Capítulo 10: 28 de septiembre de 2003

Lo primero que vi en cuanto mis ojos volvieron a abrirse fue un sofisticado candelabro de forjados finos y dorados, que colgaba con aire de magnificencia desde la superficie interna del techo.

«Es obvio que sigo aquí»

Hice un esfuerzo por recobrarme, levantándome con lentitud hasta quedar sentada sobre las sábanas de una cama. Me dolía la cabeza, quizás solo un poco para tratarse de los consecuentes efectos de un desmayo, aunque fue cuando me llevaba las manos a la frente que, de pronto, me topé con el semblante desconocido de una chica. Una niña de tez morena que me observaba con disgusto desde el centro de la habitación.

—Ya despertó —la escuché balbucear en cuanto sus ojos se cruzaron con los míos.

—Ya era hora, corazón.

Girar la cabeza fue suficiente para encontrarme también con el rostro de Isabel, cuya presencia a las orillas del colchón apenas me daba la oportunidad de notar.

—Su nombre es Emma —me aclaró ella enseguida, seguramente tras haber reparado en el desconcierto con que mis ojos se posaron sobre aquella chica—. Las dos trabajamos juntas para traerte hasta aquí.

Emma asintió con tanta rapidez que el cabello le cubrió casi la mitad de la cara. Desconocía el porqué de su aparente molestia, pero la forma en que me recorría con la vista de arriba abajo no me agradaba en absoluto. ¿Acaso había algo en mí que le resultara incómodo? La chica me dirigió un ceño fruncido antes de volver a bajar la cabeza.

—¿Qué pasó? —pregunté, no solo porque quería dejar de lado sus miradas inquisidoras, sino porque el último de mis recuerdos me obligó a centrar la atención en un tema completamente distinto—. ¿Dónde está Lukas?

—¿Lukas? —Isabel pareció apenada—. Estaba contigo, ¿no es así?

—Estaba junto a mí —le confirmé—. En la cocina y... ¿No fue él quien la llamó?

Soltó una débil carcajada, como si aquello en serio acabara de generarle alguna especie de gracia.

—¿Llamarme a mí? ¡Qué va! —resopló con incredulidad—. No se puede hacer mucho mientras se está inconsciente, ¿o sí?

—¿Inconsciente?

—Lukas le tiene una fobia tremenda a la sangre —empezó a decir mientras negaba con la cabeza—. Se marea cada vez que ve sangre, y lo cierto es que tú tenías un poco en la nariz.

—¿Cómo? —dudé—. ¿Se asustó demasiado cuando me vio?

—Se desmayó justo arriba de ti, corazón.

Mis cejas se alzaron con más que simple sorpresa.

«Qué gran forma de ayudar al herido, ¡caerte sobre él!»

Dibujé una sonrisa en el rostro, admito que con la intención de contener la risa.

—No fue nada grave, desde luego —añadió su madre para restarle importancia al asunto—. Ahora está leyendo sin descansos en su habitación.

«¿Y el papel de Emma en el resto de la historia?»

Mi mirada volvió a posarse sobre aquella chica. Su cabello era lacio y oscuro, las facciones de su cara podían pasar por las de una niña de adinerada ascendencia extranjera y el color de sus ojos tenía un marrón de tintes muy poco usuales... Era bonita, me parecía que mucho más que yo. Y te confieso, querido diario, que aquello me parecía un hecho extrañamente preocupante a pesar de desconocer muy bien el porqué.

—¿Ella y Lukas se conocen? —Esperaba que mi angustia no resultara tan obvia tras haberme atrevido a hacer tal pregunta—. Me refiero a Emma, digo, ¿cómo llegó ella hasta aquí?

—Es la hija de Bertha —aclaró Isabel—, nuestra chef cocinera.

—Creí que ella no venía los sábados...

—Hoy es domingo, corazón.

«¿Domingo?»

Tuve la intención de mirar mi reloj de muñeca, aunque haber bajado la vista también me bastó para notar su ausencia. Suponer que lo habría olvidado en casa fue la primera excusa que mi mente se vio forzada a aceptar.

—¿Estuve un día inconsciente? —inquirí.

—No, ni siquiera te desmayaste por más de unos minutos, pero te quedaste dormida una vez te trajimos hasta la habitación de huéspedes. —Era cierto. Incluso dado a mi claro nivel de desorientación, recordaba haber hecho un esfuerzo por recobrarme del piso—. Fue una fortuna que Emma escuchase los ruidos desde el primer piso.

—¿Pasé la noche aquí?

—En efecto.

—Y mi mamá... —Entrelacé las manos con inquietud—. ¿Ella ha llamado?

—Hace unas horas, sí —especificó la mujer para mí—. Le dije que todo estaba en orden, pero insistió en que tu hermana vendría por ti más tarde.

Asentí, dándome el permiso de recuperar la calma.

—Claro, entonces... —vacilé—. Supongo que tendré que esperarla durante otro par de horas más, ¿no?

—Trata de relajarte por ahora. —Isabel me dedicó un gesto amable al tiempo que colocaba una mano sobre el hombro—. Sé que seguirle el paso a Lukas puede llegar a ser demandante, pero estarás bien siempre y cuando te tomes un momento para descansar.

Que Emma se girara con precipitación hacia la puerta me llevó a centrar mi atención en ella. Solo pude observarla con desconcierto, en especial cuando dibujó una leve sonrisa que parecía denotar aire de nerviosismo.

—Yo no soy demandante.

La voz de Lukas me sobresaltó del susto, haciendo que mi respiración se entrecortara y mi cuerpo se esforzara por recobrar la compostura. No fue nada sencillo: la rapidez de mis movimientos me provocó un mareo repentino y un dolor punzante en el abdomen.

«Agh, que se haya caído sobre mí ahora no parece tan gracioso»

—Solo estoy jugando, corazón —se excusó su madre mientras le miraba entrar en la habitación—. Lo que trataba de decirle a Yvonne es que es importante que guarde reposo.

—¿Que guarde reposo de mí? —preguntó, ofendido.

—Está algo cansada —le insistió Isabel—, eso es todo.

—¿También le duele la cabeza? —Solo tras haberlo oído pronunciar esa frase caí en cuenta del modo tan débil en que murmuraba las palabras—. Porque, conmigo, el dolor sigue sin quitarse.

Su frágil tono de voz me hizo sentir... No lo sé, algo angustiada, quizás. Así de repente tuve la intensa e inexplicable necesidad de abrazarlo, como si procurar que se sintiese mejor fuera realmente importante para mí. Claro que no hice ademán de moverme, pues lo cierto es que ni siquiera tuve el atrevimiento de dirigirle la palabra.

—Vamos, corazón, dejemos a Yvonne descansar por un rato. —Me limité a observar cómo Isabel avanzaba unos pasos mientras empujaba a su hijo por la espalda, animándolo a abandonar la habitación.

—¿Me darás a cambio una pastilla para el dolor cabeza? —replicó él en respuesta.

—Me parece que tengo esas medicinas en mi recámara... ¡Puse tus cosas sobre la repisa superior del armario, Yvonne! —me recordó ella desde el fondo del pasillo.

Hice un intento por levantarme de la cama, pero una vez me puse de pie, las rodillas me temblaron tanto que casi caigo al suelo. Emma abrió la boca con vacilación cuando se percató de mis tambaleos; no obstante, prefirió permanecer callada y mantenerse en el mismo sitio de antes, fingiendo que su nula intención por ayudarme sería lo más correcto.

—A veces me mareo cuando me levanto muy rápido —le expliqué, buscando iniciar alguna clase de charla.

No contestó. Mantuvo los ojos fijos en mí, de esquina a esquina, ambas nos observamos con cautela durante algunos segundos que dieron la impresión de ser eternos.

«En definitiva, no luce muy dispuesta a conversar»

Bajó la mirada instantes después, no sin antes haberme echado un último vistazo cargado de disgusto. Era obvio que yo no le agradaba a esa chica y, en cierto modo, creía saber el porqué: pude notar el rubor en sus mejillas en el momento en que Lukas entró en la habitación. Que estuviera enamorada de él no parecía una hipótesis tan difícil de formular.

—Él te gusta, ¿verdad?

Emma levantó la cabeza, sus ojos tan abiertos como dos grandes platos. Estaba sorprendida, tal vez de que alguien tan extraña como yo hubiera sido lo suficientemente intuitiva para adivinarlo... No estoy muy segura, aunque el caso fue que ni siquiera tuvo la intención de responder a mi pregunta. En su lugar, optó por guardar silencio y dirigir sus pasos hacia la puerta, apresurándose a salir del sitio como si escapar fuese su única alternativa.

—Tomaré eso como un sí —pronuncié para mí misma.

Es evidente, ¿no? Uno se pone nervioso cuando está enamorado, lo había leído varias veces entre las páginas de las obras clásicas de ficción. Ella jamás podría negármelo; sin embargo, fue justo cuando pensaba en eso que una idea no muy confortante se atrevió a cruzar por mi cabeza: ¿no había sido yo quien, desde hacía varios días, se quejaba del constante nerviosismo que parecía inundarme cada vez que Lukas se encontraba junto a mí? Los latidos acelerados, el sudor en las manos y los discursos divagantes... ¿No eran esos los mismos síntomas que implicaba estar enamorada de alguien?

—No, eso sería imposible —prostesté de inmediato—. Si fuera de ese modo, ya estaría completamente embobada con su presencia.

Parpadeé varias veces, perpleja.

«Sí lo estoy, ¿no es cierto?»

Permanecí inmóvil en medio de aquella habitación, segura de que no podía tratarse de algo más que de un cruel e insoportable chiste. Desconocía si era eso lo que en verdad ocurría conmigo, o si se trataba simplemente de una afortunada exageración. Y ¿te digo una cosa, querido diario? Realmente esperaba que la respuesta fuera tan sencilla como la segunda opción.

«Tranquila, estoy segura de que esto tiene otra explicación»

Ese pensamiento me ayudó a dejar el tema de lado para enfocarme, en su lugar, en localizar el paradero de mis zapatos. Habiéndolos hallado dentro de las repisas del armario, salí de la recámara para toparme con un sitio hasta entonces poco conocido: el pasillo del lado derecho de las escaleras. En este corredor había cinco o seis puertas, pero no me atreví a abrir ninguna por miedo a que lo que estuviera dentro me diera más motivos para desear quedarme todo cuanto pudiera.

El final del pasadizo no estaba muy lejos. Vislumbré las escaleras infinitas segundos más tarde, lo que me llenó de un profundo alivio. Me había familiarizado ya con la enorme sala principal, aunque la comodidad se esfumó por completo en cuanto estuve frente a las puertas del pasillo de la izquierda. Sabía que el pequeño corredor y su trío de fotografías volverían a atraer mi atención y, de hecho, sí que lo hicieron. ¿La diferencia con aquella última ocasión? Esta vez, no dejé que mi cabeza divagara en la aparente distancia que el padre de Lukas marcaba con frialdad y opté por concentrarme en mi lugar de destino: una puerta entreabierta que, para colmo, albergaba más preguntas que respuestas.

Empujé la madera con suavidad para volver a encontrarme con la recámara de Lukas. Avancé confiando en que él estaría del otro lado, pues la puerta debía estar abierta por una razón, ¿no es así?

Al principio caminé con decisión, aunque haberme topado sin previo aviso con el rostro de Emma me hizo frenar de golpe. Sentada sobre la cama, se distraía con las almohadas que decoraban las sábanas, sujetando entre manos el mismo cojín que yo había utilizado el día de ayer para ocultar mi rostro avergonzado de la vista de cierto chico.

Mi mirada se desvió hacia la esquina más apartada del cuarto: Lukas con audífonos puestos, la computadora portátil sobre el escritorio y los ojos clavados en la pantalla... Casi podía apostar que daba todo de sí a fin de ignorar a Emma, exactamente igual que como había hecho conmigo durante nuestros primeros encuentros. Tal deducción me llevaba a plantearme de lleno la siguiente pregunta: ¿sería ella la misma persona de quien había intentado esconderse hacía algunos días? Todo apuntaba a que sí. Estaba segura de que era por ella que él y yo habíamos terminado encerrados en aquel angosto almacén...

«No, ni siquiera quiero recordarlo»

Me forcé a mí misma a apartar tal escena de mi cabeza justo cuando Emma posaba los ojos sobre mí. Se bajó de la cama de un salto antes de inspeccionarme con la vista, pasando la mirada desde mis viejos zapatos hasta los listones tejidos que adornaban las trenzas de mi cabello.

—Yo no estoy aquí porque... Bueno, no es por eso que tú crees —tartamudeó con nerviosismo, seguramente recordando el último de nuestros no muy gratos encuentros. Retrocedió unos pasos aún con los ojos fijos en mí, aunque unos segundos de aquella incomodidad le bastaron para preferir salir de la habitación.

Me encogí de hombros, dispuesta a restarle algo de importancia al incidente. De todos modos, ella debía tener sus razones para querer evitarse conmigo cualquier clase de conversación.

Sin pensar demasiado, me tomé la libertad de continuar con mi caminata hasta colocarme detrás de Lukas. Desde una posición como esa, fui capaz de tener un panorama más amplio de la pantalla del portátil: archivos y más archivos, como si realmente estuviera decidido a completar aquella investigación.

—¿Todavía sigues con eso?

Respingó al escuchar mi voz y, sobresaltado, se apresuró a cerrar la tapa del computador.

—Demonios, Emma, te dije que no quería que... —Giró el rostro hacia mí—. Ah, solo eres tú.

—¿Perdona?

—Creí que Emma se había... —Le echó un rápido vistazo al resto de su habitación—. Olvídalo, no importa.

—¿Por qué estaba ella aquí?

¿No son esas las palabras de una típica novia de literatura en medio de un episodio de celos injustificados?

«Esto en verdad comienza a preocuparme»

Fingí no haber pronunciado eso último antes de darme prisa en corregir la oración:

—Me refiero a... Pensaba que ella solo estaba de visita.

—Mamá la deja entrar casi todo el tiempo —explicó, indiferente.

—¿Por qué?

—Supongo que simplemente no quiere que esté sola. —No se demoró ni un instante en abrir el ordenador y hacer un intento por evadir el tema—: Lo relevante aquí es que ya encontré a más de tus parientes, todos igual de raros que tú.

«¿Igual de raros que yo?»

—Puedo notar que ha dejado de dolerte la cabeza —expresé con ironía.

—Y yo puedo notar que has preferido no hacer caso a las órdenes que te dio mi mamá.

Me crucé de brazos.

—No necesito descansar, ¿de acuerdo? Ya tuve suficiente con haber dormido durante horas. —Y, en el fondo, era consciente de que quería pasar el tiempo restante a su lado—. Eso no cuenta como desobedecer.

—Sí cuenta si hiciste todo lo contrario a lo que te dijeron que hicieras —argumentó—. Desobedecer a un adulto implica comportarte en contra de las instrucciones o las órdenes dichas.

—Quedarme en cama no era una orden, más bien era una recomendación.

—Puedes pensar lo que quieras si eso te ayuda a calmar tu conciencia.

«Claro, ¡lo que faltaba!»

Me volví hacia Lukas con la boca abierta, aunque haber generado tal silencio también bastó para que él retomara el tema anterior:

—Este de aquí es Ferdinand Fellner II —me dijo mientras apuntaba a la pantalla del computador—, fue un arquitecto que participó en la guerra. Alemania ganó una batalla porque él tenía el poder de hacer sufrir a otros soldados con tan solo tocarlos.

—Eso es inútil —espitulé sin vacilar—. Para empezar, jamás he lastimado a nadie.

—¿Has querido hacer que una persona sufra mientras la tocas?

—Pues no, pero...

—Hay que intentarlo ahora —sentenció con aire de impaciencia—, será divertido probar la habilidad en ti, ¿no lo crees?

—¿Divertido? —Me eché a reír—. Más bien estúpido.

Ni siquiera me dio la oportunidad de poner en duda su propuesta. Dejó el ordenador sobre el escritorio y se dio prisa en levantarse de un salto, tomando mi mano para jalar de mí hacia la salida.

—Oye, espera —me solté de su agarre casi enseguida—, no me gusta ser arrastrada, ¿comprendes? —Me había limitado a dejarlo pasar en varias ocasiones, pero ya no estaba dispuesta a seguir pretendiendo que no me fastidiaba—. Prefiero que me digas hacia dónde debo ir y ya está.

—¿Prefieras que te diga hacia dónde ir y ya está? —repitió.

—Es justo lo que acabo de decir.

—No te gusta ser arrastrada —concluyó a modo de anotación.

—Exacto.

—Vale... —Parpadeó varias veces—. Entiendo.

—Puedo caminar sola.

—Perdón, yo... ¿fui inapropiado y descortés? —De pronto me dio la impresión de que estaba preocupado—. Que mi mente esté enfocada en la conducta lógica puede impulsarme a provocar molestias y a actuar de manera poco sensata, ¿no?

«Cielos, ¿qué?»

—No, Lukas, me refería a...

—Si siento que he sido una molestia, estoy seguro de que puedo encontrar la mejor manera de aprender a comportarme a partir de tus opiniones para, así, mejorar mi comunicación contigo.

—No lo decía tan en serio —traté de hacerlo razonar.

—Se pueden cometer errores porque la falta de precisión en algunas de las dinámicas del lenguaje lo ameritan, ¿no lo crees, Yvonne? Los rituales de la interacción social pueden ser problemáticos para cualquier persona, independientemente de si son iguales a mí o no.

—Para ya, Lukas —insistí.

—Es necesario evaluar las situaciones para que el actuar sea más considerado con las personas...

—De acuerdo, puedes estar tranquilo ahora. —Lo sujeté de ambas manos. No tenía ni la menor idea de cómo calmar lo que de repente tuvo tintes de "fuga de palabras", pero con aquella cercanía al menos conseguí que detuviera su discurso y enfocara la mirada momentáneamente en mí—. Con que lo hayas comprendido me basta.

—Sí lo comprendí.

—Bien. —Tragué saliva de manera audible. Como mínimo había funcionado—. Así está perfecto.

—¿Con eso es suficiente?

—Sí.

—No volveré a jalarte, Yvonne. Lo prometo.

Asintió para sí mismo y enseguida se soltó de mi agarre, retrocediendo algunos pasos para concederme la oportunidad de cruzar por la salida.

«Ni por asomo esperaba que un solo comentario causara tanto revuelo»

Lo miré con algo de incertidumbre antes de disponerme a avanzar por el corredor. Con él detrás de mí, permanecí callada al llegar a las escaleras y tampoco dije nada cuando la enorme sala se hizo presente; me obligué a cerrar la boca, guiándolo a través del pasillo de las esculturas hasta posicionarme cerca de la entrada.

Hay un detalle aquí que es importante recalcar, querido diario: estoy conociendo más a Lukas tras cada visita, y tal vez eso también implica aprender a manejar sus imprevistos con cierto toque de cariño. Suavidad, calma y comprensión, era así como las cosas habían tenido un punto de efecto, ¿no te parece?

—No creo que al gato le moleste ser tu sujeto de prueba —intervino él de repente, rompiendo con el silencio incómodo.

—¿De qué estás hablando? —dudé—. ¿Tienes un gato?

—A mamá no le gustan las mascotas, pero la casa de los vecinos está llena de ellas.

Observé cómo quitaba los cerrojos de la puerta principal para luego cruzar hacia el exterior.

—No pienso dejar que lo intentes conmigo —continuó diciendo—, así que lo harás con Morris.

—¿Morris es el gato de los vecinos?

—Debe de estar por ahí —agregó a modo de confirmación antes de señalar la fachada de la casa de al lado—. A veces vengo a visitarlo.

Tuve que aproximarme a la acera de enfrente para poder distinguir al adorable gato negro que reposaba sobre la base de una maceta.

—Cielos... —musité, muriendo de ternura—, ¡sí que es lindo!

—¡Ven aquí, Morris! —Que Lukas alzara la voz fue suficiente para que el gato obedeciera, incluso sin titubear—. Vamos, amigo, ¡ven!

—En verdad parece que el dueño eres tú —apunté.

—Es porque siempre se queda solo en casa.

—Aun así, es raro que un gato haga caso a alguien más que no sea su persona de compañía —me aseguré de recalcar—. Créeme, lo leí en un manual acerca de comportamiento felino.

Él se limitó a encogerse de hombros al tiempo que pegaba las rodillas al suelo, recibiendo al gato como si de su fiel mascota se tratase. El animal ni siquiera vaciló antes de frotar su pelaje contra él y enrollar la cola entre sus piernas.

—Tal vez es un gato diferente y ya está —contestó Lukas con indiferencia.

—Más bien creo que está enamorado de ti —ironicé en cuanto los ronroneos de Morris se sumaron a su exagerada muestra de afecto—, es simplemente demasiado para un felino común.

El omitió mi comentario, aunque también se apresuró a apartar las manos de aquel gato.

—Vale... Ahora tócalo tú —me ordenó—, pero tendrás que concentrarte en hacerlo sufrir.

—Eso es muy cruel...

—Es necesario si quieres descubrir la verdad —insistió.

—Pero ya sé cuál es la verdad.

—Vamos, Yvonne, ¡por favor! —Juntó las manos a manera de ruego.

Lo miré con los ojos entrecerrados antes de resignarme a la idea de ponerme de rodillas sobre el pavimento.

—Está bien, está bien —farfullé, molesta—. Lo haré.

«Pero solo por ti»

Desvié mi atención hacia Morris y, sin más rodeos, llevé mi brazo hacia su lomo. Una vez sentí su pelaje entre mis dedos, me empeñé en comenzar con mi tarea: quería que el gato sufriera (algo que no se me daba muy bien porque amaba a las mascotas), mas aquel animal ni siquiera hizo ademán de moverse. Permaneció quieto bajo mi mano como si le diera igual ser acariciado o no, y fue en aquel instante que reparé en lo ridículo que el solo hecho de continuar ejecutando tal prueba sería.

—No tengo poderes —repuse—, ya te lo había dicho.

—Inténtalo otra vez, ¿vale? —Parecía tener la ilusión de que funcionaría—. Apenas han pasado unos segundos.

—No quiero hacerlo.

Sus extraños encargos resultaban cada vez más frustrantes. Sí, mis antepasados parecían poseer dones extraordinarios, pero ¿dónde me dejaba eso a mí? Estaba enojada conmigo misma, tal vez más por decepción que por cualquier otra causa; que Lukas me informara sobre las "importantes vidas" de mis parientes solo me hacía sentir vana e increíblemente inservible.

—¿Por qué no?

No respondí a eso. Preferí guardar mis pensamientos y fingir que todo continuaba en orden, de allí que me limitara a cerrar la boca mientras me concedía la oportunidad de volver al interior de la mansión. Crucé la puerta de entrada con una sensación de impotencia, pues ni siquiera tuve el ánimo suficiente como para inventarme alguna otra excusa.

—Oye, Yvonne... —escuché a Lukas murmurar—, ¿estás enojada conmigo?

Sabía que me seguía las pisadas con cierta cautela, por lo que tampoco me costó mucho esfuerzo encaminar mi marcha hasta su habitación y no hacer más que dejarme caer sobre las orillas de su cama.

—No —pronuncié entre dientes.

—Entonces ¿por qué estás tan callada?

—Solo estoy cansada —improvisé, observándolo volver al escritorio con tal de tomar el computador en manos.

Obligarme a mentir me resultaba una idea insoportable, pero tienes que entender que, en el fondo, había algo en mí que no me dejaba del todo tranquila: esa profunda preocupación de que yo jamás encajaría con el resto de mi especie.

—Vale, prosigamos con la investigación.

«¿Acaso me queda otra opción?»

—La siguiente en la lista es Liliana Fellner —leyó en voz alta—, es una bioquímica que trabaja como espía para el gobierno.

—¿Como espía?

—Sí, porque tiene una visión que puede traspasar toda clase de pared.

Me dirigió una mirada expectante.

—Por todos los cielos, Lukas, ¿es en serio? —inquirí, no sin que una débil carcajada se me hubiera escapado de la boca—. ¡Si contara con esa habilidad, créeme que lo habría sabido ya desde hace tiempo!

—Pero... no pierdes nada con intentarlo, ¿o sí?

—¡Agh! —protesté—. Bien, ¡como sea!

Me coloqué frente al muro más cercano y me concentré todo cuanto pude, tratando de borrarlo de mi campo visual con la intención de descubrir lo que había del otro lado. No hace falta especificar las razones por las que aquello no surtió efecto.

—Lo siento —le dirigí una sonrisa forzada—, pero no tengo una súper visión.

—No importa mucho.

—¿Pararemos con las pruebas, entonces? —pregunté con la esperanza reflejada en la voz.

—No, tan solo seguiremos buscando. —Lo vi encogerse de hombros antes de que pasara a leer el resumen de la siguiente fotografía—: Ferdinand Fellner, nacido en 1847 con un sentido desarrollado de la flexibilidad física.

Giró la cabeza hacia mí, esperando por algún tipo de respuesta.

«Es obvio que no soy flexible»

Entorné los ojos al mismo tiempo que hacía un esfuerzo por alcanzar el suelo, alargando los brazos hasta que pude tocar la punta de mis zapatos. Jamás había bajado tanto como eso. Hice lo posible por llegar más lejos, pero el dolor en las piernas me lo impidió.

—La súper flexibilidad tampoco está en mis genes.

Me sentí frustrada, especialmente porque sabía que cada prueba fallida implicaba una posibilidad menos de coincidir con las asombrosas cualidades de mi familia. Para variar, andar de un lado a otro dentro de la habitación se convirtió en mi única alternativa cuando de controlar mi ansiedad se trataba.

—¿Por qué caminas en círculos? —me cuestionó Lukas al momento.

«Porque tengo ganas de llorar»

—Porque sí.

Mentí una vez más, negándome a la idea de confesar lo que realmente pasaba por mi cabeza. Él me echó otro vistazo antes de limitarse a continuar con la lectura:

—Jakab Fellner, el primer hombre en la historia capaz de cargar con el peso de vigas de construcción sobre sus hombros.

—¿Estás bromeando? —me reí—. ¡Ni siquiera soy capaz de levantar el microondas!

—Pues... podríamos intentarlo.

No sabes cuánto deseaba poder decirle lo que ocurría conmigo, pero... Vamos, ¿en verdad piensas que la idea de volver a pasar vergüenza frente a él no me aterrorizaba en absoluto? ¡Por supuesto que lo hacía! Es más, hacerle notar que yo no eran tan especial como seguramente él lo creía sería igual, o peor, que sabotearme a mí misma. Sin embargo, también era consciente de que fingir que "todo se encontraba en orden" sería tan ridículo y contradictorio como el simple hecho de traicionar mi propio sentir.

Para dar cumplida a la siguiente prueba, fue necesario abandonar su habitación y recorrer el pasillo alfombrado de la planta superior hasta topar con la entrada a la cocina. Lukas se aseguró de que Bertha (una mujer que, por lo visto, se trataba tanto de la chef de cocina como de la madre de Emma) no se encontrara en aquel espacio antes de decidirse a cruzar por la puerta de ingreso.

—No creo que esto sea una buena idea...

—Pero es una excelente forma de descartar el don —me interrumpió él en tono de objeción.

Se puso de puntillas para poder desenchufar el microondas, moviéndolo de poco en poco a fin de situarlo a las orillas de la encimera.

—Demonios, sí que es pesado —lo oí balbucear para sí mismo.

—¿De verdad crees que tengo poderes? —dudé—. No pienso que pueda ser tan increíble como todas esas personas.

—No te des por vencida todavía, ¿vale?

Me dedicó una mirada suplicante, deseando que por lo menos terminase con esta tarea.

Desvié la vista hacia el nuevo obstáculo: un microondas metálico que parecía burlarse de mí. No lo dejaría subestimar a alguien como yo porque, de cualquier modo, ¿quién podía asegurar que esta prueba terminaría en un rotundo y humillante fracaso? Existía la posibilidad de que la fuerza sobrehumana formara parte de mi repertorio de sorpresas, ¿no es cierto?

«No te rindas, Yvonne»

Me froté las manos para deshacerme del temblor y, así sin más, me dispuse a alzarlo en brazos. Cabe aclarar que solo un instante me bastó para perder toda confianza, pues el peso insoportable del aparato me obligó a soltarlo de golpe sobre la superficie de la mesa.

—¡Ya estoy harta! —le grité a Lukas casi enseguida, aunque admito que no debí hacerlo.

Estaba decepcionada, querido diario, en especial porque las historias que papá solía contarme acerca de nuestra "grandiosa" herencia familiar no parecían coincidir conmigo en ninguna clase de sentido.

No tienes noción de las enormes ganas de llorar que, en ese momento, se apoderaron de mí. No era muy buena para comprender mis propias emociones, mucho menos para controlarlas... Para colmo, el mundo exterior estaba lleno de ellas. ¿La parte más frustrante del asunto? No sabía si debía decírselo a Lukas, o si era que las personas normales acostumbraban guardárselo todo a pesar de sentirse terriblemente abrumadas.

—¿Qué te pasa? —quiso entender—. No lo estabas haciendo nada mal.

—Solo puedo desaparecer bajo el sol —sentencié con agobio—. Solo eso y ya, ¿me oyes?

—Pero no estaba...

—¡Olvidémonos ya de tus pruebas porque son completamente ridículas! —increpé.

—Más bien tú eres ridícula, porque yo solo estaba tratando de ayudar.

«Alto. ¿Cómo rayos acaba de llamarme?»

Me volví hacia él con la boca abierta.

—¿Qué dijiste, Lukas?

Entonces me sentí enfadada. Que me hubiese etiquetado como una chica ridícula me lastimó en muchas más formas de las que imaginé posibles. Las diferencias que tenía con los de mi especie ya ni siquiera parecieron importarme, tampoco las historias falsas de papá que, hasta hacía poco, habían conseguido entristecerme. No. En ese instante, solo pude pensar en el modo tan frío en que Lukas había pronunciado las palabras y en el terrible hueco en el pecho que aquello acababa de provocarme.

—Perdón —se apresuró a añadir—. Perdón, Yvonne, yo no... Acabo de hacer que te molestes conmigo, ¿verdad?

Quise continuar gritando, pero un último rastro de cordura me obligó a girar sobre mis talones para salir huyendo de la cocina, al menos antes de que fuera demasiado tarde para empeorarlo todo. Él me siguió, desde luego, incluso aunque hubiese dado todo de mí con tal de aumentar la velocidad de mis zancadas.

—No quise decir eso, ¿vale? —se excusó a toda prisa—. Es solo que, a veces, sí que te pasas con las exageraciones.

—Estás haciendo que me sienta peor —refunfuñé.

—Eso es porque eres tan rara que siempre terminas confundiendo las cosas.

Lo acepto: quizás sí estaba confundida, pero solo porque no tenía ni la menor idea de cuál era la manera correcta de reaccionar, de responder o, incluso, de interpretar sus frases.

—¿Estás tratando de ofenderme, Lukas?

—No —negó con la cabeza—, eso nunca, más bien... Tienes que escucharme, ¿vale? Tan solo...

—¿Cuál es tu problema conmigo? —inquirí, tan molesta como nunca antes lo había estado.

—Ninguno, yo...

—¿Crees que simplemente puedes llamarme rara o ridícula y esperar que no me sienta mal por ello?

—¡Dije que tienes que escucharme! —exclamó de repente, rompiendo el esfuerzo que había hecho por contener los gritos—. No, perdóname —se disculpó de forma atropellada— es solo que... ¡no me dejas hablar y lo que menos quiero es hacerte enojar!

Aquello me convenció de frenar mi marcha. Vacilé unos instantes, aunque es un hecho que, al final, preferí mantener la boca cerrada. Tal vez era yo quien acababa de complicarlo todo y, en ese caso, lo más oportuno sería simplemente concederle la oportunidad de explicarse.

—Solo escúchame, ¿vale? —insitió.

Recordatorio para mi futura yo: "no intensifiques las emociones, pues dejarte inundar por ellas no resolverá absolutamente nada".

—Bien —acepté.

—Gracias. —Pareció un poco aliviado tras haberme visto girar el cuerpo hacia él—. Escogí mal las palabras, Yvonne. No soy muy bueno para controlar lo que digo y lo sabes.

Segundo recordatorio para mi futura yo: "no asumas que conoces las intenciones de los demás, en especial si son tus emociones las que podrían malinterpretar las circunstancias del momento".

—Aun así... —Tomé una bocanada de aire antes de animarme a decir—: En ocasiones, eres demasiado directo, Lukas.

Bajó la mirada.

—Sí..., ya lo sé —vaciló un poco—. Me es difícil comprender cómo mis expresiones pueden afectar a los demás.

—¿Tus expresiones?

—Me cuesta trabajo medir mis palabras —especificó—. En el colegio siempre creen que estoy tratando de ofenderlos y... Mamá se molesta conmigo porque me envían al despacho del director casi todo el tiempo.

Pausa, querido diario, pues hay un secreto que debo confesar.

En realidad, ya sabía sobre ese detalle en particular desde hacía días. Y lo peor de todo es que lo había olvidado por completo. Lo supe cuando mis ojos se posaron sobre el montón de anotaciones que mamá había plasmado en aquella libreta, un registro que tenía el único propósito de conformar el expediente psicológico de Lukas.

Ese mismo día, por la noche, me di a la tarea de investigar lo que algunos de esos conceptos implicaban: encontré mucha información en los manuales de texto que mamá guardaba en su estantería, tanta que, al final, lo único que pude hacer fue cuestionarme el verdadero sentido de continuar con dicha indagación. ¿Por qué asumir que Lukas era diferente? ¿Para qué saber que no reaccionaría tal y como normalmente lo hacían todos los demás? Eso no cambiaría la forma en que mi corazón parecía acelerarse cada vez que tenía la fortuna de estar junto a él. Por eso llegué a la conclusión de que un diagnóstico clínico como "Síndrome de Asperger" no significaba nada... Al menos no para mí.

—No recordaba que tú... —Me llevé las manos a la cabeza—. ¡Oh, Lukas, lo lamento! Pensé que lo hacías a propósito.

—¿Por qué creíste que lo haría?

¿Admitir que la idea de no agradarle me resultaba extrañamente inquietante? No iba a decírselo.

—No lo sé, yo... —entrelacé las manos con nerviosismo— tampoco soy muy buena para interactuar con otras personas.

«Explícale las cosas, Yvonne»

¿Recuerdas cuando dije que no tenía ni la menor idea de si confesar lo mal que me sentía sería la opción correcta? Ya sabes, mi dilema acerca de poner en manifiesto todas mis preocupaciones o simplemente continuar fingiendo que todo se encontraba en orden. Para este punto de la historia, puedo decir que por fin me dispuse a tomar una decisión: iba a contarle la verdad, en cualquier caso, porque tampoco quería hacerle creer que todo ese embrollo había sido culpa suya.

—Ya estaba molesta desde hace rato, ¿de acuerdo? —admití sin más rodeos—. No contigo —me di prisa en aclarar—, es solo que... no encajar con los perfiles que leías estaba haciéndome sentir inútil.

—Estabas enojada cuando dijiste que no querías tocar a Morris —dedujo fácilmente.

—Sí, y me daba miedo decirte que no quería hacer más de esas pruebas.

Él asintió casi enseguida.

—No me gusta equivocarme —agregué con cierta vergüenza—, y tal vez no me gusta sentir que te estoy decepcionando.

—¿Decepcionando?

—Yo no soy tan fabulosa como el resto, Lukas. —Me encogí de hombros—. No tengo ningún poder especial ni tampoco puedo hacer cosas tan increíbles como sí lo hacen todos ellos...

—Pero no me estabas decepcionando —se precipitó en intervenir—. Para mí, ya eras fabulosa desde antes de que supiera que podías desaparecer bajo el sol.

«¿Cómo dijo?»

Sin razón aparente, empecé a sentirme tímida. Por eso y mientras inhalaba profundo, retomé mi marcha hacia las escaleras con la intención de esconder mi enrojecido rostro de su vista. Por desgracia, Lukas fue más rápido y alcanzó a sujetarme del brazo justo antes de que colocara un pie sobre el último peldaño.

—¿Adónde vas? —me cuestionó, asegurándose de interponerse en mi camino.

—Quiero irme —improvisé.

—¿Por qué?

«Porque me pones cada vez más nerviosa»

—Suéltame ya, ¿sí? —supliqué.

—Pero no estaba...

—Solo quiero irme a mi casa —insistí, convencida de que necesitaba tomarme un respiro.

—¿Otra vez hice algo malo?

—Por favor, solo...

—¿Puedo saber qué te pasa?

—... quiero que me sueltes y ya está.

—Vale, pero al menos podrías decirme si tiene algo que ver conmigo, ¿no?

«¿Algo? ¡Bah! Más bien todo»

—No quiero —sentencié, apartando la mirada.

—¡Por favor, Yvonne!

—No.

—Tan solo dime si fui yo quien...

—¡Stolto ignorante! —No me quedaban más excusas y desconocía cómo continuar con esa discusión, así que le confesé lo primero que vino a mi mente—: Sono nervosa a causa tua, cioé, ¿non vedi che ti amo?

¿Y sabes una cosa, querido diario? Todavía ahora, sigo sin poder creer que hubiese pronunciado en voz alta algo como eso, quiero decir, ¿enamorada? Pues parece ser que sí, aunque también debo admitir que utilizar otro idioma para hacérselo saber se trató de una jugada increíblemente arriesgada.

—¿Qué? —Parpadeó varias veces.

—No te explicaré nada —repliqué con orgullo—. El italiano tiene sus niveles de complejidad y...

¿E 'vero quello che hai detto?

«Cielos, Lukas sabe italiano»

Entonces el alma se me cayó a los pies. ¿Vergüenza? Puede que incluso más que eso.

«Solo podía pasarme esto a mí»

Él me dirigió una mirada de desconcierto, tal vez esperando por una respuesta que solamente estando loca hubiese estado dispuesta a darle. De manera humillante, quedé paralizada en aquel sitio durante algunos segundos, los suficientes para que Lukas intuyera que no existía forma alguna de corregir mi oración.

Lo escuché lanzar un suspiro antes de que me dedicara una leve sonrisa, un reflejo de la misma picardía que solía utilizar antes de soltar alguno de sus ya catalogados como "malos comentarios directos". Fruncí el entrecejo, mas solo bastó para que comenzara a reírse a carcajadas.

«¿Qué rayos está sucediendo aquí?»

Estaba tan confundida que ni siquiera conseguí formular un solo pensamiento con claridad. ¿Habría pronunciado mal las palabras? ¿O acaso lo estaba tomado por un simple y ridículo chiste? Esperaba que no porque, en esta ocasión, hablaba más en serio que nunca.

—Vale, ya —dijo para tranquilizarse a sí mismo—. Voy a intentar ponerme serio, ¿sí?

Miedo. Era lo único que podía sentir, en especial cuando la posibilidad de ser rechazada empezó a rondar por mi cabeza como una especie de disco rayado.

—Perdona, Yvonne —se disculpó sin dar explicaciones—, pero en verdad es muy gracioso.

—Sí, ya sé —balbuceé entre dientes, quizá porque darme prisa en evadir lo acontecido me pareció cientos de veces más razonable que el solo hecho de permitir que se burlara de mí—. Nunca debí creer que tú y yo... ¡Agh! —resoplé, apenada—. No importa, ¿sabes? Mejor solo finjamos que no dije nada y ya está.

—¿Fingir?

—Si crees que sería incómodo volver a hablar conmigo después de esto, pues... le diré a tu mamá que busque a alguien más como reemplazo —propuse.

—Pero no quiero un reemplazo.

—Bueno, entonces le diré a Isabel que tan solo espere a que mi mamá vuelva a sentirse mejor y...

—Yvonne —llamó para interrumpirme.

—¿Sí?

Anche io penso di amarti.

«Cielos, ¿en verdad acaba de decir que también podría estar enamorado de mí?»

Abrí los ojos de par en par, aunque lo cierto es que tampoco estuve en posibilidades de articular palabra. Tan vergonzoso como se escucha, lo único que pude hacer fue observarlo de arriba abajo tal como una tonta chica haría al contemplar una exhibición de joyería cara.

—¿Escuchaste lo que dije o es que prefieres que lo repita en alemán? —inquirió.

—No entiendo, tú... —lo miré con incertidumbre— estabas riéndote hace un segundo y...

—Creíste que yo no iba a entender nada si usabas el italiano —otra vez hizo un esfuerzo por reprimir la risa—, pero tu idea salió terriblemente mal.

—¿No estabas burlándote de mí, entonces?

—Oye, si no lo decías tú primero, apuesto a que yo lo hubiera dicho... dos o tres minutos después, quizá.

Estoy segura de que me incliné hacia él con una sonrisa.

—¿Lo dices en serio? —cuestioné, luciendo patéticamente ilusionada.

—Sí —contestó sin ponerse a pensar.

—Pero... ¿en serio como en serio? —traté de confirmar.

—No sabía que "en serio" tuviera varias definiciones.

—No las tiene —le susurré en respuesta, ampliando mi sonrisa en cuanto caí en cuenta de que no le estaba costando mucho esfuerzo mirarme a los ojos.

—Entonces ¿por qué me lo preguntas dos veces?

—¡Yvonne! —Aquella voz llegó a mis oídos en el peor de los momentos—. ¡Alguien te está buscando en la puerta!

Girar la cabeza un poco bastó para distinguir que era Emma quien venía por el pasillo; sin embargo, fue ella quien se detuvo de golpe en cuanto se topó con ambos al pie de las escaleras. Sus ojos me lo dijeron todo: era extraño que estuviésemos inmovilizados justo en el medio de aquel peldaño y, aún más extraño, que yo estuviese tan cerca de Lukas mientras él se empeñaba en sujetarme de un brazo.

—Ah, ¿sí? —fue lo único que pude decir a la par que me obligaba a mí misma a retroceder unos pasos—. Gracias, Emma, yo... —me aclaré la garganta— voy enseguida.

«Muy bien, y ¿ahora qué?»

Consideremos las opciones que, para ese entonces, se encontraban a mi disposición: uno, salir corriendo cuanto antes; dos, restarle importancia al asunto y caminar con calma en dirección a la puerta principal; tres, aceptar lo feliz que me hacía todo aquello y despedirme de Lukas de manera tal que pudiera hacerle notar mi emoción.

«Perdona, Yvonne, pero eso último suena bastante complejo»

Me volví hacia él con el miedo estrujando cada parte de mi estómago. ¡Qué gran tormento! Lo observé desviar la mirada y llevarse las manos a la nuca, por lo que intuí que estaba tan avergonzado como yo. Especialmente después de que sus mejillas comenzaran a teñirse de un ligero color rojo.

«Lukas, ¿ruborizado?»

Me obligué a mirar el suelo cuando sus ojos volvieron a cruzarse con los míos. El verde me había aturdido en tantas ocasiones que, estaba convencida, bajar la vista sería la mejor manera de evitarme más problemas.

—Adiós —vacilé en voz baja, no muy segura de qué hacer o, siquiera, decir—. Te veo mañana, ¿de acuerdo?

—Pero todavía no terminaba de...

Tuve que dirigirle una mirada asesina para que se resignara a cerrar la boca. Por la forma en que Emma fruncía el entrecejo, me daba la impresión de que sería estúpido permanecer allí durante más minutos de los necesarios.

—Nos vemos mañana, ¿sí? —insistí, haciendo una pausa antes de animarme a susurrar en voz baja—: No puedo quedarme por más tiempo, aun cuando pasar la tarde entera contigo sea lo que en verdad quisiera.

El gesto afligido que en ese momento me dirigió... Digamos que fue suficiente para partirme el corazón.

Escapar tras esa breve despedida (una combinación entre la opción número uno y la opción número tres) fue exactamente lo que hice. Giré sobre mis talones y me apresuré a cruzar el resto de la sala, rogando por dentro que Lukas se hubiera limitado a cumplir con mi petición. No pasó mucho tiempo antes de que me topara con la puerta y olvidara cómo abrir los cerrojos que me separarían del caos. Las manos me temblaron al girar el picaporte y, lo admito, me abalancé hacia la salida entre tropiezos como si nunca hubiese sentido la brisa del exterior.

—¡Madre mía, Yvonne! En serio parece que acabas de encontrarte con un fantasma.

Estaba tan distraída que había pasado por alto la presencia de Wilhelmine, quien ya esperaba con impaciencia frente al umbral de la entrada.

—¿Cuál fantasma? —pregunté, sin haber entendido muy bien a qué se refería—. Tan solo estaba...

—¿Es mi imaginación, o en verdad estás increíblemente perdida?

Tomé una bocanda de aire antes de mentir:

—No es nada, Wil.

—No parece que nada sea lo que en verdad está ocurriendo...

—¿Viniste sola? —improvisé enseguida—. Pensé que mamá querría acompañarte.

—Mamá no está muy bien, Yvonne. —Negó con la cabeza y me dirigió una sonrisa triste—. Tal vez... lo mejor sea que vuelva pronto al hospital.

Es curioso notar cómo todo siempre termina mal para mí, ¿no lo crees? Asentí tras esa breve explicación y, aunque en un inicio traté de fingir que aquello no me angustiaba en más de un sentido, tampoco fui lo suficientemente fuerte como para evitar que las lágrimas tornaran mi más reciente sueño en una de mis peores pesadillas.

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