Capítulo 12: 28 de marzo de 2004

Tengo una manera de ver las cosas: cuando se trata de un ser querido, es importante darlo todo porque, al final, cualquier momento a su lado podría convertirse en el último. Por eso nunca me permití vacilar; jamás me concedí la oportunidad de pensarlo demasiado porque estaba convencida de que cada segundo perdido sería igual, o peor, que tomar la decisión de rendirme. ¿Las consecuencias de un escenario tan terrible como ese? Saber que Lukas desaparecería de un momento a otro, y ser consciente de que sería por culpa mía.

¿Recuerdas ese listado que compartí contigo a principios del mes de agosto? Se trataba de una enumeración de doce puntos importantes, doce miedos terroríficos que el año pasado me tomé la molestia de resumir para ti. ¿Cuál es la peor parte? Contar con un nuevo elemento para agregar a la lista:

13. Lukas siendo apartado de mi mundo. Él y yo separados por el tiempo o la distancia; la posibilidad de no volver a encontrarme con quien, estoy segura, se trata del chico más especial para mí.

Dicen que el trece es el número de la mala suerte, ¿no?

«Qué terrible noticia»

Tan solo tómate un momento para considerar lo siguiente:

¿Qué harías tú si estuvieras en mi lugar? ¿Qué harías tú si la persona de quien te has enamorado de pronto se convirtiera en un pequeño e inocente bebé? Si tuvieras la oportunidad de cuidar y ver crecer a quien dices amar, ¿no harías todo lo que estuviera a tu alcance para asegurar que tuviese siempre lo mejor? ¿No esperarías lo que fuera necesario con tal de tener la posibilidad de estar con él una vez más?

A simple vista las respuestas parecen obvias, pero con todo lo que ha ocurrido hasta ahora, puedo asegurarte que tomar una decisión de tintes tan radicales en verdad tiene sus consecuencias.

Mis ojos se posaron sobre la cama contigua: Lukas profundamente dormido entre las sábanas, la habitación en un silencio tan intenso que inclusive podía escuchar cada una de sus respiraciones. Haber conseguido un cuarto de hotel la noche anterior fue, sin exagerar, uno de mis más grandes triunfos. Toparnos con un alojamiento de costo accesible y que, además, se encontrara a pocas calles del colegio que recién se convertía en nuestro más confiable aliado tenía pinta de ser una tarea casi imposible de cumplir. Las circunstancias tuvieron un mejor desenlace del que imaginaba, aunque el solo hecho de mirar al niño dormir hace que me pregunte qué otras cosas tendré que poner en riesgo para continuar con este juego.

Estoy harta de pensar en los retos que aún me hacen falta por superar, en todos los días que tendrán que transcurrir para reunirme con el chico que desde hacía meses trato de recuperar. Y ahora con el séptimo desafío... ¡Ni siquiera estoy segura de que involucrarme en algo tan peligroso sea un acto de verdadera sensatez!

El nuevo mensaje sugiere una localización que no muchas personas estarían dispuestas a visitar. Una zona que, por ningún motivo, debería estar vinculada con la presencia de un chiquillo de siete años. Hablo de Bahnhofsviertel, mejor conocido como el barrio rojo de Frankfurt. Bares, restaurantes, discotecas y... Bueno, muchos otros negocios que prefiero no especificar. En resumen: un distrito destinado a la diversión para adultos.

El lugar encaja con la descripción proporcionada por el medallón, al menos en su mayoría, pues se trata de un sitio peligroso y de fácil ubicación. Sin embargo, todavía hay una frase en el desafío que me parece un tanto difícil de interpretar: ¿"con solo volver"? Esas tres palabras eran las únicas que carecían de sentido cuando se pensaba en Bahnhofsviertel como una posible respuesta. Jamás he visitado la zona roja, así que resultaba desconcertante que la reliquia hubiera utilizado la palabra "volver" como parte del acertijo.

Soy consciente de que el medallón acostumbra planificar sus desafíos con sorprendente precisión. Cada misión debe resolverse lo más pronto posible si lo que se busca es aprovechar los preparativos de la reliquia y, en ese caso, apresurarme a registrar aquella zona continuaba siendo la mejor de mis alternativas. ¿El problema con eso? La entrada al barrio rojo estaba estrictamente prohibida para cualquiera que no cumpliera con la mayoría de edad. Según mi papá, no contar con una identificación personal implicaría un encuentro asegurado con la policía, y lo peor de todo era que tu querida narradora aún no contaba con el permiso para tramitar una de esas credenciales.

Nunca he sido muy buena para seguir las reglas. Es más, ni siquiera hace falta convencerme a mí misma de que será necesario romperlas, pues estoy en el entendido de que haría cualquier cosa con tal de cumplir con las demandas del medallón.

«Infringir las normas es, a veces, la única forma de hacer lo correcto»

No lo pensé dos veces antes de dirigir mi atención hacia las últimas páginas del diario. Tus últimas páginas, mejor dicho. Espero puedas perdonarme por lo que hice; no obstante, excusaré mi comportamiento deliberado diciendo que necesitaba hacer uso urgente de tu dotación de papel. Pido una disculpa por haberte arrancado una hoja, aunque saber que fue utilizada como una muy ingeniosa carta para mi compañero de seis años ojalá pueda alivianarte el peso de la pena.

Confía en mí, querido diario: tengo una estrategia en mente que hará que su falta de lectura no se convierta ni de cerca en alguna clase de obstáculo.

«A Lukas siempre le han fascinado los esquemas y los dibujos, ¿no?»

Era importante hacerle saber que encontraría mi cama vacía por la mañana, que mi ausencia no implicaba que lo hubiese abandonado y que, en cierta forma, no tendría que preocuparse por nada más que por la sola exigencia de permanecer encerrado en la habitación. Estaba cien por cien convencida de que decírselo a la cara sería catastrófico. Conozco bien a Lukas, y sé que anunciarle mi tardado regreso solo terminaría en un llanto que muy difícilmente encontraría la manera de calmar. La única opción a mi alcance era clara: si bien el papel es un bonito recurso de escritura, también tiene la facultad de convertirse en un maravilloso lienzo para bosquejos a blanco y negro.

«¡A dibujar se ha dicho!»

Me tomé la libertad de dividir la página y, una vez conseguí el doblez de seis rectángulos, coloqué un número en cada casilla para hacerle notar a Lukas que tendría que interpretar las ilustraciones en un orden específico. El siguiente paso fue rellenar los espacios con bocetos simples y explicativos: un niño durmiendo sobre su cama y una chica saliendo por la puerta para el número uno; un niño despertando dentro de un cuarto vacío sería el número dos; la puerta de la habitación con un tache encima estaba destinada para el número tres; la posibilidad de utilizar el empaque de galletas como desayuno o merienda estaría señalada por el número cuatro; un reloj marcando las doce decoraría la casilla número cinco; y, por último, el sexto dibujo representaría a la chica cruzando de vuelta por la puerta de la entrada.

No me permití ponerlo en duda antes de arrimarme a la cama de mi compañero y dejar aquella carta sobre la superficie no ocupada de su almohada. Era consciente de que llevarlo conmigo sería una alternativa ridícula, pues no por nada el medallón había utilizado la palabra "peligroso" para hacer alarde de su más reciente desafío. Sin importar el cuándo, el cómo o el dónde, el séptimo Lukas me necesitaba cerca y cometer el error de arriesgar a dos de ellos no era una posibilidad que estuviera tentada a aceptar.

* * * * * * *

Aún sin exagerar, puedo decirte que el día de hoy cometí la equivocación más estúpida de todas. ¿Que el desafío me obligaría a irrumpir en un exclusivo barrio para adultos? Bah, ¡qué tontería! Sé que el medallón adora tomar riesgos, su personalidad es excéntrica e impulsiva, pero acabo de darme cuenta de que su actuar es mucho más intuitivo de lo que daba por sentado.

Papá tenía razón: el medallón es un objeto pensante, nada que no debiera esperarse para una reliquia con la capacidad de manipular el pasado. Tratándose de un guardián del tiempo, era evidente que su inteligencia tendría que ir más allá de planificaciones precisas y juegos de palabras. Era obvio que conocería cada detalle acerca del usuario que le portaba; y, para variar, por supuesto que estaba al tanto de que una simple chica de trece años jamás tendría la oportunidad de entrar a un sitio como ese.

Me topé con las orillas de Bahnhofsviertel cerca de las 12:00 a.m. Ese lugar cobraba vida por las noches, así que visitarlo durante las horas de sol sería un completo desperdicio de tiempo, en especial si lo que buscaba era poder registrar el interior de los diferentes establecimientos. Tuve que comunicarme con un servicio de taxi desde el teléfono del hotel para evitar que la caminata me arrebatara casi dos horas de mi ya escaso límite de tiempo. No importa cómo fue que convencí al taxista de que debía visitar aquella localización, el punto es que terminé dirigiendo mis pasos hacia las calles del barrio con la plena sensación de que no tardaría en ser interceptada por un oficial de policía. El nudo en el estómago tampoco fue sencillo de ignorar, pero aún con todo ese miedo, me obligué a continuar avanzando hasta alcanzar la primera de las discotecas.

Recorrer el principio de la acera bastó para toparme con un grupo de gente, treinta o cuarenta cuando mucho, pero lo suficientemente numeroso para notar que rodear aquella masa de personas sería la opción más inteligente. Presté atención a los alrededores con la intención de descubrir lo que ocurría: por motivos que desconozco, la entrada había quedado bloqueada por uno de los guardias de seguridad. Era sencillo suponer que la gente se aglomeraba en el umbral con el único propósito de "continuar la fiesta" a las afueras del mismo establecimiento que les había prohibido la entrada.

—Oye, bonita, ¿tienes permiso de estar aquí, o solo es mi día de suerte? —Fue un joven con pinta de estar ebrio quien, así de la nada, se confirió la libertad de sujetarme por la muñeca.

—No me toques —le espeté de golpe y sin pensar.

—Oye, oye, tranquila —me dijo—. No voy a hacerte daño.

—Suéltame ya —le insistí.

Lo escuché reír entre dientes, una carcajada ahogada que se combinó en silencio con su fuerte aliento a alcohol.

—No me digas eso, bonita —se quejó—, apenas acabo de encontrarte.

—Ya debo irme, ¿de acuerdo? —continué excusándome.

—¿Tan pronto? Pero si ni siquiera es medianoche.

Al tratar de quitarme sus manos de encima, lo único que conseguí fue que comenzara a arrastrarme hacia las orillas del grupo.

—Ven, vamos a divertirnos.

—Me están esperando en otro sitio —volví a mentir.

—Antes déjame presentarte con los chicos, ¿eh? —Soltó un eructo—. Luego te vas así, y ¡paf! Sin problemas, ¿eh?

—No quiero ir. —Incliné el cuerpo hacia atrás buscando que accediera a soltarme, aunque ni uno solo de mis movimientos logró hacer que perdiera el equilibrio—. ¡Tengo que volver a casa!

—Espera a que te lleve con los demás, ¿eh? A Otto le encantará conocerte.

Estaba aterrada. No sé cómo explicarte lo mucho que mi cuerpo ya empezaba a temblar, en especial en el instante en que sus jaloneos me condujeron hacia el centro de aquella multitud. La gente chocaba contra mí, bailando al ritmo de la melodía sin siquiera percatarse de que eran mis gritos los que, en ocasiones, solían confundirse con sencillos cambios musicales. Nadie me escuchaba, nadie se daba cuenta de lo que ocurría. Al fin y al cabo, la idea de subir mi tono de voz realmente parecía inútil comparada con la estruendosa potencia de las bocinas.

Aquel joven no se detuvo hasta que atravesó el grupo de danzantes y, al llegar al otro lado de la calle, se apresuró a guiarme hacia la parte lateral de un edificio. Me creí perdida. Ya había dado todo por tratar de zafarme de su agarre, había luchado con golpes y patadas sin conseguir nada a cambio y... ¿Entiendes lo que quiero decir? Para ese entonces, me daba la impresión de que nada de lo que hiciera sería suficiente para acabar con tal pesadilla.

—¿Qué te dije, eh? —Haber alcanzado el final de la cuadra bastó para toparnos con un montón de rostros desconocidos. Una pandilla de hombres que, además de permanecer parados en una especie de círculo, concentraban toda su atención en beber de unas botellas—. Aquí están los chicos, bonita, justo como lo prometí.

Quedé paralizada. Un par de ellos se volvieron hacia mí con cierto entusiasmo, a otros los escuché soltar un quejido de incredulidad al tiempo que aquel muchacho se aseguraba de arrastrarme hacia el frente del grupo.

—¿Qué les parece, eh? —alzó la voz para preguntar a los presentes.

—¿Es una broma, imbécil? —protestaron enseguida.

—¿Qué?

—Es una niña.

—Nah, es solo... una chica de talla pequeña.

—¡No inventes, hombre, mírale la cara! —gritó alguien desde el fondo.

—¿Y eso qué? —minimizó mi captor—. Otto ni siquiera notará la diferencia.

—¿Que no va a notarla? ¡Ja! Si no es estúpido, hombre.

Palabra tras palabra, lo único que escuchaba era un montón de frases al aire. Gritos y discusiones cuyo recuerdo, gracias al cielo, lo tengo algo difuso. No sé qué pasó con exactitud, pues tenía tanto miedo que creo haberme perdido de varios pedazos de aquella conversación.

—Pedimos una chica joven, imbécil, pero tampoco tenías que traernos a una cría.

—Ni siquiera creo que tenga dieciséis —bufaron.

—Mejor déjala ya, Meyer. —Uno de los más jóvenes sujetó por los hombros a quien todavía me mantenía atrapada entre sus brazos—. Es solo una niña.

—Otto nos va a matar si no le llevamos una chica para el final de la noche —refunfuñaba con desesperación mi captor.

—Eso es lo de menos, hermano, hay muchas que seguro aceptarán el trato.

—Dijiste que no usaríamos el dinero.

—Pero tampoco queremos tener problemas con la policía, hombre.

Poco a poco, aquel muchacho consiguió que su amigo recuperara la cordura y aceptara liberarme de su agarre. Primero empezando por quitarme sus brazos de encima, luego convenciéndolo de que debía dejar de aprisionarme las piernas y, finalmente, invadiendo su espacio hasta lograr que me soltara también de ambas muñecas.

—Eso es, hermano, encontraremos otra solución, ¿eh? —lo felicitó con unas palmadas en la espalda, asegurándose de tomarme de la mano para, después, apartarme de un empujón—. Vete ya, ¿entiendes? —me dijo—. No deberías de estar aquí.

Ni siquiera lo pensé dos veces. Salí corriendo de allí como si ya nada me importara a excepción de separarme de aquel grupo de hombres. Corrí como si, por un instante, todos mis planes hubieran quedado en el pasado y olvidarme de todo lo demás fuese mi única alternativa.

Mi mente en blanco para cuando volví a introducirme entre la multitud, mi corazón latiendo con fuerza mientras hacía lo posible por apartar a las personas del camino y mi cuerpo temblando de miedo al tiempo que me esforzaba por alcanzar la acera de enfrente.

Abandoné Bahnhofsvierte y volví a toda prisa hacia las calles del exterior. Reconozco que el haber visitado aquel sitio fue un error estúpido, y también admito que, de no ser por aquel consciente muchacho, pues... lo más probable es que jamás hubiese encontrado la manera de continuar escribiendo para ti.

—Es obvio que el medallón nunca me pediría... ¡Por todos los cielos! —me reprendí—. Esa cosa sabe quién soy, ¡nunca me obligaría a entrar allí! —El llanto se escapó de mis ojos en una clara demostración de ira e impotencia.

Solo hasta que estuve lo suficientemente lejos del barrio, me di la oportunidad de recuperar el aliento. Me dejé caer junto al borde de una fuente, una que solo reconocí tras haber notado que me hallaba justo frente a la fachada imponente de la Antigua Ópera de Frankfurt.

Bahnhofsviertel ni siquiera encajaba con todas las palabras del desafío, ¿por qué tenía que suponer que se trataba del lugar correcto?

«No lo pensé demasiado, yo... quería proteger a Lukas»

Dejar que las lágrimas corrieran por mis mejillas solo me llevó a posar la vista sobre las viejas columnas del teatro.

—Claro, la Antigua Ópera... —suspiré—. Luce mucho más pequeña de lo que me parecía antes.

O, quizás, todavía estaba muy chica para cuando visité sus puertas por primera vez. Fue hacía años, por supuesto, y solo porque papá quería que Wil y yo experimentáramos lo que el arte clásico y de "alta categoría" podía ofrecer. Charlie y su madre aceptaron acompañarnos aquel día. Nuestros asientos estaban en la última fila, pues era el único costo que no implicaba comprometer por completo nuestro presupuesto de viaje. También recuerdo haber tenido problemas para disfrutar del espectáculo porque era mi amigo quien no paraba de susurrarme cosas al oído. Charlie trataba de convencerme de mudarme a París; la noche anterior, había estado hablando hasta el cansancio acerca de su más reciente programa de estudios:

"—¿Clases de defensa personal? —lo cuestioné con disgusto.

—Personas como nosotros deberían saber cómo pelear —trataba de persuadirme él.

—¿Pelear?

—Sí, Yvonne, no importa si eres principiante.

Charlie abrió aquel folleto para mí, señalándome la fotografía de un sujeto musculoso que era abatido por otro más delgado.

—Se ve peligroso —enfaticé.

—Bueno, es que tú no vas a hacerlo así porque esto es solo para hombres, pero sí pueden enseñarte técnicas para distraer a tus enemigos.

—Pero yo no quiero aprender a golpear... —Me crucé de brazos—. Ni siquiera tengo enemigos.

—Seguro los tendrás cuando crezcas —asumió él.

—Pero tampoco sé nada sobre peleas.

—No, mira. 'Es un curso completo para primerizos' —leyó, tomándose un momento para traducir las frases del francés al alemán—. 'Cuatro años en la academia son suficientes para tener la experiencia que un soldado desarrollaría en batalla'.

—La verdad no lo sé —dudé, abrazándome a Felix con cierta vacilación.

—¡Vamos, Yvonne! Tienes que venir conmigo —suplicaba—. Te quedarías conmigo en casa y podríamos caminar juntos hasta la academia todos los días.

—Primero tendría que preguntárselo a mis padres —utilicé como excusa.

—Yo lo hago, ¿okay? Déjame eso a mí y tú sólo preocúpate por decir que sí."

Después de que él hablara con mi familia, comprendí que aquella propuesta iba realmente en serio. Incluso papá quería que me marchara, ¿puedes creerlo? Insistió en ello como si fuera un asunto de vida o muerte. Trató de disuadirme de que aceptara la invitación durante días, pero fue mamá quien, al final, cayó en cuenta de que yo no estaba muy segura de querer ir.

La última vez que vi a Charlie fue en las salas de espera del aeropuerto de Frankfurt. Estaba molesto conmigo, lo estuvo en cuanto se enteró de que había sido yo quien había tomado la decisión de rechazar su propuesta. Un minuto antes de cruzar hacia las salas de abordaje (y después de que yo me hubiese disculpado cientos de veces), accedió a despedirse de mí con uno de esos abrazos enérgicos que, en ocasiones, solían dejarme sin aire.

Le he escrito a mi amigo desde entonces, cada año una serie de diferentes cartas... Nunca responde.

—¡Ja! Y yo creía que aprender defensa personal sería inútil —ironicé, atreviéndome a mirar las marcas que los jaloneos de aquel sujeto habían dejado sobre mis muñecas.

Una cosa era indiscutible: si yo hubiera aceptado la invitación de Charlie, ese episodio en las calles de Bahnhofsviertel jamás hubiese formado parte de mi nuevo repertorio de "recuerdos inesperadamente traumatizantes".

«Pero tampoco habrías tenido la oportunidad de conocer a Lukas»

—Es verdad —me llevé las manos a la cabeza—, ¡Lukas!

Que su nombre cruzara por mi mente fue suficiente para recordar lo que estaba en juego. Quizá había cometido un error, pero eso no implicaba que el resto del desafío estuviera condenado a fallar.

«Él aún me necesita»

Tuve que obligarme a apartar todo pensamiento negativo. Me convencí de que continuar sentada sobre una barda de concreto no solucionaría las cosas y, aún con la pena del mundo, me apresuré a limpiarme las lágrimas hasta asegurar que desaparecerían por completo de mis mejillas.

—Debe de haber algo que estoy dejando pasar... —Me desprendí del medallón para mirar el desafío más de cerca—. "Con solo volver, podrás llegar a donde el séptimo estará."

¿Un lugar que resultara peligroso para Lukas, que fuese fácil de hallar y que, además, hubiera visitado con anterioridad? Parecía imposible que existiera. Ni siquiera recordaba haberme topado con ningún otro lado que, a primera instancia, pudiera pasar por un sitio de verdadera peligrosidad.

—"El más peligroso para el niño será"... —pensé en voz alta—. De acuerdo, ¿qué es lo peor que podría pasarle a Lukas?

«Eso es sencillo: ser capturado por la comunidad mágica»

¿No habíamos estado a punto de ser localizados por un grupo de magos hacía algunas semanas?

—Sí, ellos dijeron que mantendrían el perímetro vigilado.

«Y si la zona roja no es la solución que el medallón estaba esperando, entonces... »

¿Un tramo de bosque podría pasar por un "lugar peligroso" si estaba repleto de magos?

—Por supuesto.

Me puse de pie enseguida. Aquel sitio encajaba a la perfección con cada una de las piezas del acertijo y, al menos esta vez, tenía la certeza de que se trataba de la respuesta correcta.

—¿Interrumpo algo si te pregunto qué estás haciendo aquí a estas horas de la madrugada, jovencita? —Alzar la vista bastó para encontrarme con el rostro del oficial de policía que acababa de posarse a mi lado—. ¿Estás esperando a alguien?

—No, yo... solo caminaba por... Estaba buscando a una persona, pero ya me di cuenta de que no está, así que...

Mis balbuceos, causa de la sorpresa que me provocó su llegada, fueron los verdaderos culpables de que aquel hombre me dirigiera una mirada inquisidora.

—¿Cuál es tu nombre, jovencita? —me cuestionó al momento.

—Yvonne —respondí.

—Yvonne, ¿qué?

Vacilé unos segundos antes de animarme a contestar:

—Fellner.

—Claro, ¿y tus padres saben que estás fuera de casa, Yvonne?

Estaba segura de que sí.

—Mmmm... —vacilé—. Eso creo, supongo que...

—¿Estás tratando de huir de casa o algo parecido? —infirió en tono de acusación.

—No, nada de eso.

—¿Podrías explicarme, entonces, por qué una niña como tú se encuentra completamente sola en medio de Opernplatz cerca de la 1.00 de la madrugada?

Permanecí en silencio. Ignoro el motivo por el que no pude pronunciar palabra, aunque tal vez se debió a lo mucho que mis emociones se encontraban desfiguradas para ese punto de la historia. Aceptémoslo: después de todo lo ocurrido, mi estado mental era más un derroche incontrolable de adrenalina que una clara y preparada herramienta para inventar excusas.

—De acuerdo —suspiró profundo—, vas a tener que venir conmigo, Yvonne.

—¿Cómo?

Retrocedió unos pasos para señalarme la patrulla que había quedado estacionada al otro lado de la calle.

—Voy a llevarte a casa —me anunció con firmeza—. De vuelta con tus padres.

Tener problemas con un oficial no parecía ni por asomo la mejor de las ideas, de modo que me limité a asentir mientras él me indicaba con una seña que debía encaminar mi marcha en dirección a su camioneta. No me concedí la oportunidad de protestar. Accedí con la cabeza gacha y las manos entrelazadas, avanzando con lentitud como si de una seria reprimenda se tratase.

Aquel hombre permaneció unos pasos detrás hasta que alcancé las entradas de la patrulla. Abrió la puerta para mí, pidiéndome tomar asiento en la parte trasera antes de retomar su caminata hacia los asientos delanteros.

—Muy bien, Yvonne, ¿podrías indicarme en qué dirección ir? —Lo vi ingresar en el vehículo y tomarse un momento para ajustarse el cinturón de seguridad.

—Es que... tengo que llegar al aeropuerto.

Con eso, solo conseguí que me echara un vistazo desde el espejo del retrovisor.

—¿Cómo dices?

—Mi casa está muy cerca de allí —le aseguré—. Si me lleva hasta el aeropuerto, le indicaré en qué momento debe desviarse de la carretera.

Soltó una débil carcajada.

—Oye, jovencita, no voy a ayudarte a escapar de casa si eso es lo que pretendes —resopló.

—Estoy diciendo la verdad, yo...

—¿Estás esperando que crea que, casualmente, vives a un costado del aeropuerto?

Asentí. Él se resignó a tomar una bocanada de aire.

—De acuerdo, escucha. —Se giró un poco para verme de frente—. No voy a llevarte hasta allá, ¿comprendes?

—Pero en serio necesito...

—Voy a llevarte a la comisaría, ingresaré tu nombre en la computadora y, luego, voy a llevarte a cual sea la dirección que allí aparezca, ¿está claro?

Daba igual lo que aquel hombre hiciera. Necesitaba llegar al bosque del sur y sabía que retomar mi marcha desde el aeropuerto sería cientos de veces más sencillo que tratar de llegar a pie por cuenta propia. Sin embargo, también confiaba en que buscar mi nombre en los registros de población solo generaría el mismo resultado: el oficial se percataría de que mi casa (la real) no estaba a más de unos cuantos kilómetros del aeropuerto.

—Sí. —Bajé la vista, resignándome a recargar la cabeza contra el asiento.

—Muy bien, Yvonne, agradezco mucho por tu cooperación.

No lo escuché pronunciar ninguna otra palabra. Regresó la mirada al frente y no lo pensó dos veces antes de disponerse a encender el auto. Tomando en cuenta todo lo acontecido, confieso que preferí mantenerme en silencio porque, por primera vez desde hacía meses, me dio la impresión de que dejar mi destino en manos de un adulto no sería una idea tan catastrófica después de todo. Anhelaba poder tomar un descanso, necesitaba que alguien de madurez incuestionable se ocupara de las circunstancias y quería... ¡Uf! Quería que la responsabilidad de un futuro incierto no recayera sobre mí, aunque fuera tan solo por un breve instante.

Sé que no debí permitirme cerrar los ojos. Me confié demasiado... Tal vez nunca debí suponer que quedar dormida sobre el asiento trasero de una patrulla sería poco problemático. Cuando desperté, lo hice porque una ráfaga de viento provocó que mi cuerpo se estremeciera del frío. El calor de la camioneta se había esfumado y los asientos acolchonados que antes habían soportado mi espalda habían sido reemplazados por una superficie dura e incómoda. Abrí los ojos. Era una banca de madera, querido diario: estaba sentada sobre una banca de madera en lo que parecía ser el centro de una pequeña plaza pública.

«¿En dónde rayos estoy?»

Me puse de pie, no sin que aquel cambio de posición también hubiera bastado para que un pedazo de papel cayera al piso.

—¿Y esta nota? —Me acuclillé sobre la acera para poder mirarla más de cerca.

Llevaba algo escrito en su interior. Se trataba de un mensaje a caligrafía, un recado de tintes sarcásticos que no me provocó tanta risa como el autor, seguramente, lo hubiera deseado:

Créeme, tendrás una mejor vista desde este asiento.
-Anónimo

Tuve miedo, en especial porque (casi podía apostarlo) el responsable de tal tarjeta se trataba del mismo falso Lukas que había insistido en comunicarse conmigo desde hacía varios días. Había descubierto el modo de obsequiarme provisiones aún estando a la mitad del bosque, había conseguido comunicarse a través de sueños incoherentes y había logrado mantenerme bajo su vigilancia durante todo este tiempo... No era difícil intuir que, ahora, también acababa de dar con la manera de moverme a su antojo, así como si yo no fuera más que una simple marioneta.

Pongo a consideración la siguiente pregunta: ¿aceptar la ayuda de un desconocido estaría justificado si era él quien aparentaba tener la solución a cada uno de mis problemas? Dímelo tú, querido diario, ¿dejarías pasar algo como esto solo porque crees que podría otorgarte cierta ventaja?

«La prioridad sigue siendo la misma»

—Salvar a Lukas es más importante que todo lo demás —concluí.

Por alguna extraña razón, ese personaje misterioso ansiaba ver el final de los desafíos tanto como yo. Y utilizar eso a mi favor no parecía una idea tan descabellada después de todo.

—Voy a seguirte el juego, falso Lukas. —Me aseguré de llevar la nota a mi bolsillo antes de regresar la vista hacia el frente de la plaza—. A partir de ahora, estamos dentro del mismo equipo.

Si lo que "Anónimo" deseaba era ayudarme, ello debía implicar que, donde fuera que me encontrase, se trataba del lugar indicado para cumplir con la siguiente tarea del desafío.

Miré en todas direcciones: un montón de casas a mi costado derecho (residencias enormes que correspondían a la misma gama de colores que decoraban el resto de la explanada), un par de establecimientos vacíos y una construcción hecha de ladrillos por la parte de enfrente; a mi costado izquierdo, nada más que una escultura extraña y un... curiosamente conveniente escaparate de anuncios.

«Perfecto»

Avancé ya sin temor, colocándome junto a aquel poste de concreto cuya superficie había quedado tapizada por cientos de cartulinas, avisos de negocios y letreros locales. Más de alguno tendría que incluir la ubicación que buscaba y, en esta ocasión, debo decir que mi intuición no estuvo muy lejos de ser acertada: el tradicional Mörfelden-Walldorf, un municipio inmerso entre los bosques del sur de Frankfurt.

—Pero ¡claro!

Tratándose del pueblo más cercano a nuestra antigua localización, Mörfelden debía ser el sitio más vigilado de la zona. Por magos, quiero decir.

«Tengo que darme prisa»

Retrocedí unos pasos con la intención de supervisar el área, mas no haber prestado atención a las baldosas del suelo hizo que tropezara con una pieza suelta y chocara de improviso contra la espalda de una persona.

—Cielos, ¡lo siento mucho!

Ese alguien no se preocupó por contestar a mi disculpa, detalle que llamó mi atención con la suficiente perspicacia para, del mismo modo, convencerme de que debía cruzar miradas con quien acababa de caer al piso.

—¿Lukas? —Me bastó con un leve vistazo para reconocer el rostro de mi compañero—. ¡Lukas!

El niño hizo un esfuerzo por incorporarse del suelo.

—Perdóname, yo... ¿Te lastimaste? —lo cuestioné al instante—. ¿Te duele algo?

No respondió.

—¡No puedo creer que seas tú! Empezaba a pensar que sería imposible toparme contigo, no en un sitio como... ¿Lukas? —Nada todavía—. Oye... —carraspeé—. ¿Estás escuchando lo que digo, tú, niño de los ojos verdes? —Tal apodo como mínimo funcionó para hacer que levantara la cabeza—. Sí, te estoy hablando a ti.

Estoy segura de que no tuvo ni la menor idea de qué hacer o siquiera decir. Pues que una chica de apariencia tan demente como la mía comenzara de pronto a dirigirle la palabra... Vamos, resultaría sospechoso inclusive para cualquiera.

—Por todos los cielos, Lukas, ¡no sabes por todo lo que he pasado para tratar de encontrarte!

—¿Encontrarme a mí? —dudó.

Asentí.

—Vale. —Retrocedió unos pasos, todavía nervioso—. Adiós, niña.

«¡Ja! Por supuesto»

Tuve que reprimir la risa en cuanto lo vi girar sobre sus talones para dirigir su marcha hacia el lado contrario de la acera. Pese a sus negativas, no estaba dispuesta a dejarlo marchar: ni siquiera tuve que pensarlo dos veces antes de decidirme a seguirlo.

—Espera un momento, ¿quieres?

—No me hables —me ordenó mientras aceleraba un poco su caminata.

—Debo decirte algo muy importante —insistí.

—No quiero escuchar.

—Cielos, ¡qué lástima! —Fingí un quejido de agobio—. Tan solo estaba buscando a alguien que aceptara un pastel de frutas como obsequio.

Se detuvo de golpe.

—En fin —suspiré—, supongo que tendré que escoger a cualquier otra persona.

Admito que la técnica del chantaje no es la más honesta de todas, pero Lukas solo tenía siete años, ¿recuerdas? Aún se trataba de un inocente chiquillo que no dudaría en recortar la distancia a cambio de una rebanada de pastel.

—¿Estás regalando un postre? —preguntó a la par que se giraba hacia mí, no sin haber hecho un intento por parecer desinteresado—. ¿Gratis?

—No sería un obsequio si cobrara por él —advertí.

—Y si... —Lo pensó por un momento—. ¿Qué pasaría si yo no lo quiero?

—Tan solo buscaré a alguien más y ya está.

Por el modo en que frunció el ceño, deduje que no estaba para nada conforme con aquella propuesta.

—¿Y si mejor sí lo quiero? —inquirió.

—En ese caso, tendrías que seguirme por donde yo te lo indique para que puedas pasar a recogerlo. —Avancé unos pasos hacia él.

—¿Y en dónde está? —continuó interrogando.

—En mi casa.

—¿En cuánto tiempo llegaríamos?

«Por todos los cielos, ¡deja ya de hacer preguntas!»

—En no más de veinte minutos. —Veinte minutos en tren, olvidé mencionar... Después de otros veinte minutos en metro, desde luego—. Pero eso es lo que menos importa, ¿no? De cualquier forma, tendrías el pastel.

—¿Y si...? —Volvió a alternar la vista entre mi rostro y el pavimento—. Vale, ¿qué pasa si no tengo dinero para regresar a casa?

—¿Dinero?

—Sí, es que mis papás no tienen mucho dinero.

Su bajo tono de voz me pareció un tanto inusual, y que escondiera ambas manos detrás de su espalda confirmó que algo no andaba del todo bien.

—Nunca dije que necesitarías tener dinero para recibir el obsequio —murmuré.

—Sí, pero... —vaciló— sí necesito el dinero. Reconozco la importancia de tener euros en efectivo para cubrir mis necesidades básicas.

Aquello me tomó por sorpresa. Mi vista se posó sobre su chaqueta, un abrigo cuya tela se hallaba tan desgastada que en serio daba la impresión de pertenecer al guardarropa de una vieja película del Medio Oeste.

—Mi papá dice que hay que cerrar la boca porque, sino, entran moscas —balbuceó entre dientes—. Aunque es poco usual, puede pasar que una mosca, o cualquier otro insecto de tamaño pequeñito, entre accidentalmente en la boca de una persona. Y es todavía más probable durante eventos donde la gente se encuentra al aire libre.

No encontré la manera de responder a eso, aunque fue gracias a su oración disparatada que pude darme cuenta de lo incómodo que mi gesto en desconcierto lo había hecho sentir. Por eso me apresuré a fingir que no era a él a quien estaba mirando.

—¿Para qué necesitas el dinero? —le pregunté, entonces.

—Lo necesito porque... —desvió la vista hacia el otro lado de la calle— quiero comprar comida. No me alcanza para cubrir los gastos en alimentos que mamá siempre compra para mí.

—¿Dónde están tus padres?

Clavó la vista en el suelo.

—No sé —respondió.

—¿No lo sabes?

—Todos los días se van a la ciudad por las mañanas, pero apenas el viernes no regresaron a casa y...

—Aguarda —lo interrumpí de súbito, tratando de organizar aquella historia para mí misma—. ¿Dices que tus padres salieron antier por la mañana y luego simplemente no volvieron? —Él asintió—. Y has estado solo... ¿durante todo este tiempo?

—Sí, por eso me salí hoy, porque ya no quedaba más comida en el refrigerador.

Parpadeé varias veces, incrédula.

«Vaya conveniente tragedia»

No malinterpretes las cosas: no estaba feliz de que mi compañero hubiera sido abandonado por días enteros (eso sería cínico), pero que sus padres nunca hubiesen regresado facilitaba mi misión en una forma que tampoco era capaz de ignorar.

—No tengo dinero, pero sí tengo mucha hambre. —Pareció estar a punto de echarse a llorar—. No hay comida que sea confiable y no quiero saber qué pasaría si pruebo otras cosas, porque siempre cambian los sabores.

—Ya veo... —pensé en voz alta—. No te agradan los cambios, es obvio.

—Y si no hay sabores confiables, entonces tampoco hay experiencias confiables —resumió para dejármelo en claro—. No sabes lo peligrosa que puede llegar a ser la comida cuando cambia, ¡y es todavía peor porque mis papás no están!

—De acuerdo, tranquilo —recorté la distancia por un par de pasos más—. Necesito que te concentres en cualquier otro pensamiento.

—No tengo dinero.

—El dinero es lo que menos importa —minimicé.

—¡Importa porque no hay! —me gritó con desespero.

—Te compraré algo de comer, ¿me oyes? Te obsequiaré ese pastel de frutas y, en cuanto hayamos vuelto a Frankfurt, te ayudaré a encontrar a tus padres.

Se cubrió los ojos con la manga de la chaqueta, seguramente con la intención de ocultar las lágrimas que ya se resbalaban con pena por sus mejillas.

—¿Vas a comprarme el pastel de frutas? —masculló.

—Claro.

—Pero no tengo dinero para pagar por él...

—Yo me encargaré de eso —le garanticé—. Tan solo tienes que venir conmigo.

—¿Y también vamos a buscar a mis papás? —quiso confirmar.

Tragué saliva de manera audible. Querido diario: no tienes idea de cuánto odio verme en la obligación de mentir.

—Sí, yo... haré lo que sea por regresarte a casa. —Al menos esa parte era verdad—. Lo que más me importa ahora eres tú y...

Detuve tal oración de súbito porque fue una extraña sensación de incomodidad la que de repente se apoderó de mí. Mi compañero me miró con desconcierto, ladeando también la cabeza al instante en que me vio cubrirme el rostro con ambas manos.

—Oye, niña, ¿por qué cambia la emoción de tu cara?

No tuve la fuerza necesaria para responder. El mareo empezó a intensificarse de poco en poco, los segundos transcurrieron con extrema lentitud y lo único que pude hacer, además de quedar pasmada, fue percatarme de que las palabras de Lukas sonaban cada vez más lejanas.

Pausa.

Intentaré ser lo más descriptiva posible para que puedas entender lo que sucedía conmigo para ese punto de la historia: mi realidad (ese espacio que me hacía sentir la brisa del viento soplando contra mi cabello, distinguir el aroma de las pizzas horneadas del local de enfrente o percibir el rostro del chiquillo que permanecía parado a pocos pasos de mí) se combinó de pronto con una realidad ajena a mi presencia. De un momento a otro, simplemente me encontré en un espacio que, sin duda alguna, no se trataba de mi propio presente.

Sé que se escucha un poco raro... O quizá demasiado, pero la cuestión aquí sigue siendo la misma: ¿es posible estar en dos lugares a la vez? Porque si la respuesta es un no, entonces, por fin, podríamos dar por hecho que estoy perdiendo la cabeza. En especial después de que una escena extraña se convirtiera en mi nueva realidad durante algunos segundos que tuvieron tintes de ser eternos:

"—Gunther asegura que vio al niño pasar por aquí.

—Pudo haberse tratado de cualquier otro niño, ¿sabes?

—¡Ja, claro! Con la memoria de Gunther, no sería ninguna sorpresa.

Se trataba de una conversación entre dos hombres, dos sujetos extravagantes cuyos rostros ni de chiste me hubiera gustado reconocer. Caminaban con aire de cansancio, uno a un lado del otro, recorriendo el final de una acera empedrada que parecía coincidir con los acabados de la explanada en donde Lukas y yo permanecíamos de pie."

—¿Qué te pasa, niña?

La voz de mi compañero me devolvió a la realidad, haciendo que aquella escena se esfumara de mi vista prácticamente de golpe.

—¿Qué es lo que...? —Fue suficiente con mirarme las manos y tocar parte de mi abdomen para darme cuenta de que todo había vuelto a la normalidad—. ¿Qué me sucedió?

—No sé, pero en serio pareció como si te hubieras quedado dormida —balbuceó Lukas con espanto—. Aunque solo por... unos cinco o seis segundos.

—¿Dormida? —cuestioné—. ¿Se trató de un sueño, entonces?

«No. Estoy segura de que fue real»

Giré la cabeza hacia el final de la plaza: el suelo de toda la explanada estaba cubierto por las mismas aceras empedradas.

—Mejor solo olvidemos lo que pasó y... vayámonos ya de aquí —sentencié.

Es cierto que lo tomé del brazo con más fuerza de la necesaria, y también es cierto que comencé a avanzar hacia el otro lado de la calle sin siquiera haberle brindado alguna especie de explicación.

—¿Por qué tan rápido? —se quejó él—. No me gusta caminar rápido.

—Porque tengo el presentimiento de que alguien podría encontrarnos si nos quedamos aquí parados —me limité a contestar.

—Alguien, ¿como quién?

—No sé —expresé con nerviosismo—, tal vez dos hombres de aspecto extraño y ropajes curiosamente llamativos.

—¿Llamativos como de vistosos, coloridos o brillantes?

—Me refiero a trajes formales —aclaré—. Ropa que solo se usaría en una boda o en una muy elegante fiesta de compromiso.

—¿Igual que dos espías con naves espaciales y con gatitos negros que en realidad son guardianes de ataque?

«Vaya imaginación»

—Eh... Sí —improvisé—, algo como eso.

No planeaba mirar atrás, no iba a hacerlo porque, aun cuando ese leve presentimiento no me dejaba tranquila, una parte de mí todavía dudaba que aquella visión se tratara de un asunto real. Mas con solo considerar la posibilidad de toparnos con magos, me convencí de que (quizás, y solamente quizás) aquella idea no sería tan mala después de todo.

Nota aclaratoria: haber girado la cabeza con la excusa del "por si acaso" se convirtió, al final, en nuestro único boleto de escape.

—¡Por todos los cielos, no puedo creerlo! —Empujé a Lukas hacia la pared, asegurándome de colocarlo del lado opuesto a la entrada de la pizzería.

—¡Oye! —protestó en respuesta—. ¡No me gusta que me toquen!

—Lo siento, es que... —mi mirada volvió a posarse sobre aquellos hombres, los mismos dos sujetos que acababan de protagonizar mi visión y que, para ese entonces, doblaban por la esquina de la cuadra— no quiero que te pase nada.

«Esto ya no es un juego»

—Si me sigues empujando así, voy a...

—Oye, Lukas, ¿te gustaría apostar por el primer puesto en una carrera? —intervine de repente, todavía con mi atención enfocada en aquel dúo de magos.

—Yo no me llamo Lukas —apuntó.

—¿Qué?

—Dije que mi nombre no es Lukas.

No pude más que girar el rostro hacia él.

—¿De qué estás hablando? —inquirí—. Claro que lo es.

—No —insistió—, me llamo Milch.

—¿Milch?

—Sí, así es como mis papás me dicen —me informó—. Milch por su relación indirecta con el color blanco, porque, por ser adoptado, mi piel no es igual a la suya y ellos creen que es un buen apodo para alguien como yo.

Oh, ¡por favor! Tampoco es como que dispusiera del tiempo para ponerme a discutir por algo tan estúpido como eso.

—Milch o Lukas. —Entorné los ojos—. El punto es que estamos en la obligación de jugar una carrera.

—¿Por qué?

—Porque me encantan los juegos —agregué con ironía, consciente de que él lo tomaría por una verdad literal—. Es lo que menos importa, Lukas.

—Ya te dije que mi nombre es Milch —volvió a corregirme.

—Tan solo empieza a correr y ya está —resoplé con irritación, desviando la mirada hacia aquellos sujetos que ya empezaban a caminar en dirección al centro de la plaza.

—¿Y qué gano yo con eso?

Con una sonrisa forzada, le advertí:

—Un muy delicioso pastel de frutas que podría convertirse en un plato de verduras si sigues retándome de ese modo.

—Dijiste que te gustaban los juegos —se excusó.

—Estás haciéndome enfadar.

—Está bien, está bien —protestó con cierta desgana—, prefiero quedarme con el pastel, gracias.

—Eso es lo que creí.

Negando con la cabeza, farfulló un par de frases que fui incapaz de descifrar antes de finalmente resignarse a cumplir con mi petición. Asimismo, que empezara a correr bastó para que yo me apresurara a seguirle el paso, zancada tras zancada, recortando la distancia hasta que conseguí posicionarme detrás de él.

—¡No me dijiste hacia dónde vamos! —lo escuché gritar, parando unos metros delante para poder girarse hacia mí—. ¿Por cuánto tiempo tendremos que correr?

—¡No te detengas! —lo reprendí.

—Pero ¡ya me cansé! —No tuvo la intención de reprimir sus quejas, aunque tampoco tuvo problemas para seguir mis instrucciones y limitarse a retomar la marcha.

—¡Tenemos que llegar hasta la estación!

Y recorrer unas cuadras más sería suficiente para conseguirlo. Mörfelden no era un municipio muy grande y, además, confiaba tanto en mi memoria visual que estaba segura de que este sitio sí contaba con una estación.

«Tiene que estar muy cerca»

Como lo predije, no pasaron ni un par de minutos antes de que el edificio se volviera visible a la distancia. Porque los mapas no mienten, querido diario. Y tampoco lo hace una misma cuando se está convencida de lo que es capaz.

—¡Gané! —anunció el chiquillo al alcanzar la fachada de la entrada, alzando los brazos en señal de victoria.

Lo ignoré por completo, mas solo porque el recuerdo del sexto de mis compañeros se adueñó abruptamente del resto de mis pensamientos.

—Aguarda, Lukas —lo sujeté de la chaqueta—, ¿qué hora es?

—¿Y yo qué sé? —bufó, encogiéndose de hombros—. Pregúntale a alguien que sí se llame Lukas y que también tenga un reloj.

—Por todos los cielos... —pronuncié para mí misma—. ¡Le puse en esa carta que estaría de vuelta para antes de las doce!

—No entiendo nada de lo que dices, ¿sabes? Eres una niña muy rara.

Giré el rostro hacia él.

—Sí, lo sé —contesté—. Ya me lo habías dicho antes. Cientos y cientos de veces.

Estoy convencida de que esa última frase no hizo más que llevarlo a confirmar su propia deducción, aunque ser el blanco de sus miradas inquisidoras era lo que, en ese momento, menos me importaba. ¿Dejar al sexto Lukas plantado en una habitación de hotel? Tampoco era eso lo que me tenía tan angustiada. ¿Preguntarme qué tan raro sería tener visiones que advirtieran sobre el futuro cercano? ¡Respuesta correcta! Ja, créeme: hasta yo sé que percibir el peligro antes de que suceda no es una posibilidad que pueda etiquetarse bajo la categoría de "normal".

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