Capítulo 2: 6 de octubre de 2003

Partimos al amanecer, cuando el sol apenas se asomaba. Estaba acostumbrada a no salir de casa a estas horas del día, papá lo había prohibido porque sería muy peligroso para nosotros que alguien nos viera desaparecer bajo la luz del sol. ¿Imaginas lo terrorífico que debe ser para un humano presenciar un espectáculo como ese? Sería demasiado para un simple ciudadano... ¡Ja! Pobrecillo Lukas. El remordimiento amenazó con invadirme casi de inmediato, por eso preferí apartar tal pensamiento de mi cabeza para concentrarme, en su lugar, en el nuevo sitio de empleo que esperaba impaciente por mi llegada.

Un escalofrío me recorrió la espalda en cuanto me encontré frente a aquella granja: el sustento de una familia dependía por entero de mí. Tal vez algo pequeña, pero, al fin y al cabo, nadie podría negar que Lukas consistía ahora en mi única familia.

«Qué gran cambio de circunstancias para tratarse del transcurso de unos días»

Extraje la hoja de actividades de mi bolsillo. "Lunes, llevar al ganado a los pastizales del norte"... En definitiva, resultaría complicado contando con la presencia de un chiquillo de por medio.

—Llegaste temprano. —La voz de Rudolf hizo que apartara la vista de aquella lista—. Mis viejos empleados nunca solían respetar los horarios de trabajo.

El granjero se tomó la molestia de abrir la cerca para mí, invitándome con un gesto a cruzar por la entrada.

—Es mi primer día —apunté—. Tengo intenciones de mantener un buen historial laboral.

Lo escuché reír justo antes de que se permitiera posar la mirada sobre Lukas. De pronto, me dio la impresión de que estaba por retractarse y negarme el empleo; sin embargo, me dirigió un ademán de cabeza para señalar a la muchacha que acababa de salir por la puerta del granero.

—Martha te ayudará a cuidar del niño.

Asentí de inmediato, dispuesta a seguir sus órdenes con tal de evitarme cualquier tipo de inconveniente. Fue así como opté por encaminar mi marcha en dirección a la misma chica con quien ya me había topado hacía casi una semana. Era una mujer joven, no tanto como yo, aunque sí lo suficiente para cuestionar el porqué de su estancia en una solitaria y apartada granja. Su abundante cabellera rubia le cubría parte del rostro, haciéndola lucir algo seria y cohibida; en cambio, tanto su estilo de vestimenta como sus gafas modernas me llevaron a pensar que alguien tan extravagante como ella no encajaba ni por asomo en un sitio tan rústico como este.

—Hola, mi nombre es Yvonne. —Me coloqué a su lado con cierta vacilación—. Hablaste conmigo cuando vine a pedir el empleo.

Ella no tardó en girar el rostro hacia mí.

—Claro, la nueva aprendiz —aludió, cruzándose de brazos—. Rudolf estaba convencido de que debía contratar a una chica como tú... Él te envió conmigo, ¿no es cierto?

—Dijo que tal vez podrías ayudarme. —Mi vista bajó hacia Lukas—. Es que... Bueno, él es mi...

«¿Mi qué?»

—Mi...

—Claro —aceptó sin siquiera haberme dado la oportunidad de terminar—. Si con eso consigo que mis tiempos de descanso sean más dinámicos que de costumbre, por mí no será un problema.

Creí que habría que convencerla. Mentir diciendo que el llanto de Lukas no sería tan ruidoso o, quizás, mencionar que estaría dispuesta a compartir parte de mi salario con ella. No obstante, bastó con que pronunciara esas palabras para que accediera sin titubeos, como si realmente hubiese estado esperando por tal petición desde hacía días.

—En verdad te lo agradezco. —Mis ojos parpadearon con perplejidad antes de entregar al niño en sus brazos—. Volveré al terminar mi turno.

Avancé con rapidez a través del prado de cultivo, posicionándome junto a Rudolf para toparme, además, con el montón de cabezas de ganado que ya empezaban a aglomerarse cerca de la puertita de la entrada.

—¿Todo listo? —me preguntó.

—Listo.

—De acuerdo. —Se tomó un momento para abrir los cerrojos y desplegar el portón, permitiendo que los animales se empujaran unos a otros para ocupar un puesto en la salida del establo—. Sígueme de cerca. Te conduciré hasta el pastizal indicado y te mostraré como mantener unido al grupo.

Pausa.

Para este punto de la historia, seguro te habrás cuestionado cómo haría yo para que mi desafortunada habilidad de camuflaje (la misma que, en primer lugar, fue la causante de que Lukas se familiarizara con mi problemática "inhumanidad") pasara desapercibida ante los ojos del granjero. La respuesta es también una de las razones por las que el bosque es uno de los mejores aliados para alguien como yo: aparte de los cielos nublados, los senderos suelen ir acompañados por hileras sin fin de árboles frondosos. Sombras por doquier.

—Deberás vigilarlos por unas horas. Si alguno trata de alejarse, solo empújalo un poco para que vuelva al interior del perímetro —explicó Rudolf con paciencia mientras me guiaba a través de un camino empedrado—. No es muy lejos de aquí.

Lo seguí por algunos metros hasta que aquella vereda se convirtió en un amplio pastizal de intensas tonalidades verdosas. Los animales no tardaron en tomar un lugar en el césped, distribuyéndose alrededor del campo.

—Ellos buscan las hierbas más frescas —agregó al percatarse del modo en que los observaba con curiosidad—. Saben exactamente en dónde encontrarlas, por eso suelen agruparse en algunas partes del terreno.

Nos dedicamos a vigilar aquel ganado durante horas, cambiando de sitio en varias ocasiones con tal de tener un mejor vistazo de cada rincón del campo. Una vez la escasa luz del sol se ciñó al centro del cielo, el hombre dio la orden de partida. Organizamos a la multitud de animales hasta formar un solo grupo y, bajo nuestra vigilancia, los impulsamos a recorrer el sendero que los llevaría de vuelta a la granja.

En dirección a los establos, vi a Rudolf quitar las cerraduras de la entrada al mismo tiempo que aseguraba que la manada ingresara (con sorprendente calma) por el angosto espacio del portón.

—Agotador pero divertido, ¿eh?

En un principio, pensé en responder a su comentario con una broma de tintes insignificantes; sin embargo, no pude más que permanecer paralizada en cuanto caí en cuenta de que era un fajo de billetes lo que llevaba entre manos.

—Anda, Yvonne, toma. —Una extraña sensación de alegría me invadió en cuanto me hizo entrega del dinero correspondiente—. Voy a pagarte después de cada actividad.

—Esto es... Cielos —musité para mí misma, atónita—. ¿En serio eran veintiocho?

—Te lo has ganado.

Me dedicó una sonrisa antes de disponerse a seguir andando por la vereda, al menos es lo que hubiera hecho de no ser porque una de mis vagas ideas me obligó a interponerme en su camino casi de inmediato.

—Aguarde, Rudolf, usted... ¿cree que Martha tendría algún inconveniente si regreso por el niño un poco más tarde?

—Su turno es nocturno —se encogió de hombros—. No lo sé, quizás unas horas más no serían de gran molestia.

Asentí, mas lo único que conseguí de su parte fue una mirada cargada de recelo.

—¿Está todo en orden?

—Sí, pero... —detuve mi palabrería. Las explicaciones estaban prohibidas, lo sabía ya desde un inicio. Se necesita de mucha convicción si lo que se busca es guardar un secreto—. Hay algo importante que tengo que hacer.

* * * * * * *

¿Alguna vez has tratado de enfocar la vista en la luz de los coches mientras haces lo posible por cruzar la carretera en medio de un terrible aguacero? En verdad lo dudo, pero para eso me tienes a mí, querido diario, para decirte que intentarlo es demasiado estúpido si lo que deseas es sobrevivir. Estuve a punto de ser arrollada por una motocicleta y... tampoco voy a mentir diciendo que no me resbalé en un charco de agua a pocos metros de un cruce automovilístico. Ahora que he vuelto a la cueva, estoy segura de que el dolor comenzará a notarse, aunque en ese momento, me dije a mí misma que tan solo serían unos golpes sin importancia con tal de proseguir con la misión.

Conocía la ubicación del orfanato. Solía toparme con el edificio cada vez que recorría las calles de Frankfurt en dirección a casa de Lukas. Fue cuestión de dirigir mis pasos hacia las ya habituales avenidas y evitar los empedrados resbalosos de las aceras residenciales. Recorrí aquella distancia con cautela, pero consiguiendo dar con el objetivo: los enormes muros azules y las puertas de hierro rodeadas por púas provocaron que un escalofrío me recorriera la espalda. Debes creerme cuando digo que ese lugar tenía más similitudes con una cárcel que con cualquier otro sitio de alojamiento.

Trepar las paredes y enfrentarme a los salientes sería ridículo, de modo que tuve que obligarme a poner en consideración la siguiente alternativa: los establecimientos en Frankfurt acostumbran tener una salida de incendios, una puerta trasera que solo debía ser utilizada en casos de emergencia. Esto cumplía con todos los criterios para ser calificado como una situación de "emergencia", ¿no es cierto?

Me di prisa en abandonar la fachada principal, rodeando los muros laterales a fin de permitirme admirar la segunda entrada con cierta satisfacción.

«Estoy lista para esto»

Me acuclillé en el césped sin dudarlo, apartando la tierra mojada para comenzar a cavar por debajo de la rendija metálica. Las películas de acción me habían enseñado que esta era la forma correcta de burlar una valla, y aún sin tener la certeza de que dicha estrategia fuera de utilidad, me limité a continuar excavando hasta haber realizado una pequeña abertura a la altura del suelo. Estaba perdiendo demasiado tiempo y sabía que quedar atascada en este sitio implicaba más que dar el desafío por terminado, por eso no me permití vacilar antes de empezar a arrastrarme a través del agujero. Intercalé el movimiento de manos y piernas, arqueando la espalda e ignorando los raspones en las rodillas; por fortuna, fue suficiente para llegar al otro lado.

Hay una cosa que, solo hasta ahora, me resulta indudable: las películas son más que meras mentiras elaboradas, quiero decir, ¡aquella tontería en serio había funcionado! ¿Quién pensaría que bastaría con pasar horas enteras frente al televisor para ganar en astucia a un obstáculo físico?

«Concéntrate, Yvonne»

No conté con la oportunidad debida para celebrar mi victoria. Me abalancé enseguida hacia la puerta de entrada, empujándola con impaciencia porque en verdad ansiaba disfrutar del calor de hallarme bajo techo.

Así, estando dentro, me aseguré de mirar primero en todas direcciones.

«Sin personal de seguridad... Extrañamente conveniente»

Era un espacio oscuro, un lugar tan silencioso como vacío. Extendiéndose a lo largo del pasillo, una cámara me desafió a cruzar por el resto de la sala; los destellos rojos que advertían de la posición del lente me ayudaron a atravesar sin ser vista: me pegué a la pared y, a gatas, me arrastré en dirección a la salida. Una vez dejé aquel sitio, me puse de pie para vagar por el resto de los pasillos, girando en varias ocasiones hasta topar con las cientos de recámaras cuyas puertas se hallaban cerradas.

Estuve cerca de darme por vencida, lo hubiera hecho de no ser porque una luz al final del último corredor fue lo bastante llamativa para capturar mi atención. Continué andando, solo para comprobar que la única esquina iluminada parecía provenir de un cuarto con muros de cristal. Asomando la cabeza, fui capaz de notar que eran un montón de niños quienes jugaban en el centro del salón, utilizando gorros de fiesta e inflando globos como si se tratara de alguna celebración de cumpleaños. No había rastros de cuidador alguno, pero sí de una pareja de adultos que conversaban con un grupo de chiquillos, quizá buscando uno al cual adoptar.

Una especie de calambre se apoderó de mí al momento en que caí en cuenta de que tal escenario me resultaba extraño. No estaba acostumbrada a encontrarme con tantos niños en un mismo sitio y, en realidad, tampoco me sentía cómoda al estar rodeada de muchos de ellos porque... jamás asistí al colegio, ¿recuerdas? Nunca me divertí con alguien más que no fuera mi propia hermana. Ser parte de nuestra familia implicaba también la poca convivencia con el exterior. Estaba prohibido salir de casa sin supervisión y no conversábamos con nadie más a excepción de aquellos visitantes que solían conocer a mis padres.

Por eso me sorprendió bastante que me permitieran hablar con Charlie. Fue mi mejor amigo. El único, mejor dicho, antes de conocer a Lukas.

Yo tenía ocho años y él acababa de cumplir los diez... Charles Cesaire, lo recuerdo muy bien. Un chico francés de cabello esponjado cuyo color rojizo era mucho más intenso que el mío. Solía pasar horas enteras a su lado, su presencia alegraba mis días y estaba muy agradecida con mamá por invitar a su familia a quedarse en casa. Por suerte hablaban alemán, ya que de francés nosotros no sabíamos nada.

"—Buenos días, lindura, ¿de casualidad se encuentra Margarethe en casa? —preguntó su madre la primera vez que los vi.

Mi timidez me obligó a permanecer callada. Fue Charlie quien se apresuró a llenar la incomodidad del silencio con una serie de simples palabras:

—Hola, ¿cómo estás? —Me tendió la mano—. Soy Charles y ella es mi mamá, Suzette. ¿Tú cómo te llamas?

Recuerdo haber vacilado durante un par de segundos frente al pórtico de la entrada, aunque, al final, opté por aceptar el saludo:

—Yvonne.

—¿Con doble n? —me cuestionó enseguida.

Asentí.

—¿Y qué hay de la e? —quiso saber.

—Solo lleva una.

—Y, v, o, n, n, e —deletreó en voz baja—. Es muy bonito."

Su amabilidad y su manera de lidiar con mis inquietudes me llevó a confiar en él. Convivimos durante mucho tiempo, al grado que se volvió un amigo muy importante para mí (pasando, incluso, por encima de Wilhelmine). Aún sabiendo desde el principio que yo era algo más para Charlie, ignorar ese detalle siempre me pareció la mejor opción. Era muy pequeña en ese entonces como para estar interesada en cualquier otra cosa que no fuera jugar a las escondidas o utilizar mis muñecos de felpa como espectadores de un "gran" concierto musical.

De cualquier modo, lo cierto era que tener la misma infancia que los chiquillos que ahora corrían sin dirección alguna frente a mí nunca fue posible para alguien como yo. Es tiempo de aceptar que las cosas no pudieron haber sido de ninguna otra manera.

«A actuar se ha dicho»

Me decidí a abrir la puerta al mismo tiempo que aquella pareja optaba por abandonar la habitación y, una vez dentro, concentré todos mis esfuerzos en localizar a la única persona a quien ansiaba poder recuperar. Recorrí toda la sala, posando la vista en el rostro de cada niño mientras intentaba fingir que reconocerlo no sería tan complicado como lo tenía por supuesto.

Cuando llegué al final de la sala me sentí terrible: ninguno de ellos tenía pinta de ser Lukas. Fallar en la primera de las misiones que, en teoría, estaba obligada a completar casi hizo que me diera un infarto. Quizás un orfanato no era la respuesta que el desafío estaba buscando. Resoplé con frustración cuando algo dentro de mí me pidió que no me diese por vencida, no todavía, pues aún cabía la posibilidad de que no se encontrara en esta habitación.

Mis ojos se desviaron, entonces, hacia una de las esquinas más apartadas del lugar. Todos los niños jugaban y corrían con emoción, al menos casi todos: un chiquito permanecía sentado a las orillas del salón, un niño tan pequeño que la sola idea de que conviviese con el resto de sus compañeros sin resultar herido parecía impensable. Lo vi girar la cabeza hacia los llamativos globos de colores que decoraban las paredes, llorando de manera incontrolable como si el ruido del festejo fuese por sí mismo un asunto perturbador. Solo pude mirarlo con algo de lástima; sin embargo, el repentino deseo de mejorar su día me llevó a acercarme unos pasos y a hacer todo lo posible por intentar sacarle una sonrisa.

—Hola, pequeñín —lo saludé mientras me acuclillaba en el suelo para estar a su altura.

El sonido de mi voz no lo hizo alzar la cabeza, y que no mostrara ninguna clase de interés por descubrir quién acababa de posarse a su lado, de pronto, me resultó un detalle bastante... familiar.

—No llores más, ¿quieres? —Tuve que sujetarlo de la mandíbula para mirarlo a la cara. En eso, comprendí que continuar buscando a Lukas sería más que innecesario cuando era a él a quien tenía enfrente. Confundir sus bonitos ojos verdes sería imposible aún pese a que estuviesen repletos de lágrimas—. Ya estoy aquí, así que...

«No pienso volver a abandonarte»

—... vamos a irnos lejos y luego todo volverá a estar en orden. —Mi vista volvió a la puerta de salida: sin cuidadores, testigos ni tampoco alguna clase de vigilancia por cámara—. Aunque es un hecho que tendremos que ser rápidos.

Levantarlo en brazos fue lo primero que traté de conseguir, ya sabes, escapar de aquel sitio sin importar lo que tuviera que hacer para lograrlo. Avancé por la sala a paso veloz, esquivando al montón de chiquillos que parecían no tener impedimentos para correr por doquier a pesar de que yo me encontrara justo a la mitad de su camino. No fue nada sencillo atravesar de vuelta, en especial en el instante en que un par de niños aprovecharon la oportunidad para utilizar mis piernas a modo de escondite.

—Ya no llores, por favor, nos descubrirán si no guardas silencio —le dije a Lukas, aunque es obvio que hacer tal petición no resultó de mucha ayuda.

«Vamos, Yvonne, piensa en algo»

Estaba atorada justo en el medio de lo que parecía ser un juego de "atrápame si puedes" cuando una brillante idea vino a mi mente, una cuya efectividad todavía me enorgullece recordar.

«Gracias Manual del Desarrollo Infantil de mamá»

Si algo había aprendido de mis investigaciones tras aquel leve vistazo a la libreta de expedientes psicológicos, era que un sitio tan escandaloso y demandante como este era de las cosas más insoportables para alguien como Lukas. No lo culpaba por percibirlo de ese modo, pues tener a un puñado de niños colgados sobre las piernas tampoco resultaba tan agradable después de todo.

No lo pensé demasiado antes de hacer lo posible por apartar a mi compañero de aquel ruidoso panorama: pegué su cabeza a mi cuello y, habiéndome soltado la coleta, utilicé mi cabello como una especie de cortina que lo mantendría aislado del panorama. Segundos más tarde, me permití continuar por la amplitud de la estancia entre tanto notaba que su llanto iba desvaneciéndose de poco en poco.

¡Punto para Yvonne!

Fue sencillo reubicar el regreso, pero no lo fue reconocer la misma habitación por la que había entrado. Tuve que recorrer los pasillos sin saber hacia dónde me dirigía con exactitud, desconociendo la ubicación de la puerta trasera y arriesgándome, además, a ser vista por alguno de los miembros del personal. Para ese entonces, nada me parecía relevante; tenía a Lukas en mis brazos y lo único que me quedaba en mente era la noción de salir huyendo cuanto antes. Estoy segura de que fue tal hilo de pensamientos lo que me hizo actuar con mal descuido, más aún en el momento en que conseguí dar con la estancia vacía al final del edificio. Me sentía nerviosa, y quizá fue por eso que también olvidé agazaparme en el suelo para evitar ser filmada por la cámara de seguridad... ¡Bah! Fue un error, pero ruego porque el medallón tenga un as bajo la manga para que el asunto no se torne en un verdadero problema.

La lluvia me azotó el rostro en cuanto crucé por la puerta de emergencias y, por obvias razones, el pequeño Lukas también fue maldecido por el agua hasta terminar casi tan empapado como yo. Debo agregar que su risita llegó a mis oídos instantes más adelante: el aguacero cayendo sobre su cabeza pareció ser lo suficientemente "divertido" para que comenzara a reírse a carcajadas. Fue todo lo contrario para mí, por supuesto. No es tarea fácil robar a un niño cuando el delito se comete por segunda ocasión.

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