4
Mientras entraba al edificio de la revista, Layla bostezaba sin parar. Casi no pudo dormir la noche anterior.
Todavía le causaba gran confusión los sucesos de esa noche y entre una cosa y otra, pensó que lo mejor sería no asistir más a las clases y tratar de olvidar la otra cara de su jefe, solo así podía seguir odiándolo apropiadamente. ¡Si! Estaba decidido, no más amistad con William Harrys.
Corrió a su cubículo y encontró a sus amigas.
—¡No me lo van a creer! —dijo tirando sus cosas y acercándose a las chicas que, arrimadas a la cafetera, disfrutaban su café mañanero.
—No me digas, conociste a alguien y hubo conexión al instante —dijo Susana.
—Y, además, huele rico y tiene linda sonrisa—añadió Beca.
—¿Qué? ¡No!... La verdad, si... Esperen, ¿a qué viene eso?
—Tu cabello está arreglado, llevas brillo labial, cambiaste al bolso bonito y entraste aquí corriendo y... ¿espera, ese es tu shampoo de mandarina?
—Layla versión enamorada etapa uno.
¡Era cierto! Harrys tenía razón, ella era un libro abierto, leído, repasado, sobre analizado y valorizado con dos estrellas en Amazon, como una comedia romántica ni tan buena ni tan mala, disfrutable pero olvidable.
—¡No estoy enamorada!
—Pero sí conociste a alguien. ¿Cómo es?
Las dos se acercaron, íntimas, contentas, como siempre, para que les contara con ojos de corazón como era su nuevo galán. Casi pegaron sus caras a la de Layla para que les diera los detalles. Se dio cuenta de que, muy a su pesar, era una romántica empedernida más enamorada de la idea del amor que de una persona y que se parecía a un personaje plano en una mini novela de cien páginas.
—Es... el amor al arte.
Ambas se enderezaron y la miraron inquisitivamente.
—¿Será?
—Alto, mirada bonita y su voz te hace sentir cosquillas en el estómago, ¿a que sí?
La protesta murió en sus labios, ya que, en ese momento, dieron las ocho menos cuarto. El frenesí comenzó, todo mundo en sus puestos, tecleos furiosos y la campana del ascensor.
—Reunión de emergencia.
Saludó el jefe pasando delante de los cubículos sin mirar a nadie. Un minuto después todos estaban en la sala de juntas. Harrys, con la apariencia del Ogro dictador de sus pesadillas, tiró un puñado de papeles al centro de la mesa.
—¡Felicidades, señores! Hemos caído al sexto puesto desde la última revisión.
¡Oh, no! Si salían de los diez primeros, Century les quitaría la categoría plata que habían mantenido por cinco años. Eso significaba que recortarían los presupuestos, el personal y que se reducirían a una revista de tercera replicando los chimes de la farándula.
Todos estaban en shock.
—Cada uno de ustedes me dirá ahora mismo, porqué piensan que estamos donde estamos.
¿Qué? ¿Qué clase de tortura medieval era esa? Todos estaban en pánico y, por supuesto, ninguno de ellos iba a asumir la culpa por semejante desastre.
—¿Y bien?
En los últimos años Chickstyles tuvo un repentino retroceso. La calidad se había mantenido, la dirección, aunque tiránica era certera y, sin embargo, caían y caían sin parar. ¿Por qué? Porque el pueblo había experimentado un estallido demográfico unos años atrás debido a que se publicitó como el lugar ideal para los que no gustaban del frenesí de la ciudad, muchas parejas llegaron a radicar y sus hijos conformaban el actual 60% de la población y eran centennials, más interesados en las redes sociales que en una revista.
¿Qué necesitaban? ¿Lanzar una versión digital? Con el mismo estilo y contenido no serviría de nada. ¿Dirigir temas más acordes a esos chicos? Eso cambiaría la esencia de Chickstyles. Entonces, ¿Qué? ¿Qué?
—Bien, ya que parece que carecemos de personal calificado, se comenzará un proceso de recorte. Fuera.
El ambiente se volvió pesado. Todos intentaban llevar a cabo sus tareas, pero estaban nerviosos. Layla volvió a considerar su idea, tal vez si la enfocaba de manera distinta. ¿Y si le preguntaba a Harrys en privado su opinión al respecto?
Se dirigió a su oficina antes de que la duda le impidiera hacer nada.
—Layla, no es buen momento.
—Nunca es buen momento, Matt.
—No, mira, en serio... —El intercomunicador pitó y Matt levantó la línea—. ¿Si, señor?... ¿Ahora?... Claro, en este instante. —Colgó y le hizo señal de adiós. Sacó una cajita blanca de uno de los cajones, llenó un vaso de agua y corrió a la oficina.
Layla miró a los lados, no había nadie cerca. Se acercó a la puerta y pegó su oído.
—¿Cómo te fue? —Escuchó a Matt en tono preocupado.
—No están contentos. —La voz de Harrys era débil y desanimada. Ni siquiera parecía el mismo de hacía unos minutos.
—¿Cuánto tiempo nos dieron?
—Casi nada, hay que rehacer todo el cronograma.
A Layla le dio un vuelco el corazón. ¿Rehacer el cronograma a estas alturas? ¡Era una tarea titánica!
—Adelantaré la reunión de programación, pero no creo que los proveedores nos ayuden.
—Yo me encargo.
—¿Y qué me dices de la logística?
—Ahora los llamo, vamos a lograrlo, cueste lo que cueste.
Se fue antes de que alguien la pillara escuchando tras la puerta.
Cuando salieron a almorzar, solo Matt salió, fue al comedor del edificio rápidamente y regresó para ocupar su lugar. Layla decidió ir por una ensalada de frutas que vendían en una esquina. Era ideal para picar mientras se trabaja, ella lo había usado en ocasiones, no era lo mejor para la salud, pero era peor no comer nada.
—Dejaron esto afuera para el jefe—dijo poniendo la cajita transparente en el escritorio de Matt.
—¿Quién? —preguntó extrañado mirando con recelo la cajita que dejaba ver un bonito arreglo de cortes de frutas en su interior.
—Ni idea, pero estoy segura de que no está envenenada.
Dio media vuelta, pero alcanzó a ver a Matt entrando a la oficina y se alegró.
Muy pronto la chica se convirtió en asidua cliente de la tienda de la esquina.
* * *
Se vio ante el espejo una vez más. Su vestido sencillo, pero elegante, dejaba ver un poco su figura, que no era espectacular, pero ella se sentía orgullosa. Un poquito de maquillaje y el cabello suelto. Tomó una botellita y se fijó que era el mismo perfume que le gustaba a Germán. Quería sentirse diferente, así que lo cambió por uno suave y floral. Tomó su bolso y salió.
Al final, había decidido ir la exhibición, aunque ya no asistiera a las clases, no le vendría mal un poco de cultura.
Al solo entrar, barrió la sala con la mirada y lo encontró cerca de la mesa de bocadillos.
—Los canapés se ven deliciosos —dijo a modo de saludo.
—Últimamente me he aficionado a la ensalada de frutas —respondió risueño y Layla se ruborizó.
—Espero no importunar.
—Para nada, me salvas la vida todos los días, aunque no tienes porqué.
—¿Debería dejar de hacerlo?
—No me opondría a que siguieras, si quieres. Soy adicto a estar vivo.
Ambos rieron y se encaminaron a recorrer la sala. La chica se permitió admirarlo un poco, llevaba un traje, pero muy distinto al de siempre. Era negro, de etiqueta, con las solapas de seda y corbatín. Se ajustaba a la perfección y acentuaba su figura esbelta y varonil.
—¿Qué tan mal estamos?
—¿Te importa si no hablamos de trabajo? Vengo a aquí para olvidarlo.
—Claro, lo siento. —Layla se reprochó, también ella estaba ahí por lo mismo.
Vieron algunas pinturas y ella trató de disfrutarlo, con muy poco éxito.
—¿Qué te parece? —preguntó Will en cierto momento.
—La verdad es que no tengo idea. ¿Es una mancha? —Ladeó la cabeza para buscarle algún sentido a las confusas figuras que veía en uno de los lienzos.
—Es una metáfora de la deformidad del universo interior de cada uno de nosotros.
—¿En serio?
—No, yo tampoco tengo idea.
Volvieron a reír, terminaron el recorrido y entonces ya no hubo más que hacer. Sin saber cómo, estaban de nuevo en la cafetería de la academia.
—Somos un fracaso como amantes del arte —se quejó ella removiendo su café con pereza.
—Somos principiantes.
—La próxima vez mejor vemos una película.
—¿En tu casa o en la mía?
Levantó la vista asombrada. La verdad lo había dicho sin pensar, sin embargo, ante la perspectiva se descubrió llena de expectación.
—Quiero conocer tu casa primero.
—¿Este viernes?
¿Qué estaba pasando? ¿Iban a tener una cita? No. Claro que no, era solo una película en casa de un amigo. Nada más.
—Hecho.
—Que sepas que nada de Austen.
—Aguafiestas.
Esa noche anotó en su agenda: "Película en casa del Ogro". Se rio de sí misma, tomó la goma, borró la última parte y lo corrigió:
"Película en casa de Will".
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