Capítulo 13: 24 de abril de 2004

💢#8: Sobre la copia urbana de tu tercer hogar has de terminar y sólo cuatro horas te podré otorgar. ¿Quieres una pista? Pídela cuando hayas resuelto el enigma.💢

El anexo anterior es lo suficientemente explicativo para que puedas entender qué hacíamos Lukas y yo sobre los asientos traseros de un viejo taxi, ¿no? Eso creí.

No tienes idea de lo mucho que odio los límites de tiempo, pero el verdadero problema aquí es que el medallón en serio parece disfrutarlos. Claro, ¿por qué no hacer sufrir a la pobre chica que lleva meses intentando arreglar su propio desastre? ¡Vamos, apuesto a que será divertido!

«Ni de chiste lo es»

Pegando el rostro a la ventanilla de ese auto, lo único en que podía pensar era en la posibilidad angustiante de haber seleccionado el sitio incorrecto. Pues era consciente de que cometer un error, por más mínimo que fuera, sería catastrófico. Piénsalo un momento, ¿quieres? Cualquier tipo de retraso implicaría perder los pocos minutos que el medallón había anticipado concederme; cualquier clase de imprevisto bastaría para entretenerme más de lo debido y convertir aquel límite de tiempo en un plazo imposible de cumplir.

Había invertido casi la mitad de una hora en descifrar cada palabra del acertijo. Me había convencido de que encontrar primero los tres hogares referidos en el enunciado inicial sería la manera más sencilla de dar con el significado del resto, de forma que no me permití vacilar antes de poner todos mis esfuerzos en construir dicha clasificación:

1) Mi primer hogar no podía ser ningún otro además de mi propia casa. Punto final. Es sencillo deducirlo tomando en cuenta lo que aquella cabaña representaba para mí: era una fortaleza de los secretos, el lugar de mi infancia, mi primer salón de clases, un espacio para pedir auxilio y no salir con las manos vacías; el único sitio que, en realidad, tenía la capacidad de convertirse en el más confiable de los escondites. Y ahora, con los recuerdos de mi padre inundando cada uno de esos pasillos... Significaba mucho más que una simple choza.

2) Tenía muy claro que la mansión de los Diederich había marcado mi vida en más de un sentido. ¿Cientos de paredes blancas siendo testigos de mis llantos, risas y confusiones? Admito que la idea no me agradaba en un principio, es más, incluso me parecía algo estúpido tener que recorrer a diario sus salones sin sentirme cómoda con la mera noción de caminar. Sin embargo, haberme concedido la oportunidad de conocer a Lukas lo cambió todo, pues ¿qué hubiera sido de mí si me hubiese dejado llevar por mis primeras impresiones? ¿Qué hubiera pasado conmigo si el orgullo me hubiese cegado aquella primera vez que él prefirió ignorarme y centrar su atención en el lienzo de una pintura? Ni siquiera puedo imaginarlo.

3) Los hogares uno y dos me dejaban sin alternativas para un tercero.

De acuerdo, sé que una cueva rústica a la mitad de la nada también podría contar como un fabuloso tercer hogar, en especial si eran dos personas quienes habían utilizado su suelo durante casi dieciocho semanas. ¿El problema con esa opción? No conocía ninguna "copia urbana" que pudiera encajar con ella, y eso solo me dejaba en la misma conclusión de antes.

Al final, terminé tendida sobre la superficie de mi cama con la mente completamente en blanco. Estaba estresada. Había pegado la cara a la almohada y estaba segura de que Lukas me observaba desde el otro lado de la habitación con más desconcierto del que alguien podría encontrar entre los oyentes de un discurso político. Era mi ruina, al menos así hubiera sido de no ser por su intromisión repentina: "Oye, Yvonne, ¿otra vez estás pensando en los señores con trajes del bosque?" y de pronto ¡bam! Esas trece palabras fueron suficientes para que mi semblante se iluminara con la respuesta que tanto había anhelado encontrar.

El bosque se convirtió en la idea ganadora, en especial luego de que reparara en lo importante que aquel espacio resultaba para mí. Digamos que su viento, sus árboles y su silencio siempre han formado parte de lo que soy. Cada uno de sus laberintos es una ruta de escape, una vía con la capacidad de estabilizar mis emociones y transmitirme mucho más que simples mapas en el fondo de mi memoria... Era un lugar tan amplio y vacío que solo recorriendo sus senderos era cuando me sentía verdaderamente libre. Era un estupendo tercer hogar.

Pero eso no fue todo, porque una vez me percaté de que la frase "copia urbana" podría tratarse de una referencia al nombre del Frankfurter Stadtwald, no lo pensé demasiado antes de comunicarme con el servicio local de taxis y arrastrar a Lukas hacia la puerta de salida.

Es así como llegamos al principio de esta narración: dos chicos inadaptados a bordo de un viejo auto que, poco a poco, guiaba su ruta hacia el destino que una simple adolescente creía haber descifrado. Por eso el dilema continuaba siendo el mismo: no había manera de verificar que el bosque se tratara del lugar indicado, y con eso me refiero a que cometer un error de interpretación ya no parecía tan improbable después de todo.

A pesar de las dudas, había un detalle en el acertijo que todavía me generaba un poco de esperanza: "¿Quieres una pista? Pídela cuando hayas resuelto el enigma". Sonaba como la excusa perfecta para comprobar antes de tiempo la veracidad de mis suposiciones, ¿no te parece?

—Bien, ya resolví el enigma —le murmuré a la reliquia, sosteniéndola entre manos para mirar el centro más de cerca—. ¿Podrías darme la pista que prometiste?

—¿Estás hablando sola?

Bastó con girarme hacia Lukas para darme cuenta de que mis balbuceos acababan de dejarlo pasmado.

—Sí —improvisé.

Tampoco iba darle más vueltas al asunto. Explicarle lo que pasaba por mi cabeza parecía tan innecesario como imprudente, así que regresar la vista hacia el medallón fue lo único que me dispuse a hacer, en especial tras haber notado que eran algunas palabras las que ya empezaban a dibujarse en el centro del rubí:

💢 Hacer trampa no te salvará. En el lugar indicado debes estar o preparada no te encontrarás. 💢

«¡Rayos!»

El medallón, a veces, sí que puede llegar a ser una verdadera molestia. No solo controla los desafíos y prepara planes laboriosos, sino que también parece estar al tanto de cada una de mis intenciones. Es impresionante tomando en cuenta el verdadero tamaño de esta cosa; no mide más de diez centímetros y en serio es peor que llevar a un juez colgando del cuello.

Resoplé con desgana antes de recargar la cabeza contra el respaldo del asiento. De cualquier manera, no había mucho que pudiera hacer además de limitarme a permanecer sentada sobre la parte trasera del automóvil.

—¿Estás enojada, Yvonne?

Confieso que, de hecho, no esperaba que fuese tan obvio.

—No —mentí, cruzándome de brazos.

—Pues tu cara se ve igual a los dibujos que mi mamá pegó en la pared —apuntó Lukas.

—¿Dibujos en la pared? —lo cuestioné enseguida.

—Más bien son como unos letreros con figuritas que están en mi cuarto —especificó.

—¿Y por qué los puso allí?

—Ella dice que tengo que aprender a saber cómo se sienten las personas.

Que Lukas tuviera dificultades para identificar las emociones no era ninguna sorpresa, lo sabía desde hacía meses. Tenía problemas para medir el impacto de sus palabras porque no estaba acostumbrado a centrar su atención en los sentimientos de los otros. Era directo y honesto porque no alcanzaba a percibir que, en ocasiones, guardarse las cosas para uno mismo es la mejor manera de no lastimar a los demás... Agh, odio tener que admitir que, en realidad, sí le eché varios vistazos a los apuntes de mamá.

—Entonces, ¿tienes memorizadas las imágenes estaban en tu pared?

—Sí —confirmó—, y luego trato de encontrar las caras que se parecen a las figuras.

Era una estrategia bastante ingeniosa. ¡Punto para la madre inteligente del séptimo Lukas!

—¿Y crees que estoy enojada porque me veo igual que...?

—Igual que la niña en el tercer dibujo —asintió con seguridad—. Y, a veces, también te pareces a la del último.

—Ah, ¿sí? —inquirí—. ¿Y qué hay en el último?

—Una niña preocupada.

Lo miré con ironía. Tenía razones para estar preocupada, ¿comprendes? Las circunstancias en esta extraña realidad eran terriblemente frustrantes.

—Eso es porque las cosas que pasan hacen que me sienta estresada —refunfuñé.

—Pues solo no te sientas así y ya —simplificó.

«Ojalá fuera así de sencillo»

—Eso no me sirve de nada, Lukas.

Lo vi encogerse de hombros y continuar comiendo de la pequeña caja de cereal que, hacía solo unos minutos, acababa de robarse de la barra de desayunos del hotel. ¡Vaya suerte la suya! No tener que cargar con tantas responsabilidades y centrar la atención en un empaque procesado parecía una manera excelente de pasar el tiempo.

—Aquí estamos, chicos —fue el conductor del taxi quien alzó la voz, estacionando el coche sobre el principio de una explanada de césped—. Fueron... catorce kilómetros, jovencita. —Recargando el antebrazo sobre el respaldo del asiento, se volvió hacia mí—. Serían veinte con ochenta y cinco.

«Esta es la última vez que utilizo un servicio de taxi»

Esa cuota era, sin exagerar, casi la tercera parte de mi salario semanal.

—Claro. —Le dirigí una sonrisa forzada antes de disponerme a sacar el dinero de mi mochila—. Veinte con... cincuenta, ochenta... y cinco.

Él asintió con esa última moneda.

—Perfecto, jovencita.

Y, una vez más, esa sonrisa fingida decorando mi rostro mientras me limitaba a abrir la puerta del auto.

—Vamos, Lukas —lo apremié.

—¿Por qué estamos aquí? —se quejó, dedicándome una mueca de disgusto mientras lo jalaba de la chaqueta para obligarlo a salir—. Ni siquiera me has dicho para qué venimos y no saber qué sigue después hace que las cosas no me gusten.

—Estamos buscando a una persona —expliqué.

—¿A quién?

Cerré la puerta con cierta frustración.

—A un niño.

—¿Qué hay de mis papás? —preguntó en tono de recordatorio—. Dijiste que me ayudarías a encontrarlos, pero siempre dices que no tienes tiempo.

—Los buscaremos después de esto —propuse para que dejara de pensar en el asunto—. Solo dame unas horas más y lo siguiente que haremos será concentrarnos en el paradero de tus padres.

«Eres toda una decepción, Yvonne»

—¿Y no podemos buscarlos sin tener que entrar al bosque? —sugirió.

—¡Oh, vamos! —exageré mi entusiasmo—. Será divertido.

—Estás haciendo que camine sin sentido —puso el gesto serio—, y en verdad me fastidia tener que caminar sin sentido.

La séptima versión de Lukas odiaba verse implicada en tareas que no fueran de su interés. Era apático y distante, prefería seguir sus propias reglas y se molestaba cada vez que alguien invadía su espacio personal o interrumpía alguno de sus poco flexibles esquemas de rutina. Era algo así como... el alma de un adulto quejumbroso en el cuerpo de un niño.

—¿Y adónde vamos a ir, Yvonne?

—Esa es una excelente pregunta —una que ni yo misma sabía cómo responder—, por eso ha llegado la hora.

—La hora, ¿de qué?

Tuve que desprenderme del medallón para hacerle notar el mensaje que llevaba escrito en su interior.

—La hora de saber si hemos dado con el lugar correcto, o si tendremos que volver a la ciudad —me limité a concluir.

Pareció un poco confundido, mas no por eso me permití apartar la mirada del centro del rubí.

—Ya estamos aquí, ¿de acuerdo? —le anuncié a la reliquia, fuerte y claro—. Puedes darme esa pista.

Esperé. Los segundos más lentos y angustiantes del mes, te lo aseguro.

💢1453 pasos al norte.💢

«Pero ¡qué alivio!»

—¡Gracias al cielo! —Alcé los brazos en señal de victoria.

—¿Por qué le agradeces al cielo, Yvonne?

Tuve que obligarme a reprimir una carcajada.

—Es solo una expresión.

—¿Y qué significa? —quiso saber.

—Que estamos en el lugar correcto —puntualicé.

—¿Y qué tiene que ver eso con el cielo? —Frunció el entrecejo—. Agradecer se refiere a gratitud, pero el cielo es el espacio que está frente a nosotros y que, además, tiene la apariencia de un color azul.

Lo sé, lo sé, la literalidad con Lukas es... todo un caso.

—Olvídalo, ¿bien? —Solté un suspiro al aire—. Concentrémonos en el nuevo mensaje y ya está.

Estaba tan feliz por haber acertado que, por primera vez desde hacía meses, estar obligada a seguir las indicaciones del medallón no me pareció una idea tan desagradable para variar.

—Son 1453 —le dije al niño enseguida.

—¿Qué tiene de especial ese número?

—Son pasos —aclaré—. Tenemos que avanzar hacia el norte.

—¿Y por qué caminaremos tanto? —continuó indagando.

—Porque eso es lo que dice esta cosa que hagamos.

Mi justificación lo llevó a posar la vista sobre la reliquia.

—¿Y qué es eso? —preguntó con incertidumbre—. ¿Por qué brilla cuando le hablas?

—Es... un collar con baterías —improvisé—. Es un juguete para salir al bosque y divertirte —ojalá no fuera más que eso.

—¿Estamos haciendo lo que dice un juguete que hagamos? —se escuchó indignado.

—Mmmm... —Lo pensé por un momento antes de resgniarme a asentir—. Pues sí.

—¿Y por qué no mejor buscamos a mis papás?

Le di la espalda para alinear mi cuerpo con la parte norte del bosque. No solo porque necesitaba de una excusa para ignorar sus cuestionamientos incómodos, sino también porque seguir las instrucciones del medallón y apresurarme a comenzar con la cuenta parecía lo más conveniente.

—No me distraigas, ¿de acuerdo? —le advertí—. No puedo confundirme de número.

—Bien —refunfuñó, aunque por fortuna prefirió guardar silencio antes que oponerse a mi petición.

Puedes imaginar lo que sucedió después, ¿no? 1453 pasos hacia el frente y ni una sola oportunidad para dejar que mis pensamientos divagaran. Enfoqué la mirada en el suelo a fin de evitar cualquier clase de distracción, zancada tras zancada, guiando a Lukas hacia al norte mientras me limitaba a pronunciar en voz alta cada número. Debo agregar que introducirnos entre los árboles fue todo un alivio para mí, pues el simple hecho de pasar los minutos entre la frescura del viento y el silencio del paisaje ya resultaba lo suficientemente relajante para hacer que mi respiración entrara en calma. Porque hay cosas que nunca cambian, ¿no es cierto? Caminar por el bosque es algo que siempre voy a disfrutar sin importar el cómo o el cuándo.

—¡Listo! —exclamé justo cuando atravesábamos por un puente de piedra—. ¡1453!

Haber parado en seco hizo que Lukas chocara de improviso contra mi espalda.

—¿Ya acabamos el juego? —me cuestionó con cierta esperanza reflejada en la voz.

—No —resoplé—, todavía no.

—¿Qué falta, entonces?

Una vez más, mi atención volvió a posarse sobre la reliquia. No fue necesario pronunciar palabra; el brillo rojizo iluminó el rubí, como si en verdad tuviera la capacidad de distinguir que la primera fase de sus instrucciones acababa de ser completada:

💢Donde un ciervo se esconde.💢

—Tenemos que encontrar un ciervo —le informé.

—¿Un ciervo? —se preguntó para después empezar a recitar—: Es un mamífero perteneciente a la familia de los cérvidos. Son de patas delgadas y ágiles, de pelaje suave que varía en color según...

—Lo sé, Lukas —lo interrumpí—, lo sé.

—Pero... ¿cómo sabremos cuál de todos es el que estamos buscando?

—Confío en que solo habrá uno.

Me dispuse a avanzar a través de la maleza. Mi compañero no protestó en esta ocasión. Le indiqué con una seña que viniera detrás de mí y tan solo lo escuché soltar un suspiro antes de que se resignara a seguir mis pasos.

—¿Por qué me llamas Lukas? —intervino de repente.

Con eso, mi respiración se detuvo durante un breve instante.

—Milch no es un nombre —me excusé.

—Sí lo es —protestó.

—¿Quieres ser conocido por el mismo nombre que un producto lácteo?

Bastó con echar un vistazo hacia atrás para verlo cruzarse de brazos.

—Eso creí —comenté con ironía, volviendo la mirada hacia los alrededores del bosque—. Además, tu nombre real es Lukas.

—¿Por qué dices eso? —quiso entender—. ¿Cómo lo sabes?

—Por tus ojos —simplifiqué.

—¿Sabes los nombres de las personas con solo mirarlas a los ojos?

Nota del narrador: la inocencia de un niño es capaz de crear las teorías más incoherentes del planeta.

—Algo así... —Me encogí de hombros—. Supongo.

—Entonces, ¿tienes poderes mágicos? —infirió incorrectamente, pero con ilusión.

—No son poderes —me aseguré de dejarle en claro.

—¿Vas a decirme cómo funcionan?

«¿Soy yo o es que esta conversación ya la habíamos tenido en algún punto del pasado?»

Por más curioso que resultese, sus cuestionamientos repentinos coincidían a la perfección con aquellos que el antiguo Lukas había insistido en hacer justo después de que mi "don de invisibilidad" decidiera evidenciarse frente a sus ojos. Y, si mal no recuerdo, haber contestado a esas preguntas terminó arruinándolo todo.

—Oye, Lukas, ayer hiciste tu tarea de historia después de comer, ¿no?

Cambiar de tema era la única estrategia con la que contaba, aunque, muchas veces, era la que menos funcionaba cuando era a ese ingenioso niño a quien trataba de engañar.

—No, no la hice después de comer —respondió.

Me vi en la obligación fortuita de girarme hacia él.

—Oye, te dije que tenías que terminarla para el viernes —lo reprendí.

—Sí la terminé.

—Pero acabas de decir que no...

—No la hice después de comer —precisó—, la hice durante la clase de matemáticas.

—¿En lugar de prestar atención a la clase te pusiste a hacer la tarea?

—Es que la maestra ya había explicado ese tema más de cuatro veces —replicó, llevándose las manos a la cabeza—. Y luego todos estaban hablando y había unos niños que se reían, y todo el salón era... ¡Ay, Yvonne! —Soltó un suspiro—. ¡En serio era mucho ruido! Y sus gritos eran tan fuertes que...

—De acuerdo, tranquilo —me apresuré a intervenir, en especial después de haber reparado en la desesperación con que pronunció esas últimas palabras—. Que no te guste el ruido no tiene nada de malo.

—¿Y por qué a los demás no les molesta? —se preguntó, completamente desconcertado—. No dejan pensar, dan miedo, interrumpen las tareas y aturden la mente.

—Porque todos somos diferentes —traté de hacerle entender—. Si a ti te molesta algo, no significa que a los demás también les molestará lo mismo.

Aquello lo llevó a clavar la vista sobre la superficie del césped.

—¿No significa que a los demás también les molestará lo mismo? —repitió entre murmullos.

—No todos serán como tú —repuse—, y esa es la mejor parte.

—¿Por qué?

—Porque cada persona que encuentres tendrá muchas cosas por enseñarte. —Robar las frases de mamá ya se ha vuelto mi nueva costumbre—. Por eso es divertido cuando les hablas a otros que...

—Pero no quiero hablar con otros —se precipitó en objetar.

Respiré hondo.

—En ese caso, solo... sigue haciendo la tarea, entonces. —Daba igual cualquier cosa que él prefiriera hacer porque, al final, eran justo esas decisiones las que hacían que Lukas fuera... Pues Lukas—. Haz lo que te haga sentir más cómodo.

—Ya lo veo.

—Perfecto —lo felicité—, me alegra que lo hayas entendido.

—Hablo del ciervo, Yvonne. —Apuntó hacia los árboles para obligarme a mirar atrás—. Allí está.

Él tenía razón. Echar un vistazo por encima de mi hombro bastó para toparme con un grupo de árboles, cuyos troncos habían crecido de manera tan inusual que habían formado una especie de trinchera justo a la mitad de sus raíces. El punto clave de esa descripción: un ciervo recostado sobre la cubierta de aquel montón de ramas.

—Sí es ese, ¿no, Yvonne? Es de patas delgadas y ágiles, tiene pelaje suave que varía en color según...

—¡Sí! —expresé con alegría—. ¡Claro que lo es!

Bajé a toda prisa por la colina para colocarme a unos metros del agujero y, una vez estuve lo suficientemente cerca para comprobar que se trataba del animal correcto, ni siquiera lo pensé dos veces antes de volverme hacia Lukas.

—No puedo creerlo —estoy segura de que lo miré con la más entusiasta de mis sonrisas—, ¡jamás lo hubiera visto de no ser por ti!

«No hacemos tan mal equipo, compañero»

—Primero vi que algo se estaba moviendo a lo lejos —relató para mí—, luego vi que sus patas eran delgadas y ágiles, su pelaje parecía suave y era de color...

—Acabas de convertirte en mi héroe, ¿lo sabías?

Creo que se puso nervioso. Bajó la cabeza y entrelazó las manos, sin poder ocultar la pequeña sonrisa que empezaba a dibujarse en su carita.

Breve aclaración: ese último diálogo no era del todo cierto. En realidad, ya consideraba a Lukas como mi propio héroe personal desde hacía semanas, más específicamente desde el día en que se dejó capturar por un grupo de hombres con tal de asegurar que yo me encontraría a salvo de... No. Tan solo olvida que mencioné algo del tema, ¿de acuerdo? Prefiero no pensar mucho en ello.

—Bien, ya vemos al ciervo. —Esta vez fui yo quien se anticipó a las instrucciones de la reliquia, enfocando la vista en el rubí con la intención de aguardar por su siguiente indicación.

💢3271 pasos al oeste.💢

—Cielos —bufé con frustración—. No otra vez.

—Y ahora, ¿qué pasa?

Tuve que mostrarle el centro del medallón para que pudiera comprender de lo que hablaba.

—Qué fastidio —se quejó con el rostro inexpresivo mientras posaba la vista en aquel mensaje. Por su seriedad, me fue imposible reprimir una carcajada—. ¿De qué te ríes? —me preguntó al instante.

—No, no es nada —minimicé.

—Entonces, ¿por qué te sigues riendo? —insistió.

—Me rio porque... a veces eres muy gracioso, Lukas.

Me dedicó un ceño fruncido.

—Pero yo no dije ningún chiste —respondió, como si estuviera reflexionando sobre lo que consideraba gracioso.

—Ya sé que no, es solo que el modo en que lo dijiste fue... Bueno, no importa. —Me vi en la necesidad de apretar la boca para obligarme a controlar la risa—. Sigamos caminando.

—Solo si prometes que ya no vas a reírte de mí —condicionó, ofendido.

—Oh, vamos —resoplé—, no me estaba riendo de ti.

—Sí estabas.

—Solo lo hago porque... —Porque sus reacciones eran tan predecibles y adorables que me costaba trabajo no morir de ternura—. Te prometo que no volveré a reírme, ¿está bien?

—Vale —refunfuñó.

—¿Vas a perdonarme, entonces?

Él asintió para luego cruzarse de brazos y desviar la mirada con cierta "falsa y dramática" indignación. Verás que simplemente no pude resistirme a seguirle el juego.

—Vaya, en verdad se lo agradezco, ¡oh, gran héroe! —ironicé, inclinándome un poco para fingir una reverencia—. Es todo un honor recibir el perdón de alguien tan destacado como usted.

Aquello le sacó una sonrisa.

—Ya, Yvonne, eso no es divertido.

—Lo es si hace que te rías —apunté.

—¡No me reí! —renegó.

—Oh, claro que lo hiciste. —Le dediqué un guiño—. Yo te vi.

Lanzó un quejido al aire, aunque estaba segura de que continuaba tratándose de una mera exageración.

Sabiendo que no disponía de todo el tiempo del mundo, me forcé a mí misma a darle la espalda antes de convencerme de llevar mis pasos en la dirección señalada. No tengo la intención de aburrirte con los detalles insignificantes de una simple caminata, así que, en resumen, fueron 3271 pasos al oeste. Punto final.

—Sesenta y ocho, Sesenta y nueve, setenta... —acentué el último paso con cierto orgullo—. Setenta y uno.

—Ya me cansé, Yvonne —reclamó el niño con completo tedio.

—Ya casi terminamos. —Al menos eso esperaba.

—¡Ya tenemos mucho tiempo aquí!

Enfoqué la vista en el medallón mientras hacía lo posible por ignorar el muy evidente agobio que parecía estar consumiendo a Lukas con cada vez más rigor.

💢La señal está frente a ti, solo la tienes que seguir.💢

—¿La señal? Pero si aquí no hay nada además de pinos, pájaros y...

«Y voces»

Me obligué a callar de inmediato.

—¿Escuchas eso, Lukas? —busqué verificar.

—Escuchar, ¿qué?

—Esas voces.

Ambos permanecimos en completo silencio. En efecto, haber prestado la suficiente atención bastó para que las risas y los murmullos volvieran a resonar alrededor del espacio.

—Ya las escucho —coincidió él.

—Creo que son muchos niños.... —Hice una pausa—. Y no deben de estar muy lejos de aquí.

—¿Eso significa que ya llegamos?

Volví a indicarle que guardara silencio, concediéndome un momento para cerrar los ojos y tratar de distinguir el verdadero origen de aquel alboroto.

«Vienen del norte»

—Lo tengo —asentí para mí misma—, vamos.

—¿Es obligatorio ir hasta allá, Yvonne? —se quejó él de inmediato—. No me gusta estar cuando hay muchos niños alrededor.

—No te preocupes, solo necesitaremos hablar con uno de ellos.

Esa explicación pareció tranquilizarlo lo suficiente para que aceptara seguir mis pasos. Fue una fortuna que, en esta ocasión, se limitara a ir detrás de mí sin hacer mayores escándalos. Solo unos minutos avanzando entre la maleza y un par de pausas para asegurar que íbamos en la dirección correcta y ¡bingo! El lugar que tanto tratábamos de localizar no resultó ser más que un prado pequeño cerca la parte central del bosque.

En cuanto tu querida narradora se topó con el sitio en cuestión, no le costó mucho esfuerzo deducir que habría de esconderse tras los arbustos si lo que deseaba era obtener una mejor vista de aquel escenario.

—Ven aquí —le indiqué a Lukas entre murmullos al tiempo que me ponía de rodillas sobre el césped.

—¿Por qué?

Tiré de su chaqueta para hacer que se agazapara en el suelo.

—¡Oye! Tampoco tienes que jalarme de ese modo —prostestó—. No me gusta que me toques.

—Ellos no deben vernos —traté de darme a entender.

—¿Por qué no?

—Porque es importante que no sepan que estamos aquí.

—Pero ¿por qué?

Tuve que dirigirle una mirada asesina para que se dispusiera a cerrar la boca. Con su silencio a mi favor, no tuve ningún inconveniente para encontrar un espacio entre el follaje y centrar mi atención en el nuevo panorama que ahora se extendía frente a mis ojos: se trataba de un alegre grupo de niños, quince o veinte chiquillos que se divertían con sogas y cordones de colores, formando nudos una y otra vez mientras se aseguraban de atar las esquinas al ramaje de los árboles.

—¿Por qué se visten así, Yvonne? —mi compañero se acercó a los arbustos para susurrarme eso al oído.

Sus uniformes acababan de desconcertarlo en más de un sentido y, en cierta forma, no lo culpaba por ello: trajes de tonalidades verdosas y marrones, zapatos de montaña, pañuelos amarrados al cuello y bandas coloridas que iban desde los hombros hasta la cintura. No eran vestimentas que uno tuviera la costumbre de ver con frecuencia.

—Porque están en un curso de escultismo —contesté.

—Estul... ¿Qué?

—Escultismo —subrayé—. Son grupos para niños donde les enseñan a interactuar y convivir con la naturaleza. —Lo sabía porque había sido mi padre quien se había asegurado de que Wil y yo contáramos con ese tipo de habilidades. Éramos una pequeña tropa de solo tres integrantes, aunque el motivo de que papá hubiese insistido tanto con esos entrenamientos ahora me parecía sumamente evidente.

—No sabía que eso existía —pensó en voz alta.

—Estoy segura de que lo habías escuchado antes, también los llaman niños exploradores. —Aún con esa respuesta, él permaneció en silencio—. ¿Niños scouts?

—Ah, ya. —Soltó una risita débil—. Ya me acordé.

Puse los ojos en blanco antes de regresar la mirada hacia el grupo. Con aquel alboroto sucediendo frente a nosotros, sabía que pasar inadvertidos sería mucho más complicado que contar pasos o localizar ciervos. No obstante, también estaba convencida de que terminar envuelta en serios problemas no importaría demasiado, siempre y cuando consiguiera atraer la atención del más pequeño de ellos: Lukas permanecía de rodillas sobre el césped, concentrando sus esfuerzos en desenredar un par de cordones que habían quedado enmarañados entre sí y que necesitaban ser separados para utilizar el resto del rollo.

—¿Y a cuál de todos ellos estamos buscando? —preguntó el séptimo.

—Él. —Coloqué una mano en su mejilla para poder alinear su cabeza en la dirección correcta—. ¿Ves al niño que tiene el cordel azul?

—¿El que está agachado en el piso? —dudó.

—Sí.

—Vale, sí lo veo. —Me apartó la mano enseguida, después se convenció de añadir—: No me toques.

La pregunta continuaba siendo la misma: ¿cómo rayos haría para separar al octavo de aquel grupo sin levantar ninguna clase de sospecha?

—Lástima —balbuceé con resignación—, habría traído conmigo alguna clase de psotre o pastel si tan solo el medallón me hubiera...

—¡Oye, Lukas! —el grito de un hombre se hizo distinguir de repente entre el montón murmullos—. ¿Por qué no vas por los estambres de repuesto, eh?

Vi al octavo Lukas ponerse de pie antes de girar la cabeza hacia el sujeto que, desde la distancia, parecía supervisar el trabajo de cada uno de los integrantes de la tropa.

—¿De los de la mochila pequeña, Alfa? —preguntó él en respuesta.

—Sí —le indicó—, y asegúrate de traer también las varillas.

Lo seguí con la mirada cuando le dio la espalda al grupo para dirigirse a las orillas del prado. No pude contener mi incredulidad en cuanto me percaté de que sus pasos no tardarían en conducirlo hacia la parte más densa del bosque.

«Y a eso se le conoce como suerte millonaria»

—Ven, vamos. —Tuve que jalar a mi compañero del brazo para que se apresurara a seguirme.

—Puedo caminar solo, Yvonne —refunfuñó.

—Prefiero asegurar que sí vienes detrás de mí.

Avancé a toda prisa a través de la maleza, rodeando aquel espacio lo más rápido que pude mientras fijaba la vista en el chiquillo que ya desviaba sus pasos en una nueva dirección. No me costó mucho esfuerzo tomar una ligera desviación y recortar la distancia que todavía nos separaba, atajo con el que conseguí interceptar su camino justo antes de que él alcanzara las bolsas del equipaje.

—Hola. —Mi intromisión repentina hizo que se sobresaltara del susto, especialmente después de que me hubiese frenado de golpe frente a él—. Tu nombre es Lukas, ¿cierto?

Lo escuché tragar saliva de manera audible.

—Perdona, no estaba tratando de asustarte —me disculpé al instante—. Tan solo quiero hablar contigo.

Me alejé con cierta lentitud para dejarle en claro mis intenciones, aunque haber retrocedido unos pasos también me llevó a chocar contra el costado del séptimo.

—¡Oye! —se quejó—. Estoy aquí atrás, Yvonne.

Con todo y pena, admito que preferí mantenerme en el mismo sitio e ignorar su reclamo. Mi atención estaba puesta en el nuevo Lukas, y era consciente de que apartar la vista de él sería igual, o peor, que concederle la oportunidad perfecta para salir huyendo.

—Escucha, no tengo mucho tiempo para conversar, así que me conformaré con ir al punto. —Mirarlo a la cara hizo que bajara la cabeza casi de inmediato—. Mi nombre es Yvonne y, aunque tal vez no puedas recordarlo, tú y yo nos conocimos hacía algunos meses. En ese entonces, me dijiste que necesitabas de mi compañía. Te estaban pasando cosas extrañas y querías que alguien como yo te ayudara a comprender lo que sucedía.

Mi excusa era... una verdad en medio de un par de mentiras.

—Comenzamos a investigar, pero perdiste la memoria unos días después, cuando ibas camino a casa y... No sé cómo pasó, ¿comprendes? —Con mi discurso, su expresión de desconcierto iba cambiando de poco en poco por un gesto de completo interés—. Sé que tal vez te has olvidado de mí, pero tienes que saber que estoy diciendo la verdad. Te conozco desde hacía tiempo y puedo probártelo.

Tenía una idea en mente, que lo llevaría a creer en mis palabras incluso sin la necesidad de pasar horas enteras tratando de especificar más detalles. Pues había una cosa a la que Lukas jamás podría resistirse además del azúcar: formar parte de un misterio.

—Por eso sé que tu nombre es Lukas Diederich, que tienes ocho años y que tienes un símbolo extraño dibujado en la muñeca derecha. —No pude reprimir la risa al verlo mirarse el brazo con cierta cautela—. Te encantan los libros, las fresas y los pasteles. No te gusta hablar mucho con otras personas y tampoco soportas los ruidos fuertes ni las habitaciones desordenadas.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó.

Sonreí. Haber logrado que abriera la boca era ya, por sí mismo, un verdadero triunfo.

—Ya te lo dije, ¿no? —continué improvisando—. Tú y yo nos conocemos desde hacía tiempo.

—Pero yo no te había visto nunca...

—Perdiste la memoria —justifiqué—, por eso no puedes recordarme.

Se atrevió a mirarme a los ojos.

—¿Y por qué te pedí ayuda a ti? —quiso entender.

—Eso es todavía más sencillo de explicar. —Me desprendí de la cadena del medallón para extender el collar frente a él—. Soy una viajera en el tiempo —no era del todo una falsedad—, y esta cosa es una máquina que me permite cambiar de épocas. Tú creíste que contar con la ayuda de alguien como yo sería de mucha utilidad.

—Entonces, ¿puedes ver el pasado y el futuro? —intuyó, parpadeando varias veces—. ¿Puedes visitar eventos pasados y, al mismo tiempo, tener una habilidad para hacer conexiones que podrían ayudarte a adivinar posibles resultados o circunstancias futuras?

«Eh... No»

—Claro —mentí—, fue justo así como me enteré de que estarías en el bosque en este momento del día.

—¿Mi yo del futuro te envió? —infirió—. ¿Tiene una inteligencia analítica que le permite valorar a tu persona con la suficiente reflexión para estar seguro de que, en el pasado, debías ser tú quien viniera a buscarme?

«No es la historia que tenía en mente, pero... funcionará»

—Cielos —lo felicité—, no creí que lo entenderías tan rápido.

Él me dedicó una sonrisa llena de entusiasmo antes de volver a posar la mirada en el medallón.

—¿Y cómo funciona el collar? —se empeñó en indagar—. ¿Vas a enseñarme?

—Sí, de hecho, iba a...

—¿Lukas? —interrumpió una nueva voz—. ¿Por qué estás tardando tanto?

Me congelé en el sitio en cuanto vislumbré a un miembro de la tropa caminar en nuestra dirección. Uno de los muchos chicos que, hacía unos minutos, todavía ocupaban su tiempo en la construcción de aquel laberinto de listones.

—Alfa me pidió que viniera a... —se frenó de golpe en cuanto sus ojos se cruzaron con los míos— revisar que todo estuviera en orden.

—Estoy bien, Hugo —respondió Lukas, girándose hacia él con la intención de hacerle reparar en mi presencia—. Me encontré con esta niña aquí y me dijo que, en el futuro...

—Solo estoy hablando con él —me apresuré a intervenir, en particular porque dejarlo terminar su oración no sería lo más conveniente—. Es un asunto importante.

Ante todo, estaba convencida de una cosa: aquel muchacho era mayor que yo, quizás no por mucho, aunque sí lo suficiente para no dejarse engañar por una historia tan ridícula como la que acababa de inventarle a mi ingenuo compañero de ocho años.

—¿La conoces, Lukas? —empezó a interrogar.

—Yo creo que sí —contestó él—, es que ella dice que es una viajera...

—Viajera frecuente —lo interrumpí—, soy una amiga muy cercana a su familia.

Por alguna extraña razón, el chico que respondía al nombre de Hugo no pareció tomarle importancia a aquellos últimos comentarios. En su lugar, hizo lo posible por recortar su distancia conmigo y tratar de retomar una conversación que apenas tenía tintes de ser rescatable:

—¿Quieres que te ayude con algo? —me cuestionó.

—¿Ayudarme?

—¿Estás perdida?

—No —dije a toda prisa—, solo estaba...

—Puedes venir con nosotros si así lo necesitas, la tropa no tendría problemas con eso.

Retrocedí unos pasos.

—No, yo... —vacilé—. Te lo agradezco mucho, ¿sabes? Pero no necesito nada más que no sea un momento a solas con él.

Hugo giró la cabeza hacia mi compañero.

—Oh, claro. —Volvió a colocarse unos metros detrás antes de bajar la cabeza con cierta vergüenza—. Lo lamento, pensé que estabas buscando a alguien que pudiera ayudarte.

—Más bien estaba tratando de conversar con él acerca de... Bueno, es un asunto privado —le insinué entonces, moviéndome un poco para que el séptimo Lukas quedara a la vista.

Sus reacciones fueron dignas de memorizar: Hugo abrió los ojos con sorpresa y enseguida me dedicó un gesto de completa comprensión, como si ver dos niños iguales en verdad resultara lo suficientemente explicativo para ahorrarse los cuestionamientos. A diferencia de aquel muchacho, el octavo Lukas permaneció inmóvil y callado. Ladeó la cabeza con desconcierto, mas haberse encontrado con alguien tan similar a él no pareció ser lo bastante revelador para que se apresurara a formar alguna especie de conclusión.

—Como verás, en serio es necesario que hablemos —reiteré para Hugo—. Tengo algunas cosas que contarle.

Era consciente de que, para una persona normal, solo existía un posible modo de asimilar la situación. La excusa dramática del "reencuentro entre hermanos gemelos" terminaba siendo la única alternativa cuando se pensaba en una manera lógica de entender los hechos.

—Claro que sí, yo... —por sus balbuceos, dio la impresión de que Hugo no sabía muy bien cómo proceder a continuación—. Le avisaré a Alfa que estarás por aquí un rato, así que... Si necesitas algo, solo avísanos, ¿bien? —parecía que hablaba solo para mí—. Volveré con la tropa, pero si te pierdes o no sabes cómo salir del bosque, solo tienes que decírmelo.

Le dediqué una sonrisa fingida.

—Lo haré si llegara a ser el caso —contesté—, muchas gracias.

«Jamás llegaría a serlo»

—Perfecto —me sonrió, para lo cual tuve que limitarme a apartar la vista—. Entonces volveré al campamento.

El muchacho colocó una mano sobre el hombro del octavo Lukas antes de simplemente resignarse a ir en la dirección contraria. Esperé a que se hubiera alejado unos metros, en especial porque su aparente interés en mí me tenía tan agobiada que en serio necesité cerciorarme de que se hubiera marchado antes de retomar la palabra:

—De acuerdo... Ahora sí podremos conversar tranquilos.

—¿Vas a enseñarme cómo funciona tu collar? —se precipitó el niño en preguntar—. Quiero saber cómo conecta el pasado con el futuro.

—Así es —improvisé—. Pero antes de eso, tendrás que concederme un minuto.

La sonrisa regresó a mi rostro en cuanto me di la libertad de volver el cuerpo hacia el séptimo Lukas, quien, hasta ahora, había permanecido en completo silencio. Mirarlo a la cara fue suficiente para darme cuenta de que se encontraba tan confundido como para siquiera atreverse a abrir la boca.

—Oye, ¿recuerdas cuando prometí que te ayudaría a volver a casa? —Me acuclillé a su lado, lo que bastó para que él me dedicara un asentimiento de cabeza—. Pues ha llegado el momento de que cumpla con esa promesa.

Me tomé un tiempo para extender la cadena y colocarle el medallón sobre el cuello.

—Esto te va a llevar a casa —le aseguré.

—¿Cómo? —dudó.

—Ya lo verás —me limité a decir para evitar explicaciones—. Te prometo que, dentro de muy poco, todo volverá a ser como antes.

Esta vez, hablaba completamente en serio. Haría lo que fuera por regresar las cosas a la normalidad, y no me daría por vencida hasta ver que Lukas estuviera devuelta. Tú sabes a qué me refiero.

—¿Y mis papás, Yvonne? —continuó preguntando, nervioso.

—También estarán allí —garanticé.

—Pero tú... vas a venir a visitarme, ¿no?

«Perdóname»

—Eso es hecho, compañero.

Me dedicó una media sonrisa, incluso cuando aquello no se tratara de algo más que de una elocuente mentira.

—Cada día a la misma hora, Yvonne —añadió a modo de condición—, no lo olvides.

—¿De qué hablas? —Fruncí el entrecejo.

—Quiero verte todos los días a la misma hora, así no voy a extrañarte tanto.

Eso último me cayó por sorpresa, tan extrañamente inesperado que ni siquiera supe qué decir. Y cuando se acercó a mí para darme un abrazo... Cielos, jamás me había sentido tan afortunada, más aún tomando en cuenta que era justo esta versión suya la que había insistido tanto en mantener su distancia.

—Yo también voy a extrañarte mucho, Lukas.

Recibí su primera y última muestra de afecto como si se tratase de un obsequio de despedida.

—Estoy segura de que volveremos a vernos, ¿eh? —le susurré al oído—. No tienes por qué preocuparte por eso.

—Vale.

Levantándome del suelo, dirigí mi atención hacia el nuevo chiquillo que aún permanecía de pie a pocos pasos de nosotros.

—Oye, Lukas, ¿podrías venir un momento? —Le indiqué con una mano que recortara la distancia—. Justo aquí.

Siguió mis instrucciones sin pensarlo demasiado, colocándose frente a mi antiguo compañero con un ceño fruncido que, asumo, se trataba de un mero gesto de curiosidad. Tener a uno tan cerca del otro me llevó a dibujar una sonrisa. Ajustar la cadena para que también entrara en el cuello del octavo resultó ser tan sencillo que, por un momento, ni siquiera pude creer que fuera un ocho lo que empezaba a dibujarse al centro del rubí. Al fin y al cabo, el doce ya no parecía un número tan lejano.

Vi al niño abrir los ojos de par en par en cuanto el medallón hizo lo suyo, llevándose consigo todo rastro del séptimo Lukas hasta provocar que el octavo se girara con sorpresa hacia mí.

—¿Adónde se fue? —inquirió.

—A otra dimensión —se trataba de una mentira, por supuesto.

—¿Ese niño era un viajero en el tiempo? —Se llevó una mano a la frente, pasmado—. ¿Yo también puedo convertirme en uno?

—En unos días, tal vez puedas serlo... Pero tendrás que venir conmigo si en verdad quieres tener la oportunidad de usar esta cosa.

Ni siquiera lo dudó: se apresuró a avanzar unos metros para tomar su mochila del montón de equipajes.

—¿Y voy a poder visitar otras épocas? —me cuestionó con ilusión al tiempo que volvía a colocarse junto a mí—. Me gusta mucho la historia porque así descubres cómo era el mundo en diferentes momentos.

—Las épocas que quieras —le seguí la corriente.

—¡Lo sabía! Tu collar sí es una máquina del tiempo, igual que un mecanismo que permite cambiar de horario a través de la manipulación de diferentes planos del espacio.

«Siendo estrictamente formales... En realidad, sí»

—Te lo dije, ¿no? —le sonreí—. Tu yo del futuro fue quien me envió a buscarte.

Trató de ocultar su emoción bajando la vista. No con mucho éxito, desde luego.

—Entonces... —lo pensó por unos segundos—, eres una niña especial que ya me conocía desde hacía mucho, ¿verdad?

—Puedes apostar a que sí.

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Precioso edit del séptimo Lukas elaborado por mi querida lectora @KarenKangri.✨ ¡Muchas gracias!

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