6
No sabía si sentirse alagada o inquieta. Un hada era un ser de luz, sin embargo, Harry Potter y El Señor de los Anillos le habían enseñado que el mismo ser en diferentes universos podían significar cosas muy, muuuuy, diferentes.
La única forma de saberlo era preguntando, así que, se decidió. ¿Cómo debería empezar? ¿Con la pregunta directa? No, eso era muy descortés. Debía empezar dándole las gracias, ¡sí! Siempre era bueno iniciar con cortesía.
Tomó el teléfono y descubrió que estaba nerviosa, aunque no sabía por qué.
¿Diez? Le daba poco tiempo. ¿Para qué? No es que fuera a pasar gran cosa. O, ¿sí? ¿Y si le decía alguna chorrada artística? Igual, valía la pena estar preparada. Se peinó, refrescó y retocó el maquillaje. En eso sonó el timbre. Respiró muy hondo, enderezó la espalda y fue a abrir.
Ahí estaba, con su look de persona normal, o más bien, tipo guapo normal. Llevaba un casco en la mano.
—¿Viniste en moto...
Con la mano libre la tomó de la nuca, la empujó un poco hacia la pared y tomó sus labios de manera sorpresiva, suave y ansiosa.
—Por esto. —La volvió a besar y esta vez, larga y pausadamente. Preguntas y más preguntas se amontonaban en su mente mientras su corazón se derretía.
—¿Y "esto" qué es?
—Ponle el nombre que quieras.
Se volvieron a fundir en un beso profundo, cálido y lleno de promesas. A Layla le latía el corazón a mil por hora, un intenso cosquilleo le recorría el cuerpo provocando un fuerte temblor y ni hablar de la respiración que estaba a punto de abandonarla a su suerte.
Estaba disfrutando de ese momento, aun así, cayó en cuenta de las implicaciones.
—Will...
—Me gusta como suena, dilo de nuevo.
—Espera.
Se separó un poco, pero no rompió el abrazo.
—¿Vamos muy rápido?
—Un poco... ¿Quizá?
Reteniendo su mano se encaminaron al encantador recibidor que ella mantenía con la decoración de su madre. La casa que heredó de sus padres tras su prematura muerte, era pequeña, en el mismo vecindario donde creció.
Will dejó el casco en una mesita, se sentaron en le mullido sofá y le acarició la mejilla.
—Puedes decirme cualquier cosa.
Ella asintió, nuevamente cayendo bajo el encanto de su mirada y aquella suave caricia. Tenía muchas dudas, por una parte: sus amigas quizá tenían razón, hacía poco había terminado una relación y podría ser dañino para ella iniciar otra tan pronto. Por otro, las relaciones en la oficina estaban prohibidas y él era su jefe, un jefe que en el trabajo era un tirano a quien todo mundo odiaba.
—No sé si estoy lista para iniciar una nueva relación, hasta hace poco pensaba que estaba enamorada.
—¿Pensabas?
—Nos llevábamos bien y sentía que me entendía, pero mirando en retrospectiva yo siempre esperaba sus movimientos, no siento que tuviera una parte activa en la relación, era como si tuviera a alguien que cumpliera mis expectativas y quizá por eso se cansó. ¿Soy como una sanguijuela del amor?
No pudo evitar reírse ante semejante comparación. La tomó en sus brazos, como esa mañana en la oficina.
—No eres una sanguijuela, te lo aseguro.
—¿No crees que soy esa clase de persona que solo recibe sin dar nada a cambio?
—No lo creo y a mí me has dado más de lo que crees. Eres una brillante luz en mi noche oscura, por eso el hada de mi pintura tiene tu rostro. Tú me gustas mucho, Layla. ¿Te gusto, aunque sea un poco?
No respondió, en cambio se lanzó a sus brazos para besarlo y, poco a poco, dejarse embargar de esa dulce sensación que le provocaba un placentero cosquilleo.
—Me gustas... —Comenzó a desabotonarle la camisa—. ¡Mucho!
—Creí que íbamos muy rápido.
—¿Y? ¿Tiene algo de malo?
—En absoluto —suspiró mientras sus bocas se buscaban con ansias una y otra vez. Layla se puso de pie y se encaminó al dormitorio, invitándolo con la mirada, cosa que Will aceptó encantado.
Entre las sábanas con olor a lavanda, se despojaron de la ropa hasta que no hubo barreras entre ellos. Con esa emoción del primer encuentro, besando y explorándose sin reservas hasta que la mañana los encontró aún abrazados y charlando en susurros cosas banales que acercan a las personas con los hilos invisibles de la confianza y la cotidianidad.
Podrían haber permanecido así por siempre, en medio de besos dulces y caricias pausadas y profundas, pero sabían que, tarde o temprano, el mundo los reclamaría.
—No me quiero ir.
—No quiero que te vayas. ¿Por qué no te quedas el fin de semana?
—No quiero arruinar tus planes.
—Los vas a arruinar si te vas.
—¿Era tu plan seducirme? ¡Que mala mujer!
—¡Tonto!
Inició una guerra de almohadas hasta que terminaron de nuevo haciendo el amor sin acordarse porqué había empezado la guerra en primer lugar.
A medio día fue evidente que tenían que salir de la habitación.
—Prepararé el desayuno.
—Y yo el almuerzo.
—¡Muy gracioso!
Layla sintió que era un comienzo de ensueño para una relación. Se sentía plena y dichosa, hasta que la realidad rompió su pequeña burbuja de enamoramiento.
—¿Puedo pedirte algo?
—Claro —respondió antes de darle un buen mordisco a su sándwich. La agitada noche la dejó con mucha hambre.
—Aún no lo hables con nadie.
Lo miró sorprendida y entonces recordó el pequeñísimo detalle de que se había acostado con su jefe. Si las personas en la oficina se enteraban, cada logro que tuviera de ahí en adelante sería tachado como favoritismo. "Nada como meter al jefe en tu cama para conseguir un ascenso".
Se tragó con dificultad el bocado.
—¿Puedo decirles a mis amigas?
—Susana y Beca te quieren mucho, pero ¿crees que no dejarían escapar algo... sin querer?
—Ellas entenderán lo delicado de la situación.
Al menos eso pensaba. Ellas jamás hablarían de eso con nadie, pero no estaba segura de cómo se lo tomarían. Ellas, como todos los demás, lo odiaban. Pero, ¿y si les podía mostrar que era una buena persona?
—Te lo dejo a ti, las conoces mejor que yo.
Terminaron de comer y Will propuso ir a dar un paseo. Aunque no estaban en contra de pasar el fin de semana entero en la habitación, no quería que pensara que solo le interesaba el sexo.
Fueron a su departamento por una ducha, la cual aprovecharon para juguetear nuevamente, y partieron en la motocicleta hacia una playa cercana donde pudieron contemplar un majestuoso atardecer.
—¿Qué quieres hacer mañana?
—Nuestro primer domingo juntos... ¿Qué tal películas viejas y pizza?
—¿No es eso muy común?
—Fue nuestra primera cita y la disfruté mucho.
—Entonces, cine y pizza será.
La dejó en su casa y se fue porque tenía un asunto urgente que atender con unos proveedores.
—¿Un sábado de noche?
—Los negocios no tienen horario. No te preocupes, mañana estaré aquí.
—Okey, hasta mañana.
Se despidieron con un largo beso, a pesar de haber pasado toda la noche y el día juntos, Layla no quería separarse de él. Eso nunca le había pasado antes.
Lo vio partir y se metió a casa. Minutos después recibió un mensaje.
Duerme bien, "Austen".
Sonrió, aunque esperaba algo más romántico, él siempre conseguía sacarle una sonrisa.
No te desveles, mañana tienes muuuucho trabajo.
Se dirigió a la habitación y se preparó para dormir.
¡Lo sabía! Solo me quieres por mi cuerpo.
Esta vez dejó escapar una sonora carcajada, pero no quería desvelarlo más de la cuenta así que se despidió y esperó con ansia la mañana.
* * *
Aunque el domingo fue una prolongación de lo que empezaron el día anterior, se pasó volando. Había sido como una luna de miel, embelesados el uno por el otro y plagado de luminosas expectativas, pero la realidad era ineludible y de esa manera llegó el lunes.
Cuando sus amigas llegaron, ella ya estaba ahí y les había preparado el café.
—¡Buenos días!
—Y con nosotras, Layla enamorada etapa dos —anunció Susana con entusiasmo.
Rodó los ojos, incapaz de rebatir nada porque tenían razón.
—Está bien, quizá si haya alguien.
Ambas se acercaron entusiasmadas de escuchar la noticia.
—Comencé a salir con alguien. —Hizo una pausa para medir la reacción de sus amigas. Ambas la miraban con suma atención—. Y creo que tal vez me esté enamorando.
—Cielo —dijo Beca con gran ternura—, me alegro tanto.
—Pero, tú dijiste que era demasiado pronto.
—Sí, quizá lo sea, pero deberías verte, ni en tus mejores momentos con Germán te viste así de...
—Satisfecha —completó Susana con un tono muy sugerente—. ¿A ver? Déjate de misterios y dinos quién es ese dios del sexo.
Se iban a llevar una gran sorpresa.
—Hola, Matt, ¿podrías ver estas... —Escucharon la voz de Charlie, pero Matt no le prestó mucha atención.
—¡Ahora, no!
Las tres miraron hacia el pasillo, Matt pasó como un bólido frente a su cubículo, fue a su escritorio y, sin decirle nada a sus amigas, Layla corrió detrás de él.
—¿Matt? ¿Pasa algo?
El chico extrajo la cajita blanca que ella había visto días atrás y se dispuso a salir.
—Por nada del mundo dejes que nadie baje al lobby.
—Pero...
—Te prometo que todo estará bien.
Matt volvió a subir al ascensor y desapareció.
—¿Pasa algo? —preguntó la nueva recepcionista, había llegado apenas tres días después de que Anne renunciara.
—No —se apresuró a responder—, debemos estar preparados para... ¡una revisión! —terminó, provocando que todo mundo se metiera a sus cubículos a trabajar como locos. Eso garantizaba que nadie pensara si quiera en salir de ahí y, mucho menos, bajar al lobby.
—Típico del maldito Ogro, ¿Una revisión un lunes por la mañana? —se quejó Susana, volcándose a su trabajo como los demás.
Sus amigas olvidaron el asunto de su nuevo novio y hubo calma. El reloj marcó las siete cuarenta y cinco, pero su jefe no apareció. Todo mundo estaba confundido, sin embargo, siguieron con lo suyo, mirando la hora a cada minuto hasta que el ascensor volvió minutos después, bajando de él solo Matt.
—¡Matt! —gritó Layla alcanzándolo delante de su escritorio—. ¿Todo bien?
—Eh, si... todo... todo está bien.
—¿Seguro? —Era obvio que estaba mintiendo. Sudaba, estaba pálido y su traje estaba un poco desordenado.
—Seguro, ve a trabajar.
—Y... —Miró la puerta cerrada del despacho de Will. No sabía qué tanto sabía Matt de su vida, pero tenía que preguntar—. ¿Dónde... dónde está el jefe?
Los documentos que Matt sostenía cayeron de sus manos, cerró su cajón con fuerza y se puso de pie, solo para volver a sentarse, tan nervioso que Layla fue corriendo por agua al dispensador y se la ofreció.
—¡Matt! Te lo suplico, dime lo que pasó.
—No pasó nada... solo estoy muy atrasado con muchas cosas.
—¡No me jodas! —Matt la miró alarmado. Nunca la había visto así—. Algo le pasó a Will y me vas a decir dónde está ahora.
—¿Qué? ¿Cómo es que...
Sin previo aviso, Layla abrió el cajón y sacó otra de las famosas cajitas. La etiqueta rezaba: "Enalapril".
—¿Esto qué es?
Matt se lo quitó de las manos y la llevó del brazo a la oficina del director.
—Voy a decirte un secreto y tú me dirás el tuyo. ¿Trato?
Layla dudó, pero le urgía mucho saber de su novio.
—Hecho.
—Hace media hora, Will tuvo un shock hipertensivo.
—¿Qué? ¿Dónde está? ¿Va a estar bien?
—Va a estar bien, espero. Lo van a estabilizar y estará aquí mañana.
La chica se desesperó. ¿Cómo se lo tomaría si dejaba el trabajo e iba a verlo? Era un maniático del trabajo, eso estaba visto, pero sí valoró que ella se preocupara de llevarle fruta para el almuerzo. ¿Qué debía hacer?
—¿No es muy joven para tener hipertensión?
—No es crónico, aún, pero está cerca de reventarse el corazón.
Layla fue a sentarse, no estaba preparada para algo así.
—Layla, ¿cuál es tu relación con Will Harrys?
—¿Eh?
—¿Por qué estás aquí?
Cierto, le había prometido que iban a intercambiar secretos, aunque, técnicamente él no le reveló un secreto suyo, sino el de Will, pero igual era algo que ella querría saber.
—Estamos saliendo.
—¡Wow! —Matt fue a sentarse también—. ¿Sabes? Vi las señales, pero es que era tan... ¡Wow! No le digas que yo te dije sobre su enfermedad.
—No le diré.
Era evidente que estaba haciendo estragos con su salud. Ella ya lo había notado, sin embargo, nunca se imaginó que las cosas estaban a ese nivel.
—¿Me escuchas?
—Lo siento, perdón ¿qué?
—Que deberías ir a su departamento.
—¿Y si se molesta que deje el trabajo?
—También es humano, aunque a veces no lo parece, pero como todos, necesita a alguien que lo cuide, ¿no crees?
Era el empujón que necesitaba. Se levantó, abrazó a Matt y le susurró: "Gracias", antes de salir corriendo de ahí.
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