Abducción


El Concejo de Ancianos estaba conformado por cinco de los más antiguos sabios del reino canino, y solo se reunía en las situaciones más críticas, incluyendo lo que a batallas con otros dominios se refería. Sin embargo, esta vez, el importante grupo había sido convocado por una razón muy distinta.

"Mimaste demasiado a ese hijo tuyo, Irasue" dijo el más anciano de todos, con tono de reproche, juntando las manos sobre el regazo. Su nombre era Dantalian y era quien presidía la reunión. "Ahora la seguridad de todo el reino pende de un hilo... y todo es por tu culpa."

Irasue, quien permanecía parada frente al grupo, bajó la vista, intimidada por el anciano. No era justo que la culparan a ella, como si no hubiera intentado guiar a su hijo por el buen camino siempre. Sesshoumaru nunca le había dado motivo de preocupación, hasta que, claro, comenzó a convivir con humanos. Hasta había entablado una relación cercana con su medio hermano, el asqueroso híbrido ese, bastardo de su propio marido. Oh, cuánto le recordaba Sesshoumaru a su difunto esposo en esos momentos. Si tan solo hubiese actuado con sensatez y decencia...

"La situación es más que preocupante" intervino otro, de nombre Eligor. "El príncipe pretende desafiar la ley antigua al rechazar un matrimonio que beneficiará al reino. Simplemente, no puede cometer tal acto de traición".

"Es cierto" espetó un tercero. "Este asunto no es para tomárselo a la ligera. ¡Debemos deliberar ahora!".

"Tienes que convocar a tu hijo sin más demora, Irasue. Ordénale que vuelva y acate nuestro veredicto" determinó Dantalian, enfatizando el ordénale.

"Ilustrísima, no creo que eso sea posible" balbuceó ella, todavía sin poder mirar a los ancianos directamente. "Se lo he dicho mil veces, pero ignora todas y cada una de mis súplicas".

"Deberás encontrar el modo, mi soberana, porque este asunto urge" intervino un cuarto anciano. "La ley es bien clara: si el príncipe Sesshoumaru no sube al trono y además no se ha casado para ese entonces, tendrá que ser severamente castigado".

Irasue dio un respingo y los ojos se le llenaron de lágrimas. ¡Esto era justamente lo que quería evitar desde un principio, pero su tonto hijo se había enamorado profundamente de la humana! Había perdido la cabeza y ni siquiera le importaba su propia seguridad. Al menos el difunto rey ya era soberano y estaba bien casado cuando tuvo el desliz. Un desliz que le había partido el corazón a ella en mil pedazos. Y ahora Sesshoumaru volvía a rompérselo.

Un quinto anciano observaba la escena en silencio, desde el último puesto hacia la derecha, pues estaban sentados en círculo. Su nombre era Mashit, hechicero y vidente del clan. Estaba tan abstraído en sus reflexiones que ni cuenta se dio de que le habían pedido su opinión.

"Al parecer, está todo decidido" dijo, con un suspiro de hastío. "El príncipe tendrá que tomar el trono y casarse con la heredera de los zorros de las montañas, tal como dice la ley desde tiempos milenarios".

"¿Qué pasará con la humana?" preguntó Irasue, y la preocupación pasó fugazmente por su mirada, traicionándola.

"De eso nos encargaremos nosotros" respondió fríamente Dantalian, el líder, haciéndole una seña a los demás para ponerse de pie. "Ahora puedes retirarte. Y haz lo que te dijimos, por favor."

Irasue se dio la vuelta y se encaminó a la salida, donde la esperaba una de sus doncellas, la más antigua de todas, para acompañarla de regreso a sus aposentos.

"Mi señora ¿se encuentra bien?"

"No, Tessa. No estoy nada bien" dijo, con la voz quebrada mientras caminaban tomadas del brazo. "De hecho, creo que, desde este momento, jamás volveré a estar en paz conmigo misma".

Por su parte, los ancianos habían dejado la asamblea, cada uno por su lado, para seguir en sus propios asuntos. Excepto por Mashit, que iba junto a Dantalian, en dirección al santuario.

"¡No puedo creer que esté pasando lo mismo de nuevo!" refunfuñaba el viejo Dantalian, frunciendo el ceño al máximo, retorciéndose por dentro producto de la frustración. No se explicaba cómo dos generaciones seguidas habían sido capaces de relacionarse con seres tan despreciables como los humanos. Volviendo en sí, continuó: "Mashit, sé lo que piensas de todo esto y te agradezco que nos hayas apoyado en nuestra decisión".

"¿Quién soy yo para desafiar a cuatro ancianos testarudos? Es obvio que tengo las de perder" respondió Mashit, un tanto brusco.

"Ignoraré tu tono, ya que comprendo más o menos tu situación. Eres muy importante para el Concejo y, por eso, no te conviene involucrarte en escándalos. Y sabes muy bien a lo que me refiero..."

"Creí que ya había quedado claro, Dantalian" replicó el anciano. "No te he dado motivos para que cuestiones mi lealtad al Concejo"

"Sí, es cierto. Pero también es verdad que tu sola reticencia ya es un problema. Te aconsejo que te muestres más motivado con respecto a nuestras resoluciones."

Mashit no le respondió, pero hizo una leve reverencia a modo de despedida, porque no quería seguir discutiendo con él. De pronto, se paró en seco y clavó los ojos en el anciano.

"¿Ya decidiste el destino de los vástagos?"

"Aún no, pero es obvio que habrá que deshacerse de ellos de alguna forma" le contestó Dantalian, fríamente. "Serán híbridos y de ninguna manera pueden ser herederos legítimos. Pero eso lo decidiremos bien mañana. Todavía nos queda un poco de tiempo y, si Irasue hace lo que pienso que hará, tendremos al príncipe ante nosotros esta misma noche".

Mientras tanto, en un lugar muy lejos de allí, donde los humanos ni siquiera imaginaban la existencia de criaturas que albergaran tanto odio por ellos, Sesshoumaru y Rin almorzaban en un fino restauran para celebrar su graduación. Jaken se había quedado cuidando a la pequeña Hikaru, que crecía rápido, sana y fuerte como su padre y encantadora como su madre. Aunque aún no había experimentado ningún síntoma de su embarazo, Sesshoumaru cuidaba a Rin como hueso santo, sin dejarla hacer ninguna fuerza que pudiera ser perjudicial para su salud. Eran sus otros malestares los que le preocupaban en realidad; las señales de energía negativa iban en aumento con cada encuentro sexual, que se iba volviendo más ardiente con el pasar del tiempo. Cuando la tenía entre sus brazos, el demonio sentía como si una flama incandescente lo envolviera, quemándolo todo a su paso, hiriendo hasta su propio cuerpo. Era una tortura adictiva y no lograba cansarse de ella.

"Voy a extrañar este uniforme" suspiró Sesshoumaru, dedicándole a ella su mirada más seductora desde el otro extremo de la mesa.

"Yo también, es bastante cómodo" contestó Rin, ruborizándose, mientras jugaba con la cuchara del postre en su boca. "Por cierto ¿cómo sigue tu herida?"

"¿Herida? Por favor, se necesitarán más de mil Inuyashas para herirme de verdad" le dijo, soltando una suave carcajada de suficiencia. Pero al notar que Rin levantaba la ceja y lo miraba con insistencia, comprendió al fin el mensaje y se puso serio. "Ah... ¿esta herida?" se tocó el cuello, sintiendo aún el escozor de la mordida sobre su piel. Había sido un buen mordisco esta vez. "No te preocupes, amor. No es nada"

"Mentiroso" le susurró ella al oído, inclinándose sobre la mesa para acariciarle la cara. "Sí que te impactó. Déjame verla"

"Después" le contestó él, con ternura, mientras apartaba su delicada mano para tomarla entre las suyas. "Ahora te tengo una sorpresa. Pagaremos la cuenta y te llevaré a donde tú quieras, nena"

"Te amo tanto" y, con estas palabras, Rin se levantó de su silla y le dio un fugaz beso en los labios.

El resto del itinerario se dividió entre ir a ver una película y pasear por el parque de diversiones; comer algodón de azúcar en la plaza, cogidos de la mano; columpiarse en un balancín de niños (lo cual hizo reír a más de uno); besarse bajo las largas ramas de un gran árbol; y, bueno, casi arrancarse la ropa al retozar sobre el césped y rodar uno sobre el otro. Afortunadamente, volvieron en sí justo a tiempo para que no los agarrara el policía cometiendo faltas a la moral.

Ya atardecía cuando volvieron al auto, estacionado a unas cuantas cuadras de la plaza central, al interior de un galpón subterráneo. Rin tomó a Sesshoumaru por las solapas de la chaqueta y lo obligó a caminar de espaldas, hasta toparse con el vehículo.

"Déjame verla, por favor" le suplicó, con toda la ternura del mundo, abriéndole los primeros botones de la camisa y mirándolo expectante.

"Amor, estoy bien. No es nada" replicó Sesshoumaru, esquivando sus manos, que le trataban de tocar la piel.

"Quiero besarla, para que el dolor se vaya" lo miró con los ojos llenos de lágrimas y esa fue su perdición. "No quiero hacerte daño, mi amor"

"Oh, Rin..." suspiró él, atrapándola entre sus brazos y cubriendo su boca por completo, uniéndose a ella con tal profundidad que los dos sintieron que se les iba el aire. El demonio deslizó las manos bajo la falda de Rin, llegando hasta el trasero, que acarició una y otra vez antes de tomarla y tumbarla con suavidad sobre el capó del auto. Ella le abría la camisa con desesperación, logrando sacarle la chaqueta, ansiosa de sentir su cálida piel contra su cuerpo; él la besaba entre los pechos, mientras echaba mano al cierre de su pantalón para liberar su erección, que ya clamaba por entrar en ella. Pudo sacarle los calzones de un tirón y, situándose entre sus piernas, la penetró hasta el fondo, dejándose caer sobre Rin y respirándole fuerte al oído cada vez que embestía. Ella lo abrazaba con brazos y piernas, besándolo con ternura e instándolo a aumentar el ritmo, lo que casi lo hizo perder el sentido. Aprovechando esa posición, el demonio le abrió también la blusa de una vez y masajeó sus pechos, por debajo del sostén, el que luego le subió hasta el cuello para poder abalanzarse sobre ellos. Rin gimió fuerte al sentir la cálida boca del demonio que la besaba y chupaba, justo en el pezón derecho, que luego fue absorbido completamente, torturado hasta dejar de manar leche. El otro pezón sufrió la misma suerte y ¡oh, cómo le encantaba esa sensación! Esa plenitud de estar siendo amada con tanta pasión, estimulada en todas las partes correctas. Y ahí estaba: la ahora familiar sensación de una tormenta de fuego que nacía en ella y se extendía por doquier, atrapando también a su amante, que parecía no haberse dado cuenta aún. Sesshoumaru seguía embistiendo cuando comenzó a sentir como si su cuerpo estuviera en llamas y, al mirar a Rin a los ojos, los notó de un intenso color rojo, suplicando por más, y ella entre abría los labios con la respiración jadeante, dejando a la vista la punta de sus incipientes colmillos. El aire ardía a su alrededor cuando Sesshoumaru, tras tres embestidas más, eyaculó con fuerza en su interior, dejándose caer sobre ella, suspirando su nombre una y otra vez, mientras Rin se retorcía debajo de él para absorber hasta la última gota de placer...

Cuando se recuperaron un poco, Sesshoumaru le tendió la mano para ayudarla a levantarse del auto, y la abrazó con todas sus fuerzas. Ella se puso de puntillas para besarle la herida del cuello, que todavía no cerraba por completo, volviendo a decirle que lo sentía. Ese beso casi le provocó una segunda erección en ese mismo instante, pero decidió que lo mejor sería llevársela cuanto antes de ese lugar, en caso de que alguien los hubiera espiado. Se subió la cremallera y se arregló un poco la camisa por debajo del pantalón, pasándole su chaqueta a Rin para que se cubriera, ya que la blusa colegial había quedado totalmente inservible.

"¿Te ayudo a ponerte el sostén?" le preguntó el demonio, tragando saliva, mientras le abría la puerta del copiloto.

Rin le dedicó una sonrisa pícara y negó con la cabeza. Una vez que se lo hubo puesto y se hubo cubierto con la chaqueta, los dos se subieron al auto y se pusieron en marcha, en dirección al dulce hogar. Cuando llegaron, Rin estaba dormida, así que Sesshoumaru la tomó en brazos para no despertarla y ella inmediatamente se aferró a su cuello, aún atrapada por el sueño. Al girar la llave en la cerradura, el demonio tuvo un terrible presentimiento, salido de la nada. Se apresuró a abrir la puerta y notó que estaban todas las luces apagadas y estaba más silencioso de lo normal, porque ni siquiera se oía a Jaken cantar por ahí mientras se dedicaba a los quehaceres de la casa todavía a esas horas. Además, no era tan tarde... De pronto, una idea terrible cruzó por su mente. Despertó a Rin y le comunicó sus sospechas y, tras un brevísimo momento de shock, salieron disparados cada uno por su lado, llamando a Jaken y a la niña, buscándolos por toda la casa, sin tener éxito. Cuando se encontraron nuevamente en la entrada, el pánico se apoderó de ellos.

"¡Mi bebé!" gritó Rin, llevándose una mano a la boca. "¡Mi bebé no está!" y, antes de que se desmayara, Sesshoumaru la tomó por los hombros y la depositó sobre el sillón, que emitió un extraño crujido y un débil lamento surgió de debajo de los cojines. Sesshoumaru los apartó con brusquedad y se encontró a Jaken, maniatado de pies a cabeza con una gruesa cuerda, con cinta para embalar en su gran boca y los ojos saltones vendados.

"¡AMO SESSHOUMARU!" exclamó Jaken, recuperando todo el aliento luego de que Sesshoumaru le hubo quitado la cinta de la boca y la venda. "¡Amo lindo, menos mal que es usted!"

"¡Jaken, quién se llevó a mi hija!" le gritó Rin, quien ya se había recuperado de su náusea y ahora lo zamarreaba con desesperación, ignorando el hecho de que la criatura verde seguía maniatada.

"Ellos... fueron ellos" balbuceaba Jaken, con lágrimas en los ojos y un terror que lo hacía temblar.

"Malditos... ¡¿CÓMO SE ATREVEN?!" refunfuñó Sesshoumaru, apretando puños y dientes, a la vez que sus ojos rojos despedían fuego. Sabía exactamente a quienes se refería Jaken.

"No puede ser..." suspiró Rin, llena de horror, mientras se abrazaba el cuerpo. "Sesshoumaru ¡tenemos que ir por ella ahora!"

"¡Es una trampa, amo!"

"¡Me importa un CARAJO que sea una trampa! Esta vez, no la perdonaré, ¡lo juro!"

"¡Voy contigo!" gritó Rin, colgándose de su brazo y mirándolo desesperada.

"No, amor. Tú te quedas aquí, con Jaken. Yo resolveré esto"

"¡Dije que yo también voy!" le respondió ella, sorprendiéndolos a ambos. "¡Es mi bebé y no voy a dejar que le hagan daño!"

"¡Tonta, solo vas a ser una carga para el amo!" chilló Jaken, revolviéndose como gusano en el suelo.

"Está bien" contestó Sesshoumaru tras unos momentos de reflexión, ignorando las palabras de su sirviente. "Pero debes prometerme que, si la cosa se pone fea, volverás de inmediato. ¿De acuerdo?"

Rin asintió con la cabeza y se secó las mejillas que hasta ese entonces habían bañado sus mejillas. Corrió a su cuarto a cambiarse de ropa y, cuando estuvo lista, partió junto a Sesshoumaru.

"¡Oigan, no me dejen aquí amarrado!" se oyó de pronto la voz de Jaken, que ya parecía un arrollado primavera. "¡Amoooo!"

"Lo siento, toma" Sesshoumaru le entregó su teléfono celular: "Llama a Inuyasha, él vendrá a rescatarte"

"¿Inuyasha? Si fuera por él, que me coman los lobos" se quejó la criatura verde, dando pequeños saltitos para poder acercarse el teléfono a la oreja.

Mientras tanto, Rin y Sesshoumaru corrían a toda carrera en el auto, esquivando semáforos, peatones y otros vehículos para llegar lo antes posible a su próximo destino: el zoológico. Allí, la criatura llamada A-Un los llevaría al reino mágico a toda velocidad.

"Solo espero que A-Un esté allí todavía" dijo Rin, mirando nerviosa por todos lados.

"El único que puede deshacer el hechizo soy yo. Además, saben que será más rápido si viajo montado en su lomo" le explicó el demonio, sin quitar la mirada del camino.

"Sesshoumaru, tengo miedo"

"No, mi amor" la tranquilizó él, acercándose para darle un suave beso en la sien. "No temas, todo saldrá bien."

Pero ni él mismo se creyó esas palabras.

Continuará...

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