Capítulo 6: 17 de septiembre de 2003

Esta vez me había prometido que no vacilaría. Ahora que conocía un poco más sobre Lukas, esperaba que conversar con él no se tornara en una actividad con aires de desafío, particularmente sabiendo que su actitud podía ser contrarrestada con simple paciencia y persistente coraje. Llenarme de confianza era lo único que necesitaba para lidiar con alguien como él.

«Hazlo por mamá» me recordé.

Asentí para mí misma y, con la cabeza en alto, opté por dirigir mis pasos hacia la lujosa fachada de aquella gran mansión.

Aproximarme un par de metros bastó para notar que, a diferencia de las veces anteriores, la puerta se encontraba entreabierta. Segundos después, la aparición de una mujer lo aclaró todo para mí: se trataba de la cocinera, la misma señora de cabello negro y cara regordeta que, hacía unos días, casi consigue pillarme en medio de una vergonzosa tarea de espionaje.

—Volveré en poco tiempo —le decía a alguien que permanecía en el interior de la casa—, y tendrás que haberte tomado ese batido para cuando regrese.

—No voy a hacerlo —contestaron, y entonces estuve segura de que se trataba de Lukas—, no tengo hambre.

La mujer resopló con pesadumbre antes de añadir:

—Tarde o temprano tendrás que comer algo, ¿comprendes?

Ella casi chocó conmigo cuando se dispuso a cruzar por el umbral.

—¡Caramba! Lo lamento mucho —se disculpó entre sobresaltos, moviéndome un poco para abrirse paso hacia los escalones.

Pegué mi espalda contra la entrada justo a tiempo para evitar que la puerta se cerrara por completo, mas fue el sonido de tal impacto lo que también hizo que Lukas se girara de golpe hacia mí.

—Ah —se tranquilizó a sí mismo—, solo eres tú.

—¿Te asusté? —inquirí en tono de burla.

—Así es, niña. —Suspiró profundo—. Tu presencia sigue incomodándome sin importar la frecuencia de tus visitas.

Mis ojos se desviaron hacia el vaso de cristal que sujetaba entre manos.

—Aún diciéndome algo como eso, no te librarás de mí tan fácilmente —le enfaticé con resignación, asegurándome de cerrar la puerta tras de mí.

Se volvió hacia el interior de la casa en cuestión de segundos, por lo que me vi en la obligación de acelerar mis pasos con tal de darle alcance a sus zancadas.

—¿Vas a decirme adónde vamos? —traté de indagar.

No contestó. En su lugar, se limitó a guiarme a través del eterno pasillo de las esculturas, pasando por la sala principal para finalmente detenerse al pie de las escaleras. Al principio supuse que subir al segundo piso sería su intención, aunque verlo encaminar su marcha hacia el pasillo izquierdo me hizo cambiar de parecer. Asomé la cabeza hacia el fondo del nuevo corredor: más puertas de apariencia misteriosa y muros repletos de lo que parecían ser retratos o colecciones de fotografías. Por desgracia, haber avanzado unos pasos en esa dirección fue suficiente para que Lukas se diera prisa en interponerse en mi camino.

—No es por allí, niña —me reprendió.

—Perdona, te vi parar y creí que ibas...

—Solo vine por esto. —Me señaló un anaquel que estaba fijo en la pared, una especie de repisa de donde colgaban cientos de llaves. Se tomó un momento para elegir la correcta antes de volver a alzar la voz—: Tu mamá solía preferir que utilizáramos el estudio.

Las cosas parecieron cobrar más sentido tras esa breve explicación. Asentí para hacerle saber que estaba de acuerdo con visitar aquel sitio y, una vez contó con el permiso que buscaba, me indicó que volviera a seguirlo.

Continuó andando durante algunos metros más hasta detenerse frente a un acceso de apariencia moderna. Para ese entonces todavía creía que ya nada tendría la capacidad de sorprenderme, pero cuando él abrió ambas puertas para mí, fue como si hubiera estado dispuesto a demostrarme todo lo contrario: la amplitud del cuarto era poca comparada con la gran altura de los muros, cuya superficie se encontraba tapizada de libros antiguos. Además, la madera negra de los muebles del centro lucía aún más costosa que el mármol de la sala, en especial cuando posé mis ojos sobre los tallados definidos de las bases. Para colmo, no era solo un escritorio elegante lo que decoraba el fondo de la estancia, sino también un ventanal que cubría por entero la parte trasera del salón.

—Por todos los cielos, Lukas, esto es... —tardé unos instantes en encontrar la palabra correcta— asombroso.

El chico se encogió de hombros.

—Es un simple cuarto de estudio —demeritó.

Ignoraba si era él quien subestimaba las habitaciones de su casa o si era yo quien exageraba las cosas, aun así, estaba cien por cien convencida de que ese lugar no se trataba de un "simple cuarto de estudio".

—¿Bromeas? —Se me escapó una débil carcajada—. Ni siquiera sé si se trata de un despacho muy grande o de una biblioteca muy pequeña.

Que de pronto me dirigiera una sonrisa fue todavía más impresionante que el enorme espacio que abarcaba aquel sitio... Cielos, es que en serio era la primera vez que lo veía sonreír.

—Una mezcla de las dos —coincidió.

En eso, mi interés se vio atrapado por la pequeña libreta que alguien había colocado sobre la mesa del escritorio.

—Es de tu mamá —se apresuró Lukas a explicar tras haber reparado en la dirección de mi mirada—. La olvidó aquí en la última sesión.

—¿La olvidó?

Mamá es la persona más ordenada del mundo... De acuerdo, tampoco he convivido con tanta gente como para asegurarlo, pero es la mujer más organizada que creo conocer. Jamás deja sus pertenencias fuera de lugar, mucho menos sería capaz de descuidar el contenido de alguna de sus bitácoras de trabajo. Solo estando realmente enferma habría estado en posibilidades de cometer un error tan negligente como ese.

—Tu mamá la utilizaba para anotar lo más importante —aclaró Lukas para mí.

—¿Puedo revisarla?

Él asintió enseguida, indicándome con el brazo que estaba en completa libertad de hacerlo.

—No la he abierto —añadió en voz baja, y por la forma en que pronunció las palabras, estuve segura de que decía la verdad.

Esquivé los muebles del centro para poder posarme a las orillas del escritorio. Adueñarme de aquella libreta resultó más sencillo de lo que esperaba, y echarle un vistazo a la primera página lo fue todavía más:

Lukas Diederich, sesión #1
Septiembre 15/1987, Krankenhaus Garten, Frankfurt am Main

Síntoma principal: privación voluntaria de alimento. Posibles causas:
•Tensión psicosocial por problemas conyugales
•Aislamiento constante
•Problemas en colegio, interacción deficiente con otros niños
•¿Episodios de violencia intrafamiliar?

Nota.1: Exigencia severa de seguimiento de reglas en casa
Nota.2: Responde con refuerzo positivo (azúcar)

Perfil P.
•Rasgos de personalidad obsesivo-compulsivo
•Fobia específica
•Posible Síndrome de Asperger
*Rango de CI: muy superior al promedio

Ni siquiera había entendido ni la mitad de los escritos de mamá, pero las palabras cuyo significado alcancé a comprender fueron más que las suficientes.

Cerré la libreta con rapidez.

—Yo... voy a devolvérsela —vacilé, tragando saliva de manera audible. No creía que ese expediente clínico fuera de mi incumbencia.

No dudé en descolgarme la mochila del hombro para llevar conmigo lo que, estaba segura, no debía permanecer ahí afuera durante mucho tiempo. Guardé el encuadernado con cuidado, acomodándolo detrás del tablero de ajedrez y a un costado del pequeño empaque de malvaviscos que acababa de comprar hacía casi una hora.

—Es probable que mamá vuelva a necesitarla —improvisé.

Lukas no respondió. Lucía más preocupado por hallar la forma de deshacerse de aquel vaso de cristal que por atender a nuestra apenas iniciada conversación.

—¿No vas a tomártelo? —le insinué al verlo abandonar la bebida sobre la mesa del centro.

—No —contestó sin titubear.

—¿Por qué? —quise saber—. Te dijeron que debías hacerlo, ¿no?

—No tengo hambre.

—No has comido muy bien en los últimos días —me atreví a pronunciar en voz alta, volviendo a acercar mis pasos hacia los muebles del centro—. Debes de tener mucha hambre.

—¿Eso es lo que crees?

—No lo creo, estoy segura.

Tomando asiento en el sofá más cercano, se limitó a desviar la mirada hacia el candelabro del techo.

—Pues no la tengo, niña —replicó con cierto toque de irritación—. A veces, la sensibilidad del cuerpo humano hacia la comida puede variar y es probable que alguien en un estado físico de tensión no sienta el mismo nivel de apetito que otras personas. No se trata de ir en contra de tus opiniones o de no valorar los aportes nutricionales de una alimentación constante, simplemente mi mente funciona de manera distinta, ¿vale?

«Insiste, Yvonne»

—Entiendo... —musité— tampoco suelo comer cuando estoy enojada.

—¿Y por qué piensas que yo lo estoy?

—Mi mamá dice que las emociones siempre se reflejan en el cuerpo —apunté—. Si no tienes hambre, tal vez sea porque estás molesto o...

—Tú también estarías molesta si alguien, una persona a quien has estado esperado durante mucho tiempo, por fin viniera a casa y, aún estando allí, ni siquiera tratara de hablar contigo.

Hubo un silencio sepulcral.

Estaba hablando de su padre, era más que obvio.

—Tienes razón, Lukas —coincidí segundos después—. Creo que cualquiera se enfadaría por algo como eso.

Me echó un rápido vistazo antes de volver a apartar la mirada.

Fue en aquel instante, querido diario, que comprendí los motivos por los que mamá había insistido tanto en que alguien viniera a hacerle compañía. Piénsalo un poco: su padre no solía visitarlo a menudo y, ahora que lo hacía, ni siquiera se tomaba el tiempo para establecer con él alguna clase de lazo familiar. Según su expediente clínico, era probable que Lukas lidiara con constantes discusiones, ofensas y desacuerdos entre sus padres. Estaba acostumbrado a seguir un estricto reglamento en casa, pasaba la mayor parte del día rodeado de paredes completamente vacías e, incluso, solía ser abandonado por quienes más decían quererlo en ocasiones tan especiales como fechas de cumpleaños. Su falta de apetito me parecía comprensible.

Por suerte, ahora sabía unas cuantas cosas sobre el chico que quizá podrían resultar de gran utilidad... Mamá había escrito la palabra "azúcar" en alguna parte de sus anotaciones.

—¿Puedo darte un consejo? —retomé la charla, sacando de mi mochila el empaque de malvaviscos—. Cuando te sientas mal, toma un libro cuyo tema siempre hayas querido conocer y concédete el tiempo de leerlo.

Avancé con lentitud hacia las estanterías mientras me daba la libertad de abrir la envoltura frente a él. Caminé enfocando mi atención en los diferentes ejemplares que decoraban las paredes: alguien se había tomado la molestia de ordenarlos de forma alfabética, tal vez porque aquella organización resultaba más agradable a la vista.

—¿Estás dándome un consejo que involucra tiempo de lectura? —dudó, desconcertado—. A ti... —Hizo una pausa—. ¿A ti te gustan los libros?

—Claro. —Me encogí de hombros.

—Los libros también son una de mis principales áreas de interés —me dijo a toda prisa.

—Ah, ¿sí?

—Se pueden explorar diferentes mundos y conocimientos. Algunos son profundos, otros divertidos, interesantes, informativos o hasta relajantes... ¿Tú también disfrutas de los libros?

—Acabo de decírtelo, ¿no? —repuse con paciencia—. Mi vida no sería la misma sin ellos.

Entonces, algo sucedió. ¿Qué exactamente? No sabría decírtelo con mucha precisión, mas se convirtió en la causa de que Lukas se atreviera a sostenerme la mirada por primera vez. No sé cómo explicarlo, pero me vio de una manera muy... extraña. ¿Entusiasmo? ¿Alegría? No tengo idea, pero me hizo sentir tan nerviosa que no pude más que apartar la vista y echarme a la boca el primero de aquellos malvaviscos.

«Te lo he dicho cientos de veces, Yvonne: no lo mires a los ojos»

—Mi papá es el culpable de mi afición —me apresuré a agregar, volviendo a llevar mis pisadas en dirección al centro del salón—. Inspiraba sus cuentos para dormir en novelas de ficción, aunque siempre terminaba confundiendo las historias entre sí. Luego empezó a comprar libros para mí, la mayoría con dibujos y textos cortos, pero bastaron para contagiarme de una fascinación por la lectura... Supongo que es fácil imaginar lo que ocurrió después.

Avancé unos pasos para poder quedar frente a Lukas.

—Empezaste a leer libros cada vez más complejos, ¿verdad? —intuyó él casi enseguida, no sin haberme dedicado una media sonrisa.

—Obras clásicas, artículos académicos, manuales de filosofía y guías repletas de mapas —enlisté a modo de confirmación.

—¿Guías repletas de mapas?

—Sí, colonias, calles y avenidas de Frankfurt. —Le acerqué con cautela aquel empaque de malvaviscos, obligándome a reprimir la risa al momento en que lo vi adueñarse de un pequeño ejemplar y echárselo a la boca—. Conozco cada ruta.

—Conoces cada ruta —repitió, como si estuviera tratando de dejarlo en claro para sí mismo.

—No es muy común saber de alguien que disfruta de las guías geográficas, lo sé.

—Nunca he leído los manuales de geografía de la ciudad.

Incliné los dulces hacia él una vez más, y bastó con verlo posar la mirada sobre la envoltura para que la siguiente parte de mi plan se convirtiera en un verdadero éxito.

—Lo mejor de los libros es que siempre podrás encontrar uno sobre cualquier tema que puedas imaginar —añadí para distraerlo.

Con el elemento sorpresa a mi favor, vertí el resto de los malvaviscos justo encima de la superficie espumosa del batido que él se había negado a tomar. Lo hice con disimulo, aunque lo suficientemente rápido para que Lukas no tuviera la oportunidad de protestar por ello.

—¿Y sabes qué es aún mejor que la lectura, Lukas? La escritura. —Un improvisado movimiento me bastó para adueñarme del vaso y pasar a sujetarlo firmemente entre mis manos—. Escribir es lo mismo que formar parte de una realidad diferente. Un montón de palabras pueden convertirse en una gran historia si sabes cómo y en qué orden combinarlas.

—Tienes que tener talento para hacer eso —me contradijo—. Las habilidades vienen de manera natural para algunas personas.

—Yo no lo creo así.

—¿Por qué no?

—Porque la práctica lo es todo. —Extendí la bebida hacia él—. Tener el don no te servirá de nada si no te esfuerzas en trabajarlo.

—Parece que escribes mucho.

Sonreí para mis adentros en cuando lo vi recibirme el recipiente con tal de hacerse con otro de los dulces.

—Cada noche —especifiqué—. Es mi manera de desahogarme.

—Entonces ¿tienes un diario?

Leíste bien: Lukas sencillamente comenzó a hablar sobre ti, querido diario, cosa que jamás pensé que pasaría.

—Sí —admití—, supongo que sí.

—Sigo prefiriendo la lectura —expresó sin reservas, dando la impresión de que empezaba a sentirse cómodo con la conversación—. Podría tratar de escribir, pero...

—¿Pero no crees que sea lo tuyo?

—Exacto —aseguró—. No me da un sentido de estructura ni previsibilidad.

Comió sin protestas en cuanto el cristal estuvo en sus manos. Uno a uno, lo vi acabar con los malvaviscos hasta que la superficie espumosa estuvo nuevamente vacía. Por un instante, temí que volviera a deshacerse del vaso simplemente dejándolo sobre la mesa; sin embargo, no tardó ni un par de segundos en empezar a beber también del batido.

Estoy segura de que pronuncié algunas frases más mientras lo observaba vaciar el recipiente, aunque a decir verdad, no recuerdo muy bien el montón de insignificancias que tuve que agregar para que el asunto pasara inadvertido.

«Vamos, ¡ya falta poco!»

Mi atención estaba puesta en el modo en que casi llegaba al final del batido, así lo fue hasta que el sonido repentino de una voz hizo que me sobresaltara del susto:

—¡Oye, Lukas! —exclamó alguien desde lo lejos—. ¿En dónde estás?

Vi a Lukas entrecerrar los ojos y colocar el recipiente sobre la mesa con cierta desgana.

—Demonios... —maldijo por lo bajo—. No otra vez.

—¿Qué pasa? —le pregunté al momento—. ¿No se suponía que tu casa estaba vacía?

—Eso se suponía, sí.

—¡Lukas! —el misterioso grito aumentó de volumen en esta ocasión.

El chico se puso de pie de manera precipitada, y estuve realmente confundida para cuando se tomó la libertad de pararse frente a mí.

—Ven conmigo, niña.

—¿Por qué?

Hizo ademán de sujetarme del brazo, aunque, al final, prefirió mirarme a la cara antes que tomarse la molestia de tocarme.

—Solo ven, ¿vale? —insistió.

Por la desperación que vi reflejada en su gesto, postergué el interrogatorio y accedí a levantarme del asiento. Él se apresuró a girar sobre sus talones para dirigir sus pisadas hacia el fondo de la sala. Corrí tras él unos metros, mas solo porque aún desconocía la verdadera intención de su huida.

—¿Hacia dónde me estás llevando, Lukas?

Aquella pregunta apenas resultó audible, pues fue otro de aquellos chillidos lo que hizo que mi voz se opacara. Parecían gritos de una muchacha... Tal vez de una niña de la edad de Wil o de alguien todavía más chica, aunque independientemente de la respuesta, daba la impresión de que sus pasos estaban cada vez más cerca del despacho.

—Yvonne —era la primera vez que Lukas me llamaba por mi nombre, hecho que resultó lo suficientemente peculiar para hacer que girara el rostro hacia él—, hay que entrar ahí.

Solo entonces caí en cuenta de que habíamos estado encaminando nuestra marcha hacia la pequeña puerta del fondo.

—¿De qué hablas? —pregunté, confundida—. ¿Por qué tendríamos que entrar?

—Aunque yo tampoco lo quiera, el punto es que tenemos que escondernos.

Al girar él la perilla, mis ojos se toparon con el reducido espacio de aquel cuarto, de modo que estar de acuerdo con su propuesta de pronto me resultó un hecho imposible de aceptar.

—¿Es en serio? —protesté al instante.

—No te lo pediría si no fuera importante.

—Pero yo no...

—Por favor —rogó, clavando la mirada en la puerta principal del estudio—. Solo nos queda un minuto.

—Un minuto, ¿para qué?

—Voy a tardar más explicándotelo que si solo entras y ya —dijo a regañadientes.

—¿Quieres que simplemente acepte quedar encerrada en un cuarto?

—Es solo un almacén —continuó argumentando—. Puede que sea un espacio pequeño de menos de un metro de ancho, pero te juro que no es más que un armario.

—Un armario de servicio —enfaticé.

—¿Tiene algo de malo que lo sea?

No parecía que librarme de su inexplicable exigencia fuera realmente una opción.

—Por favor, Yvonne, los armarios pueden brindar un refugio temporal donde recuperar la calma y procesar las emociones. Esconderse puede ser una estrategia que nos ayude a lidiar con situaciones que...

—Está bien, está bien —lo interrumpí con hartazgo—. Lo haré, pero solo con una condición. —Porque, si iba a someterme a algo tan humillante como eso, me aseguraría de hacerlo bajo mis propias reglas—. Tendrás que prometerme una cosa a cambio.

—Haré lo que tú quieras —farfulló sin más remedio.

—De acuerdo, es un trato entonces.

Crucé la entrada a toda prisa para dar cumplida a su petición, pegándome a la pared lo más cerca que pude para permitir que Lukas tuviera algo de sitio, al menos el suficiente para que también pudiese ocupar un lugar dentro de tan angosto espacio. Mi corazón latía a mil por hora cuando él cerró la puerta tras de sí. Me sentí ansiosa en medio de la oscuridad, separada por unos cuantos centímetros de la única persona que nunca imaginé terminaría estancada junto a mí.

—Agh, Yvonne, ¡estás pisándome el pie! —se quejó—. ¿Quisieras hacerte más hacia un lado?

Traté de apartar la aspiradora y los palos de escoba, aunque hiciera lo que hiciera, lo cierto era que no pegarme a él resultaba prácticamente imposible.

Quizá Lukas nunca lo notó, pero las cosas para mí se volvieron algo caóticas estando allí dentro. De pronto no supe si era yo quien tenía problemas para respirar, o si era solo la temperatura del lugar lo que empezaba a asfixiarme; no estoy exagerando cuando digo que el calor era insoportable. Y mi pulso... Guau, te juro que jamás había ido tan rápido.

—Oye, Lukas... —estaba tan preocupada por mis extrañas arritmias que sentí la necesidad de preguntárselo—, ¿es normal que mi corazón se acelere sin haber hecho ninguna clase de actividad física?

—¿Cómo?

—Hablo de mis latidos —especifiqué—. Van demasiado rápido.

—No le tienes miedo a la oscuridad, ¿o sí?

Ambos nos sobresaltamos con el chirrido que la puerta principal hizo al abrirse. Permanecimos en completo silencio, en especial cuando las pisadas de la chica desconocida se acercaron peligrosamente a la sala del centro. Se detuvo unos instantes en aquel sitio, como si estuviese tratando de inspeccionar el área, aunque tampoco pasó mucho tiempo antes de que sus pasos volvieran a conducirla hacia la salida.

Me dolía el cuello, pero no tuve el valor de moverme porque podía escuchar la respiración de Lukas y eso implicaba que, de levantar el rostro, lo único que conseguiría sería quedar cara a cara frente a él.

—¿Se ha ido? —murmuré, mas lo que debió sonar como una simple pregunta, acabó pareciéndose a un vergonzoso tartamudeo.

—Creo que sí. —Movió la perilla con cuidado, abriendo una ranura hasta que el espacio fue el suficiente para asomar la cabeza por el marco de la puerta—. Sí —confirmó enseguida—, somos libres.

Ya sin nada que temer, el chico empujó la puerta para poner fin a tan incómoda situación. Ni siquiera lo pensé dos veces antes de seguirle el paso y abalanzarme con desesperación hacia la salida.

—Estuvo demasiado cerca —balbuceó Lukas en voz baja—, casi nos atrapa.

Tranquilizarme fue todo un reto, aunque mis latidos volvieron a la normalidad justo a tiempo para responder a su comentario:

—¿Quién era ella?

—Nadie —sentenció mientras se encogía de hombros.

—¿Nadie?

Se dejó caer sobre el mismo asiento de antes.

—Así es —reiteró—. Nadie.

Lo miré con incertidumbre, pero que él se comportara como si nada hubiese ocurrido me llevó a creer que, quizás, sacarle a la fuerza tal respuesta tampoco tendría mucho caso.

—Como sea, ahora me debes una promesa —estipulé.

—Sí, ya sé. —No lució tan molesto como lo hubiera imaginado—. ¿Qué vas a querer?

«Solo tengo una cosa en mente»

Sonreí para mis adentros. Que hubiera respetado el acuerdo me tenía más que satisfecha.

—Que comas —le anuncié con firmeza—. Quiero que no dejes de comer, Lukas.

Apartó la vista casi de inmediato. Desde luego que lo había previsto desde un principio; incluso antes de abrir la boca, ya sabía que no estaría del todo conforme con mi propuesta. Había que ser persistentes, ese era un hecho. Y la mejor forma de lograrlo era comenzando por intentarlo:

—Fue un trato, ¿recuerdas? Dijiste que harías lo que yo quisiera.

—Sí, sí... —musitó con fastidio, entornando los ojos—. Eso también lo sé.

—Entonces cumple tu promesa.

Silencio.

—Convencerte de que no tienes hambre no tiene mucho caso —añadí—. Con eso no afectas a nadie más que a ti mismo. —Mamá solía repetirnos que actuar en beneficio propio era siempre importante, no en el sentido egoísta de la frase, sino como una forma de concederte el valor que realmente mereces—. Prométeme que comerás, ¿está bien?

Ni de chiste pensaba tomarme el atrevimiento de tocarlo, así que me resigné a quedar sentada sobre la mesa del centro con tal de obligarlo a alzar la vista. Aceptó mirarme a los ojos durante unos instantes antes de volver a bajar la cabeza, mas esos pocos segundos bastaron para que me ocurriera lo mismo que en aquel angosto almacén: una inexplicable ola de calor se apoderó de mí hasta hacer que los latidos de mi corazón se sintieran al fondo de mi garganta.

«¿Qué está pasándome?»

No sabía lo que sucedía conmigo y confieso que tal incertidumbre me provocaba más angustia de la que podía soportar. Por fortuna, no todo terminó en desastre, pues haberlo mirado a la cara también resultó ser lo suficientemente persuasivo para que él se concediera la libertad de asentir.

—Está bien —accedió finalmente.

—¿Vas a cumplírmelo entonces? —me escuché un tanto emocionada.

—Las promesas son compromisos, Yvonne, y yo valorizo mucho la honestidad.

—Suena perfecto. —Me permití volver a sonreír.

Por la forma en que me sudaban las manos, distraerme con cualquier otro asunto me pareció una mejor opción que el solo hecho de permanecer sentada frente a él. Por eso me di prisa en ponerme de pie. Al desviar la vista hacia las paredes, recordé que todavía contaba con un As bajo la manga: un viejo tablero de ajedrez que continuaba escondido al interior de mi mochila.

—Tengo una idea, Lukas, solo... —Retrocedí unos pasos con el propósito de localizar el paradero de aquella bolsa—. ¿En dónde la habré dejado? —Fue él quien tuvo la amabilidad de señalarme el sitio correcto—. Oh, claro.

Me puse nerviosa, tal vez por el modo en que el chico me siguió con la mirada mientras yo dirigía mis pisadas hacia el último de los muebles. Traté de hacer lo posible por ignorarlo y, aún sintiéndome torpe y ansiosa, me abstuve de dar una impresión de titubeo entre tanto abría mi mochila para sacar del fondo la caja del juego.

—A mi padre le gusta el ajedrez —intervino tras haber distinguido el característico patrón del tablero.

—¿Lo han jugado juntos? —quise saber.

—Solo unas veces, pero no es tan divertido competir contra él.

—¿Por qué no?

Encogiéndose de hombros, se tardó un momento en contestar:

—Porque siempre gana.

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