Capítulo 11: 26 de marzo de 2004

De esta forma transcurren los días, deslizándose tan rápido que, en ocasiones, parece imposible seguirles el paso. ¿Cuáles son las implicaciones? No muchas, al menos no más que meros sentimientos de pánico, angustia y una triste decepción que... ¡Agh! Un completo desastre, mejor dicho, un verdadero caos cuyas razones van más allá de simple tiempo perdido.

Hacía unas semanas nos vimos obligados a abandonar nuestra cueva. El bosque se convirtió en una zona peligrosa, perdí el empleo que tanto había luchado por conservar y los únicos dos adultos en quienes confiaba (Rudolf y Martha) ahora no son más que viejos y olvidados recuerdos. Las cosas son diferentes, y no hablo solamente de un cambio de escondite o de un nuevo Lukas que parece tener mucha más astucia que antes, sino de aquellas "coincidencias" perturbadoras que no hacen más que mantenerme con un nudo en la garganta.

Pausa.

Volveré a retomar el asunto de las coincidencias más adelante. Por ahora, me gustaría concentrarme en otro detalle que quizá deberías conocer primero antes de pasar a comprender el punto anterior.

La cuestión es la siguiente: el día de hoy fui rechazada y aceptada para el mismo puesto de trabajo, en el mismo lugar en donde solicité el empleo y por la misma persona a quien rogué tuviera la iniciativa de contratarme. Parece un poco confuso, ¿no es así? Cierto, aunque no por eso terminó siendo el asunto más desconcertante de todos.

Todo comenzó con una caminata extensa que tenía el objetivo de encontrar un nuevo cuarto de hotel. Nuestra reservación había expirado esa mañana y recorrer las calles de Frankfurt se convirtió en la única forma de ubicar algún sitio de alojamiento, en especial tomando en cuenta que el costo por permanecer en la habitación de antes resultaba simplemente inaccesible. Así que, al final, terminamos como un par de fugitivos sin refugio; Lukas y yo en medio de una gran ciudad, sin ninguna clase de apoyo económico, social o intelectual... Ni siquiera moral. Se podría decir que estábamos desamparados. Ya me había hecho la idea de verme en la penosa obligación de solicitar un préstamo financiero cuando me topé con la fachada de un imponente instituto educativo que, por suerte, había pegado un anuncio de empleo contra las barras metálicas de su puerta principal.

—Espera, Lukas.

Tuve que sujetarlo de la playera para evitar que continuara andando por la acera.

—Mira esto. —Le señalé aquel aviso, mas notar que su rostro continuaba tan inexpresivo como antes fue suficiente para reparar en una cosa—: ¿No sabes leer todavía?

Clavó la vista en el pavimento.

—Papá sacerdote me estaba enseñando, pero...

—Apenas estabas aprendiendo —deduje sin complicaciones.

El niño me echó una mirada de vergüenza antes de asentir.

—Bien, no tienes que preocuparte por eso, luego nos tomaremos el tiempo para practicar. —Regresé la vista hacia la cartulina—. Es un anuncio de trabajo, están buscando una maestra de italiano —le informé—. Y... en ningún sitio se especifica el rango de edad.

—Pero tú no hablas italiano, ¿o sí?

Una sonrisa se dibujó en mi cara sin que pudiera hacer algo por evitarlo.

—Te sorprenderías al saber que, en realidad, ya conoces de antemano esa respuesta porque tú también tienes experiencia con el idioma.

Estoy segura de que no comprendió ni un ápice de lo que dije, aunque admito que, en ese momento, fue lo que menos pareció importarme. No podía centrar mi atención en otra cosa que no fuera en lo afortunada que aparentaba ser dicha situación, quiero decir, ¿profesora de turno matutino para un grupo de niños? Todo indicaba que se trataba del empleo perfecto para mí, ¿o es que terminar gritando ciertas cosas en italiano no te resulta demasiado familiar?

—¿Sí lo hablas o no? —demandó una respuesta concreta.

—Perdóname, estaba pensando en voz alta... —Y también concediéndome un momento para recordar—. Pero sí —contesté a su pregunta—, sí sé italiano.

—¿Y cómo lo aprendiste? —inquirió—. ¿Sí eres de Italia?

—No, claro que no. —Me encogí de hombros—. Papá pagó unos cursos intensivos para mí.

—Oh... Entonces, ¿lo hablas muy bien?

—No me consideraría una experta, pero mi profesor solía decir que mis habilidades de redacción y gramática eran bastante buenas.

—Habilidades de redacción y gramática... —Lo pensó por un momento—. Eran bastante buenas, como las notas de una calificación escolar en donde el profesor te anota unos números en el papel y con eso te dicen cuánto vales.

Me reí.

—Cielos, sí que eres Lukas.

—No entiendo... —Frunció el entrecejo.

—El punto, compañero, es que quizás no sería tan difícil convertirme en maestra de idiomas —resumí para él.

—Entonces, ¿por qué no le dices eso?

—Decírselo, ¿a quién?

Bastó con seguir su mirada para darme cuenta de que era una mujer (tal vez una secretaria educativa a juzgar por su vestimenta) quien acababa de ingresar al colegio por el extremo opuesto a las barras metálicas.

«¿Pedir el trabajo justo ahora?»

—¿Crees que me aceptarían? —me pregunté a mí misma, dudosa.

—Yo creo que sí porque te van a ver y van a saber que eres la mejor maestra —me respondió él con seguridad—. Y luego te van a decir que sí porque te van a querer mucho.

Como ya te habrás imaginado, mirarlo con una sonrisa fue prácticamente inevitable.

—Ojalá fuera así de fácil, Lukas —suspiré.

—Tal vez sí es fácil.

—Bueno, quizá... —me tomó unos segundos dejarme convencer por la idea— podría hablar con ella, ¿no? No pierdo nada con preguntar.

Lo tomé de la mano para hacer que viniera tras de mí, apresurándome a agilizar mi trote hasta dar alcance a los pasos de aquella mujer. Tenía la intención de seguirla y así dar con la ubicación de las oficinas centrales, aunque fue cuando estábamos por cruzar la entrada que ella se giró hacia nosotros de manera repentina.

—¿Por qué no están en clase, linduras? —nos reprochó—. ¿Sus padres no pudieron traerlos más temprano?

No supe cómo contestar. Era consciente de que mencionar la razón de mi visita no sería de mucha utilidad, pues confesar ante ella la verdad tan solo me llevaría a perder el empleo sin siquiera haber tenido la oportunidad de charlar con la persona a cargo.

—No, de hecho... —Ya que nos había confundido con un par de alumnos del instituto, cualquier excusa sería buena para hacer que nos mostrara la dirección correcta—. A mi hermano y a mí nos gustaría hablar con el director.

—¿El director Anton? —buscó corroborar la mujer.

—Sí —le seguí la corriente—, él dijo que nos vería en su oficina.

—¿Agendaron una entrevista para esta mañana?

Lukas se giró hacia mí con una mueca de angustia.

—Él nos contactó por teléfono —contesté yo para hacer de mi mentira una más convincente—. Pedimos informes la semana pasada.

—Vengan conmigo, entonces —decretó ella mientras sonreía—. Me parece que Anton los recibirá en su despacho.

Me permití respirar con normalidad. Acepto que nuestra manera de obtener el acceso no fue la más honesta de todas, pero al menos puedo decir que se trató del único modo de cumplir con el objetivo sin provocar mayores inconvenientes. Pasar por simples niños que habían tenido problemas para "ajustarse a los requisitos económicos del colegio" resultó ser mucho más sencillo de lo que imaginaba.

—Entonces, ¿necesitan una beca para poder ingresar? —nos cuestionó ella después de haber escuchado mis explicaciones improvisadas.

—Sí —continué mintiendo—, papá nunca nos dejaría estudiar en una escuela como esta si no somos nosotros quienes nos hacemos responsables de la colegiatura.

Como ya te habrás dado cuenta, tuve que inventar toda una historia para esa mujer entre tanto dirigíamos nuestras pisadas hacia el despacho del director. Hasta el día de hoy, ella cree estar enterada de que nuestros padres perdieron sus empleos hacía casi dos meses, que Lukas y yo somos los hermanos más chicos de una familia de siete y que nuestra última esperanza de empezar con los estudios consiste en persuadir al director de ofrecernos una beca académica. Vaya relato dramático, ¿eh?

El campus estaba compuesto por un grupo de edificios enormes y modernos, algunos de ellos con paredes de cristal que dejaban entrever el interior de los salones. Era un espacio alegre y de apariencia sofisticada, con aulas destinadas para talleres de arte, educación física, música y lenguas extranjeras. Sin olvidar los amplios jardines para infantes, la cancha de baloncesto, los laboratorios equipados y la bonita librería que me vi obligada a ignorar tras haberme convencido de que solicitar el trabajo era mucho más importante que explorar la zona de lectura.

—Tomen asiento, linduras, ahora mismo le informo a Anton que están aquí.

Ella nos dejó ingresar al pasillo central de una sala repleta de puertas, un vestíbulo que, seguramente, se trataba del despacho administrativo.

—Muchas gracias —me limité a decir al tiempo que me dejaba caer sobre los sillones.

En cuanto la vimos desaparecer tras uno de los accesos, Lukas se inclinó hacia mí con la intención de hablarme al oído:

—Oye, hermana Yvonne, ¿qué pasa si se dan cuenta de que estamos diciendo mentiras?

Era una posibilidad que ya me había planteado desde el principio, pero tenía la esperanza de que aquella mujer no revisaría la agenda del director sin antes habernos permitido entrar a su oficina.

—Todo estará bien —le garanticé—. Lo único que necesitamos es que nos dejen pasar.

Esa breve explicación pareció ser suficiente para que olvidara su nerviosismo y decidiera sentarse junto a mí.

—Además, ni tú ni yo tenemos pinta de ser peligrosos criminales, ¿o sí? —bromeé, buscando sacarle una sonrisa—. Lo peor que puede pasar es que nos obliguen a salir después de habernos pedido que volvamos a casa con nuestros padres.

Pronuncié esa frase sin haberme percatado de que mis palabras podrían implicar algo más que un tonto chiste. Me refiero a que, cuando se trata de Lukas, no hay forma de asegurar que el adjetivo "peligroso" consista en una descripción puramente ficticia. No malinterpretes lo que digo: por ningún motivo significa que estoy dispuesta a alejarme de él porque, incluso aunque esas teorías resultaran ser todas ciertas, estoy convencida de que mi compañero es mucho (muchísimo más) que un simple símbolo marcado en la muñeca. Escuché a mamá repetirlo en cientos de ocasiones: "lo peligroso, a veces, no es más que lo que nadie ha aprendido a entender todavía".

—Y luego vamos a tener que decirles que no tenemos papás, ¿verdad, hermana Yvonne? Porque tú te fuiste de tu casa por ser desobediente y a mí nadie me quiso adoptar por ser raro. —Se cubrió la boca para esconder una sonrisa.

¿Lo más extraño de todo? Eso no era para nada gracioso, aun así, no pude evitar que se me escapara una carcajada.

—Cielos, Lukas —negué con la cabeza—, algún día harás enfadar a alguien con ese tipo de comentarios.

—Pero solo dije la verdad —se excusó.

—Sí, es justo de lo que hablo.

—¿Y por qué tú no te enojas conmigo, entonces? —dudó.

—Pues porque yo ya te conozco —esta versión suya se asemejaba demasiado a aquel chico de la mansión que siempre parecía tener complicaciones para "medir y encontrar las palabras correctas"—, y sé que no lo dices con la intención de molestar.

—¿Tú no crees que soy alguien molesto?

—Ni un poco —admití con sinceridad.

—No entiendo, hermana Yvonne, ¿por qué parece que tú sí me quieres y los demás no?

—¡Listo, linduras! Pueden pasarse ya —anunció la mujer que tenía aire de recepcionista al ingresar nuevamente en la sala—. Con la mala memoria de Anton, ¡el pobre hombre ni siquiera recordaba haber agendado su entrevista! Pero dice que no tendrá problemas con verlos ahora, siempre y cuando sea una charla rápida.

—¡Por supuesto, apenas le quitaremos diez minutos! —estoy segura de que pronuncié eso con más entusiasmo del necesario, tal vez porque me ahorró la pesada tarea de brindarle a Lukas alguna respuesta.

Sujeté a mi supuesto hermano por los hombros para guiarlo hacia la puerta que ella había mantenido abierta para nosotros.

—Mucha suerte, linduras —nos dio ánimos—, ojalá puedan llegar a un acuerdo.

Cerró la puerta tras de mí después de habernos indicado que continuáramos andando hasta el final del pasillo. En efecto, los nervios se apoderaron de mí en cuanto nos topamos con la entrada del último de los despachos.

—Es por aquí, chicos —nos llamó un hombre regordete desde detrás de su escritorio.

Avancé a través del espacio con cierto temor, pues sabía que ese sujeto no tardaría en percatarse de que, en realidad, no éramos más que un simple par de desconocidos. Era imposible que hubiésemos agendado una entrevista, y aún más que él nos hubiera contactado por teléfono para convencernos de visitar su oficina.

—Tomen asiento, ¿vale? —nos dijo también—. No me gustaría que se quedaran de pie.

Le señalé a Lukas el sofá del fondo para pedirle que se sentara mientras yo me dejaba caer sobre una de las sillas del frente.

—¿Qué puedo hacer por ustedes? —Su sonrisa desapareció en cuanto sus ojos se cruzaron con los míos—. Yo nunca... ¿Están buscando una nueva inscripción para el colegio? Christiane mencionó algo acerca de una beca académica.

Era obvio que iba a notarlo, ¿no? Que hubiera caído en el engaño hubiese sido simplemente ridículo.

—No, en realidad... —vacilé—. Es verdad que estoy buscando una inscripción, pero... no como alumna, sino como maestra.

—¿Cómo dices?

—Hay un anuncio en la puerta de entrada —me limité a explicarle—, necesitan un profesor de italiano para grupos de primaria.

El silencio se extendió por la sala durante algunos segundos que me parecieron eternos.

—Eso es técnicamente cierto, pero...

—Conozco el idioma a la perfección, tomé clases desde que era chica y no tengo problemas para organizar horarios ni planificar esquemas de trabajo —me apresuré a enlistar mis virtudes—. Soy ingeniosa para adaptar actividades infantiles y no tengo problemas para...

—¿Cuántos años tienes, jovencita? —me interrumpió con aire de intriga.

—Trece —respondí.

—Vaya, ¡es que cualquiera podría confundirte con una alumna del sexto grado!

—Tengo la edad para el octavo grado, aunque es verdad que no hay mucha diferencia cuando se considera...

—¿Por qué estás interesada en un trabajo como este? —inquirió enseguida, no sin antes haber colocado sus gafas sobre la superficie del escritorio—. Eres solo una niña.

—Necesito el empleo —le espeté con el gesto serio—. Verá que no es tan sencillo hacerme cargo de mi hermano si tan solo soy yo quien tiene la posibilidad de traer el dinero a casa.

Él se tomó un momento para pensar.

—Escucha, en serio me gustaría ayudarte —empezó a murmurar, soltando un chasquido de lengua—, pero el prestigio de este colegio se basa en la profesionalidad de sus maestros. No puedo darle el trabajo a una niña que, además de su corta edad, no cuenta con ningún tipo de comprobante de estudios.

—Sé que contratar a alguien como yo es muy poco convencional —repliqué—, pero si me diera la oportunidad de demostrárselo, se daría cuenta de que puedo hacerlo mejor de lo que siquiera imagina.

«Penso che potrei insegnare meglio di un adulto»

—Ni siquiera bajo el marco legal podría darte el empleo —enfatizó, negando con la cabeza—. Tampoco tienes cumplida la mayoría de edad.

—Solo necesito el trabajo durante algunos meses —supliqué, juntando las manos a manera de ruego—. Puede pagarme menos del sueldo real y no tiene que ofrecerme un seguro laboral, ¡le juro que jamás diré que no cuento con un registro!

Verlo apretar la mandíbula con firmeza fue suficiente para intuir su respuesta final: un claro y rotundo no.

—Lo siento mucho, jovencita, pero no hay nada que pueda hacer por ti.

«Era de esperarse»

—No se preocupe —suspiré con resignación—, lo entiendo.

Aquel sujeto me dedicó una sonrisa triste; más que una disculpa, realmente dio la impresión de ser un gentil gesto de empatía.

—Pero haremos una cosa, ¿de acuerdo? —Se puso de pie para enunciar su propuesta—: No es bueno que dos niños anden por la ciudad sin ninguna clase de apoyo económico. Voy a comunicarme con unos colegas de las oficinas de gobierno, quizás ellos podrían orientarlos para...

—¿Qué? —Me levanté de súbito del asiento—. Aguarde, no puede hacer eso.

—Ellos conocen la mejor forma de ayudarte —trató de hacerme razonar.

—No lo creo.

—Es por su seguridad, ¿comprendes? Tu hermano necesita de supervisión responsable y tú eres muy joven para...

—Puedo cuidarlo mejor que nadie, yo... Si usted los llama, lo único que harán será separarnos —esa preocupación era real, lo supe en cuanto mis balbuceos temblorosos delataron el miedo que cruzaba por mi cabeza.

Apartarme de Lukas no solo pondría en riesgo el éxito de los últimos desafíos, sino que también entorpecería mis esfuerzos por mantenerlo alejado de aquel grupo de magos.

—Tan solo estoy tratando de hacer lo correcto —insistía él.

—Usted no lo entiende, ¿me oye? ¡No puedo dejarlo solo! —le grité sin más remedio—. ¡Lo correcto es que él y yo estemos juntos!

—Es normal que lo percibas de ese modo, jovencita, pero puedo garantizarte que no estará solo.

—¡Me refiero a que, literalmente, su vida depende de que yo lo tengo cerca de mí!

En eso, un sonido inesperado irrumpió en la sala justo en el momento más indicado. Me había dejado llevar por el pánico, a tal grado que, inclusive, me resultó difícil distinguir que aquel escándalo no se trataba de algo más que del pitido telefónico de un celular inalámbrico.

—Esperen aquí un momento, ¿de acuerdo? —advirtió en tono calmado, como si de pronto se hubiera adjudicado la responsabilidad de nuestro cuidado—. Tengo que atender la llamada.

El destino me concedió una breve pausa para recuperar el aliento. Lo vi tomar su teléfono con cierta cautela, apresurándose a abandonar el despacho mientras nos echaba un último vistazo de notable incertidumbre.

—Hermana Yvonne, ¡yo quiero quedarme contigo! —protestó Lukas al momento, posándose detrás de mí.

—Y yo contigo —admití.

—¡No quiero que me lleven! —lloriqueó—. Me van a regresar al orfanato y papá sacerdote ya no va a poder ayudarme como la última vez, ¡y luego tú tampoco vas a estar para adoptarme!

—Oh, no, nadie va a llevarte a ese lugar —intervine con rapidez, acuclillándome frente a él para estar a su altura—. No voy a dejar que eso pase, ¿me escuchas?

—Pero ¿y si ese señor los llama a escondidas? ¡Yo no quiero que te vayas!

—Irme sería lo último que haría —le prometí.

—¿Y si ellos vienen para acá?

—Puedes estar seguro de que eso no pasará.

¿Sabes qué fue lo más difícil de todo, querido diario? Estar casi tan aterrada como él y, aun así, estar obligada a fingir que las circunstancias no me preocupaban en absoluto. Me dejé llevar por el miedo durante algunos segundos, pero al caer en cuenta de que mi temor no estaba haciendo más que angustiar a Lukas, tuve que forzarme a mí misma a pretender que sabía exactamente qué hacer incluso sin tener ni la menor idea de cómo salir de ese embrollo.

—Estaremos bien, eso es un hecho —aquello bastó para que el niño se decidiera a abrazarme—. Cuando él regrese, le explicaremos que no necesitamos de nadie más porque ya somos una familia.

En un inicio, no entendí por qué esa última frase me resultó tan conocida. Al menos no hasta que un recuerdo, uno que creía olvidado, fue lo suficientemente insistente para brindarme una explicación:

"—No necesitamos de nadie más porque ya somos una familia.

—¿Una familia? —lo cuestioné con los brazos cruzados.

—Sí —pronunció él con orgullo—, la mejor familia de todas.

—Lo lamento, Charlie —no me dio temor contradecirlo—. Mi familia es mi papá, mi mamá y mi hermana. Tú eres solo mi amigo.

Él entrecerró los ojos.

—Eso me dolió, Yvonne —me reprochó a regañadientes.

—¡Oh, vamos! Significa que eres el más increíble de los amigos.

—No tan increíble, al parecer —su voz fue más un susurro que un verdadero comentario.

Me dejé caer sobre mi cama, justo a un lado del perro de peluche que decoraba la superficie de mis sábanas.

—Hay que invitar a Wil, será más divertido si estamos los tres en el juego.

—No —negó de inmediato—, es más divertido cuando solo estamos tú y yo.

—Vamos, Charlie, ¡solo dile que venga! Yo podría cepillar a Felix mientras tú tratas de convencerla.

—¿Cepillas a Felix? —Enarcó una ceja.

—Siempre tiene que estar peinada porque nunca se sabe cuándo se topará con su príncipe azul —traté de hacerle entender. Me gustaría decir que pronunciaba eso a manera de chiste, pero la verdad es que, por desgracia, la Yvonne del pasado se hallaba profundamente ilusionada con la mera probabilidad de aquella fantasía.

—Felix es nombre de chico —se burló Charlie enseguida.

—No —contesté con seguridad—, Felix es una chica.

Él le echó un vistazo a aquel perro de peluche.

—Pues es una chica bastante fea.

—¡Oye, no digas eso! —lo reprendí, molesta—. Para tu información, todas las chicas son bonitas.

—Yo creo que todas son feas. —Lo pensó por un momento, luego corrigió su oración—: Bueno, todas excepto tú.

Solté un resoplido al aire para después colocar a Felix sobre mi regazo.

—Solo puedes estar conmigo cuando seamos grandes, ¿me oyes? —continuó insistiendo—. Hasta eso, tienes suerte de que yo no sea feo, porque todos los hombres sí que lo son. Nadie en...

—No los italianos —lo interrumpí. Por lo que Wilhelmine me había enseñado, ellos eran perfectos.

—¿Los italianos?

—Ellos son los más bonitos, Charlie, todo el mundo lo sabe.

—¡Mis abuelos son italianos! —exclamó con el rostro iluminado, como si aquello acabara de alegrarle la vida en más de un sentido—. Eso significa que yo también lo soy, ¿no?

—Sí, claro —ironicé—, eso es lo que tú quisieras."

Estaba segura de que bromeaba, aunque fue su madre quien, horas más tarde, confirmó para mí la veracidad de tal relato. Después de eso, le supliqué a mi amigo que me enseñara algo de italiano, lo que fuera con tal de aprender el idioma que Wil me había convencido se trataba del "lenguaje de los chicos guapos". Unas cuantas lecciones fueron suficientes para que me enamorara del modo tan melódico en que sonaban las palabras. El italiano me fascinó a tal grado que inclusive tuve que rogarle a papá para que trajera un maestro a casa.

Pese a todo, sigo sin entender las razones por las que estoy perdiendo el tiempo contándote una historia como esta. No es un recuerdo que considere importante: no es más que una anécdota que pasó por mi cabeza mientras trataba de tranquilizar a mi pequeño compañero y, aunque todavía no encuentro el porqué, lo más curioso del asunto fue notar que dichas palabras (hablo de "ser una familia") no me resultaban para nada incómodas cuando era Lukas, y no Charlie, quien se encontraba parado frente a mí.

—Escuchen, chicos, tenemos un par de cosas pendientes por conversar —esa voz hizo que me sobresaltara del susto, en especial tras haber corroborado que era el director Anton quien acababa de volver al despacho—. Yo... creo que me he precipitado al decir que me comunicaría con las oficinas de gobierno.

¿Alguna vez has sentido el alivio recorriendo cada parte de tu cuerpo? Es una sensación parecida a una bocanada de aire, como una oleada repentina de bienestar que se apodera de tus sentidos durante un breve pero eterno instante.

«Gracias, gracias, gracias»

—No quiero causarles mayores inconvenientes —prosiguió—, mucho menos quedarme con la sensación de que he desperdiciado la oportunidad de brindarles apoyo.

—Entonces, ¿no hará la llamada? quise confirmar.

—Lo he pensado mejor... —Hizo una pausa antes de dirigir la mirada hacia el teléfono que todavía sostenía entre manos—. Voy a darte el empleo.

Una débil carcajada se me escapó de la boca.

—¿Cómo dice? —farfullé, atónita.

—Voy a contratarte —repuso.

—Contratarme como... ¿realmente contratarme?

—Como maestra titular de italiano para el sexto grado.

«¿En serio es real?»

—Así sin más, ¿va a darme el empleo? —dudé, por completo confundida.

—Sí —volvió a repetir.

—¿Por qué?

—Digamos que se trata de una decisión de último minuto. —Me dedicó una sonrisa tensa—. Me gustaría supervisar tu trabajo antes de ofrecerte un campo en los otros grados, aunque unas cuantas semanas de prueba bastarán para que lleguemos a un acuerdo al final del ciclo.

—Guau, eso es...

—Y tampoco tendrás que preocuparte por tu hermano —se apresuró a añadir, volviendo a su escritorio con cierta rapidez—. Completaré su inscripción y dejaremos que ingrese en alguna de las aulas del primer grado, así te asegurarás de que se encuentra bajo cuidado mientras tú impartes las sesiones de clase.

Es aquí donde quiero retomar aquel tema del que te hablaba al principio. Que de pronto hubiera aceptado darme el trabajo era "demasiada buena suerte" para alguien como yo. Y no solo eso, sino que se había arrepentido de llamar a las oficinas de gobierno sin motivo e, incluso, estaba convencido de que Lukas debía estudiar el primer curso junto al resto de los alumnos del colegio. Era toda una serie de favorables y desconcertantes coincidencias, ¿no lo crees?

—Claro, eso es... —balbuceé, todavía estupefacta—. Sería más que perfecto para mi hermano.

Que la opinión de aquel hombre hubiese cambiado en cuestión de segundos era sospechoso, pero también pongamos en consideración lo mucho que yo necesitaba ese empleo.

—En verdad se lo agradezco mucho, director —opté por no cuestionar—, no tiene idea de lo que esto significa para nosotros.

—No tendremos problemas mientras tu reclutamiento se mantenga bajo el archivo privado —respondió, colocando una hoja de papel sobre su escritorio—. Lamento no poder ofrecerles un contrato legal, pero si me dan sus nombres, preparé un documento institucional que se ajuste a las necesidades de ambos.

No lo pensé dos veces antes de recibir el bolígrafo que él extendía para mí. Parecía una tarea sencilla, ¿no es cierto? Firmar el final de una página... No había nada que pudiera salir mal con eso.

«Lukas Diederich e Yvonne... Un segundo»

¡Sorpresa! Tu querida narradora ni siquiera se percató de que escribir primero el nombre de su compañero sería igual, o peor, que cometer el error más estúpido de todos. ¿No se suponía que Lukas era mi hermano?

«Rayos»

Colocar un apellido distinto al suyo solo haría de mi mentira una completamente evidente, y lo cierto era que no deseaba perder el empleo por una tontería como esa. Por eso no tuve ninguna otra opción: atribuirme el mismo apellido de Lukas no era la mejor de mis ideas, pero, en todo caso, me pareció que sería la única forma de no levantar sospechas.

«Lukas Diederich e Yvonne Diederich... Agh, ¡sí que es una locura!»

Hasta cierto punto, me parecía que mi nombre no hacía mala combinación con su apellido.

—Perfecto, chicos, eso sería todo. —Aquel hombre me dedicó otra sonrisa en cuanto el papel regresó a sus manos—. Me tomaré la semana para preparar su ficha, pero ustedes pueden considerarse parte del colegio a partir de hoy.

—Vaya, en serio acaba de quitarme un gran peso de encima —me animé a confesar.

—Tendrán que presentarse a algunas sesiones de inducción —condicionó—, pero fuera de eso, su ingreso está garantizado.

—Vendremos cuantas veces sea necesario —asentí con rapidez—, se lo prometo.

—Confío en tu palabra. —Anton abandonó su posición detrás del escritorio para acercarse a la puerta de salida—. Pasen con Christiane, ¿de acuerdo? Ella les informará sobre las reglas y los esquemas de rutina. —Me tendió una mano—. Será un placer darles la bienvenida a nuestro colegio.

Suspiré. Un gesto de liberación totalmente genuino.

Al final de todo, cruzamos aquella puerta como dos grandes soldados saliendo del campo de batalla con solo un par de heridas superficiales... Perdona la metáfora imprudente, pero recorrer el pasillo de salida con una sonrisa en el rostro fue, en serio te lo digo, la sensación más reconfortante de todas.

—¿Por qué brilla, hermana Yvonne?

—Por qué brilla, ¿qué? —cuestioné de vuelta.

Tuve que bajar la vista para darme cuenta de que era el medallón lo que acababa de llamar la atención de Lukas.

—Oh, es... solo un collar de baterías —improvisé.

—¿Puedo verlo?

No le brindé una respuesta porque, una vez enfoqué la vista en el rubí, solo pude centrar mis pensamientos en el mensaje que ya comenzaba a aturdirme la cabeza en un sentido poco convencional:

💢#7: Con sólo volver podrás llegar a donde el séptimo estará. El lugar es fácil de encontrar, pero sin duda el más peligroso para el niño será.💢

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