—Solo estaba tratando de facilitarte el trabajo —balbuceó entre dientes—. Tampoco tienes que ser tan terca.
—Créeme, tu silencio me ayuda mucho más que tus preguntas.
Una parte de mí ansiaba contarle la verdad; sin embargo, estaba convencida de que dejarme llevar por ese impulso solo terminaría en un desastre que muy difícilmente hallaría la manera de revertir.
¿Alguna vez has sentido esa insistente urgencia por abrir la boca y gritarle a todo el mundo lo que ya estás harta de guardar? Quizá solo necesitaba hablar con alguien, o tal vez solo anhelaba ser escuchada; independientemente de la respuesta, lo cierto fue que mis ganas por deshacerme de aquel peso fueron mucho más poderosas de lo que en un principio supuse que serían.
Y entonces no pude soportarlo más.
Me adueñé de un ejemplar del portaservilletas para después colocarlo sobre la parte superior de tu encuadernado. Apoyando la mano sobre tu empastado, hice uso de mi propio bolígrafo y no lo pensé dos veces antes de escribir:
"Tengo una máquina del tiempo y un desafío que cumplir"
Tal como lo imaginaba, anotar ese secreto y luego regresar la servilleta a su contenedor original resultó ser extrañamente liberador. La siguiente persona en ocupar aquel asiento se llevaría una sorpresa: un mensaje oculto entre los pliegues de una servilleta cualquiera. Qué patético.
10.53 a.m. Lukas tenía los ojos cerrados. Por lo visto, recargar la cabeza contra la superficie de la mesa le había bastado para quedarse dormido.
—Debemos irnos ya —le anuncié mientras llevaba mi diario de vuelta a la mochila—. Hazte el ánimo y levántate, ¿quieres? No tenemos mucho tiempo.
«Lo conoces, sabes que unas cuantas palabras no serán ni de cerca suficiente para despertarlo»
—Oye, compañero. —Utilicé la punta de mi bolígrafo para tocarle el hombro—. No estás dormido de verdad, ¿o sí?
Nada. Estaba al tanto de que tenía el sueño pesado, pero esto era demasiado.
—¿Lukas? —volví a preguntar—. Si te levantas ahora... puede que incluso decida revelarte un secreto.
Tampoco obtuve respuesta, y fue así como corroboré con certeza que se hallaba profundamente dormido. Lancé un suspiro al aire, atreviéndome a acercar una mano a su cabello.
—¿Sabías que te ves muy tierno cuando duermes? —pronunciar eso en voz alta fue arriesgado, pero solo lo hice porque tenía la completa seguridad de que no podría escucharme—. Bueno, en realidad, te ves tierno casi todo el tiempo.
Me incliné un poco hacia él y, con mi mano todavía en su cabeza, no pude evitar acariciarle los mechones castaños que le colgaban sobre la frente. ¿Qué más daba? Quiero decir, era la primera vez que me permitía hacer algo como eso, aun así, las posibles consecuencias ya no parecían tener la misma relevancia de antes. Al fin y al cabo, era consciente de que este se trataba de mi último día a su lado.
—Daré lo mejor de mí para corregirlo todo —le susurré—, lo prometo.
Lukas se sobresaltó de golpe en cuanto me tomé la libertad de tocarle parte del cuello. El corazón me dio un vuelco, más por el miedo a ser descubierta que por el susto que su movimiento inesperado me causó.
«Rayos»
Lo vi llevarse una mano a la nuca al mismo tiempo que hacía un esfuerzo por mirarme a la cara, solo durante unos pocos segundos antes de que las mejillas se le tiñeran de rojo.
—¿Me quedé dormido, Yvonne? —Asentí en respuesta, aún con la tensión en cada músculo—. No te hice perder el tiempo, ¿o sí?
—Cinco minutos —murmuré—. Eso fue todo.
—¿Y solo por eso decidiste despertarme con cosquillas?
«Trágame, tierra»
—No estaba haciéndote cosquillas —lo contradije enseguida.
—Yo las sentí —aseguró.
—Entonces estabas soñando. —Le dirigí una sonrisa forzada.
—¿Crees que sueño contigo así de bonito?
Ni siquiera me concedí la oportunidad de contestar. Me levanté de la mesa lo más rápido que pude, limitándome a pretender que, durante todo este tiempo, no había hecho más que permanecer sentada a la mesa y esperar a que él abriera los ojos.
11.29 a.m. Dicen que, en algunas ocasiones, es imposible diferenciar si las circunstancias que te rodean forman parte de un sueño o si forman parte de la realidad. Dejando de lado mis motivos para dudar de la autenticidad de las cosas, no me detuve a mí misma antes de tomar un broche de mi cabello y pincharme el dedo con la parte puntiaguda del prendedor.
—¡Auch! —exclamé de dolor.
—¿Qué te pasa? —Lukas se giró hacia mí casi de inmediato—. ¿Estás bien?
—Sí, no es nada.
«Tenía la esperanza de que tan solo se tratara de un sueño»
Si el dolor no resultaba suficiente para interrumpir el curso de esa cruel pesadilla, entonces tendría que resignarme a aceptar lo único que aparentaba ser innegable: la forma de terminar con todo era encontrando la respuesta al doceavo desafío. Era un hecho que tampoco estaba en posibilidades de cambiar.
12.46 p.m. Ambos queríamos ir al baño y los lavabos de la estación central estaban abiertos al público, así que ninguno lo pensó dos veces antes de sacar un par de centavos y empujar los accesos correspondientes a los cuartos de servicio.
Estando a punto de abrir la puerta de salida, mis ojos se toparon con un lápiz labial que alguien había dejado abandonado sobre la esquina superior del lavabo.
«¿Y si...?»
Vamos, si este se trataba mi último día de "pruebas y acertijos", entonces, ¿por qué no aprovechar la oportunidad para olvidarme momentáneamente de las circunstancias y jugar un poco con los recursos que el destino parecía ofrecerme?
Con el pensamiento de una niña, me adueñé del lápiz labial para escribir en el espejo del tocador:
"Yvonne está enamorada de Lukas"
Vaya travesura. Usaría mis secretos como mi propia marca personal, al fin y al cabo, ya no había manera de que divulgarlos a un mundo que pronto se esfumaría consistiera en un arriesgue de tintes peligrosos.
1.12 p.m. Lukas volvía a tener hambre, aunque habernos topado con la entrada de un supermercado bastó para que no insistiera demasiado en visitar alguna otra cafetería.
—¿Quieres que te compre algo? —me preguntó por cortesía—. Galletas, barritas, donas, rollos de canela, una caja de Toffifee, envases de leche de...
—No, estoy bien. —Quizás la respuesta hubiese sido distinta de no ser por el nudo de angustia que todavía me estrujaba el estómago—. Te veo del otro lado de los mostradores.
Esperé a que se alejara antes de dirigir mis pasos hacia los cristales del fondo y colocarme a un costado de las mesas para compras. El lugar estaba casi vacío y estaba convencida de que ser vista en un punto tan lejano como ese sería prácticamente imposible, así que no tuve ningún inconveniente con acercarme a los tablones de madera y sacar del bolsillo mi más reciente adquisición: aquel lápiz labial que ya empezaba a valorar como si se tratara de mi propia herramienta de trabajo.
"Soy un ser mitológico"
Me aseguré de dibujar cada letra con sumo detalle, tal vez porque quería que ese secreto (el primero y el verdadero causante de todo este enredo) fuera legible para cualquiera que decidiera tomarse un momento para guardar sus compras.
1.43 p.m. Tuve que pegar la espalda contra el tronco de un árbol para tratar de dar con los boletos del metro en el fondo de mi mochila.
—Deben de estar por aquí... —pensé en voz alta.
—Vas a cambiarme, ¿no? —intervino Lukas de repente—. Por otro como yo.
«Cielos, no otra vez»
—¿No te lo dije antes? —Lo miré con el rostro serio—. Esto sería mucho más fácil si dejaras de hacer preguntas.
—Es a él a quien estás buscando, ¿verdad? Por eso no quieres decírmelo. Estás ocultándome información importante solo porque te da miedo que yo me entere de tus intenciones, porque no quieres que yo me oponga a lo que sea que estés planeando con ese otro chico que sigue después de mí.
—Por todos los cielos. —Solté un chasquido de lengua—. Estás empeorando las cosas.
—¿Qué pasará conmigo cuando me pongas esa joya en el cuello?
La angustia en su voz fue difícil de ignorar. Estaba preocupado, era obvio que la idea de desaparecer comenzaba a atormentarlo y, en cierto modo, no lo culpaba por ello.
—Estarás bien —le garanticé—, te lo puedo apostar.
—Me da la sensación de que estás mintiendo, Yvonne.
Tomé una bocanada de aire.
—No se trata de mentir o no, ¿comprendes? —respondí con voz suave—. Aunque no fuera verdad, da lo mismo porque jamás aceptaría quedarme de brazos cruzados ante algo que pudiera lastimarte.
Hacía esto por él. Porque lo quería de regreso, porque deseaba retornar cada parte de su vida a la normalidad y porque necesitaba devolverle todo aquello que, por error, le había arrebatado.
—Pero el otro niño que estaba antes que yo...
—Confías en mí, ¿no? —lo interrumpí. Él cerró la boca al instante, limitándose a bajar la cabeza para luego asentir—. Bien, entonces tendrás que creerme cuando digo que es mejor que te olvides del tema.
El asunto iba a quedar allí. No tenía intenciones de continuar con la conversación ni de poner en manifiesto lo angustiada que en realidad me sentía. Por un momento, en serio creí que lidiar con alguna de sus preguntas no volvería a ser necesario... Fui muy ingenua al pensar que con eso bastaría para mitigar cada una de sus sospechas.
—¿Yvonne?
«¿Por qué el tono de alarma?»
—¿Qué sucede? —dudé.
Con seguir su mirada tuve para darme cuenta de lo que ocurría: el montón de nubes que hasta hacía poco cumplían con la tarea de cubrirme del sol acababan de traicionarme; ahora, los rayos de luz recaían sin reservas sobre la piel de mis antebrazos.
«Semanas ocultándolo solo para nada»
Distinguí la confusión en cada parte de su rostro; Lukas no tiene la costumbre de ver a los ojos, lo sabía ya desde hacía meses, de modo que verlo posar la mirada sobre mí fue lo suficientemente inusual para reparar en lo mucho que acababa de desconcertarlo. Estaba sorprendido, tanto que no pude más que apresurarme a intervenir antes de que él tuviera la ocurrencia de abrir la boca:
—Es mejor que te olvides del tema —reiteré, enfatizando el acuerdo que ya habíamos establecido.
Me aparté del sol a toda prisa, dándole la espalda para evitar que percibiera aquel momento como la oportunidad perfecta para retomar sus cuestionamientos. Por eso crucé la calle a zancadas, deteniéndome frente al escaparate de una tienda mientras aguardaba a que Lukas tuviera la iniciativa de alcanzarme el paso. Nunca imaginé que centrar la vista en el anuncio cualquiera que habían pegado en el cristal tendría una relevancia trascendental, al menos no en primera instancia.
—"Conferencia literaria con el joven escritor de Mil Cuentos Mitológicos" —leí, todavía sin haberle concedido la importancia debida.
Entonces, mis ojos se posaron sobre el nombre del autor.
—¿Lukas Diederich? —Acerqué la cara a aquel vidrio—. No puede ser, ¿"entrada gratuita este 29 de septiembre"?
«El fin llegará a ti... ¡Por supuesto!»
El medallón había omitido toda pista de su ubicación porque sabía de antemano que no la necesitaría: solo era cuestión de tiempo para que la respuesta se presentara ante mí.
—¡Date prisa, Lukas! —Esperé a que se posara a mi lado para jalarlo de la chaqueta y obligarlo a correr—. Tenemos que llegar a la estación de Taunusanlage.
—¿Por qué tan rápido? —protestó.
—Porque creo que ya lo encontré.
2.02 p.m. La dirección impresa en aquel anuncio de escaparte nos llevó hasta las puertas de la biblioteca central de Frankfurt. Se trataba de un espacio enorme de infraestructura moderna y alas amplias de estilo vanguardista, un sitio repleto de repisas para libros y cuartos de lectura que (por motivos evidentes) no hicieron más que hacerme sentir como en casa. No fueron solo los carteles coloridos los que atraparon mi atención, sino también las largas filas de personas que aguardaban pacientemente por la firma de libros que estaba a punto de comenzar.
—¿Es aquí, Yvonne? —me preguntó el onceavo entre murmullos. Yo asentí en respuesta—. Vale, pero ¿qué era eso que tanto estabas buscando?
Mis ojos se desviaron hacia el fondo del pasillo: el nuevo Lukas conversaba con un par de hombres, oficiales de seguridad a juzgar por el modo en que parecían separarlo de aquella multitud.
«Por fin, Yvonne... Este es el último»
Tomé a mi compañero de la mano para asegurar que vendría tras de mí, pues, de algún modo u otro, estaba casi segura de que no tardaría en salir huyendo en cuanto se topara con el rostro del doceavo.
Con el pulso a mil por hora y un deseo desesperado por ponerle un fin a todo eso, me abrí paso entre la multitud de personas e hice lo posible por acercarme al final de la sala. Todo el esfuerzo invertido, esas horas de desvelo, gritos y confusión, cada obstáculo superado, misterio o acertijo descifrado... Todo comenzaba a ser insignificante comparado con la idea de terminar aquello que jamás creí poder completar.
—Con permiso, es una emergencia —tuve que llamar la atención de un grupo de chicas para que aceptaran hacerse a un lado.
No estaba dispuesta a dejar que el tiempo siguiera corriendo: podía ver al doceavo desde allí, y eso era más que suficiente para sentirme orgullosa de lo que estaba por lograr.
—Perdón, tenemos que pasar —continué disculpándome mientras alcanzaba el principio de la fila y quitaba los listones elásticos que bloqueaban el acceso a la última sección de la biblioteca.
Por primera vez desde hacía meses, la velocidad de mis zancadas se debía más a la emoción que a la simple urgencia por llegar al final de la prueba.
—No. —El onceavo tiró de mi brazo para evitar que continuara avanzando—. Espera, Yvonne.
—¿Qué ocurre?
—Es igual a mí. —Sus ojos estaban fijos en el Lukas que, a pocos metros de nosotros, permanecía de pie junto a ambos guardias de seguridad—. Vas a cambiarme.
—No —negué por impulso—, eso no es lo que...
—Vas a cambiarme por él.
«No ahora, por favor»
—Lukas —traté de hacer que prestara atención a mis palabras—, escúchame un momento, ¿sí?
—Quieres deshacerte de mí —escuchar el miedo en su voz no fue lo que más me dolió, sino el haber distinguido una profunda decepción en su mirada—. Uno viejo por uno nuevo, porque yo ya no te sirvo.
—Las cosas no son así.
—Vas a dejarme —concluyó en voz baja.
—Lo único que quiero es ayudarte —corregí—. Te prometo que estarás bien.
—¿Y si algo sale mal? —agregó con nerviosismo en cuanto me vio despojarme del medallón—. Tampoco sabes lo que pasará, ¿o sí?
—Dijiste que confiabas en mí.
—Pero ahora quieres hacerme desaparecer —argumentó.
—Más bien estoy tratando de traerte de regreso, yo... Te lo explicaré después —levanté una mano a manera de juramento—, te prometo que lo haré.
—Y ¿cómo estás tan segura de que vamos a volver a vernos?
—Solo ponte la cadena, ¿sí? —insistí.
—No.
—Lukas, por favor.
Negó con la cabeza.
—No, yo... no quiero hacerlo —vaciló mientras retrocedía unos pasos—. No quiero ser reemplazado. Los cambios no me gustan, pueden ocasionar un desfase en todo lo conocido, en todo lo que es confiable.
—Oye, no...
—¡Detesto tener que lidiar con nuevas situaciones que no entiendo! —me gritó—. Ser reemplazado también significa sentir temor, y la ansiedad no es estable, no es pertenencia, no es...
«Por todos los cielos, Yvonne, ¡haz algo!»
—Oye, escúchame. —Posándome frente a él, coloqué ambas manos junto a sus oídos—. Sé que tienes miedo, pero no va a pasarte nada porque yo voy a asegurarme de que todo salga bien —le dije con lentitud—. Cuando esto acabe, te estaré esperando justo aquí.
—¿Y si eso es una mentira?
Me atreví a darle un beso en la mejilla. En el fondo, era consciente de que sería la única manera de devolverle la calma.
—De acuerdo, sí —admití—. Te miento todo el tiempo, pero lo único que jamás he podido ocultarte es lo mucho que en realidad me importas. —He de confesar que incluso le planté un beso en la otra mejilla—. Y creo que ya sabes a qué me refiero.
—¿Sé a qué te refieres? —murmuró.
—No me hagas más preguntas —le supliqué y... Bueno, me da pena reconocer que también le di un beso en la nariz, aunque juro que ese fue el último y que, además, fue uno muy pequeñito—. Por favor, tienes que hacer lo que digo y confiar en mí.
Hubo un momento de silencio. Él me miró a los ojos y yo lo miré a él. Así, supe que no haría falta ninguna otra improvisación para convencerlo de ponerse de mi lado.
—Quieres que me ponga el collar, ¿no? —susurró sin apartar la vista de mí.
Tanto mi sonrisa como mi suspiro de alivio fueron genuinos.
—Exacto —le confirmé.
—Y luego, ¿qué?
—Él tiene que usarlo también.
Tomó el medallón de entre mis manos.
—Vale —accedió, respirando profundo—. Lo haré.
Justo cuando él asentía por última ocasión, comprendí que había llegado el momento que tanto había estado esperando: en pocos minutos la cronología volvería a restaurarse y, entonces, el peso de mis errores dejaría de caer invariablemente sobre mis hombros. Me apresuré a retomar la marcha hasta alcanzar el fondo de la sala. Sin importar lo que hubiese sucedido antes, todo lo que siempre había deseado se encontraba a menos de un pasillo de distancia.
—Hola —me aclaré la garganta—, disculpen la interrupción.
Los dos guardias se giraron hacia mí en cuanto alcé la voz. El primero de ellos me dedicó una mirada de desconcierto antes de desviar la vista hacia los listones de seguridad. El segundo de esos hombres no tardó en colocarse enfrente del doceavo Lukas, impidiéndome el paso hacia la única persona que estaba interesada en interceptar.
—No deberías de estar aquí, jovencita, tienes que volver a la fila —me sermonearon.
—Eso lo sé, pero, verán —me moví un poco para que pudieran distinguir el rostro del onceavo—, es de suma importancia que hable con el chico que está detrás de ustedes.
Ambos guardias se miraron entre sí.
—¿Por qué tanto silencio? —intervino el doceavo, abriéndose camino en el centro de nuestra conversación mientras hacía a un lado a aquel sujeto corpulento que acababa de bloquearle la vista—. ¿Qué está pasando?
—Es solo una niña que... —empezó a balbucear el guardia— trae consigo a un chico que es igual a usted.
Bastó con que uno de ellos señalara con el dedo al onceavo para que el nuevo Lukas también se congelara en el sitio.
—¡Sorpresa! —exclamé con nerviosismo, haciendo un esfuerzo por evitar que aquello se tornara en un momento incómodo.
—¿Sorpresa? —me cuestionó el doceavo con aire de recelo.
—Es extraño, lo sé, pero todo esto tiene una explicación —me di prisa en agregar, sujetando a mi viejo compañero por los hombros para empujarlo hacia delante—. En realidad, es más una historia graciosa que una verdadera explicación, pero... El caso es que he venido a felicitarte porque acabas de reencontrarte con tu recién localizado hermano gemelo.
El doceavo abrió los ojos de par en par antes de preguntar:
—Con mi, ¿qué dijiste?
—Acabas de cumplir los doce, ¿no es cierto? —quise corroborar.
—Sí, pero...
—Con eso me basta —lo interrumpí, pues aquella respuesta era la única que me interesaba escuchar—. Hazlo ahora, Lukas.
Unas leves palmaditas en los hombros de mi cómplice fueron más que suficientes para que comprendiera el mensaje: se trataba de la oportunidad perfecta para que colocara la cadena en el cuello de su doble. Y así, sin dudas ni vacilaciones, se dispuso a cumplir con mi petición en cuanto intuyó el significado de aquella seña, aprovechando la confusión del nuevo Lukas para atraparle el cuello bajo la correa del medallón.
Breve aclaración: a partir de ese instante, ya nada volvió a ser igual que antes.
El número doce se dibujó en el centro del rubí acompañado de un brillo rojizo mucho más intenso que de costumbre, como si en verdad estuviese tratando de reconocer mi esfuerzo con alguna clase de anuncio de victoria.
«Lo logré» me dije, todavía incapaz de creer que fuera cierto.
Lo que ocurrió después no tuvo comparación.
Si pudiese escoger un solo momento para capturar el verdadero significado de la magia, sin lugar a dudas, este lo sería. ¿Por qué? La respuesta es sencilla, pues solo pude concentrarme en los destellos de luz que de repente cubrieron cada espacio de la biblioteca: cientos y cientos de pequeños brillos empezaron a esparcirse alrededor del sitio. Las personas que aguardaban en las filas admiraron aquel escenario con la misma fascinación que yo, girando sus cabezas en todas direcciones mientras intentaban descubrir el origen de tan maravilloso espectáculo. Alcé la vista con tranquilidad, descubriendo que incluso las más bellas palabras se quedaban cortas para describir lo que mis ojos percibían en aquel instante.
El resplandor del rubí fue todavía más intenso cuando su brillo se dispersó hacia los rincones, llevándose consigo todo lo que el medallón había traído a la vida: la gente desapareció, las cosas cambiaron de lugar y los libros tomaron otro acomodo. Seguí aquel juego de luces con la mirada, observando cómo se colocaban algunos retratos sobre las paredes, cómo se reorganizaban algunas mesas y cómo se disipaba todo rastro de los carteles publicitarios que adornaban las estanterías.
Estaba tan asombrada que olvidé por completo lo único que aún faltaba por suceder. Cuando aquellos destellos se posaron sobre Lukas, la sonrisa en mi rostro se desvaneció de golpe.
«No, todo menos él»
Ni siquiera me concedí la oportunidad de vacilar antes de estirar una mano hacia mi compañero. Intentaba asegurarme de que no lo perdería, no otra vez; sin embargo, justo antes de que alcanzara a sujetarlo del brazo, aquel rastro de luces lo hizo desaparecer frente a mis ojos. La reliquia que colgaba de su cuello cayó entonces sobre el suelo de la biblioteca, causando un ruido tan estruendoso que, por inercia, tuve que cubrirme los oídos.
Desconocía por entero lo que estaba por ocurrir, razón por la cual me sentí aterrorizada en cuanto vislumbré aquellos destellos dirigirse hacia mí. Retrocedí, estupefacta, alejándome unos pasos hasta que mi espalda chocó contra el muro del fondo. No pude hacer nada por impedir lo que sabía que pronto sucedería, así que simplemente me agazapé en el piso, hundiendo la cabeza entre mis piernas justo cuando un chirrido repentino amenazaba con aturdir al resto de mis sentidos: un grito estridente que, al poco tiempo, descubrí que se trataba de mi propia voz.
Me asusté tanto que no me quedó ninguna otra alternativa además de cerrar los ojos con fuerza y tratar de fingir que nada de aquello estaba ocurriendo en verdad. No sé por cuánto tiempo estuve obligándome a mí misma a no mirar, pero lo único de lo estoy segura es que, cuando volví a abrir los ojos, la realidad en la que me hallaba se sentía... distinta a la anterior.
Cada cosa en la biblioteca había cambiado de ubicación para transformar el lugar en un espacio tranquilo, atiborrado de libros y ocupado por no más que por un grupo silencioso de personas. Algunos chicos concentrados en sus tareas dentro de los cuartos de lectura, otros pocos haciendo fila en la recepción principal para cumplir con la renta de encuadernados.
—¿Qué te pasa? —escuché a alguien preguntarme—. ¿Estás bien? Te ves más pálida que de costumbre.
—Sí —respondí—, es solo que... estoy algo confundida.
Pues hacía apenas un instante todavía me encontraba justo en el medio de un remolino de brillos y destellos. Era evidente que volver a recobrar la compostura me tomaría al menos un par de minutos.
—Sí, yo también —me contestaron enseguida—, ni siquiera sé en dónde estamos.
No tardé mucho en posar la mirada sobre la reliquia que, casualmente, reposaba en completa calma sobre la palma de mi mano.
—Increíble, es una biblioteca real... —oí decir—. En verdad estamos fuera de la zona residencial.
¿Qué tenía eso de impresionante? Ni idea.
Me obligué a ignorar su aparente emoción antes de regresar la vista hacia el medallón. La simple idea de volver a portarlo me parecía ridícula; después de todo lo ocurrido, ya ni siquiera tenía intenciones de volver a tocarlo. Había hecho de mi vida un completo desastre, un tormento que en muchas ocasiones... Aguarda. Tal vez "tormento" tampoco sea la descripción más acertada porque, al fin y al cabo, había sido solo por él que la oportunidad de corregir mis errores estuvo dentro de mis posibilidades. Llevarlo conmigo a todas partes no parecía una idea tan descabellada, ¿o sí?
—¡Mira, Yvonne! Estamos en la sección de historia.
«¿Acaba de llamarme Yvonne?»
Escuchar aquello resultó lo suficientemente desconcertante para hacer que me pusiera de pie. Una no espera ser llamada por su nombre justo a la mitad de un sitio tan público como lo es una biblioteca, en especial cuando se está rodeada por un montón de desconocidos.
—Alguno de estos libros tiene que ser interesante... —Mis ojos se posaron sobre el chico que avanzaba con tranquilidad hacia las repisas del fondo—. ¿Qué tal este? —me preguntó—. Es sobre la Segunda Guerra.
Lo seguí con la mirada cuando se dispuso a recorrer la última estantería, parándose de puntillas para alcanzar un empastado de la hilera superior. No pude apartar la vista de él.
—Habla sobre los últimos bombardeos en Berlín —me informó, abriendo la portada para llegar a la lista de contenidos—. Hay un capítulo entero para los intentos de asesinato de Hitler... No te molesta hablar sobre la Segunda Guerra, ¿o sí?
Negué con la cabeza.
—Vale —suspiró—. Por tu expresión facial, creí que el tema te había incomodado o algo parecido.
—¿Por qué habría de incomodarme? —hablé por fin—. Ya está en el pasado, ¿no es cierto?
—Cierto.
—Lo bueno de las equivocaciones es que pueden corregirse —añadí—. Así que no importa lo que haya sucedido antes, sino lo que ocurrirá a continuación.
Con eso conseguí que me observara con aire de burla.
—Demonios, Yvonne —se mofó—, todos esos libros de filosofía sí que se notan.
«Es él, claro que es él»
Haberlo mirado con una sonrisa (al mismo tiempo que una lágrima resbalaba por mi mejilla) en definitiva bastó para que se volviera hacia mí con un ceño fruncido.
—¿En serio estás bien? —insistió.
—Mejor que nunca —contesté, segurísima de mi respuesta.
—Entonces —ladeó un poco la cabeza—, ¿por qué estás llorando?
—Lacrime di gioia o lacrime di tristezza. ¿Quale dei due preferisci?
Lo sé, ¿y ahora por qué rayos estás hablando en otro idioma, Yvonne? El verdadero Lukas es el único que sabe italiano, ¿recuerdas? Si realmente se trataba del auténtico y no de otra más de sus múltiples versiones, entonces no tendría ningún problema para traducir aquella frase insignificante y escoger alguna de las opciones que acababa de ofrecerle.
—Supongo que lágrimas de alegría, pero... —vaciló unos segundos— no entiendo cuál es el propósito de esa pregunta.
«Lo sabía»
Bastó con que respondiera en alemán para que mis sospechas se confirmaran. Sí, se trataba del verdadero Lukas. Ahora estaba más que convencida de ello.
—Cielos... ¡No puedo creerlo! —Ni siquiera me importó lo que pudiera pensar de mí: recorté la distancia que nos separaba y corrí a toda prisa para lanzarme a sus brazos—. ¡En verdad eres tú!
«Te extrañé demasiado, compañero»
—Claro que soy yo —masculló, confundido—, ¿quién más iba a ser sino?
—Creí que jamás volvería a verte —le susurré al oído—. ¿Podrás perdonarme por todo lo que hice? En serio, yo... no tenía idea de que dejarte investigar...
—No entiendo nada de lo que estás diciendo.
Lo solté de inmediato en cuanto caí en cuenta de que mi abrazo estaba incomodándolo.
—Lo lamento, el día de hoy estoy un poco sentimental y... —Me interrumpí, aunque solo porque me costaba trabajo contener mi alegría—. Bueno, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos.
—¿De qué hablas? —dudó—. Nos vimos ayer.
—¿Ayer?
—¿Ahora vas a decirme que no te acuerdas? —Se cruzó de brazos—. Te fuiste de mi casa después de que vinieran por ti, pero yo seguí trabajando en la investigación de...
Se detuvo de golpe, clavando la vista en las baldosas del piso.
—¿Qué ocurre? —lo cuestioné.
—Yo estaba en mi cuarto —empezó a balbucear—. Leía algo en el computador y luego mi mamá se... —Hizo una pausa—. Había gritos... Ella gritaba desde la sala.
—¿Tu mamá se molestó contigo?
—No, no fue... —Desvió la mirada hacia el resto del edificio, girando la cabeza en diferentes direcciones—. ¿Qué estamos haciendo en una biblioteca, Yvonne? ¿Tienes idea de cómo llegamos hasta aquí?
El alma se me cayó a los pies.
Era un hecho que, en algún momento, tendría que hacerme la idea de explicarle todo lo sucedido. Lamentable, pero cierto. El dilema era el siguiente: ¿cómo rayos se supone que habría de abrir la boca y simplemente atreverme a confesar los errores cometidos? Estaba claro que Lukas no recordaba nada, el medallón ya lo había advertido desde un principio, mas ¿hasta qué punto "olvidarse de todo" era, en realidad, una noción vaga e imprecisa?
—Quizá tenga una idea, sí, pero no creo que...
—Olvídalo, Yvonne. —No quiso escuchar más y tan solo me indicó que lo siguiera—. Mejor regresemos a casa antes de que algo malo le suceda.
—¿A quién?
—A mi mamá.
Colocando aquel libro de vuelta en la repisa, avanzó hacia la salida con tanta rapidez que me vi en la necesidad de correr para alcanzar la velocidad de sus zancadas.
—Lukas, espera. —Lo detuve de un brazo.
—¿Por qué?
Mis ojos se posaron sobre el calendario de pared que colgaba detrás del muro de la recepción: septiembre de 2004. Nada había cambiado. El año era el mismo de antes, por lo que la fecha y el horario también debían serlo; el lugar se trataba de la biblioteca central de Frankfurt, el cielo permanecía nublado todavía y apenas eran las 3.00 de la tarde... Todo exacta y precisamente como se encontraba hacía tan solo unos minutos. Lukas era lo único distinto que mis ojos alcanzaban a percibir, y con "distinto" no solo me refería a su presencia, sino también a su aspecto: su simple altura era ya mucho mayor de lo que creía recordar.
—Escucha, Lukas, tú... —Tomé una bocanada de aire—. ¿Sabes cuántos años tienes?
—Doce —aseguró al instante, sin siquiera titubear—. ¿Por qué lo preguntas?
—Tienes trece —lo contradije con cierto temor.
—No seas absurda, Yvonne, acabo de cumplirlos hacía al menos unos días.
«He aquí el auténtico Lukas: tan directo y espontáneo como siempre»
La falta de filtro en sus palabras fue suficiente para confirmarlo, aunque, a decir verdad, había pasado tanto tiempo anhelando su regreso que inclusive un comentario tan explícito como ese no hizo más que pintarme una sonrisa en la cara.
—Mira el calendario —le pedí.
—¿Cuál calendario?
Puse una mano en su mejilla para hacer que girara la cabeza hacia el sitio correcto.
—Ese calendario —especifiqué.
—¿Septiembre de 2004?
Me dedicó un vistazo que no tuve problemas para interpretar. El tremendo embrollo en el que acabé metida como mínimo había bastado para desarrollar una nueva y curiosa habilidad: distinguir el significado de cada uno de sus gestos ahora me parecía una tarea sencilla y, por la forma en la que se llevaba las manos a la cabeza, tenía la certeza de que se encontraba más confundido que nunca.
—¿De 2004? —repitió para sí mismo, incrédulo.
—El tiempo vuela tan rápido...
—¿Rápido? —Se volvió hacia mí—. Eso no es... Es imposible, Yvonne, esta mañana revisé mi computador y todavía estábamos en el 2003. —Negó con la cabeza varias veces—. Algo debe de estar mal con ese calendario.
Había llegado el momento que tanto había temido. Era importante darle una explicación y terminar con su incertidumbre de una vez por todas, exactamente como había prometido al onceavo que haría. No obstante, algo en mi interior todavía continuaba negándose a confesar, tal vez porque aquello también implicaba tener que admitir sin reservas mis errores. Y si Lukas llegaba a molestarse conmigo... Cielos, no tenía ni la menor idea de cómo haría para lidiar con eso.
—O tal vez el calendario de tu computador está desactualizado —improvisé.
—No es solo por el computador, Yvonne, en serio puedo jurar que está mal.
—Sí, bueno, hay una cosa que...
—Mejor me lo dices mientras andamos, ¿vale? —Una vez más, no tardó ni un par de segundos en retomar su marcha hacia la salida—. Necesito llegar a casa porque... estoy seguro de que algo extraño pasaba con mi mamá.
Para este punto de la historia, era consciente de que lo que sea que hubiese ocurrido con Isabel había ocurrido ya hacía poco más de un año. Lukas podría estar convencido de que su madre se encontraba en peligro, pero él todavía ignoraba que habían pasado meses enteros desde la última vez que estuvo en aquella mansión. Ella debía estar a salvo ahora, aunque no creía que él lo estuviera por completo.
Tuve que limitarme a ir detrás, haciendo lo posible por alcanzar sus zancadas mientras trataba de fingir que, al igual que él, desconocía el verdadero motivo de todas esas "extrañas" circunstancias.
—¿Hacia dónde queda mi casa, Yvonne?
Crucé la puerta de salida al tiempo que me giraba con desconcierto hacia él.
—Es hacia la izquierda —le informé, todavía confundida—. ¿No conoces esta parte de la ciudad?
—No debería de estar afuera, mis papás jamás lo hubieran... —Optó por reformular su oración—: Casi nunca salgo de la zona residencial. —No traté de cuestionar esa explicación vaga, aunque solo porque no deseaba cargarlo con más agobio del que ya parecía demostrar.
Se encaminó hacia el otro lado de la calle al tiempo que se limitaba a echarme un par de vistazos, probablemente con la intención de asegurar que no tardaría en colocarme a su lado.
—¿Es por aquí, Yvonne?
Asentí con la cabeza para indicarle que debía seguir por el mismo camino.
Así que allí estaba yo: caminando junto a quien más me importaba con un nudo en la garganta y la ansiedad a punto de desbordarse. Preferí evitar el desastre y estuve en silencio durante más tiempo del que debí estarlo; estaba tan nerviosa que no respondí a sus preguntas ni me reí de ninguno de sus chistes. Ignorarlo no era mi intención, mas cualquier otra alternativa que involucrara mirarlo a la cara me parecía un escenario imposible de sobrellevar.
Fue cuando me preguntaba cómo hacer para iniciar con tal conversación que Lukas se interpuso en mi camino, causando que casi me estrellara de golpe contra su pecho.
—¿Estás molesta conmigo?
Clavé la vista en el suelo. Sabía que era cobarde de mi parte, aunque no me atreví a contestar.
—No te entiendo, Yvonne —se permitió expresar—. ¿Hoy ya no quieres hablar conmigo, pero ayer dijiste que estabas...?
Se le quebró la voz antes de terminar la frase y, al igual que yo, las mejillas se le tiñeron de rojo. No resultó muy difícil descifrar aquello que estaba tratando de darme a entender: la última vez que nos vimos, me había enojado hasta el punto en que terminé gritando ciertas cosas en italiano. Y, para él, ese día había sido ayer.
—Como sea, mejor olvídalo —pronunció en voz baja—. De cualquier modo, nunca pensé que estuvieras hablando en serio.
—No, aguarda. —Lo sujeté de la chaqueta para evitar que retomara la marcha—. Perdóname, es solo que... en serio es muy difícil de explicar.
«Querido Lukas: arruiné tu vida al dejar que formaras parte de mis secretos. Me vi en la necesidad de regresar al pasado con una reliquia familiar para evitar que mis imprudencias se volvieran tu ruina, pero olvidé por completo que un viajero en el tiempo no debe interferir con el curso de la historia. Cometí un grave error y, aunque parezca difícil de creer, la magia del medallón terminó separándote en trece diferentes personalidades. Tuve que buscar a cada una de ellas alrededor de la ciudad, sin mencionar que, además, te quité un año de vida con tal de contar con el tiempo suficiente para encontrarlas a todas. Aún después de todo, es importante que sepas que nada podría salir peor de lo que ya está: ahora que el desafío ha llegado a su fin, ellos podrían llegar en cualquier momento y realmente ruego porque eso no suceda. Lo has olvidado todo, fue parte del plan.»
No, demasiado ridículo.
—¿Hice algo que te molestó o...?
—No —lo interrumpí al momento.
—Entonces no entiendo por qué me estás ignorando. —Trató de parecer indiferente, mas en su gesto había tristeza—. Si es porque ya no quieres hablar conmigo, o porque te hubiera gustado que no supiera italiano, pues mejor solo dímelo y...
—De acuerdo, basta —me aseguré de detener sus balbuceos—. No estoy enojada contigo, más bien tengo muchas cosas que explicar y no tengo ni la menor idea de por dónde empezar.
—¿Tiene algo que ver con el cambio de año en el calendario?
Lancé un suspiro al aire.
—Tiene mucho que ver —admití.
—¿Y con lo que estaba pasando en casa con mi mamá? —preguntó en tono de insinuación.
—Seguramente —suspiré.
—Y... ¿también contigo y tu familia?
Bajé la vista con nerviosismo. Algo me decía que no había olvidado nada de aquellas investigaciones, mucho menos de sus más recientes descubrimientos como "detective de casos sobrenaturales". ¿Recuerdas cuando una búsqueda inoportuna en internet llamó la atención de las SS aquel 29 de septiembre de 2003? La última vez que mis ojos se encontraron con la pantalla de ese computador, fue bastante sencillo reparar en una cuestión de índole trascendental: Lukas estaba al tanto del secreto de mi familia, conocía cada detalle que debía permanecer en las sombras y contaba con la información suficiente para comprender todo lo que, inútilmente, había tratado de ocultarle durante semanas.
—Sí —confesé a regañadientes.
—Quizá debiste de habérmelo dicho antes —pareció más una sugerencia que un reproche.
—Quería explicártelo todo, solo no... —Contuve el aliento, haciendo lo posible por mantener mi mente al margen antes de atreverme a indagar—: De acuerdo, tú... sabes todo sobre mí, ¿no es cierto?
Dejó pasar algunos segundos de silencio para luego asentir.
«Vaya mi mala suerte»
Supongo que el medallón nunca tuvo la intención de borrar la parte en la que Lukas se enteraba prácticamente de todo.
—Temía que dijeras eso —farfullé sin más remedio.
—No eres tan buena guardando secretos.
—Tal vez, pero nunca esperé que tú fueras tan bueno descubriéndolos.
—No fue tan difícil —se dio poco crédito por ello—. Tan solo revisé los libros que papá había comprado para mí en mis últimos cumpleaños. Esas cosas tenían todos los temas que...
—¿Libros? —lo interrogué de inmediato—. ¿Qué libros?
—Papá acostumbra regalarme libros en torno a temáticas de magia, prácticas de hechicería y criaturas mitológicas. —Se encogió de hombros para restarle importancia al asunto, como si aquello no resultara inquietante por sí mismo—. Siempre creí que eran cuentos de fantasía, pero luego llegaste tú y...
—Espera. —Alcé una mano para pedirle que guardara silencio—. ¿Con eso estás diciendo que tu padre conocía ya sobre la existencia de personas como yo?
—Eso supongo... —pensó en voz alta—. Él siempre supo que tú eras diferente.
Las miradas extrañas que solía lanzarme su padre de pronto cobraron todo el sentido del mundo. De alguna u otra manera, él conocía de antemano todo lo que el secreto de mi familia implicaba, pero ¿por qué?
—¿A qué te refieres? —insistí en aclarar mis dudas.
—Hacía unos días tuve una charla con él, justo después de haber visto lo que el sol le hacía a tu piel. —Le dediqué una mirada furiosa, asumiendo que la intromisión de su padre no había sido más que culpa suya—. Estás enojándote conmigo, ¿verdad? —intuyó sin complicaciones—. Yo no le conté nada, Yvonne, ¡lo juro! Fue él quien sacó el tema, como si lo hubiera sabido desde el principio.
—¿Estás jugando conmigo? —me mofé.
—Estoy diciendo la verdad.
—Pero ¿qué rayos...?
—Oye, esa es toda la información que tengo, ¿vale? —se escuchó ofendido—. Mi padre apenas me habla y, aparte de todo, saber el secreto de tu familia no me ayuda para nada a entender lo que sea que esté pasando ahora.
—Eso es porque son dos historias distintas —puntualicé.
—¿Y cuál de las dos explica que de repente tenga trece y que el calendario se haya adelantado un año sin razón? —inquirió, cruzándose de brazos—. Hacía un momento estaba en casa y no en una biblioteca, casi podría apostarlo.
—Sí, es... —Respiré profundo—. Ya lo sé.
—¿Ya lo sabes?
—No tienes idea de cuánto lo siento —mi limité a disculparme, sin saber qué más decir.
—¿Por qué estás pidiéndome perdón?
Lo empujé de los hombros para hacer que tomara asiento sobre el borde de una jardinera.
—Porque hay algo que tienes que escuchar.
Con los párpados caídos y un dolor de cabeza que se negaba a desaparecer, me convencí de que él merecía estar enterado de todo. Y cuando digo "todo" es porque, literalmente, lo único que hice fue ponerlo al tanto de cada detalle que alguna vez creí que solo alguien como tú podría saber.
—Las SS son agencias de protección —le hablé con sinceridad—. Defienden a nuestra especie, nos mantienen a salvo y vigilan la difusión de cualquier clase de información confidencial que pueda poner en riesgo nuestra seguridad. Cuando tú buscaste esos datos en internet, pues... digamos que les resultó sencillo rastrear tu ubicación.
Le conté acerca de aquel grupo de hombres, lo que había sucedido con su madre cuando yo llegué a la mansión y cada aspecto referente al modo tan extraño en que lo habían arrastrado hacia la salida. Le expliqué lo que había ocurrido conmigo después de su captura, la forma tan desesperada en que había pedido la ayuda de mamá y mi decisión imprudente acerca de utilizar el medallón como una forma de concederme una segunda oportunidad.
—Es una reliquia familiar —le especifiqué, dejando que le echara un vistazo al rubí—. Mi padre trató de esconderla en casa después de que mi abuela falleciera. Nos prohibió a mi hermana y a mí utilizarla porque estaba al tanto de que cualquier viaje en el tiempo pondría en riesgo el curso de la cronología original.
Le dije todo sin reservas: la manera en que me había aprovechado de las habilidades del medallón para meterme con el pasado e interferir en sus primeras horas de vida, la curiosa marca que el trío de magos había dejado impregnada sobre su piel, la forma en que Isabel me había rechazado al volver al presente, el desafío y el modo en que me había aliado con mi padre para hacer uso de sus dotes como estratega de interpretación.
—Él lo supo todo desde el principio. Escogí a papá porque sabía que encontraría la manera de ayudarme, por eso solamente él y yo tenemos recuerdos de esa línea temporal. El medallón me advirtió que, para todos los demás, sería como si tú y yo nos hubiésemos esfumado durante un año.
Tampoco me permití vacilar antes de explicarle cómo funcionaba la reliquia, cómo controlaba las circunstancias en esa extraña dimensión y cómo había hecho para dividirlo en doce diferentes chicos, cuya única manera de localizar era a través de un acertijo.
—La primera de tus versiones era demasiado sensible —me forcé a hacer memoria—. A la segunda nunca pude conocerla porque estuve obligada a cambiarla por la tercera en cuanto se dio la oportunidad, así que tuve que adaptarme a un nuevo tú que amaba con locura el orden y las rutinas. Con el cuarto fue diferente porque le costó mucho trabajo confiar en mí y, dejando de lado sus llantos caprichosos, era un niño bastante curioso y observador.
Había una cosa que solo hasta entonces comenzaba a ser notoria: entre más describía a cada una de sus versiones, más me daba cuenta de que todas esas características también encajaban a la perfección con el verdadero Lukas.
—El quinto era cariñoso, voluble y... Cielos, sí que sus emociones eran intensas, en especial comparado con lo atento y generoso que era el sexto —continué diciendo, sin poder evitar que una leve sonrisa se me escapara al recordar a ese chiquillo—. Créeme que aprender a lidiar con el séptimo me tomó días y días de sufrimiento, era tan apático e inflexible que en serio resultaba imposible hacer que rompiera alguna de sus reglas.
Así, caí en cuenta de que cada uno de los doce estaba conformado, en realidad, por representaciones exageradas de las cualidades más importantes de Lukas. Todos eran diferentes, pero al mismo tiempo, todos eran él.
—El octavo era brillante, el chico más inteligente que jamás haya conocido. El noveno era tan callado y tímido que me tomó toda una eternidad hacer que conversara conmigo con naturalidad —constaté, pues incluso la palabra "reservado" era poco para describirlo—. El décimo era ansioso e inseguro, pero fue el compañero más fiel y confiable de todos ellos; de hecho, fue él quien me ayudó a recuperar al onceavo que era algo impulsivo y... Bueno, sí que era terco y directo, pero... —También sumamente dulce y romántico, aunque no estuve dispuesta a pronunciar eso en voz alta—. En fin, al doceavo no me tocó conocerlo como tal, aunque tengo la certeza de que se trataba de un chico con una afición monumental por la ciencia y la literatura.
—Entonces... —intervino él por fin, retomando la palabra para concluir—: En total fueron doce.
—Trece —corregí—, contándote a ti.
Bajó la cabeza y clavó la mirada en el asfalto.
—Te juro que es todo lo que sé, Lukas, yo... —Tanto la incertidumbre como la expectativa hicieron que empezara a sentirme inquieta—. Cielos, no estás enojado por esto, ¿o sí?
—¿Enojado?
—¿Crees poder perdonarme?
Se puso de pie. Lucía disperso y confundido, aunque ¿quién no lo estaría después de haberme escuchado proclamar tal discurso?
—¿Qué clase de pregunta es esa? —cuestionó de repente, mas, por su gesto inescrutable, no pude identificar si estaba reaccionando con calma o con molestia.
—¿Cómo?
—¿Qué clase de pregunta es esa? —repitió.
—Pues... —me puse nerviosa— una existencial, supongo.
—¿Y en serio estás esperando que la conteste?
Asentí, desesperada por obtener de su parte alguna respuesta.
—Te conozco bien, Yvonne, y... —esperé con impaciencia por su siguiente frase— estoy seguro de que nada fue por culpa tuya. Corregiste todo, ¿no es así? —Se encogió de hombros y me miró a la cara—. Ni siquiera entiendo por qué me estás pidiendo que te perdone.
Sentí el alivio recorrer cada parte de mi cuerpo.
—¿Eso quiere decir que no estás molesto conmigo? —quise corroborar.
—Tampoco tendría sentido que lo estuviera. Estar molesto implicaría creer que hay una culpa inherente en ti, hecho que estaría vinculado a la asunción de que las consecuencias mencionadas son una responsabilidad meramente tuya, y no del grupo de las SS, de la funcionalidad esquemática del medallón o, inclusive, mía. —Hizo una pausa—. En resumen, tener la valentía de corregir una alteración en la cronología no te convierte en la persona que corresponde al rol del villano, sino en aquella que protagoniza el rol de la heroína.
Quedé impresionada. Sin exagerar, yo... poseo la firme convicción de que existen impulsos que, por más que se quiera, a veces no se pueden controlar. Verás, querido diario, que ni siquiera fui capaz de prestar atención a alguna de mis ya mencionadas inseguridades antes de decidirme a abrazarlo una vez más.
—Gracias —le susurré al oído en cuanto me atreví a rodearle el cuello con ambos brazos.
Pues, por alguna razón, tampoco podía dejar de pensar en lo mucho que le había extrañado.
—Ahora, ¿por qué me agradeces?
—Por creerme —resumí. No había estado tan cerca de él desde que mi imprudencia lo llevó a enterarse de mi peculiar habilidad para desaparecer bajo los rayos del sol. Lukas nunca lo supo, pero en aquella ocasión, fue su intriga lo que acortó la distancia entre ambos hasta el punto en que tuve la oportunidad de descubrir las más bellas tonalidades de verde—. Tenía miedo de que no quisieras volver a hablarme.
Todavía abrazada a su cuello, lo miré de frente; él parpadeó varias veces, mas, con voluntad, me sostuvo la mirada. Por un instante, me pareció notar una coloración azul en sus ojos, aunque observarlo con detenimiento también fue suficiente para comprobar que, en realidad, aquello no había sido más que un simple reflejo de la luz del día.
—Claro que es un miedo que ya está en el pasado —añadí, alejándome de él casi al instante.
No conseguí impedir que una risa nerviosa se me escapara de la boca, haciendo que Lukas ladeara la cabeza con aire de curiosidad.
—Oye, Yvonne... —Se aclaró la garganta—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—No está de más tratar de volver a tu casa —lo ignoré a propósito, solo porque tenía un presentimiento de lo que él estaba a punto de decir.
Improvisar era mi especialidad, y las estrategias lo eran todavía más.
—Mira el cielo —divagué—, podría nevar muy pronto.
—¿Nevar con este clima? No lo creo.
—Siempre es mejor ser precavidos, ¿no?
Que riera en voz baja me hizo suponer que, quizás, sí comprendía el motivo de cada una de mis evasiones. La sola idea de confesar mis verdaderos sentimientos me ponía nerviosa, así que haría cualquier cosa con tal de evitar que mi compañero pusiera ese tema sobre la mesa.
—Ven, vamos —le insistí—. Nunca llegaremos a tu casa si no nos damos prisa.
Lo tomé de la mano con el pretexto de que debía guiarlo por la dirección correcta. Seamos más sinceros que de costumbre: tanto tú como yo sabemos que lo único que buscaba era cualquier clase de excusa con tal de mantenerme a su lado.
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