El rescate.

El rescate.

"No te desprendas de la Daga en ningún momento, es lo único que podrá protegerte ahí abajo"

Las últimas palabras de Mashit resonaban una y otra vez en la mente de Rin a modo de advertencia, a la vez que seguía corriendo entre las tinieblas del temible Inframundo. El corazón le latía a mil por hora a medida que se iba acercando a su objetivo, guiada por la Daga misma, que palpitaba en su mano cada vez más aprisa, instándola a continuar en línea recta por un camino fangoso y resbaladizo. Alrededor, bosques de hojas negras y raídas parecían alzarse sobre ella, queriendo devorarla en la espesura de su oscuridad, atraparla en sus garras por toda una eternidad de desasosiego y locura. Pero ella no perdería su rumbo ni se dejaría amedrenta por nada de lo que hubiese en ese lugar tan inhóspito; su objetivo estaba clarísimo y lo alcanzaría a toda costa... Rescatar a Sesshoumaru era su única prioridad.

Al llegar al final del camino, pudo distinguir una luz a la distancia, que titilaba en su incandescencia e iluminaba débilmente el pasadizo que se extendía más adelante. Había escuchado historias sobre esta parte del vasto Yomi; leyendas de batallas demoníacas, de falsos heroísmos y creaturas monstruosas que vagaban confundidas por toda una explanada de desolación, una y otra vez hasta el final de los tiempos. Las almas en pena le salían al paso sin reparar realmente en su presencia mortal, lo que agradeció infinitamente, ya que así pudo enfocar totalmente su atención en la intensa aura de fuego que se encontraba rodeando al único demonio que podía hacerla temblar de verdad.

Sesshoumaru deambulaba sin rumbo, con los miembros totalmente laxos y la mirada perdida, a través del terreno infernal. Iba ataviado con su vestimenta de guerrero; el hermoso kimono y la impecable armadura volvían a relucir en su magnífica figura, tal como en sus más gloriosos tiempos. Al verlo en ese estado de fatal inconsciencia, las lágrimas afluyeron ardientes a los ojos de Rin, que, inundada por un loco deseo de tocarlo, se echó a correr a su encuentro, ignorando las palabras de Mashit por un momento; pero se vio obligada a detenerse bruscamente, ya que la visión de unos delicados brazos femeninos rodeando al demonio la paralizó por completo.

"¿Quién eres y cómo has logrado entrar en mis dominios?" quiso saber la mujer, que se materializó en un instante frente a ella. Rin la contempló con la boca abierta, pues era realmente una belleza: de cabellos negros como el azabache, piel blanca y cremosa, labios rojos como rubíes y curvas que por mucho superaban las de cualquier escultura cincelada con la elegancia y perfección de un artista. Izanami dijo que se llamaba; era la deidad del Inframundo, la diosa de la muerte, y su asesina, porque, al cruzar desde el otro lado, Rin había violado otra vez las leyes naturales que rigen el cosmos y todo lo que existe.

"¡No me importa quién seas!" contestó Rin, tragando con dificultad y sintiendo cómo el sudor frío le caía por la frente. "Voy a llevarme a Sesshoumaru, así que no te interpongas..."

Una estruendosa carcajada brotó de la perfecta garganta de mujer, estremeciendo la tierra bajo sus pies.

"¿Llevártelo, dices?" profirió la diosa, volviendo a su posición original, estrechándolo en sus brazos. "El demonio me pertenece y eres una tonta si crees que puedes sacarlo de aquí. ÉL ES MÍO PARA SIEMPRE" y, enfatizando lo último, Izanami lo apretó más contra su voluptuoso cuerpo y se besaron apasionadamente delante de una Rin atónita y herida.

"¿Ves cómo me desea?" la provocó con descaro, a la vez que manoseaba a Sesshoumaru y este le lamía el blanco cuello y acariciaba sus pechos por encima de las ropas. "Oh, cómo arde su sangre de demonio por mí..." Izanami gemía y suspiraba de puro placer frente a ella.

"Suéltalo..." balbuceó Rin por lo bajo, con los dientes apretados y la mirada fija en el suelo para bloquear aquella imagen tan dolorosa. Sabía que Sesshoumaru no sabía lo que hacía, que estaba siendo cruelmente manipulado, pero aun así le resultaba tremendamente difícil tener que verlo en los brazos de otra mujer.

"¡SUÉLTALO!" gritó, esta vez alto y claro, soltando chispas de ira por los ojos, que brillaron con un destello rojizo a la vez que levantaba la punta de la Daga en dirección a la deidad. Sentía cómo iba creciendo el poder en su interior, pues la sangre comenzaba a correrle vibrante por las venas henchidas.

"¡¿Te atreves a amenazar a una deidad, estúpida mortal?!" le respondió la otra con violencia, soltando al demonio de su abrazo y enviándolo ferozmente hacia ella. Rin retrocedió en vano, pues Sesshoumaru ya la había agarrado del cuello y elevado varios centímetros del suelo.

"Había pensado en jugar un poco más, pero ya me harté de ti y de tu insolencia" le dijo Izanami, a la vez que Sesshoumaru aumentaba la presión de sus despiadadas garras sobre el cuello de la muchacha. "Vamos, mi amado demonio, acaba con esta humana de una vez y reinaremos juntos para siempre en este mundo de tinieblas..."

Y, como si fuera una mascota obediente, Sesshoumaru comenzó a estrujarla con más fuerza, mostrándole los colmillos y babeando por la boca, poseído por una maldad que Rin nunca había visto en él. "Sesshou...maru..." intentó decir, mirándolo a través de las lágrimas que le caían incesantes y aferrándose a la muñeca que la torturaba, sintiendo cómo se le escapaba la vida con cada segundo. Se sintió enferma de nuevo y, cuando un dolor punzante le acució el vientre de pronto, vio con horror cómo el puño de Sesshoumaru ardía en llamas, obligándolo a soltarla de inmediato. Rin tosió con la mano en la garganta una vez que se encontró de nuevo en el suelo, y cuando se tocó el vientre de manera inconsciente, lo sintió cálido... luminoso. El demonio también lo había percibido; un poder capaz de rivalizar con el suyo propio, de contrarrestar su instinto asesino y anularlo como ninguna creatura lo había hecho jamás... Pero antes de que pudiera recuperarse, Izanami volvió a materializarse frente a Rin, dejando al demonio atrás, para alzarse sobre ella en un ataque mortífero que pondría fin a su existencia, sin posibilidad de volver atrás.

"Sabes que no podrás salir de aquí de nuevo, humana necia. ¡Ahora sí que estás acabada!" exclamó al final Izanami, agitando su gran guadaña por los aires, antes de arrojarse sobre su objetivo. Aunque la risa se le apagó en la garganta justo en el momento en que un poderoso brazo la atravesaba de lado a lado, haciendo explotar tejidos y mucosidades que terminaron por diseminarse por todo el suelo.

El cuerpo de la diosa había estallado en mil pedazos, dejando a la vista de Rin a un Sesshoumaru agitado que la miraba con total confusión.

La tierra comenzó a sacudirse salvajemente debajo de sus pies, abriendo surcos que resquebrajaron la superficie, y pesadas rocas y sedimentos se derrumbaron sobre ellos, que permanecían inertes mientras se examinaban con la mirada. Rin entonces fue la primera en reaccionar y, tomando a un sumiso Sesshoumaru de la mano, salió corriendo a toda carrera en dirección opuesta, esperando encontrarse con el corte del viento efectuado con la Daga...

"¡Oh, no! La Daga!" exclamó de pronto, recordando que no la llevaba consigo. Mashit había sido enfático en que no debía desprenderse de ella en ningún momento. Iba a regresar cuando sintió que Sesshoumaru la tiraba hacia delante, obligándola a seguir, impulsado por un intenso resplandor que lo llamaba desde lejos. No pudiendo resistírsele por miedo a que volviera a aflorar el asesino, se dejó arrastrar por él, que la asió por la cintura y la llevó en brazos hasta que tocaron la brillante luz de la salvación.

"La Daga... no puedo regresar sin la Daga... "se repetía Rin con angustia, mientras se hallaba en el limbo entre la vida y la muerte. Atrapada en pesadillas, era apenas consciente de que una voz decía su nombre, una y otra vez, como una plegaria elevada al cielo. Al abrir los pesados párpados y recuperar parte de la sensibilidad de sus miembros, se encontró con un rostro que conocía muy bien; unas facciones perfectas y unos ojos amorosos que la contemplaban desde muy cerca, mientras ella yacía sentada, apoyada contra el tronco de un viejo árbol. Él le sonrió con ternura y solo entonces Rin se dio cuenta de que estaba desnudo, excepto por una bata, arrodillado frente a ella. Una profunda marca de soga hería su esbelto cuello.

"¡Oh, Sesshoumaru!... ¡Estás a salvo!" sollozó Rin, echándose a los brazos del demonio, que la recibió tiernamente en su pecho. "¿Estás bien?, ¿te duele algo?" le dijo, acariciándole el cuello con cuidado.

"Pequeña... ¿de verdad me estás preguntando cómo estoy, después de que arriesgaste tu preciosa vida para salvarme? No sé si adorarte o regañarte por tu osadía..." suspiró Sesshoumaru, con un tono de voz agridulce. "Tuve mucho miedo de no volverte a verte..." y la abrazó de nuevo.

"Te dije que nunca te dejaría, amor. Ni mil infiernos podrán impedirme regresar a tu lado" continuó diciéndole ella con gesto vehemente, tomando el rostro del demonio entre sus manos.

Sin necesidad de más palabras, Sesshoumaru acercó sus labios a los de Rin y, en cuanto estos entraron en contacto, su dulce beso se volvió intenso y apasionado en un segundo. El ansia estuvo a punto de devorarlos cuando sintieron a alguien carraspear cerca de ellos. Era el anciano Mashit, que observaba desde una distancia respetuosa, aunque suficiente para poder dirigirse con claridad al demonio.

"No tenemos mucho tiempo, Señor. El hechizo que puse sobre los guardias de palacio pronto dejará de hacer efecto" dijo Mashit, frotándose las manos con nerviosismo. "Me alegro de verte de nuevo, Rin"

"Gracias, Mashit, pero me temo que perdí la Daga que me entregaste. Ahora sí que Dantalian se desquitará contigo..."

"Eso no se puede evitar. Las cartas ya estaban echadas desde el principio: para Dantalian, yo siempre seré un traidor, y eso nunca cambiará".

"¿Es porque apoyaste a mi padre?... ¿Por eso Dantalian no te deja tranquilo?" le preguntó Sesshoumaru, poniéndose en pie y ayudando a Rin a incorporarse también.

"Por eso y por otras razones que no vienen al caso. Es un hechicero poderoso, pero su corazón es negro; está lleno de resentimiento por aquellos que ostentan más poder que él. Tú, mi querido muchacho, le diste la excusa perfecta al contrariar tan rotundamente las leyes de nuestro Reino. Ahora no descansará hasta destruirte."

"No le daré la satisfacción" contestó Sesshoumaru, adoptando un porte desafiante, con la mirada encendida y una media sonrisa que demostraba que él, el demonio más poderoso, no le temía a nada. "No permitiré que nos ponga un dedo encima. Lo mataré si lo intenta de nuevo".

"Es por eso que deben aprovechar el tiempo que queda para escapar..."

"¡A la mierda con escapar! Ya te dije que no dejaré que se salga con la suya" replicó el demonio, con total seguridad.

Mashit soltó un suspiro.

"Sabía que diría eso, Príncipe... Entonces, al menos déjeme aconsejarle que exponga su vida al mínimo. Es muy importante que usted sobreviva, no solo por el bien de nuestro Clan, sino que también por la paz del mundo tal y como lo conocemos."

Sesshoumaru asintió con firmeza y, tomando a Rin de la mano, emprendió la marcha pasando delante del anciano.

"Te agradezco mucho que me ayudaras a escapar de la celda, buen Mashit" le dijo, inclinando la cabeza en señal respetuosa cuando estuvo frente a él. "Pero ahora haré las cosas a mi manera. Con tu permiso". Y, diciendo esto, arrastró a Rin a las profundidades del bosque, dejando al anciano detrás.

"Déjame ver tu herida, por favor. Hay que curarla" le suplicaba Rin en el camino, intentando tocarle la herida del cuello, pero Sesshoumaru no se detenía, sino que siguió llevándola hasta detrás de una arboleda, que quedaba al lado de un río. La brisa era fresca y el sol ya se empezaba a poner sobre el horizonte.

"Mi padre y yo veníamos aquí a menudo cuando era pequeño. Aquí fue donde me enseñó a usar la espada... y... también fue aquí donde me confesó su traición" dijo tranquilamente, de cara al suave viento que le agitaba los cabellos.

"¿Te refieres a... la madre de Inuyasha?" preguntó Rin a su lado, sin dejar de abrazarlo.

"Sí, nena, la madre de Inuyasha; la mujer que lo apartó de mi madre y de mí para siempre. Izayoi era hermosa y gentil... pero humana al fin. Una sucia y detestable humana, tan insignificante que hubiera podido matarla con un solo movimiento de mi espada, pensaba yo en ese entonces. Pero en el fondo sabía que mi padre era feliz con ella. Lo odié por eso, a él, a ella, a mí mismo... No podía soportar verlo rebajarse por algo tan inútil como el amor. Me juré que nunca terminaría como él; convertido en un ser debilucho dispuesto a perder la vida para proteger otra... Y luego llegaste tú, con tu inocencia, tu generosidad y tu alegría, y me desarmaste por completo desde el día en que te conocí".

A Rin le dio un vuelco en el alma ante las palabras del demonio nunca antes pronunciadas. El corazón empezó a latirle con fuerza y una felicidad arrolladora ascendía por todo su ser al darse cuenta de que Sesshoumaru estaba por fin compartiendo lo más íntimo de su existencia con ella, por primera vez. Cuando él bajó la mirada hacia su rostro, su expresión era de completa adoración y algo más, algo que ella podía identificar sin lugar a dudas.

"Mi preciosa Rin, te amo. Siempre te he amado y le doy gracias a Inuyasha por haberme cortado el brazo, porque no nos hubiéramos conocido de otra forma."

"Sesshoumaru, yo te amo más, desde el principio y hasta el último día de mi vida. Quiero estar cada hora, cada minuto, cada segundo a tu lado. Sabes que daría la vida por ti..."

"Y yo también..."

Entonces se lanzaron uno en los brazos del otro al mismo tiempo, sin dejar de besarse y acariciarse con pasión, hasta que Sesshoumaru le abrió la blusa a Rin de un tirón para luego quitarle la falda y los calzones, dejándola expuesta y necesitada de él. Rin le deslizó la bata por los hombros deprisa y juntos bajaron hasta la yerba, donde yacieron después de tanto tiempo de añorarse mutuamente, el demonio cubriendo por completo el cuerpo femenino que temblaba debajo.

"Necesito que seamos uno, que seas parte de mí" suspiraba Rin, entre gemidos, sintiendo la calidez del miembro que se introducía en ella con suavidad.

"Mi cuerpo es esclavo del tuyo... haz con él lo que quieras, nena" decía él, con la respiración trabajosa, mientras bajaba y subía a un ritmo exquisitamente lento que le arrancaba a ella sonoros gritos y quejidos de puro placer. Su feroz súplica espoleaba aún más su propia libido, haciéndolo arder de una necesidad que no podía ser saciada al menos hasta que los dos cayeran en la inconsciencia.

"Agárrame los glúteos para que impongas tu propio ritmo, nena" le dijo el demonio al oído, soltando un gruñido a medida que lograba llegar más adentro. "Así amor, eso es... ahhhh"

Aferrada a los muslos de Sesshoumaru, Rin empujaba cada vez con más ímpetu, mordiéndose fuerte el labio inferior para disfrazar de alguna forma su grito indecente y descontrolado. Él acogió ambos senos en las palmas de sus manos y, tirando del sostén hacia abajo, los liberó para lamerlos y chuparlos con fuerza. Los alaridos de placer de la muchacha lo alentaban a continuar con la intensa tortura sobre sus pezones, que ya casi no tenían leche, pero que le seguían pareciendo tan deliciosos como siempre.

"Oh, Sesshoumaru, ya no aguanto más..." gimió Rin, debajo del musculoso cuerpo que la aprisionaba tan exquisitamente y la hacía estremecer hasta sus cimientos.

"Todavía no, amor..." gruñó él, embriagado de pasión por ella, y la volteó con agilidad para colocarla sobre su entrepierna, penetrándola hasta el fondo con una repentina embestida. Rin apoyó las manos en su amplio pecho y comenzó a moverse a un ritmo deliberadamente lento, sin apartar sus ardientes ojos de los del excitado demonio, que la impulsaba hacia arriba y la bajaba con premura, obedeciendo a su creciente ansiedad. Rin gemía ruidosamente, a la vez que sacudía las caderas, apretándose aún más al miembro caliente y dilatado que la embestía, ahora con furia. Completamente fuera de sí, Sesshoumaru se incorporó para volver a recostarla sobre la yerba y, alzándole la pelvis, la penetró con fuerza, él de pie y ella apenas apoyando la parte superior de la espalda en el suelo. Agarrándose fervientemente al césped con las uñas, Rin recibía delirante cada embestida brutal que le propinaba el demonio, ya enceguecido por la pasión.

"Te deso... tanto... ahhh" gritaba Sesshoumaru, soltando el aire entre los dientes mientras empujaba una y otra vez a un ritmo frenético. El aire comenzó a cargarse y un aura fogosa los envolvió, fundiéndolos como hierro. "¡Te amo, Rin!"

Recostándose nuevamente sobre ella en la yerba, Sesshoumaru se corrió monumentalmente en su interior, tras sentir las convulsiones de su vagina y el consiguiente grito de liberación de Rin, que lo rodeó con las piernas para espolearlo una última vez. Yacieron así por largo rato, esperando a que sus respiraciones se ralentizaran y sus cuerpos terminaran por calmarse.

"En la oscuridad... sentí que me llamabas" susurró Sesshoumaru en su oído después de un rato, volviéndola a la realidad repentinamente. "Y vi a dos niños jugando; dos pequeños que me miraban y me sonreían a lo lejos... se parecían a ti, y a mí..." le dijo, bajando por su cuerpo hasta llegar a la altura del vientre, que besó con ternura.

Rin sintió que se quedaba sin aire.

"Creo que fueron nuestros hijos los que nos salvaron ahí abajo" continuó diciendo él, con los ojos brillando de orgullo paternal mientras seguía acariciándole el vientre. "También lo sentiste, ¿no es así?"

"Sí, yo también" le dijo Rin, pasándole los dedos entre los cabellos con suavidad. "Iba a decírtelo, pero no encontré el momento... "

"Arya me lo dijo. Ella ya lo sabía" le contestó, sonriendo de medio lado.

"¿Arya?" preguntó Rin, con sorpresa.

"Había sentido tu olor. Solo las hembras de nuestras familias son capaces de desarrollar esa habilidad. Creo que mi madre también lo sabía..." dijo, soltando un suspiro teñido de melancolía.

"Amor, Irasue tiene a nuestra hija. Algo me dice que solo quiere protegerla del hechicero". Sesshoumaru alzó la cabeza súbitamente para encontrarse con sus grandes ojos de color marrón; ahora el sorprendido era él.

"No sé... no me fío de ella" negó con la cabeza, incorporándose de repente y alzando a Rin, aún desnudos. "Además, Hikaru debe estar con sus padres. Las mantendré a salvo a las dos, lo prometo".

Y con un cariñoso y casto beso, Sesshoumaru la depositó en el suelo y recogió su bata.

Continuará...

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