30
Capítulo 30; Tiempo de vals
—¿Están ahí mis vidas? ¿Están ahí?— La castaña preguntaba con tono meloso mientras veía la pantalla del celular y daba vueltas.
—¿Estás bien?— Preguntó el peli-morado que estaba a su lado caminando.
—Tikitin tikitikitikitin.— Comenzó a bailar moviendo sus caderas al ritmo de su canción.
El chico sólo la observó resignado, ya estaba acostumbrado a la vergüenza que la chica lo hacía pasar las 24 horas del día.
—¿Sabes? Dos de los alumnos del 1-A desaprobaron el examen para conseguir la licencia.— Mencionó mientras iban de camino a su salón.
—Sí, ¿Y a mi qué?— Preguntó levantando una ceja y dirigiendo su vista hacia él por un momento.
—Sólo digo.—
—Bai, bai, los amo, ay ¿Cómo le apago a esto?— Rió mientras acababa la transmisión.
—A veces me pregunto cómo llegaste a una de las mejores escuelas de todo Japón.—
—Ah ok.— Hizo una mueca de sentirse ofendida.— No hables a menos que quieres que te cuente toda tu vida.— El otro sólo suspiró.
Siguieron caminando un rato más en silencio.
La castaña observó a su novio, sonriendo al ver su carita preciosa.
Este se dio cuenta de la mirada que está tenía encima de él.
—¿Por qué me miras tanto?—
—Los ojos están para mirar.— Argumentó.— Y eres mi novio, lo que significa que puedo verte todo lo que quiera.—
—Bueno...— Decidió no darle más vueltas al asunto.
—Ahora que te veo bien...— Se llevó una mano al mentón.
Se posó en frente de él, haciendo que se detenga para observarlo mejor.
—¿Ahora qué?— Suspiró agotado.— Vamos a llegar tarde si no te apresuras.—
—Estás medio diferente.— Se acercó para observarlo detalladamente.— Siempre has sido gordito, es mejor tener de donde agarrar, pero ahora...— Susurró para sí misma mientras pasaba sus manos por los brazos del peli-morado.
—Ya déjalo.— Trató de quitársela.
—¡No puede ser!— Exclamó entre feliz y sorprendida.— La tienes bien dura.—
Ambos se quedaron en silencio viéndose a los ojos.
—¿Eh?—
—Me refiero a tus músculos, malpensado.— Rió al ver como bufaba con la cara roja.—¿O acaso tienes algo más que este duro?— Levantó ambas cejas.
El chico sólo apartó la cara de ella con su mano, aumentando la risa de esta.
—¿Por qué eres así?— Preguntó molesto y avergonzado.
—Así me amas, así que no te quejes, pero ya me callo.— Se encogió de hombros mientras volvían a caminar.
—Gracias.— Agradeció con un tono tosco.
Aunque el silencio no duró mucho.
—Mi cabello ya está largo, así que tengo que ir a dar una vuelta a la peluquería, ¿Quieres acompañarme?— No recibió respuesta.— Lo tomaré como un tal vez, ya me harté de mi cerquillo, ¿O me lo dejo?— Tomó un mechón de su cabello entre sus manos.—¿Que dices, Hitoshi?—
—Lo que tu prefieras.—
—Wow, muchas gracias por tu ayuda, no lo había pensado.— Respondió con sarcasmo.— El problema es que me voy a ver muy frentona, ay, sabes qué.— Se detuvo.
El otro suspiró.— ¿Qué?—
—Va a ser una sorpresa, espero que la chinita me lo haga bien.— Se acomodó el cabello y continuó.
Tener a una latina como novia era muy complicado.
.
.
.
El director comenzó a dar su discurso, la mayoría de los estudiantes no entendían lo que este decía y otros no tenían ni la más mínima intención de prestar atención.
Una de esas personas era la protagonista de nuestra historia.
Quien se encontraba perdiendo el tiempo divagando en su mente.
—Aleska, quédate quieta.— Ordenó su compañero.
—Es que no puedo, ayúdame.— Pidió con ojos llorosos.
El peli-morado chasqueó la lengua y dirigió su vista hacia otra parte, no valía la pena seguirle el juego.
—¿Por qué tuve que enamorarme de una mexicana?— Se preguntó a si mismo mientras la veía de reojo cantar algún tipo de canción.
—El tacluache, tururututu, el tacluache tururututu.— Se movió levemente mientras cantaba.
El chico temía por la salud mental de sus demás compañeros, que se habían sentido atraídos por el ritmo de la canción.
—Aleska-san, ¿Qué estás cantado?— Susurró una chica a su lado.
—¿Ah?— El semblante de la americana cambió.— Una canción que representa a mi país, por supuesto.—
El peli-morado casi podía ver la cola de demonio que salía de la extranjera.
—¿De verdad? ¿Puedes enseñarmela?— Preguntó con emoción.
La castaña quería reír por el rostro que la azabache le ofrecía.
Estaba segura que tenía el infierno ganado.
—Por supuesto, es así, repite conmigo.— Se aclaró la garganta.— La tarea tururututu, no la waser tururututu, a la verga tururututu.— Cantó usando esa voz que había logrado fruto de las incansables clases de canto.
Cualquiera que no supiera el idioma creería fácilmente que se trataba de una obra de excelente calidad con aquella voz que la recitaba.
Pero sólo era Aleska cantando estupideces.
—Wow, Aleska, tu voz es muy bonita.— La felicitó.
—Ay, gracias.— Sonrió mientras reía por dentro.
.
.
.
Las clases siguieron con normalidad en el curso de estudios generales.
Algo que incomodaba al japonés era que la chica a su lado tenía el celular entre sus piernas.
Sinceramente no le molestaba ver la piel que dejaba ver en esa posición, pero verla sonreírle al móvil era otra cosa totalmente diferente.
—¿Qué estás haciendo?— Preguntó alzando una ceja.
—Estoy hablando con Leonardo.— Desvió un poco su rostro para contestarle, pero rápidamente volvió a lo mismo.
—No deberías usarlo en clase.— Aconsejó.
—Es sólo un ratito, le estoy traduciendo algunas cosas, tuvo un problema con una china.— Rió levemente.
—Es japonesa.— Corrigió.
—Ya lo sé, es de cariño.— Rodó los ojos.
Volvió a lo que estaba haciendo, levantandolo para que llegara a la altura de sus labios, pero sin ser visto por el resto.
Hitoshi ya no le pudo seguir el ritmo, pues había comenzado a hablar en español.
Ya cansado de aquella sensación en su pecho decidió usar su carta maestra.
—Profesor.— Levantó la mano haciendo que la castaña dejara el audio a la mitad y colocara rápidamente el celular debajo de sus piernas.
—¿Pasa algo, Shinsou?—
—¿Se puede usar el móvil en clase?—
—Por supuesto que no, ¿Por qué lo preguntas? ¿Alguien está usando su celular?—
La castaña lo observó con una mirada que mataría a cualquiera.
—No, sólo quería saber por si veo a alguien usándolo.— Respondió con el mismo semblante de siempre.
—Ah, está bien.— El maestro siguió con la clase.
—Eres un traidor.— Susurró con desprecio.
—Ahora sabré que hacer si te vuelvo a ver con ese aparato.— Sonrió de medio lado.
—Ay, ya pareces mi mamá.— Dio una mueca de desagrado.
Él sólo rodó los ojos.— Habla todo lo que quieras, pero si usas una vez más tu celular le diré al profesor y te lo va a quitar.— Declaró triunfante.
—Aunque sea dejame apagar los datos, se me va a acabar la batería.— Pidió con ojos de cachorrito.
—No.— Habló mientras volvía su vista a la pizarra.
—Malo.— Hizo un puchero mientras se resignaba a esperar a la hora del receso.
.
.
.
—¿Vamos a la cafetería?— Preguntó mientras se levantaba y se estiraba levemente.
Observó como desbloqueaba su celular y veía los mensajes con un rostro de terror.
—Ahh, Leonardo se ha enojado conmigo por dejarlo a medio chisme.— Rió mientras grababa un audio y se lo mandaba.
El peli-morado se resignó a quedar sobrando.
—Bueno, ¿Ya vas a acabar?— Dijo molesto.
—Ay, Shinsou has estado insoportable el día de hoy, ¿Estás en tus dias o algo?— Rodó los ojos para seguir con el audio.
Lo que le había dicho lo había dejado pensando, ¿Por qué estaba actuando así?
—Cómo sea ya vamos.— Decidió no darle más vueltas al asunto.
La chica lo acorraló y le sonrió provocando escalofríos en el oji-morado.
—¿Hueles eso?— Ladeó un poco la cabeza.
—¿Qué? No huelo nada.— Dijo en modo defensivo.
—Huele como a...— Se llevó un dedo a la boca.— Huele a celos.— Sonrió de lado.
—No se de lo que estés hablando.—
En un rápido movimiento la chica se colgó del cuello del chico, quien sólo opto por sostenerla de la cintura para evitar que se cayera.
—Aww, estás celoso de Leonardo.— Agarró su mejilla y tiró fuerte de ella.
—Claro que no.— Trató de quitársela.
—Celos de tus ojos cuando abrazas a otra chica, tengo celos.— Cantó.
—¿Te pones a cantar en un momento así? Ya bájate.—
—Ay, Shinsou ya bajame, sé que me amas y todo, pero tengo que tener mi espacio.— Fingió mientras reía.
Finalmente pudo quitarla y sacudió su ropa levemente arrugada.
—Ahora sí, vamos a comer.—
—Espera.— Sostuvo ambas de sus manos, entrelazando sus dedos.
Y comenzó a moverse al ritmo de un vals imaginario.
El más alto rió levemente por el cambio radical que habían tenido hace un momento.
—¿Por qué bailamos?— Sonrió levemente mientras le seguía el ritmo a la castaña, quien estaba sorprendida y alegre.
—Porque podemos.— Sentenció a la vez que colocaba una de sus manos en el hombro del contrario, y él hacía lo mismo, pero en su cintura.
Aprovechando el tiempo bailaron al compás de las canciones que la extranjera recordaba levemente.
Como si el tiempo se hubiera detenido para ellos.
Porque tal vez algún día extrañarían esos momentos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top