Capítulo 8: 26 de septiembre de 2003
—¿Tienes un Joker, Yvonne?
—¿Por qué te daría mi Joker si tuviera uno? —pregunté en tono irónico.
—Porque tal vez no te gusta jugar con comodines —argumentó Lukas.
—¿A quién no le gusta jugar con comodines?
—Algunas personas odian las sorpresas —se excusó con cierta indiferencia—. Hay quienes aprecian mucho la predictibilidad y la estabilidad de las cosas que los rodean, ¿sabes? Las sorpresas, a veces, pueden provocar ansiedad.
—Lo mejor que puedo ofrecerte es un diez —dije para cerrar mi oferta.
Se encogió de hombros.
—Me conformo con eso —aceptó—. Te lo cambiaré por un ocho.
Le extendí mi diez de diamantes rojos a la par que él me regresaba un ocho de espadas negras. Solo necesitaba un nueve a fin de que mi partida fuera profesionalmente perfecta. Sin embargo, fue cuando él detenía el juego para mostrarme sus cartas que todo el esfuerzo invertido se tornó en una triste pérdida de tiempo.
«Una flor imperial»
Tengo que admitirlo: Lukas sí que es bueno para los juegos de mesa.
—No sé cómo se llama, pero creo que le dicen "flor imperial" —insinuó enseguida, inclinando hacia mí sus cinco cartas de diamantes rojos—. Es la combinación de cartas con mayor prestigio.
—Rayos... —farfullé con fastidio—, yo planeaba hacer tan solo una escalera.
Lukas se burló en voz baja después de haber inspeccionado mis naipes:
—Te faltaba un nueve para lograrlo.
Bastó con que me dedicara una media sonrisa para quedar congelada en el sitio. Tenía la certeza de que enfocar la vista en sus ojos era una pésima idea, a no ser, claro, que buscara un pase directo a los latidos descontrolados. Por eso me reprendí a mí misma y me obligué a despejar mi mente, pretendiendo que el nerviosismo aún no comenzaba a ser lo suficientemente sofocante como para hacer que me sudaran las palmas de las manos.
—Gracias por el dato, Lukas —improvisé.
Al menos contaba con una excelente manera de concederme algo de espacio: fingir que necesitaba un momento para atar los cordones de mi zapato.
—¿Cuántas veces has abrochado tus cintas? —se quejó él al mismo tiempo que reunía con esmero todas las cartas—. ¿Más de seis?
—Los nudos se deshacen —mentí.
Extendí aquella interrupción lo más que pude antes de volver a levantar la cabeza.
—Compra unas nuevas, entonces.
«Mis cordones están bien, el culpable eres tú»
—Lo haré —contesté a regañadientes, dejándolo creer en la ridícula historia de unas cintas desgastadas.
Las cosas empeoraban con el transcurso de los días: cada vez que hablaba con él me sentía extrañamente feliz, pero eso no cancelaba el hecho de que mis pensamientos internos fueran un completo desastre. No era sencillo conversar con un nudo en la garganta, mucho menos tener que inventar excusas todo el tiempo, pues incluso acciones tan simples como "escoger el asiento correcto" o "mantener la distancia apropiada" me parecían una pesadilla. ¿Y lo peor? No tenía ni la menor idea del porqué.
—Tengo una pregunta para ti, Yvonne.
Me obligué a tomar una bocanada de aire.
«No más problemas, por favor»
—¿Qué clase de pregunta? —quise saber.
—Es acerca de tu familia —advirtió—. Pensaba que sería lógico que ellos fueran como tú.
—¿Quieres saber si también desaparecen cuando tienen la desgracia de ser tocados por los rayos del sol?
Formó un gesto de desacuerdo.
—Mmmm... Yo no utilizaría esas palabras.
—Da lo mismo, Lukas. —Le dirigí una sonrisa forzada—. Igual no voy a responder.
—¿Por qué no?
Porque tenía prohibido contestar a algo como eso, papá me lo había repetido cientos de veces.
—Porque puede ser peligroso —sentencié.
—¿Peligroso?
—Somos muy reservados en mi familia —traté de hacerle entender.
—¿Y crees que yo soy algo así como un terrorista de malvadas intenciones? —bromeó.
—Nunca se sabe.
—Guau. —Se aclaró la garganta—. Acabas de ofenderme con eso.
Era consciente de que Lukas no era un chico peligroso como tal, pero también estaba convencida de que responder a sus preguntas sería simplemente ridículo cuando de guardar secretos se trataba.
—No es nada personal —puntualicé.
—¿Y, aun así, no vas a decirme nada?
—No.
—Vale —suspiró con cierta resignación—, eres más terca de lo que pensaba. Es verdad que tienes determinación en tus acciones y juicios, pero esa característica puede llegar a ser frustrante en algunas ocasiones.
Me volví hacia él con la boca abierta. Sus "observaciones críticas" sí que eran odiosas.
—¿Disculpa?
—No quieres contarme nada —justificó a modo de reproche.
—Tengo razones para no hacerlo —expliqué, cruzándome de brazos.
—Y yo solo tengo curiosidad.
—Lo sé —en realidad, no me cabía duda de que decía la verdad—, pero tus preguntas me hacen sentir como un fenómeno.
—Eso es porque lo eres.
Sus comentarios no iban más allá de simples chistes mal ejecutados, pero... Vamos, parecía no tener ni la menor idea de lo directas que, a veces, resultaban sus intervenciones.
—No eres muy amable, Lukas.
—Solo estoy diciendo la verdad —insinuó con tintes de burla mientras se dejaba caer contra el respaldo del asiento—. Tiendo a ser honesto, pero solo porque creo que es importante contar con información precisa y que esté basada en hechos reales.
No pude más que limitarme a retomar la repartición de los naipes.
—¿Cómo vas con tu promesa? —improvisé—. ¿Has comido bien?
—Siempre cumplo mis promesas. —Se encogió de hombros—. Puedes confiar en mí.
—¿Y eso qué rayos significa?
—Que puedes contarme tus secretos sin miedo a que termine divulgándolos.
Era astuto, no podía negarlo. Tanto como para evadir, con éxito, cada uno de mis intentos por cambiar de tema.
—No conseguirás que abra la boca —le dije, ya con un toque de irritación reflejado en la voz.
—¿Por qué?
—Porque no —repuse.
Soltó al aire un quejido audible.
—¿No vas a decirme cómo funcionan tus poderes? —Pareció un tanto ofendido en cuanto negué con la cabeza—. ¡Pero tengo demasiadas preguntas, Yvonne! Soy curioso y analítico, ¿vale? Solo busco respuestas para entenderte mejor.
—No son poderes —apunté.
—Entonces ¿qué son?
—Pues... —Una desafortunada combinación de códigos genéticos—. Solo son... herencias familiares.
—Vale, y eso significa que ellos sí son iguales a ti.
«Niño ingenioso»
—El resto de tu familia también desaparece bajo el sol —dedujo con facilidad, no sin que yo hubiera hecho un esfuerzo por ocultar mi sorpresa—. Les pasa lo mismo a todas sus generaciones. Es una generalidad de tu especie, así como ciertos comportamientos o características que suelen repetirse por medio de patrones.
—Solo estás asumiendo cosas...
—Soy bueno para las adivinanzas —pronunció con orgullo.
—¿Qué te hace creer que tienes las respuestas correctas? —dije para despistarlo.
—No estarías tratando de convencerme de lo contrario si no las tuviera.
Lo fulminé con la mirada. Sus juegos de palabras no me causaban mucha gracia.
—¿Qué hay de la historia de tu especie? —continuó indagando.
—¿Cuál historia?
—¿Tienes algún poder que sea único? —Cambió la pregunta casi enseguida, incluso sin concederme el tiempo para responder a la anterior—. Ya sabes, según los mitos del antiguo mundo griego, los semidioses como tú podían ganar habilidades especiales si encontraban el modo de cumplir con ciertos oráculos.
¿Antiguo mundo griego? ¿Habilidades especiales? ¿Oráculos? Por favor... ¿De dónde rayos estaba sacando todo eso?
—No soy un semidiós, Lukas.
—¿Qué eres, entonces?
Iniciar un debate interno nunca es buena idea. Una parte de mí pedía a gritos confesar la verdad, revelar lo que llevaba callando durante años y, finalmente, tomarme la libertad de ser yo misma frente a los demás. No obstante, también estaba convencida de que dejarme llevar por ese impulso sería más que ridículo. Las reglas de papá eran claras: proteger a quienes amas es la prioridad.
«Mi familia es la prioridad»
—Es que... —balbuceé, posando la vista sobre mi reloj de pulsera— no puedo decírtelo.
Que le prestara tanta atención al caminar de las manecillas hizo que Lukas me observara con cautela.
—¿Qué tienes? —me preguntó—. ¿Le pasa algo a tu reloj?
—No, es solo que... ya casi son las siete.
Hay dos formas de interpretar lo que aquellas palabras significaban para mí. La primera es la que, estoy segura, Lukas asumió como cierta sin antes haberme cuestionado al respecto: un insensible y desesperado "por fin ha terminado mi jornada de trabajo". Lo que él todavía ignoraba era que el sentido de dicha frase era completamente el opuesto: "no quiero que el tiempo llegue a su fin" habría sido una interpretación más acertada.
Unos escalofríos extraños se apoderaron de mí en cuanto lo sentí sujetarme de la muñeca con el propósito de echar un vistazo a mi reloj.
—Seis cincuenta —aclaró para luego soltarme—. Todavía te quedan diez minutos.
Puedes intuir lo que sucedió después, ¿no? No pasaron ni un par de segundos antes de que mi nerviosismo se volviera perceptible, en especial para Lukas a juzgar por el modo en que de repente me dedicó un ceño fruncido.
—¿Tú también estás enferma o algo parecido?
—No —me di prisa en negar con la cabeza—, para nada.
—Te ves rara...
—No quería que supieras lo de mi familia, eso es todo —utilicé como excusa. Excusa que, evidentemente, se trataba de una coartada—. Está prohibido hacer notar que somos diferentes.
Lo vi inclinarse sobre la superficie de la mesa, colocándose todavía más cerca de mí con la intención de susurrarme la siguiente frase en voz baja:
—Que no te ponga nerviosa la incertidumbre, Yvonne, estoy al tanto de cómo guardar un secreto.
Sé lo que estás pensando. Crees que mis mejillas se tiñeron de rojo, que mi corazón se aceleró y que las palabras de Lukas me aturdieron con tanto ímpetu que, incluso, no tardé demasiado en comenzar a balbucear incoherencias. Para variar, lamento tener que decirte que estás en lo cierto: mi estómago se comprimió en una especie de nudo sin desenredo y su cercanía me bloqueó los pensamientos a tal grado que, por desgracia, terminé por soltar lo primero que vino a mi mente:
—Tú me pones nerviosa.
Lukas parpadeó varias veces, perplejo.
—¿De qué hablas? —dudó.
«Aguarda... ¿Qué rayos fue lo que dije?»
Aparté la vista con rapidez e intentar corregir la oración que casi se convierte en mi ruina:
—Me refiero a que tus preguntas me ponen nerviosa... Son raras, insistentes e incómodas.
—Vale —resopló—, son así porque no respondes a ninguna de ellas.
Lukas retrocedió enseguida, olvidando el incidente como si de una simple broma se tratase. Fue cuestión de suerte, debo admitirlo, en particular porque fue ese repentino cambio de circunstancias lo que me permitió recuperar el aliento.
—Mejor encuentra las respuestas por ti mismo y ya está —me limité a decir.
—Bien, lo haré —aceptó el reto sin dudar—. Existen miles de copias de títulos científicos y cientos de manuales de mitología en la web.
No le tomé mucha importancia a tal comentario porque, ¿qué información podría obtener de un par de libros de biblioteca e incomprensibles artículos en internet? Simplemente ridículo.
—Empezaré revisando tu árbol genealógico —añadió, perdiéndose un momento en sus pensamientos—. Un esquema bien organizado puede proporcionar una visión clara de la historia familiar y las conexiones entre cada uno de los miembros.
—Sí, como sea.
Puse los ojos en blanco. Incluso aunque llegara a dar con alguna clase de revelación (cosa que no creía muy probable), no veía el motivo por el que dichos datos no pudiesen resultar de verdadera utilidad. Conocía el origen de mi especie; papá nos había contado la leyenda en repetidas veces, aun así, siempre pensé que algunos de los detalles no eran del todo lógicos. ¿Entiendes lo que trato de decir? Disponer de otra versión de la historia quizás sería complementario y educativo, así que... ¿Acaso tendría algo de malo dejar que Lukas se entretuviera con una variedad de libros y revistas de estantería? En verdad lo dudo.
•••••••••••••••••••••••••
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top