Capítulo 4: 15 de septiembre de 2003

Hace mucho tiempo que no escribo. Ha estado mal, lo sé. Lamento haberte dejado sin palabras, anécdotas ni pensamientos, pero la verdad es que no te hallaba por ningún sitio. Después de semanas y semanas de haberte buscado, finalmente encontré tu distinguible empastado debajo del colchón (estabas en uno de los lugares más clichés del mundo, lo admito, pero lo cierto es que tampoco recuerdo haberte metido allí dentro).

De cualquier forma y aun cuando no te hubiese perdido de vista, el caso es que ni siquiera habría tenido el tiempo suficiente para contarte lo que ha ocurrido en estos últimos días. Lo resumiré para ti en unas cuantas oraciones para ahorrarme la sofocante tarea de recordar: un funeral es más costoso de lo que creía, Wilhelmine se ha llevado la labor de tramitar todo lo referente al testamento de papá, mamá ha tenido que trabajar todos los días sin falta y, aparte de todo, las habitaciones de casa ahora se encuentran tan vacías que me es difícil no sentirme completamente abandonada.

¿Tienes idea de lo agobiante que, a veces, puede resultar la soledad? Y no hablo de tomarte un tiempo para disfrutar de la tranquilidad de una estancia, o de encerrarte en tu recámara durante horas porque sencillamente no deseas conversar; no, me refiero a sentirte sola, a no contar con nadie, a creer que si algo sucede contigo los demás ni siquiera lo notarían. Era esa clase de soledad la que más detestaba, pero también era consciente de que no era culpa de ninguna de las tres. Wil y mamá también debían estar pasando por lo mismo y, para colmo, sabía que la causa no era el aislamiento en sí, sino la sensación de que nos habían arrebatado algo tan importante que el simple concepto de "normalidad" se volvía por sumo impensable.

Eso no es todo, pues ahora me da la impresión de que el destino desea burlarse de nosotras una vez más: con el transcurso de los días, ha sido mamá quien parece haberse llevado la peor parte de esta tragedia. Primero empezó con dolores de cabeza. Mi hermana aseguró que los motivos no serían más que estrés y cansancio, aunque, con el paso del tiempo, sus leves mareos se convirtieron en pesadas e interminables migrañas. Las cosas continuaron empeorando hasta que la fiebre vino a intensificar cada uno de sus síntomas. ¿Preocupante? Lo fue en cuanto comenzó a tener dificultades para respirar.

Fue aquí cuando las cosas se tornaron en un completo desastre, pues además de mi angustia por su enfermedad, también está mi frustración tras verme obligada a sustituirla como "recurso terapéutico de fastidiosos niños ricos atípicamente desagradables". Me lo ha dicho hoy por la mañana: no se siente capaz de asistir a la consulta, pero está convencida de que Lukas necesita algo de compañía. Puedes deducir la agobiante propuesta que no tardó en adquirir tono de orden, ¿cierto? Quiere que vaya en su lugar, pero esa idea me incomoda por una razón en particular.

Era obvio: desde aquel primer día, no tuve intenciones de volver a pisar el suelo de tan perturbadora mansión. Y eso mamá lo sabía. No tenía que ser muy inteligente para intuir que Lukas era del tipo de personas que no encajaban conmigo. Por el modo en que había decidido evitarnos, no podía más que tomarlo por un chico arrogante y desconsiderado.

No voy a mentir diciendo que no me quejé cientos de veces. Supliqué a Wil que intercambiara sus labores conmigo, pero fue mamá quien se apresuró a negarme tal posibilidad, argumentando que había sido la mismísima Isabel quien había sugerido mi "intromisión" en el asunto:

"Ella llamó por teléfono, Yvonne —repuso con el gesto serio—. Dice que prefiere tenerte a ti como apoyo.

—Vamos, mamá —prostesté al instante—, ni siquiera hay que pensarlo dos veces para saber que es ridículo.

—Encontrar otro trabajo tan bien pagado como ese sería prácticamente imposible, cariño. —Me miró a los ojos mientras tomaba asiento a las orillas de su cama—. No voy a rechazar su propuesta, en especial porque estoy segura de que puedes manejarlo mejor de lo que imaginas.

—¿Por qué insiste en que sea yo quien pase la tarde con él y no Wil?

Se encogió de hombros antes de contestar:

—Le ha impresionado tu gusto por la lectura. —Que no fuera tan común no implicaba que fuera sorprendente—. Isabel piensa que su hijo se sentirá más cómodo conversando contigo, así que... tan solo ve allí y habla sobre lo que gustes con el chico.

—¿Por qué?

—Tal parece que a Lukas le gustan los libros tanto como a ti.

—¿Y qué hay con eso? —inquirí, molesta.

—Si comparten los mismos intereses, es probable que no tengan problemas para llevarse bien.

Solté una débil carcajada. Eso iba más allá de una simple y poco fundamentada conclusión.

—¿Acaso viste cómo me trató la última vez, mamá? —Me crucé de brazos—. Ni siquiera hizo un esfuerzo por verme a la cara.

—Y no lo hará, Yvonne, eso es... —Hizo una pausa para reformular su oración—: Solo dale otra oportunidad, ¿de acuerdo? Estoy convencida de que terminarán siendo buenos amigos.

—No necesito un amigo —resoplé.

—Todos necesitamos un amigo —me contradijo sin demora—. Compañía es lo que más les hace falta. Tanto a él como a ti.

—Yo tengo a Charlie.

Mamá me dirigió una mirada irónica.

—Me refiero a alguien que al menos hayas visto en los últimos tres años, cariño."

No quiero un amigo, mucho menos si se trata de Lukas porque, ¿con qué propósito querría yo convivir con alguien que no hace más que hacerme sentir extraña?

Pero eso no es lo más nefasto del asunto.

¿En serio creíste que la propuesta obligada de Isabel ha sido la parte más detestable de mi día? Deberías reconsiderar tu respuesta, porque lo cierto es que mi suerte va de mal en peor: hace unas horas, ha sido mamá quien casi se desmaya en el piso de la cocina, y acompañarla hasta el hospital más cercano fue la única solución que estuvo al alcance de mi hermana. "Quédate en casa y ocúpate del trabajo de mamá. Ella se pondrá bien, Yvonne"... Créeme, conozco lo bastante bien a Wil como para saber que estaba diciendo mentiras.

*******

Han pasado unas horas desde mi última anotación. El día ha sido un poco... Mejor te explico las cosas con algo más de calma. No podrías formular una opinión si no te contara la versión completa de los hechos, ¿cierto? Volvamos al principio de esta anécdota, partiendo desde el instante en que me decidí a aceptar lo inaceptable: pasar la tarde conviviendo con Lukas era una obligación de la que ya no tenía cabida tratar de escapar.

Lo primero en lo que reparé al salir de casa fue en lo rápido que cambian las cosas: hace tan solo unas semanas todavía éramos cuatro. Hoy solamente quedaba yo; una chica solitaria que recorre las habitaciones con cierta pesadumbre y con algo más que simple tristeza.

De cualquier forma, me aseguré de que las ventanas estuvieran cerradas y de que las llaves se encontraran dentro de mi mochila antes de permitirme colocar el pestillo de seguridad a la puerta de la entrada. Para ese entonces, todo iba bastante bien. Sin embargo, fue cuando me acercaba al vidrio para verificar que todas las luces del interior estuvieran apagadas que, para rematar, mis ojos se cruzaron con la viva imagen de mi propio reflejo. ¡Qué peinado más desastroso! Ni siquiera tuve que pensarlo dos veces para darme prisa en armar una coleta y llevarme los mechones sueltos detrás de los oídos.

«Porque una pelirroja jamás debe andar con el cabello desarreglado»

Al menos era eso lo que Wil solía repetirme.

—Listo —asentí—, con eso bastará.

No pasó mucho tiempo antes de que mi vista se desviara hacia el reflejo de mi cara: las ojeras más oscuras que hubiese tenido desde hace meses.

—Por un demonio, ¿qué hay de malo contigo hoy? —me reproché a mí misma, en especial porque no tenía ni la menor idea de por qué, así de un día para otro, había empezado a preocuparme por cada detalle insignificante de mi apariencia.

Por si fuera poco, un paso hacia la cerca de salida resultó ser lo bastante desafortunado para que me viera estancada justo a la mitad de un charco de lodo. Y esa, querido diario, es la historia de cómo tu narradora perdió su último atisbo de dignidad.

—¡Oh, por favor! —exclamé con hartazgo—. ¿Es en serio? —No podía ser un peor día para un accidente como ese—. Tenías que ser tú, Yvonne... ¿Vas a una casa de ricos? ¡No te preocupes! Hacen falta unas manchas en tu vestuario —ironicé.

Me dejé caer sobre el césped y, aprovechando que llevaba un par de pañuelos dentro de la mochila, hice lo posible por desprenderme del lodo a la par que me esforzaba en pretender que aquel incidente no acababa de frustrarme en más de un sentido.

—Parecerán un par de botas viejas, pero al menos ya no estarán sucias.

Todo había resultado más sencillo aquella última ocasión que mamá estuvo aquí para dirigir el trayecto. Me sentía terriblemente vacía, sí, aunque el hecho de desconocer por completo lo que albergaba dicha mansión mantuvo mi curiosidad a flote. Ahora las circunstancias eran distintas, en particular porque no me cabía ni la menor duda de lo que venía a continuación: un enfrentamiento cara a cara con la única persona que, extrañamente, me generaba una sensación de misteriosa angustia.

Avancé a través del bosque con un nudo en el estómago y un nerviosismo que me recordaba demasiado al modo en que me había hecho falta el aliento la primera vez que mis ojos se cruzaron con los suyos. Un verde de tonalidades fuertes y brillos intensos... Adoraba tanto ese color que hasta lo llevaba en las incrustaciones cristalinas de mi reloj de pulsera, un obsequio que papá había comprado para mí hacía ya algunos años.

"—Lo escogí pensando en ti, Yvonne —dijo sonriendo mientras me mostraba el interior de la caja—. Es igual al color de las esmeraldas, ¿no lo crees?"

Con eso tuve para convencerme de lo especial que resultaba aquel regalo. Y ahora, incluso más que nunca, cada recuerdo de papá me parecía sumamente valioso tomando en cuenta lo mucho que lo extrañaba.

«Será mejor que divague sobre cualquier otro tema»

Cerré los ojos con tal de forzarme a mí misma a tomar una bocanada de aire.

«Fuera de la vista, fuera de la mente»

El panorama cambia cerca de los límites de la ciudad; las edificaciones aparecen y los techos de las casas empiezan a ser visibles entre las copas de los árboles. Estaba cansada, pero eso no impidió que me tomara el tiempo para visitar una pequeña tienda de recuerditos turísticos. ¿Por qué? Me esperaban unas cuantas horas al lado de Lukas y algo tenía que hacer para evitar que las circunstancias se tornaran en un completo desastre. Me había obligado a aplazar la situación, pero planear se volvía necesario cuando estaba a menos de diez minutos de revivir mi peor pesadilla.

¿Actividades? Existen muchas, es solo que... no podía pensar en ninguna. Apenas sabía algunas cosas sobre él, ¿comprendes? No lo conocía y tampoco tenía idea de qué rayos hacer para mantenerlo entretenido. ¿Armar entre los dos algún rompecabezas, quizá?

«Esa opción es patética, Yvonne»

De acuerdo, entonces... ¿una película?

«Odio el silencio incómodo»

¿Alguna otra alternativa?

«¿No había dicho mamá que teníamos varios gustos en común?»

Avancé con cautela a través de los pasillos de aquel establecimiento, fijando la vista en cada anaquel mientras luchaba por repetirme que cualquier cosa que captara mi atención sería lo suficientemente "maravillosa" para atrapar también la de Lukas. Requería de algo con la capacidad de salvarme de una reunión con tan egocéntrico chico, y fue cuando consideraba la posibilidad de utilizar un juego de mesa como distractor que mis ojos se toparon con un empaque metálico de bonitos naipes decorativos.

«¿Tal vez una partida de cartas?»

Me encantan los juegos de baraja, así que... ¿acaso bastaría para tener la certeza de que a él también?

No me permití pensarlo demasiado antes de separar un par de euros y llevar la pequeña caja hacia el mostrador de ventas.

Estaba más que cansada para cuando llegué a mi destino o, mejor dicho, a aquella mansión a la que, a partir de ahora, haré referencia como la "Casa Blanca". Con suspiros hondos y zancadas cortas, conseguí detenerme frente al umbral de la entrada que tanto había temido volver a cruzar.

—Todo saldrá bien —me dije—, siempre y cuando no lo mires a los ojos.

Esperando que mis lamentos no se tornaran en un pronto arrepentimiento, tomé una bocanada de aire para armarme de valor y por fin presionar el timbre. A pesar del miedo y los constantes pensamientos de incertidumbre, perder mi orgullo a cambio de proteger el empleo de mamá parecía una excelente manera de compensarla por todos aquellos favores que, alguna vez, ella había hecho por mí.

Transcurrieron unos segundos de completo silencio antes de que empezaran a escucharse pasos del otro lado de la puerta. Fue aquí cuando quise salir huyendo. La perilla comenzó a girarse, la puerta se abrió de poco en poco, mi respiración aumentó de velocidad y... ¡Paf! ¡Me llevé un gran susto! Creí que tendría que lidiar con un par de bonitos e hipnotizantes ojos verdes, aunque, en su lugar, tuve que alzar la vista para enfocar con claridad al sujeto desconocido que acababa de posarse enfrente de mí.

«¿También tienen un mayordomo?»

—¿Quién eres tú? —Lo vi ladear la cabeza al tiempo que me recorría con la mirada de arriba abajo.

—Mmmm... Soy Yvonne —balbuceé—. Vengo para cubrir los horarios de consulta de mi mamá... No soy psicóloga ni nada por el estilo —me di prisa en aclarar—, pero me dijeron que era importante que pasara la tarde con... el chico que vive aquí.

«Sonaba tan ilógico»

—¿Qué le ocurrió a tu madre? —me preguntó.

—Ha enfermado.

Me dedicó una media sonrisa, tal vez buscando transmitir algo de empatía, mas lo único que consiguió fue dejarme congelada de terror sobre el suelo de aquel pórtico.

—¿E Isabel sabe que ibas a venir en su lugar?

—Sí, yo... —vacilé— eso supongo.

—En ese caso —retrocedió un poco para permitirme el pase hacia el interior—, no veo motivos para dejarte esperando aquí afuera.

Pude sentir su mirada tras de mí, una sensación tan extraña que ni siquiera supe cómo hacer para que mi incomodidad no fuese realmente notoria.

—Se lo agradezco, voy a... —tartamudeé, apuntando hacia el final del pasillo—. Creo que voy a buscar a Lukas.

Por alguna razón que no pude comprender, mis pies me obligaron a avanzar más rápido y de pronto quise alejarme lo más posible de él. No tenía un aspecto tenebroso (más bien todo lo contrario, a juzgar por el traje tan elegante que vestía), pero estar a su lado me transmitía una sensación de impotencia, como si necesitara defenderme de sus anticuados gestos o del modo tan peculiar en que pronunciaba las palabras.

Me apresuré a llegar a las escaleras, acelerando mis pisadas para evitar que aquel hombre viniera tras de mí. Al final, estuve tan distraída que olvidé por completo la longitud del pasillo y, por lo visto, también la dirección correcta.

—Los bordes no deben ser tan gruesos, Lukas —decía la voz de una mujer—. Concéntrate en esparcir la pintura lo más que puedas y difumina las orillas de...

Mis ojos se posaron sobre Isabel, quien no tardó en dirigirme una sonrisa de tintes cálidos. Me sentí apenada, pues mi intención nunca estuvo en entrometerme justo a mitad de lo que parecía ser una clase privada de arte.

—Lo siento —me disculpé al instante—, no quise interrumpir.

—No te preocupes, corazón —Isabel se levantó del banquillo de madera para encaminar sus pasos hacia mí—, ya estábamos por terminar.

Asentí con timidez antes de alzar la vista hacia el resto de la sala: colores, retratos y elegantes esculturas; el suelo estaba cubierto de pintura, los muros blancos resaltaban cada cuadro y gran parte de la ciudad de Frankfurt era visible desde los enormes ventanales. En pocas palabras, la habitación perfecta para cualquier galería de arte.

—Cielos, esto es... —murmuré con asombro—. Este lugar es muy bonito.

Isabel me dedicó un guiño antes de colocar ambas manos sobre mis hombros.

—Regresaremos en unas horas, ¿vale? Solo asegúrate de que... —No pudo terminar la frase y enseguida inclinó la cabeza para señalar la esquina de la habitación. Seguí su mirada hasta topar con Lukas. No parecía muy conforme con mi presencia, no con los brazos cruzados y la vista fija en el lienzo para pintar.

«Ya somos dos»

—Comprendo —musité a regañadientes—, haré lo que esté en mis manos.

—Es bueno escuchar eso, Yvonne, me da la impresión de que puedo contar contigo. —Volvió a sonreír, mas, en esta ocasión, se trató de una sonrisa nerviosa—. Puedes llamar si algo sucede, ¿de acuerdo? He dejado mi número junto a la base del teléfono, Lukas sabe dónde está, solo...

—Estaremos bien —la tranquilicé, aunque lo cierto era que ni yo misma confiaba en esas palabras.

Ella parpadeó varias veces antes de limitarse a contestar:

—Claro, corazón, muchas gracias por venir.

Me dedicó unas últimas palmaditas en el hombro, disponiéndose a llevar sus pisadas en dirección a la puerta.

—No le des problemas, ¿vale? —Los ojos de Isabel estaban fijos en Lukas. La advertencia fue lo bastante clara para que él alzara la vista, aunque no para que brindara una respuesta—. No tardaré mucho, lo prometo.

Ni siquiera tuve idea de cómo tomar aquello. Lukas parecía molesto y no creía que se debiera a un simple desacuerdo con sus padres. Para empezar, ¿por qué necesitaba él de un sermón como ese? ¿No le des problemas? ¡Bah!

«Esto en verdad comienza a preocuparme»

Isabel me dirigió un rápido asentimiento de cabeza para luego desaparecer tras la puerta de salida.

«Perfecto, y... ¿ahora qué?»

Opté por permanecer callada durante el primer par de segundos, decidiéndome por mantener una distancia considerable que bien podría resultar útil cuando de aplazar momentos amargos se trataba. Vi a Lukas bajar la cabeza una vez más, limitándose a sujetar el pincel y retomar el trabajo de pintura que, hasta hacía unos minutos, su madre acababa de ordenarle que hiciera. Ni siquiera se dignó en girar el rostro hacia mí. Tampoco es como que "tener su atención" me importe demasiado, pero... Agh, como sea. Digamos que el orgullo de ambos no nos permitió romper con el silencio de la estancia.

Estuve cerca de retroceder unos pasos cuando mis ojos se encontraron con la extraña marca que llevaba dibujada en la muñeca. Un símbolo a blanco y negro que no logré distinguir con mucha claridad... ¿Una especie de tatuaje mal trazado?

«No es relevante, Yvonne»

Me obligué a apartar la vista, chasqueando la lengua con cierta desesperación porque, en todo caso, era consciente de que tendría que ser yo quien diera inicio a la charla.

—Entonces... —empecé a decir— ¿hay un mayordomo en tu casa?

Sí, ni de chiste fue la mejor forma de empezar una conversación. Conseguí que sus ojos se posaran sobre mí, aunque más que una simple mirada, en realidad se trató de un vistazo cargado de incredulidad.

—Un hombre me abrió la puerta —traté de explicar—. Él... Yo no lo había visto antes, al menos no hasta ahora.

Colocando el pincel cerca del borde del lienzo, finalmente se dignó a hablar:

—¿Piensas que mi padre tiene la facha de un mayordomo?

«Solo podía pasarme esto a mí»

—Tu... —tragué saliva de manera audible— ¿padre?

—¿Su traje es más ordinario de lo que esperabas o qué?

—No —negué con la cabeza de inmediato—, no es lo que quise decir.

—Entonces ¿por qué te importa preguntármelo? —inquirió él con rudeza.

—Solo quería familiarizarme con las personas de la casa y...

—¿Para qué? —me interrumpió de súbito mientras se levantaba del asiento—. ¿Piensas venir más veces?

—No, yo...

—¿Quieres aprovecharte del modo tan sencillo en que te dejaron entrar a la casa?

«¿Qué acaba de decir?»

—¿Te gustaron las joyas que usa mi mamá, niña? —continuó diciendo—. No dejabas de mirarlas.

—¿Disculpa? —lo cuestioné de vuelta, indignada.

—¿O es que solamente quieres saber en dónde escondemos el dinero?

Cerré los ojos, querido diario. Respiré profundo y, aún con esa sensación de intensa molestia, me obligué a mí misma a ignorar cada uno de sus comentarios ofensivos antes de atreverme a interrumpirle el discurso:

—Escucha, Lukas, sé que tienes tus motivos para actuar de esta forma, pero tendrás que hacer un mejor esfuerzo si en serio buscas intimidarme con cada una de tus preguntas.

Cerró la boca de golpe.

—No estoy aquí para responder a un cuestionario, mucho menos para dejar que me humilles con juegos de palabras que, parecer ser, tienen el único propósito de hacerme sentir mal. —Lo vi ladear la cabeza con cierta... curiosidad, supuse—. Estoy segura de que tus ofensas tienen una explicación, así que no voy a tomarme nada de manera personal, ¿de acuerdo?

Silencio.

Un silencio que, hasta cierto punto, estaba cargado de gracia. Ni siquiera hacía falta un "lector de mentes" para darse cuenta de lo mucho que acababa de tomarlo por sorpresa.

—¿Te parece si olvidamos que todo esto pasó? —le propuse, desprendiéndome de mi mochila para extraer del fondo el mazo de cartas—. Estoy dispuesta a fingir que apenas empezamos esta conversación.

La manera en que bajó la cabeza me hizo girar el rostro hacia él. Desconocía lo que había ocurrido antes de mi llegada, pero por razones que resultaban evidentes, sabía que su enojo escondía un motivo completamente distinto al modo en que yo acababa de hablarle.

—¿Estás bien? —pregunté por cortesía.

—No es de tu incumbencia, niña.

—Claro —asentí con una sonrisa forzada—, no voy a meterme si no quieres que lo haga.

Volví a centrar mi atención en el interior de la mochila, aunque haberlo ignorado durante segundos enteros pareció ser suficiente para que recuperara el interés en la charla.

—¿Crees que...? —Se tomó un momento para formular su oración—. ¿Dirías que es justo que unos padres abandonen a su hijo el día de su cumpleaños?

—¿Hoy es tu cumpleaños? —inferí.

—Yo no dije eso.

Pero era más que obvio.

—No creo que "justo" sea la palabra que buscas, Lukas.

Me echó un rápido vistazo para después dirigir sus pasos hacia el final de la sala.

—Entonces ¿cuál es?

—Creo que "desconsiderado" encajaría mucho mejor —le sugerí.

—Y eso también significa que no les importa su hijo, ¿cierto?

—No pienso que sea el caso de tus padres...

—Deja de fingir que sabes de lo que estoy hablando, niña —intervino sin pensar, molesto—. No es necesario que entiendas o compartas mi perspectiva, pero podría ayudar si trato de explicarte de una forma diferente, ¿vale? Aprecio la comprensión mutua y la disposición para aprender sobre nuestras diferencias.

—¿Qué?

—Me estás confundiendo y ya quiero dejar de hablar sobre esto.

«Un momento... ¡Eso es! "Sus discursos vagos no son más que una estrategia para lidiar con la incertidumbre", ¡ahora lo entiendo!»

Punto para mí, por supuesto, pues estaba cien por cien segura de que había escuchado a mamá decir algo como eso hace algunos días (cabe aclarar que tiene la costumbre de hablar en voz alta, en especial cuando trabaja en sus bitácoras de casos clínicos).

«Sé más comprensiva y déjalo pasar»

—Mi nombre es Yvonne —lo corregí de inmediato.

—No creo que puedas con esto sola, ¿vale? Mejor solo... —suspiró, cerrando los ojos durante un breve instante—. Mejor dile a tu mamá que prefiero que venga ella.

—Yo creo que sí puedo contigo.

—¿Crees que sí puedes conmigo? —repitió en tono de duda.

—Solo es cuestión de estudiar tus preferencias y adaptarme a tu forma de ver la realidad. —Lo vi ladear la cabeza una vez más, como si en serio estuviera desconcertado por la forma en que empezaba a hablarle—. Entonces... hoy sí es tu cumpleaños, ¿verdad?

Se limitó a asentir.

—¿Cuántos años cumpliste? —quise saber.

—Doce.

—Soy mayor que tú —omití el detalle más importante de todos, claro: yo acababa de cumplir los trece hacía tan solo unos días—, así que tengo la impresión de que puedo manejar esto perfectamente.

Saqué de mi mochila la pequeña caja que tanto había tratado de hallar.

—Oye, niña, cuando dices la palabra "manejar"... —vaciló—, ¿a qué te refieres exactamente?

—¿De qué hablas?

—¿Estás esperando que siga tus órdenes o algo parecido? —Aunque cueste trabajo creerlo, esa pregunta se escuchó sincera.

—Nada de eso —repliqué, concediéndome la libertad de mostrarle los naipes—. Solo quiero jugar contigo.

—¿Solo quieres jugar conmigo?

—Lo has hecho antes, ¿no?

No respondió a eso y, en su lugar, lo vi clavar la vista sobre los estampados de la alfombra.

—¿Lukas? —Otra vez daba la impresión de estar ignorándome a propósito—. Todavía estoy hablando contigo, ¿sabes?

«Claro, ¡callado como una tumba!»

—Solo quiero saber si conoces las reglas básicas del juego —insistí.

«O, quizás, simplemente se trata de un chico de pocas palabras»

Me resigné a lanzar un suspiro al aire.

—Bien —sentencié, cruzándome de brazos—. Me queda claro que prefieres el silencio, pero lamento decirte que, en esta ocasión, tendrás que cooperar conmigo y al menos fingir que puedes soportarme.

—¿Por qué haría algo como eso? —aceptó responder.

—Porque tanto tu madre como la mía confían en mí, y no pienso decepcionar a ninguna de las dos.

—Vale, pero ese problema no es...

—Y porque también confío en ti —me atreví a añadir—, tengo que hacerlo si en verdad espero cumplir con mi parte del trabajo.

Eso último debió desconcertarlo todavía más, lo digo porque no pasaron ni un par de segundos antes de que accediera a recibirme la caja de naipes. No hubo más quejas, vacilaciones ni protestas. Fue como si, de un momento a otro y sin razón aparente, se hubiera concedido la oportunidad de seguirme el juego aún sin haberse preocupado por conocer las reglas.

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