Un castigo demasiado duro.
Apenas descendieron al reino canino y se apearon de Ah-Un, Sesshoumaru y Rin corrieron a refugiarse en el bosque, para esconderse; su prioridad número uno era rescatar a su hija y así huir de vuelta al mundo humano. Estaba oscuro, una noche sin luna, y el ruido de las hojas movidas por el viento era el único signo de actividad alrededor. Todo era tranquilidad y, aparentemente, ni siquiera los guardias reales se habían percatado de su presencia.
"Está muy silencioso" murmuró Rin, agarrada firmemente al musculoso brazo de Sesshoumaru, mientras echaban un cuidadoso vistazo al panorama, amparados detrás de un gran árbol.
"Recuerda lo que me prometiste, Rin: si la cosa se pone peligrosa, volverás de inmediato con Ah-Un. ¿Entendido?" le dijo, posando su mano en la de ella. Rin asintió y se dispusieron a avanzar sigilosamente por el bosque, en dirección al castillo.
Olfateando el aire en todo momento, Sesshoumaru no soltaba la mano de Rin, sintiéndola toda ella temblar con cada paso que daban. Se le estrujó el corazón de compasión y también temió por él mismo, porque sabía que nada bueno les podía esperar en ese lugar. En el fondo, nunca pensó que su madre fuera el motor intelectual del infame secuestro; evidentemente, los ancianos la habrían utilizado para sus macabros planes.
Seguía sin haber guardias cuando llegaron a las puertas del castillo, lo que confirmaba que todo se trataba de una trampa, tal y como lo había dicho Jaken. Sin dejar de avanzar, con Rin a su lado, el demonio se dirigió directamente a los aposentos de su madre, esperando encontrar algún rayo de luz en medio de las sombras, pues podía oler a su hija en esa dirección.
"¡MADRE!" gritó apenas vio a Irasue, tras abrir la puerta de un empujón. La niña se encontraba en los brazos de la doncella vieja de su madre, quien la arrullaba para hacerla dormir, en vano, pues la pequeña había abierto los ojos como plato al ver a sus padres entrar.
"¡Oh, mi bebé!" exclamó Rin, corriendo hacia la doncella, viendo como Hikaru le daba los bracitos, con sus ojitos llenos de lágrimas. Intentó arrebatársela a la doncella, pero esta se alejó, siguiendo las órdenes de su ama, quien se interpuso inmediatamente, mientras la niña lloraba a todo pulmón.
"¡¿CÓMO has podido hacer esto?! JAMÁS te lo perdonaré. ¡DEVUÉLVEME A MI HIJA, AHORA MISMO!" volvió a gritar Sesshoumaru, mostrando los colmillos de forma amenazadora.
Los ojos del demonio ya habían adquirido su característico color rojo y el aire comenzó a agitarse a su alrededor. Estaba más que enojado, furioso. Empezó a acercarse a su madre, con paso decidido, cuando en eso entraron los guardias de palacio, unos quince, ataviados con sus impecables y brillantes armaduras, quienes intentaron contenerlo con sus espadas y lanzas mágicas; pero Sesshoumaru entonces agitó sus dedos y cortó por la mitad a la mayor parte del destacamento con su poderoso látigo venenoso. Se distrajo un segundo para mirar en dirección a Rin, quien yacía de rodillas frente a Irasue y, antes de que pudiera gritarle que huyera, recibió un fuerte golpe en la nuca, que instantáneamente lo derribó y dejó sin sentido, quedando tumbado en el suelo.
Lo último que vio el demonio fue el rostro angustiado de Rin y su voz que se desvanecía en las tinieblas...
Un dolor terrible lo despertó de su letargo y, cuando sus ojos pudieron adaptarse bien a la oscuridad, se dio cuenta de que se encontraba encerrado en una sucia y reducida mazmorra. Tenía grilletes en las muñecas y los tobillos, y, cada vez que tiraba de las cadenas, estos se le encarnaban en la piel blanca.
"Es inútil, príncipe" dijo el anciano Dantalian, apareciendo de repente, de la nada. "No podrás romper este encantamiento, así que deja de luchar con esos grilletes".
"TÚ... ¡¿tú planeaste todo esto, DESGRACIADO?!" le gritó, intentando levantarse, pero fallando totalmente, pues la poderosa magia lo mantenía a raya, en el suelo. "Te juro que te voy a matar..." murmuró, con los dientes apretados al máximo.
"No comas ansias, Sesshoumaru, y no me gruñas así. Soy tu ancestro y me debes respeto. A tu padre no le gustaría oírte hablarme de esa forma."
"¡No te atrevas a mencionar a mi padre, anciano rastrero!" replicó el demonio, con la mirada llena de desdén. "¿Crees que no sé lo que planeabas en su contra?"
"De tal palo, tal astilla dicen por ahí. ¡Y yo que tenía toda la esperanza puesta en tu criterio! Nunca pensé que precisamente TÚ, el gran Sesshoumaru, heredero a nuestro trono, el más poderoso demonio del mundo sobrenatural, acabara de la misma forma" replicó, hincando una rodilla en el suelo para mirarlo más detenidamente. "Relacionarse con los humanos está prohibido, el antiguo general lo sabía, y tú también... ¡Y esta vez, el crimen no quedará impune!".
"¿Dónde están?" le preguntó el demonio, ignorando sus provocadoras palabras. "¿Qué has hecho con mi mujer y mi hija?"
"No te preocupes, las verás muy pronto. De hecho, a eso he venido, para llevarte a su lado." El anciano le sonrió, con toda la amabilidad del mundo, pero no era más que un viejo zorro, ambicioso y cruel como un venenoso reptil.
"Maldito, ¿qué vas a hacerles? Si les llegas a tocar un pelo..." volvió a gruñirle Sesshoumaru, con un tono escalofriantemente gélido. En ese momento, llegaron más guardias y, poniéndolo de pie, le quitaron las cadenas, excepto los grilletes de las muñecas, y procedieron a llevárselo. El viejo Dantalian los acompañó en el trayecto para mantener a raya el encantamiento que lo mantenía controlado. Sesshoumaru era un demonio muy hábil y era muy sabido que sus poderes le permitían romper hechizos con facilidad.
Una vez afuera, a plena luz del sol, Sesshoumaru fue llevado por los jardines del palacio real, cuyas flores emanaban sus fragancias y desplegaban todo su colorido y belleza. El aroma era tan embriagador que parecía nublar los sentidos, llegando a afectar el propio olfato del demonio.
Cuando llegaron al final del camino, en una de las partes del bosque que colindaba con el castillo, Sesshoumaru se encontró frente a frente con los demás sabios, sentados en sus respectivos puestos, los que formaban una perfecta media luna al centro; a un costado, se encontraba su madre, llorando desconsoladamente, junto a su doncella, que la ayudaba a tenerse en pie; y, por último, divisó a Rin, que parecía estar bajo un hechizo que la mantenía firmemente atada a una alta columna de piedra que él ya había visto antes: era la piedra de las ofrendas. Tenía lágrimas en los ojos y mejillas y, cuando lo vio, le sonrió con una ternura afligida. Sesshoumaru tiró de los grilletes inconscientemente, pues estaba desesperado por ir en su busca y llevársela lejos, donde nadie pudiera hacerles daño; pero el acero encantado volvió a enterrársele en la carne, haciéndolo soltar un doloroso quejido.
"Estamos aquí reunidos, en esta noche sin luna, para decidir el futuro de nuestro Reino" empezó a decir Dantalian, el líder del grupo, dirigiéndose solemnemente a todos mientras permanecía de pie. "El Concejo ha decidido otorgarle al Príncipe Sesshoumaru, nuestro heredero al trono, una última oportunidad para que se arrepienta de sus viles acciones y asuma de una vez por todas sus responsabilidades como futuro soberano ". Dantalian entonces hizo un gesto al anciano Eligor, quien desplegó un pergamino, el cual se dispuso a leer:
"El Príncipe Sesshoumaru deberá ascender al trono antes de que la luna alcance su próximo cenit; deberá desposar a la heredera del clan de los zorros de montaña a más tardar dentro de dos días después de eso; y tendrá que renunciar a todo contacto con el mundo humano, desde ahora en adelante..."
"¡Están locos si piensan que podrán dominarme, miserables!"
"Te ruego que no interrumpas, príncipe" le advirtió Dantalian, incrementando el encantamiento desde donde estaba, para acallar al demonio. Sesshoumaru lo miró con odio, mientras soportaba el dolor; no quería creer que su propia raza lo estuviera sometiendo a tal agonía. Aunque no le extrañaba, ya que también habían planeado algo contra su padre siglos atrás...
Eligor se aclaró la garganta y prosiguió:
"Por lo tanto, en una última instancia, el Concejo oirá la decisión del Príncipe Sesshoumaru y, dependiendo de esta, procederá a aplicar medidas de acuerdo a su propio criterio. Punto final."
"¿Cuál es tu respuesta entonces, Sesshoumaru?" preguntó finalmente Dantalian, creando un ambiente de expectativa y tensión. "¿Protegerás al Reino como legítimo soberano y desposarás a la mujer que corresponde, renunciando a tus propios impulsos vanos y egoístas?"
Sesshoumaru no se hizo esperar y, escupiendo al piso, musitó: "¡VÁYANSE AL CARAJO!"
Todos se quedaron mudos de asombro, como si el momento se hubiera congelado en el tiempo. Todos menos Dantalian, quien comenzaba a esbozar una sonrisa torcida. Los ojos de Sesshoumaru se encontraron con los de Rin; las lágrimas habían vuelto a sus ojos, pero no eran de felicidad, sino de una gran tristeza.
"¿Es esa tu respuesta definitiva?" le preguntó Dantalian, poniéndose de pie tranquilamente, con el ceño fruncido.
"Ya lo oíste ¿no? Ahora, te ORDENO que me quites estos grilletes y me devuelvas a MI familia de inmediato" gritó el demonio, iracundo, tratando en vano de deshacerse del hechizo que le habían impuesto.
"¿Me ordenas?" rió con ganas Dantalian, enfrentando a un desconcertado Sesshoumaru. "¿Olvidas que la Ley y el Concejo están por encima de todo? No hay nada que no se haga sin nuestro consentimiento y nuestras prohibiciones son obligatorias para todos".
"¡Pero si no son más que unos tiranos! Vejestorios retrógrados y despreciables..."
"¡Sesshoumaru, no digas más, te lo ruego!" se oyó de pronto la desesperada voz de Irasue entre los presentes. El demonio volteó a verla, pero la mirada de desdén que le dedicó la dejó más fría que un hielo, haciendo que el corazón se le encogiera dentro del pecho.
En ese momento, el anciano Eligor le entregó otro pergamino a Dantalian, uno muy diferente y no tan extenso. Dantalian le echó un vistazo y, con una media sonrisa, prosiguió:
"Cómo no se ha llegado a ningún acuerdo y el Príncipe ha rehusado acatar la decisión del Concejo y el imperio de la Ley, se ha determinado que deberá ser castigado de una manera proporcional a la magnitud de su crimen". Dantalian hizo entonces una pausa para aclararse la garganta y, con toda solemnidad, dijo:
"Por lo tanto, el Príncipe Sesshoumaru, heredero legítimo al trono de este Clan, es sentenciado a la pena máxima: será despojado de su condición sobrenatural de demonio, la que le será devuelta solo después de pasados cien años".
"¡NO!" gritó Irasue, yendo a arrojarse a los pies del anciano. "¡Te lo ruego, a mi hijo no, por favor!"
Sesshoumaru se quedó impávido tras escuchar la sentencia, y cayó pesadamente al suelo, de rodillas, a la vez que dejaba de luchar. Por un instante, sintió que se estaba viendo desde afuera, que no era a él a quien lo estaban denigrando de esa manera. ¿La pena máxima? Los ancianos habían llegado muy lejos esta vez. Cien años era un tiempo demasiado largo e injusto...
"Rin..." murmuró el demonio con tristeza, mirando en dirección a su amada y, para sorpresa de todos, las lágrimas comenzaron a caerle por las sucias mejillas, dejando un rastro de claridad a su paso. Su mirada pasó de Rin a su pequeña hija, que todavía estaba en brazos de la doncella y, sintiéndose totalmente despojado e impotente, lanzó un alarido gutural que se escuchó por doquier, maldiciendo al cielo.
"¿Qué hacemos con la mujer, mi señor?" preguntó un guardia, cuadrándose.
"Llévensela de aquí" contestó Dantalian, haciéndole un gesto con la cabeza. Rin vio la mirada del anciano sobre ella, que era de puro desprecio. Se puso rígida cuando dos guardias fueron a agarrarla, pero comenzó a resistirse con fuerza, pataleando y gritando, con la esperanza de soltarse. Fue cuando Sesshoumaru se puso de pie de un salto y, con todo el poder de su pasión, logró romper el hechizo sobre los grilletes que lo mantenían controlado. Iba corriendo hacia Rin cuando sintió de súbito una rara sensación que le empezó a recorrer todo el cuerpo; tuvo náuseas y un repentino escalofrío le subió por la espina.
De pronto, se hizo el silencio para, a continuación, dar lugar a un desesperado grito de terror.
"¡SESHOUMARU!"
Pero Sesshoumaru no podía contestar y, en vez de eso, lanzó un furioso aullido que casi los dejó sordos. Sintió la gran presión de los grilletes, que seguían en sus muñecas, solo que sus muñecas ahora eran anchas, peludas y desgarbadas: el poderoso demonio había vuelto a ser un perro blanco común y corriente.
"La sentencia ha sido llevada a su ejecución" dijo el anciano Dantalian, poniéndose de pie con solemnidad, lo que imitaron los demás ancianos, a excepción de Mashit, que miraba la escena con la boca abierta. Sus visiones finalmente se estaban haciendo realidad.
"¡Cómo pudiste!" chilló Irasue, con los puños apretados y lágrimas de odio en los ojos, emanando puro poder maligno. "¡Eres un bastardo!"
"Te recuerdo que esto empezó por tu culpa, mi reina" le contestó Dantalian. "Si hubieras prestado más atención, podríamos habernos ahorrado todo este bochorno. ¡Llévense a la humana, ahora mismo!"
Los soldados comenzaron a arrastrar a Rin y, cuando uno de ellos la abofeteó por haberle dado un puntapié en sus partes bajas, la bestia rugió y tiró con todas sus fuerzas de la cuerda que le había arrojado Eligor alrededor del cuello, enseñando los grandes colmillos y babeando de rabia, con las orejas echadas hacia atrás.
"¡Príncipe Sesshoumaru, luchar no le servirá de nada! Deténgase!"
"Es inútil, Eligor. Él ya no puede entenderte: ahora es un simple animal" le dijo Dantalian, apoyando la mano sobre el hombro del otro anciano. "No te preocupes, solamente serán cien años. ¿Qué son cien años para criaturas como nosotros?" Dijo esto último lanzando su despectiva mirada sobre Rin, que lloraba desolada y se rendía finalmente a la voluntad de sus captores.
"Es decisión del Concejo que la bestia permanezca confinada en la Celda Especial del reino, por todo el próximo siglo, hasta que se cumpla la sentencia en su totalidad" continuó Dantalian con pergamino en mano, dirigiéndose por última vez a la audiencia y concluyendo el juicio. "No podrá tener contacto con ningún miembro de su familia y mucho menos con humanos, considerados sucios e inferiores en el reino mágico. Toda desobediencia será penada por la Ley de nuestros ancestros".
"¡Se levanta la sesión!" anunció otro anciano, desde su puesto, por lo que todos empezaron a retirarse de a poco. Irasue fue a abalanzarse sobre Dantalian, pero este la empujó lejos, tirándola al suelo, lo que la hizo chillar de dolor y humillación. La doncella, a su vez, mecía insistentemente a la pequeña Hikaru, que también lloraba ruidosamente llamando a su mami. Pero "mami" solo podía ver cómo se llevaban al animal a la fuerza, en la dirección contraria, aullando y gimiendo mientras volteaba la cabeza a cada rato para mirarla a la distancia.
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Continuará
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