Capítulo 11: 29 de septiembre de 2003

Parte I

Lo que pasó este día no es algo de lo que deba sentirme orgullosa. Ni siquiera estoy segura de qué ocurrirá conmigo a partir de este momento o, peor aún, de qué podría suceder con Lukas ahora que las cosas se habían vuelto una completa pesadilla. ¿La parte más insoportable? Desde el principio supe que acercarme a esa mansión sería un grave error y, aun así, no tuve el coraje suficiente para dar marcha atrás. Culpable es poco para describir lo que en realidad soy porque, independientemente del orden en que acontecieron los hechos, jamás me perdonaré por haber lastimado a quien acababa de convertirse en el centro de mis pensamientos.

Lukas..., en serio lo lamento. Nunca tuve la intención de que te cruzaras en mi camino, mucho menos de permitir que te involucraras en mis problemas y en todo lo que implica estar al tanto del secreto de mi familia. Sabía que estaba mal tenerte cada vez más cerca, lo sabía con ganas, pero... es que no percibirte como algo más que un amigo me resultó imposible. La única opción que me queda es responsabilizarme por todas y cada una de mis acciones. Sin importar las consecuencias, puedes estar seguro de que, esta vez, no voy a fallar. Es una promesa.

¿Te da la impresión de que no entiendes ni una sola palabra de lo que digo? No te preocupes, querido diario, pues tampoco esperaba que lo hicieras. A decir verdad, te escribo con la fecha del 29 de septiembre (a pesar de que hoy es 1 de octubre para mí) solo porque deseo contártelo todo en la secuencia correcta. No me gustaría ser la causante de más confusiones, así que trataré de explicarte las cosas en orden y con propósitos de convertirte en el único testigo de esta historia.

Antes de confesar mi versión de los hechos, tan solo te pido mantener algo en mente: cometí varios errores porque no estaba razonando con claridad. No vayas a pensar mal de mí, te lo suplico, pues cada vez que me detengo a meditarlo, sigo creyendo que es demasiado para una simple chiquilla de trece años. ¿Podrías hacer un intento por entender mi situación? Las decisiones que tomé fueron con base en una desafortunada mezcla entre desesperación, angustia y temor; agrega amor a la lista y obtendrás la combinación más caóticamente perfecta.

Parece que ya estás listo para conocer el resto de la historia. Retrocedamos entonces a la madrugada del 29 de septiembre de 2003, ¿te parece bien?

Recordar que mamá por fin estaba en casa fue lo que me hizo despertar con una sonrisa. Ella dormía en la habitación contigua y, aunque aparentaba estar más débil de lo que hubiese anticipado, lo cierto era que tenerla de regreso me hacía creer que las cosas pronto mejorarían. Al menos eso pensaba hasta que salté de la cama esa misma mañana y advertí que la casa se encontraba vacía.

La elegante (pero alborotada) caligrafía de mi hermana se asomaba entre el montón de papeles dispersos sobre la mesa del comedor. Correo, periódicos, revistas y una nota... Sabía de antemano que no trataría precisamente de buenas noticias:

Yvonne,

La fiebre de mamá empeoró, la llevaré al hospital. La comida está en el refrigerador. Ocúpate de su empleo y asegúrate de volver temprano a casa.

Wilhelmine

Mis ojos se abrieron de par en par y al instante caí presa de un escalofrío de pánico.

«A casa de Lukas, otra vez»

Era imposible no temblar ante la idea de regresar y ser cuestionada acerca de lo sucedido, quiero decir, ¿y si él solo había estado jugando conmigo? ¿Sería esta una más de sus "malas formas de utilizar las palabras"? Era Lukas, nada lógico podía esperarse de él y, además, sería bastante incómodo conversar a solas sabiendo ahora ciertas cuestiones... ¿Y Emma? Quizás no estaría dispuesta a mantener su distancia. No malinterpretes lo que digo, pues no es que tuviera la intención de reunirme con él en privado, sino que justificar mi antigua confesión frente a un único par de ojos me parecía una opción más digerible que tener que hacerlo frente a dos.

Después de múltiples paradas al baño y una sensación de nudos en el estómago en constante aumento, llegó la hora de resignarme a aceptar los hechos. Estaba preparada para el reencuentro, lo creí con seguridad hasta que recordé que ya no me quedaba más ropa. No me refiero a que mi armario estuviese vacío, claro, pero ya había utilizado cada combinación posible y habría que repetir un cambio. Escoger las prendas adecuadas fue todo un desafío, y para cuando pensé que había dado con el vestuario correcto, caí en cuenta de que mis botas negras se habían esfumado, así como por arte de magia. No estoy exagerando: busqué debajo de la cama, la mesa, los muebles e, inclusive, detrás del retrete. Nada, ni un solo rastro de aquellos lindos zapatos. ¿El detalle más imperdonable del asunto? No eran solo esas botas las que había perdido, sino también mi viejo y muy querido reloj de muñeca.

«¡Agh! Soy todo un desastre»

¿Por qué me alteraba tanto por un simple par de zapatos? ¿Acaso era normal que las chicas sufrieran por cosas como esta? ¿O es que se trataba tan solo de mí? La ropa, los accesorios, el peinado... Todo comenzaba a parecerme una insignificancia estúpidamente difícil de ignorar.

«¿Al borde del colapso? Tal vez»

Me desplomé sobre mi cama, abatida.

«Lo siento, mamá, me rendí para antes del mediodía. Tampoco fui al trabajo porque estaba muy ocupada quejándome de tus clientes, en especial del problemático chico de los ojos verdes»

No, demasiado ridículo.

El incidente de las botas robó casi todo mi día, por fortuna, conseguí dar con su escondite (debajo de una toalla de baño) minutos antes de haberme dado por vencida. No puedo decir lo mismo del reloj; esa vieja correa de pulsera jamás apareció aún con todos mis esfuerzos por pasar la mirada por cada rincón.

A causa de aquella crisis de moda, no tuve ninguna otra opción además de salir disparada de casa en cuanto caí en cuenta de la hora. Una tardanza tan patética como esa hizo que tropezara en una ocasión entre las veredas del bosque, que casi fuera atropellada por un camión cerca de los bordes de la carretera y que perdiera de plano la oportunidad de subirme al metro de las dos treinta. ¡Fue una tremenda desgracia! Estuve exhausta para cuando alcancé la puerta de la mansión, viéndome en la necesidad de tomarme un descanso mientras aguardaba pacientemente por el recibimiento de Lukas.

Mas aquello nunca ocurrió.

Me mantuve frente al umbral de la entrada durante minutos enteros, repitiéndome a mí misma que, seguro, esto no debía consistir en algo más que en una broma de mal gusto. Una que le costaría bastante cara. ¿Enamorado de mí? ¡Bah! Ahora ni yo me lo creía. Cada instante que pasé con la espalda pegada a la puerta me llevó a suponer que ese chico se trataba de un estupendo mentiroso, un embustero increíblemente convincente.

Resoplé con decepción y, enseguida, me vi forzada a tomar medidas drásticas en el asunto: Isabel me confiaba el escondite de la llave desde hacía días; de ese modo, lo único que debía hacer era tomarme la molestia de inspeccionar el espacio correcto. "Solo en caso de emergencias" había dicho ella, y aunque tal vez esto no fuera más que una travesura de su malcriado hijo, no contaba con ninguna otra alternativa más allá de registrar cada parte de la maceta indicada hasta dar con el objetivo. Una planta no aparentaba ser un sitio seguro para ocultar una llave, pero dicho detalle me importó poco cuando lo único que pasaba por mi cabeza era, en realidad, un desesperado deseo por conversar con Lukas.

«Vamos, tiene que estar por aquí»

Examiné con detenimiento cada montón de tierra, solo para acabar notando que, en efecto, no existía ni el menor rastro de aquella llave. ¿Carente de sentido? Yo diría que incluso más que eso: ¿por qué habrían de cambiar su ubicación momentos después de haberme confiado en dónde la esconderían?

—Quizá guarden más secretos de los que aparentan —resoplé.

Posé la mirada sobre el tapiz de la entrada. Para mi sorpresa, la llave causante de mi desgracia se hallaba a apenas un metro de mí, reposando con tranquilidad sobre la alfombra como si en serio no dispusiera de un mejor lugar para ocultarse.

—¿Qué clase de escondite es este? —me burlé. Sabía que utilizar una maceta era predecible, pero dejarla a la vista sobre el tapiz era ridículo por completo.

Me encogí de hombros con cierta indiferencia, girando el picaporte varias veces para conseguir que la llave hiciera su trabajo. Cerré la puerta tras de mí y me di prisa en recorrer el pasillo, evitando posar la mirada sobre las esculturas con tal de evitarme el aire de terror con el que siempre parecían recibirme. Mis pasos apresurados me llevaron hasta la sala principal, una amplitud inexplicablemente vacía que me obligó a detenerme justo al pie de las escaleras.

—¿Lukas? —alcé la voz—. Basta de juegos, ¿quieres? —Otro par de segundos de completa quietud—. No es para nada gracioso, ¡estás haciendo que me arrepienta por haberte creído todo lo de ayer!

Silencio. Un muy extraño y escalofriante silencio.

—¿Lukas?

«Su investigación, Yvonne»

—Es verdad —suspiré con alivio—, ¡la investigación!

Pues existía la posibilidad de que tan solo estuviera encerrado en su cuarto, ¿no es así? Una distracción potente que le había hecho olvidarse del todo de mi llegada.

Dirigí mis pisadas hacia el pasillo indicado, avanzando con prisa por el corredor de fotografías hasta alcanzar la puerta de su recámara. Rogaba porque tan solo estuviera leyendo un libro nuevo, escuchando música con los audífonos puestos o prestando atención a algún programa televisivo; cualquier cosa sería mejor que entrar en su habitación y toparme con una solitaria sala en la penumbra. No cabe duda de que los engaños más complacientes suelen ser los primeros en destruir toda esperanza: pasé la mirada de un lado a otro, solo para acabar advirtiendo que el espacio se encontraba vacío.

Me pareció suficiente para sentir miedo.

La única luz en el cuarto fue la culpable de captar mi atención desde la distancia. El computador había quedado encendido, así que ni siquiera lo pensé dos veces antes de arrimarme al escritorio y enfocar la vista en los archivos que, por costumbre, solían abarcar la pantalla. Las primeras palabras me bastaron para reparar en la astucia de Lukas: esa indagación ya no estaba dirigida a las vidas de mis parientes, sino a un tema que... Digamos que estaba más que relacionado con el verdadero secreto de mi familia.

¿Problemas en consecuencia? No tienes ni idea. Me dije a mí misma que sería indispensable tomarme el tiempo de revisar todo aquello, aunque tratar de mover el documento también hizo que una ventana emergente me obstruyera la lectura del resto de las páginas:

Reporte de búsqueda privada y clausura de información confidencial.
Evidencia de clase 2. Sentencia en proceso.
SS

La aparición de aquella alerta de bloqueo me arrebató el aliento en más de un sentido.

«Por un demonio»

Es un hecho: no hay marcha atrás una vez las SS han decidido intervenir, en especial cuando la información implicada está relacionada con asuntos confidenciales. Así es, querido diario, pues se trata de una organización de aire sombrío que, por desgracia, me resulta un tanto familiar. Las SS eran antes una serie de escuadrones militares encargados de proteger al líder nacionalsocialista y adiestrados, encima, para sembrar el terror en Alemania; sin embargo, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, no fue más que una asociación responsable de la seguridad de nuestra especie.

«¿Y qué hay de Lukas, entonces?»

No tenía ni la menor idea de lo que ocurriría con él, pero había que aceptar que su ausencia estaba invariablemente vinculada con mi falta de escrúpulos. Es culpa mía. Para empezar, fui yo quien desde el principio no detuvo su montón de investigaciones, aun siendo consciente de que permitirle formar parte de nuestro secreto no sería lo más correcto.

—Por todos los cielos —me reprendí—, ¡debo ser el miembro más imprudente que mi familia jamás haya tenido!

Me llevé las manos a la cabeza y, escuchando cómo mi respiración se aceleraba, no me quedó ninguna otra opción además de limitarme a abandonar su habitación cuanto antes. Lo hubiera hecho de no ser porque un sonido repentino me hizo regresar la vista hacia el fondo de la recámara.

Casi podía apostar que algo se movía bajo la cama...

«No es momento para retrasos»

Claro, porque aquello no debía tratarse de ninguna otra cosa además del crujir de los antiguos peldaños del suelo. No dejaría que un detalle tan insignificante como ese se tornara en distracción, en especial ahora que la vida de mi querido Lukas había adquirido tintes de bomba de tiempo.

* * * * * * *

Cruzar el vestíbulo principal a grandes zancadas y precipitarme hacia el mostrador de AYUDA AL CLIENTE fue la única alternativa a mi alcance, en especial tras haberme convencido de que sería solo mi madre quien tendría la capacidad de resolver tal enredo. El primer paso de mi plan de emergencia consistió en abandonar la mansión de la familia Diederich para dirigirme a toda prisa hacia las puertas del hospital público. El tiempo se había convertido en mi peor enemigo y, debo admitir, otorgarle la ventaja no era una condición que estuviese dispuesta a aceptar con facilidad.

—¿Podría decirme el número de cuarto en el que se encuentra Margarethe Fellner?

La recepcionista era delgada, llevaba el cabello corto y, enganchado a su suéter, exhibía un vergonzoso prendedor de alfiler: Rizz Pivareti. soy nueva en la oficina, ¡ayúdeme a aprender!

Rizz me miró con el ceño fruncido.

—¿Cómo dices, dulzura?

—Necesito saber el número de cuarto en el que se encuentra Margarethe Fellner —repetí, esta vez enfatizando las sílabas con mayor calma—. Ella debió firmar un permiso para que me dejaran entrar, mi nombre es Yvonne Fellner.

Se tomó un momento para sacar un par de documentos del fondo de una gaveta, examinando los papeles con cautela mientras sus ojos recorrían las listas con mayor lentitud de la que hubiera considerado prudente.

—¿Fertig? —preguntó.

No tenía tiempo para esto.

—Fellner —corregí.

La chica extrajo también un lapicero, asegurándose de dejar marcado el nombre que buscaba en la primera página de los registros.

—Claro, Margarethe Fellner —apuntó mientras asentía—. Ella dejó una credencial para que pudieras ingresar sin contratiempos.

—Perfecto, pero ¿qué hay del número de habitación?

—Dame un segundo.

Colocó aquellas listas sobre la parte superior del mostrador y volvió a bajar la vista hacia el montón de papeles. Antes de que respondiera a mi pregunta, mis ojos se posaron en el único dato que mi mente buscaba con desesperación: 2102, piso dos.

—Acabo de recordar el número —improvisé con una sonrisa forzada—, te lo agradezco mucho.

No la dejé contestar a eso y enseguida dirigí mis pasos hacia las escaleras laterales. No estaba dispuesta a utilizar el elevador y soportar su melodía irritante, así que no lo pensé dos veces antes de correr en la dirección indicada y encaminar mi marcha hacia los escalones de la segunda planta.

Aceleré mis pisadas ya en los pasillos, cruzando habitación por habitación hasta posarme frente al cuarto correcto. Me olvidé por completo de anunciar mi presencia y tan solo irrumpí con desespero, haciendo que Wilhelmine se incorporara de un salto mientras me dirigía una mirada cargada de sorpresa. Mis ojos se desviaron hacia los viejos sofás del centro y, enseguida, hacia las persianas que mantenían cubierta a la enorme ventana del fondo (seguramente con la intención de evitar que la luz del sol traspasara por alguna parte del vidrio). Era una sala de mosaicos gastados y papel tapiz anaranjado, un espacio tan angosto que acercarme a mi hermana fue suficiente para encontrarme también con el rostro de mamá. Por un momento solo pude sentir miedo: recostada sobre aquella cama de hospital, lucía aún más enferma que antes.

—Deberías estar en casa de la familia Diederich. —Me giré para comprobar que era mi hermana quien me exigía una explicación—. Te dije que cuidar de ese trabajo era importante.

—Lo sé, pero...

—Era la única tarea con la que estabas obligada a cumplir —continuó reprendiéndome.

—Necesito hablar con mamá, yo... —Callé de inmediato con la esperanza de que Wilhelmine no hubiera reparado en mi tembloroso timbre de voz.

Si llegaba a enterarse de lo sucedido, no haría más que protestar y echarme en cara todas y cada una de las consecuencias que, con probabilidad, las tres nos veríamos obligadas a enfrentar.

—¿Hablar con mamá? —dudó.

—Es un asunto urgente —justifiqué para ahorrarme las declaraciones.

—¿Qué puede ser tan urgente como para que hayas decidido venir hasta acá?

—Bueno, es que...

—Yvonne, ¿eres tú? —Aquella pregunta interrumpió la conversación en el momento más indicado.

La voz de mamá sonaba tan débil que, en un inicio, no la reconocí. Había empeorado, eso era un hecho. Incluso cuando nadie se atreviera a admitirlo.

—Sí, mamá —le confirmé sin tardanza—, soy yo.

Vi a Wil cruzarse de brazos, aunque ni siquiera su muy evidente recelo impidió que ignorara sus cuestionamientos y me apresurara a cruzar el resto de la habitación. Me coloqué a un costado de la camilla con vacilación, no solo porque enfocar la vista en las notables ojeras de mamá resultaba una experiencia agobiante, sino también porque la sensación de culpa pareció aumentar de manera drástica en cuanto conseguí posarme junto a ella.

—¿Qué pasa, hija? —me interrogó—. ¿Todo está en orden?

Al principio no respondí. Las palabras se quedaron estancadas en mi cabeza y abrir la boca me resultó sencillamente imposible.

—¿Por qué estás aquí? —insistió.

—Yo...

«No, no puedo hacer esto»

Mi silencio la llevó a hacer un esfuerzo por sentarse sobre las sábanas.

—No te levantes, mamá, hace poco te tomaste el medicamento —intervino Wil de inmediato, acercándose unos pasos con la intención de ayudarla a recostarse.

Ella hizo ademán de sujetarla del brazo, pero mamá le indicó con una seña que la dejara permanecer en aquella posición.

—He descansado toda la mañana y, además, parece que Yvonne en serio necesita hablar conmigo.

—Bien, pero si vuelves a marearte tendrás que dejarme llamar a la enfermera y...

—Sin estudios de sangre, Wil —la interrumpió mamá de golpe, dedicándole un ceño fruncido.

—Si sigues empeorando, será la única opción por la que podré optar, ¿entiendes?

Sé que Wilhelmine es obstinada y testaruda, aunque temía que, esta vez, su terquedad no fuera suficiente para convencer a mamá de que debía realizarse algún tipo de examen médico.

—¿Por qué no vas y me consigues otra rebanada de ese pastel, eh? —dijo para distraerla.

—Bien, ya entendí —carraspeó Wil con aire de indignación, en especial porque resultaba evidente que mamá solo buscaba un momento a solas para conversar conmigo.

—Que sea de chocolate.

—Sí, claro.

Mi hermana se limitó a cumplir con su petición, abandonando la recámara con algo más que simple enfado.

—Qué terca—musitó mamá antes de volver a girar el rostro hacia mí—. Eso la mantendrá ocupada durante un tiempo, ¿no?

En otras circunstancias le habría agradecido por su manera de brindarme un poco de espacio, incluso me habría reído por el modo tan ingenioso en que había conseguido que Wil centrara sus esfuerzos en localizar un trozo de pastel. Sin embargo, con el miedo estrujándome el pecho sin ninguna clase de restricción, lo único que pude hacer fue lanzar al aire un suspiro de angustia.

—¿Qué ocurre, cariño?

Ella murmuró esa frase al mismo tiempo que mi vista se desviaba hacia la mesita que decoraba la esquina de la habitación. Sobre la superficie, un envase marcado con una etiqueta que ya había leído múltiples veces entre las páginas de un viejo manual de psiquiatría: Lorazepam. Las guías de medicamentos eran difíciles de comprender, pero no imposibles de memorizar. En especial cuando eran los temas de salud los que, en su mayoría, lograban capturar mi interés. Le habían recetado un ansiolítico (uno que seguramente tendría el propósito de acabar con sus dificultades para conciliar el sueño), pero el Lorazepam era también un muy potente sedante. Por la forma en que Wil se había quejado hace algunos segundos, estaba completamente segura de que dicho medicamento no tardaría en hacer efecto.

«Es una idea terrible, Yvonne»

Mi atención volvió a posarse sobre su semblante desgastado. Que se esforzara por mantener los ojos abiertos solo ponía en manifiesto la veracidad de cada una de mis suposiciones y, por consiguiente, dejarme llevar por el impulso de actuar sin su consentimiento pareció ser la única alternativa a mi alcance.

—Las SS secuestraron a Lukas —solté de repente, pues estaba harta de soportar ese nudo en la garganta—. Cometí un error, mamá, uno que será muy difícil de corregir.

—¿Qué clase de error? —trató de entender.

—Necesito la ayuda de cierto medallón que... —empecé a balbucear—. Vamos, estoy segura de que lo conoces.

—¿De qué estás hablando, cariño?

—Papá lo mencionó hace un tiempo, ¿no es verdad? Él dijo que lo había ocultado en alguna parte de la casa.

Pude notar la confusión en su rostro, detalle que no me soprendió en absoluto. Con el efecto de aquel medicamento en su sistema, lo único que mamá podría hacer sería luchar por no quedarse dormida.

—¿Corregir? —se preguntó a sí misma.

—¿Dónde está ese medallón, mamá?

—Tu padre lo escondió porque creía que nadie debía tocarlo —se permitió contestar.

—Lo sé. —Era de las pocas cosas que papá se había esforzado en repetir, tal vez porque era consciente de lo peligroso que activarlo sería—. Pero tienes que decirme en dónde está.

Sé lo que estarás pensando para este momento, querido diario: ¿"Cuál medallón"? ¿"Acaso me he perdido algo"?Aunque tal vez no te guste escucharlo, tendré que confesar que la respuesta a esa última pregunta es un sí: lamentablemente, aún no estás al tanto de todos los hechos que me llevaron a idear el plan que rondaba por mis pensamientos. Lo cierto es que, para ese entonces, ya sabía de la existencia de un curioso artefacto conocido como "el medallón del tiempo". El porqué es algo extenso, así que prefiero ahorrarme las explicaciones para más adelante.

—No, yo... —Negó con la cabeza—. Nunca te dejaría usar algo como eso, cariño.

—Tienes que decírmelo —supliqué—, por favor.

—Ha sido un accidente —murmuró entre dientes, ahora con frases un tanto incoherentes—. Tal vez Wilhelmine pueda hacer algo al respecto.

—Este es mi error, mamá, no de Wil.

Ella parpadeó varias veces, haciendo un intento por mantenerse despierta.

—¿Mamá?

—Estaba pensando... en el medallón de tu padre, ¿lo recuerdas? —Alzó la vista hacia mí—. Viajar en el tiempo... Vaya, esa cosa sí que lo podía todo.

Aquella oración me permitió confirmar lo mucho que, en realidad, ya parecía encontrarse bajo los efectos del medicamento.

—Lo sé, mamá. —Y aprovecharme de la situación me hizo sentir tan culpable que no pude más que bajar la cabeza antes de continuar insistiendo—: Ese medallón... ¿Tú sabes en dónde está?

—Creo haberlo puesto detrás del madero suelto del armario.

¿Vergüenza? No voy a negarlo, pues lo que hice fue terrible. A pesar del modo tan humillante en que había conseguido hacerme con la información, ahora contaba con los recursos suficientes para poner en marcha mi plan.

—Díselo a tu hermana —susurró mientras se dejaba llevar por el inevitable impulso de cerrar los ojos—. Díselo, ¿de acuerdo?

—Tengo que irme, mamá... Ya voy bastante tarde.

Escapé de la habitación igual que como una cobarde lo hubiera hecho. Me crucé con Wilhelmine cerca de la puerta, aunque me vi en la obligación de empujarla del hombro con tal de darle a entender que debía hacerse a un lado.

—¿Qué diablos te pasa, Yvonne? —se quejó con molestia.

La ignoré por completo.

* * * * * * *

No tengo la claridad de cuántos kilómetros caminé ni por cuánto tiempo. Independientemente de las respuestas, fui capaz de volver a casa justo a tiempo para preparar las fases de un plan que mamá me había prohibido seguir. No había más formas de justificar mi insolente actitud.

Antes te prometí que te explicaría las cosas, ¿no es cierto? Pues bien, creo que por fin estoy lista para hacerlo. Así que presta atención:

Años atrás, algo muy extraño ocurrió con papá. Desapareció después de haberse enterado de que su madre, mi abuela, había fallecido en un accidente automovilístico. Así como lo escuchas, él simplemente no volvió a casa durante semanas. Mamá desconocía su paradero y jamás advirtió sobre su ausencia a ninguna de nosotras. Solo se esfumó. Recuerdo haberme sentido decepcionada, incluso enfurecida, con quien creía que jamás tendría el valor de abandonarnos.

Mamá hablaba conmigo todos los días, noche tras noche repitiendo las mismas frases: "Papá no tardará en regresar", "Papá debe tener buenas razones para irse", "Papá nunca nos dejaría para siempre, Yvonne"... Mantuvo mis esperanzas a flote, y fue por ella que logré convencerme de que las cosas volverían a ser como antes.

Sin mamá... No. Mejor evitemos pensar en esa posibilidad.

Pasados unos meses, él regresó a casa. Actuaba diferente, pues lucía algo... desesperado. Ese día nos abrazó cientos de veces, lloró como nunca lo había hecho y pidió perdón en tantas ocasiones que pensé que había cometido alguna clase de delito. No fue así como ocurrieron las cosas. El porqué se comportaba de aquel modo lo comprendí unas horas más tarde, esa misma noche: papá acababa de pasar por una experiencia aterradora, un acontecimiento que le había hecho creer que jamás volvería a casa.

"—Fue un capricho mío —nos explicó, obligándonos a tomar asiento a la mesa del comedor—, cometí el error de cambiar algo que nunca debí de haber modificado.

Mamá alzó la vista con preocupación.

—¿A qué te refieres, Thomas?

—Mi deseo por corregir el pasado me dejó atrapado en otra realidad".

El objeto causante de su desaparición había resultado ser una pequeña reliquia de apariencia inofensiva, aunque no por eso menos riesgosa. Era una especie de collar, un medallón antiguo y lujoso que no hacía más que confundirse con un llamativo colgante de rubí. Cuando extendió aquel medallón frente a nosotras, también nos hizo prometer que jamás trataríamos de buscarlo, aun cuando se encontrase dentro de los muros de la casa.

"—Es tan peligroso que debemos conservarlo —decía él, seguro de que ocultarlo en cualquier otro sitio sería catastrófico—. A partir de ahora, nosotros seremos sus guardianes —estipuló—. La primera regla es clara: no permitan que nadie se acerque al medallón. La segunda es todavía más sencilla: jamás toquen esta cosa."

Después de haber memorizado aquel juramento, papá nos contó lo que ese objeto podía hacer: ofrecía la posibilidad de cambiar el pasado, viajar en el tiempo y alterar cualquier tipo de acontecimiento. La misteriosa reliquia tenía la capacidad de retrasar horas, días y hasta años, aunque no más de veinte para ninguno de los casos. Los interruptores que decoraban sus orillas debían ser presionados en una ocasión si el usuario buscaba retroceder años, dos veces para los días y, para las horas, serían necesarios tres apretones. Sonaba sencillo, pero el riesgo de meterse con el tiempo era enorme. Modificar el pasado cambiaría el presente de una manera que no muchas personas alcanzan a concebir.

"—¿Dónde lo conseguiste, papá? —preguntó mi hermana.

—Tu abuela lo mantenía resguardado en una de sus cajas fuertes, Wil —musitó en voz baja mientras se giraba hacia ella—, y ahora veo el porqué."

Cuestionamos los detalles de su historia durante toda la noche. Al parecer, papá supo de la existencia de aquella reliquia familiar desde que era un niño, aunque sus padres jamás lo dejaron acercarse más de lo necesario. Ocultaron el medallón para asegurarse de que permanecería intacto, al menos así fue hasta que papá decidió saltarse el código de conducta.

"—¿Por qué lo usaste, Thomas? —Recuerdo haber notado lo distinta que lucía mamá con aquel gesto de tristeza en su rostro.

Por un momento pareció que papá no deseaba responder, pero lo hizo:

—Quería a mi madre de vuelta."

Ahora que se ha ido, comprendo cada una de sus razones para tomar una decisión tan drástica como esa. A veces la muerte parece el fin del mundo, y lo cierto es que yo también hubiese dado todo por tratar de revertirla.

Debo confesar que la idea de utilizar el medallón ya había pasado por mi cabeza en varias ocasiones, incluso desde antes de que Lukas cayera en manos de las SS: el día que murió papá; la tarde de su funeral; las noches siguientes a su inesperada ausencia; en el momento en que un viejo ejemplar de El diario de Ana Frank me llevó a recordar sus historias para dormir y cuando las preguntas de Lukas me hicieron pensar en lo mucho que añoraba su presencia... Estuve tentada a usar esa reliquia varias veces; sin embargo, cada vez que estuve a punto de romper las reglas, una parte de mí traía a la memoria lo sucedido con papá años atrás: él ya había tratado de evitar una muerte, y había fracasado en el intento. Fue ese pensamiento lo que me llevó a creer que, quizás, un evento tan ajeno y repentino nunca podría estar en condiciones de ser controlado.

Pero las cosas eran distintas ahora. La desaparición de Lukas no era algo "ajeno y repentino", más bien el producto de la suma de cada una de mis equivocaciones. Consistía en un descuido que jamás debió de haber ocurrido y, por tanto, yo tenía la responsabilidad de remediarlo.

Admito que mi actuar fue impulsivo. Casi todo emocional, casi nada racional.

Entré en el cuarto de mamá en completo silencio, como si se tratase de un robo cuyo ladrón desconoce las verdaderas consecuencias de sus actos. Fue fácil distinguir el armario en medio de la oscuridad, aunque no fue sencillo fingir que hacía lo correcto mientras me acuclillaba en el suelo y me esforzaba por localizar el agujero indicado. Extender mi mano fue suficiente para mover el madero suelto y alcanzar el objetivo que tanto buscaba: una pequeña caja metálica que, en cuestión de segundos, tuve frente a mí. Pensaba que no habría que enfrentar más obstáculos para poner el plan en marcha, no hasta que mis ojos se posaron sobre la cerradura exterior del cofre.

«Rayos»

Enfoqué la vista en aquella abertura. La llave debía tratarse de un objeto oxidado y grueso, nada mayor a tres centímetros de largo.

«La llave... Sé que la he visto en algún sitio»

Estaba sentada en el sillón de la sala cuando, hacía algunos años, papá se acercó a mí para ofrecerme un libro. Un diario, mejor dicho. Me aseguró que nadie podría leer sus contenidos si utilizaba también un candado y resguardaba la llave en algún lugar secreto. Pude escuchar los murmullos de mamá cuando él volvió a la cocina. Estaba molesta, aunque nunca creí que se tratase de algo verdaderamente importante.

"—Te dije que no se la dieras, Thomas —insistió en reprender a papá.

—No se dará cuenta, ya verás —replicó él—. Además, ella es el escondite más seguro que conozco".

Con el cofre aún entre mis manos, solo pude pensar en lo ridículo que resultaba dicho escenario, quiero decir, yo había jugado con esa llave en cientos de ocasiones. La había utilizado como separador de páginas, había dibujado con tinta indeleble un par de corazones sobre su superficie, la había perdido múltiples veces e, incluso, había terminado por morderla mientras me concentraba en las palabras correctas durante mis horas de escritura. Esa simple pieza de metal que todo este tiempo creí tan mía, era, en realidad, el único objeto en mi habitación que no me pertenecía. Comprendes lo que eso significa, ¿cierto? Así es, querido diario: tu llave siempre ha sido más especial de lo que aparentaba.

Ni siquiera me concedí la oportunidad de vacilar antes de salir disparada en dirección a mi recámara. Me dirigí a toda prisa hacia el tocador, dispuesta a rebuscar en el fondo de los cajones hasta dar con el candado que tanto necesitaba. Apartando con premura los cepillos y cremas para el cabello, no pasó mucho tiempo antes de que me topara con la llave. Introducirla en la cerradura sin que los dedos me temblaran fue toda una hazaña, e imaginar lo sorprendente que sería volver a hallarme frente a esa reliquia lo fue todavía más.

Puedo asegurarte que, cuando la misteriosa caja se abrió para mí, las cosas jamás volvieron a ser como antes.

Allí estaba: "el medallón del tiempo" tendido en el interior del cofre. El rubí que llevaba al centro era tan hermoso que dejar de mirarlo me resultó imposible y, sin pensarlo demasiado, mi vista recorrió también cada uno de los veinte botones que decoraban los alrededores de la piedra. ¿Alguna vez te has impresionado tanto que en tu mente solo puede haber espacio para una única frase? En mi caso, la misma oración quedó estancada en mi cabeza como si se tratase de un disco rayado: "tengo lo necesario para salvarte, Lukas".

Estaba preparada para esto. Los escuadrones que, supuestamente, debían garantizar la seguridad de nuestra especie acababan de convertirse en el peor de mis enemigos, y estaba dispuesta a retroceder seis horas para encontrar una explicación.

«Presiona tres veces el interruptor número 6»

Entonces las circunstancias cambiaron. Mi vista se nubló un poco, difuminando la escena que tenía enfrente hasta que pude volver a enfocar la habitación con total claridad. La luz que entró por la ventana me encandiló, causando ese efecto en mi piel que ya resultaba una costumbre. Me arrastré hacia la sombra con rapidez mientras me aseguraba de poder visibilizar mi cuerpo de nuevo, pues, en ocasiones, ser incapaz de distinguir tan siquiera mis propias manos era en verdad una pesadilla.

«Hay sol..., una vez más hay sol»

Solo unos segundos me bastaron para reparar en lo que realmente ocurría.

«Oh, cielos»

Mediodía. Seis horas habían sido suficientes para reencontrarme con la luz del sol.

Tuve la impresión que la "aterradora" habilidad del medallón para viajar en el tiempo no resultaba tan escalofriante como papá había dicho que lo era, por el contrario, me parecía misteriosa y cautivadora. Fue un error haberme dejado llevar por su magnificencia, por cierto. Ahora entiendo que esa cosa no es más que un generador de problemas, aunque el porqué de mi conclusión te lo explicaré más adelante. Por ahora, lo único que debes saber es que, en aquel momento, creí que esto no sería más que un juego de estrategia. Uno que, quizá, no sería tan difícil de ganar.

Mi cadena de pensamientos se vio interrumpida por un ruido en la cocina: alguien caminaba por allí, moviendo todo con desesperación como si en verdad se tratase de una búsqueda de muy alta urgencia. Me até la cadena del medallón al cuello, asegurándome de mantenerlo a salvo. Me había planteado la idea de que, en caso de que las SS fueran las culpables de tanto escándalo, haría lo que fuera por ocultar la reliquia de su vista; después de todo, la guardiana del medallón seguía siendo yo.

Abandoné la habitación con cautela, cruzando por el vestíbulo para evitar toparme con la cocina y el espacio correspondiente al comedor. Estuve a punto de alcanzar la salida principal, así hubiera sido de no ser porque una voz familiar me obligó a detenerme cerca de la puerta:

—¡Agh! —se quejaron—. ¡No las encontraré nunca!

Con ese tono de frustración, fue sencillo reconocer que se trataba de mí, intentando localizar con apuro un par de botas negras. Asomé la cabeza por el muro contiguo, observando a mi "otra yo" buscar bajo la mesa.

«Tranquila, solamente eres tú»

El miedo se esfumó de inmediato, aunque eso solo dio pie a que la incertidumbre se apoderara de mí.

«Verte a ti misma frente a ti es... extraño»

Salí de casa con precaución. Tenía por seguro que mi yo del pasado no debía reparar en mi presencia, lo sabía de antemano gracias a los argumentos disparatados que solían caracterizar a las novelas de ciencia ficción.

«Acelera tus pisadas»

A partir de entonces, los eventos se volvieron impredecibles. Encaminarme hacia la gran mansión fue otro más de mis errores, tal vez el primero que me llevó a concretar aquel plan desastroso que contribuyó a que todo se fuera a la ruina...

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