Primera Carta
Desde que tengo memoria recuerdo que me enseñaron dos cosas importantes: Si deseo ser digno de mi corona debo cumplir la voluntad de mi Dios y si quiero ser digno de llamarme hombre debo comportarme como tal.
Es una lástima que no lo haya aprendido de la mejor manera.
Atesoro con cariño el recuerdo de mamá, cada momento junto a ella era alegría. Era una gran Emperatriz, bondadosa y gentil, tan inteligente y correcta. No se dejaba de nadie.
Es la persona que más admiro en este mundo. Y como agradezco parecerme tanto a ella.
Extraño sus abrazos y sus palabras de consuelo.
Añoro ver su sonrisa una vez más, espero estar haciéndolo mientras lees esto.
Ella era quien me motivaba a seguir, a mi y a todo el imperio.
Yo tenía 5 años cuando salí por primera vez de la capital y conocí el pueblo que esperaba con ansias ver a la familia imperial.
Ella tomaba mi mano con gentileza mientras éramos escoltados a la plaza del pueblo. Recuerdo como la miraban con admiración, todos nuestros súbditos estaban orgullosos de la grandiosa Emperatriz que teníamos.
Aquella vez fue la primera vez que conocí niños de mi edad que no vestían ropas de lujo, no tenían demasiados modales y tampoco parecían tener todo lo que los niños de la nobleza tenían. Pero se veían tan felices.
Uno de ellos se me acercó mientras mis padres recibían los regalos del pueblo. Él también se llamaba Emilio, creo que es la razón por la que aun lo recuerdo.
Pasaron los minutos y yo me encontraba platicando con ese alegre chico. Más niños se acercaron y debo admitir que me agradaban mucho más que los niños con los que convivía en el palacio.
Fue la primera vez que me di cuenta de la diferencia entre los nobles y el pueblo.
Mamá, que nunca me descuidaba, se dio cuenta de que en un par de minutos había hecho amigos en el pueblo que ella tanto quería.
Fue por ella que pude ver a todos mis nuevos amigos más seguido. Recuerdo que me llevaba a almorzar a un lugar poco conocido que preparaba la comida más deliciosa y tradicional, los platillos extravagantes me aburrían y adoraba lo simple.
Ella dejaba que comiera junto a todos mis amigos y amigas del pueblo. incluso organizó una fiesta de té en donde todos ellos pudieron conocer el palacio. Fue el día más divertido de toda mi vida al lado de mi madre.
Cuando cumplí 7 fui testigo de su labor como Emperatriz, ella administraba escuelas y orfanatos para nuestros súbditos, organizaba subastas de caridad y dirigía programas para ayudar a quienes más lo necesitaban.
Según los historiadores la Emperatriz Niurka fue la más bondadosa y leal a su Imperio, incluso más que el emperador.
Y por supuesto que lo era, no había nadie más alegre que ella.
Mamá nos tenía tanto cariño a mi y a mi hermana, nos consentía y educaba con tanto cariño.
No tienes ni idea de cuanto nos dolió perderla.
Fue uno de los días más tristes de toda mi vida, ella era la luz del Imperio del Norte. Y desde que se fue todo pareció sumergirse en oscuridad.
Recuerdo que todo el imperio vistió de negro practicamente por todo un año.
Excepto él.
Su majestad, en ese entonces el Emperador, era un gran devoto a la palabra de nuestro Dios. O eso parecía.
Fuera de su imagen pública, esa que le mostraba al pueblo y a los nobles, no era más que una máscara para ocultar su ser lleno de pecado.
No había pasado ni un mes desde la perdida de nuestra Emperatriz cuando de la nada apareció una mujer en el palacio. La amante de mi padre.
Pero eso no fue lo que más me molestó.
Él no esperó demasiado para comenzar a mostrarse como era en verdad.
El día del funeral de mamá yo me encontraba devastado, Romina no estaba en una situación diferente.
Cuando las puertas del palacio se cerraron y todos se retiraron, él me reprendió.
—¡Los hombres no lloran!¡Mucho menos los príncipes!
—¡Quiero a mamá!
Yo era un pequeño de 7 años que solo quería volver a ver a su progenitora.
Pero él no lo entendía.
—¡Ella no va volver!
Para el Emperador, si un hombre lloraba se trataba de alguien débil. Me comparó con mi hermana y yo solo seguí llorando por el miedo que me provocaban sus regaños.
A partir de ese momento todo empeoró.
La mujer con la que había traicionado a mamá se llamaba Eva.
Irónico, ¿no es así?
Tal como en el primer relato que nos cuentan, ella provocó que el hombre pecara. O al menos eso decía mi padre.
A mi corta edad supe lo que era avaricia y vi el egocentrismo personificado. Eva parecía ser alguien que seguía la palabra de Dios al pie de la letra, alguien pura que no le haría daño a nadie. Una perfecta candidata para sustituir a la difunta Emperatriz.
Pero el pueblo no la quería a pesar de que ella tenía a la nobleza de su lado, probablemente por influencia del Emperador.
Eva venía de una isla que se encontraba bajo el poder del Imperio. Una isla a la que mis padres viajaban para celebrar su aniversario de bodas.
Estoy seguro que fue en alguno de esos viajes en donde mi padre la conoció, él siempre insistía en llevar a mamá allí lo más seguido posible. Era horrible saber el porqué.
Jamás conocí a alguien tan hipócrita como mi padre.
Él decía que el pueblo era parte fundamental del Imperio, pero cuando yo quería visitar una vez más a mis amigos él me castigó.
—¡No son de nuestro nivel! Tú eres un príncipe, alguien que nació en cuna de oro y no entre un montón de tierra y polvo.
—¡Son mis amigos!
—¡Ellos solo quieren aprovecharse de ti y debilitarte! Así como hicieron con tu madre.
Se supone que el hijo de Dios llegó al mundo de la manera más humilde, pero para el Emperador eso era pobreza.
Era alguien que no conocía, o no quería conocer, lo que sufría el pueblo. No se interesó ni una sola vez en los orfanatos y escuelas que dirigía mamá. Dejó a cientos de niños sin hogar y sin educación, sin embargo llenaba de regalos a Eva para complacer sus caprichos.
Afortunadamente eso no duró demasiado.
El pueblo se hartó y comenzaron las protestas. Él justificó su abandono a sus labores debido a la pena y dolor que le generaba la perdida de mi madre, creo que esa fue a mayor mentira que escuché en toda mi vida.
Cuando el comenzó a concentrarse en sus labores, que se habían incrementado debido a la ausencia de la emperatriz que se encargara de ello, descuidó a Eva.
Esa mujer no tardó en dejarlo por sentirse "ignorada". Lo último que supe de ella es que escapó con un noble adinerado de otro reino.
Aquellos dos años fueron los que más odie, pero también en los que menos sufrí.
Cuando cumplí 10 se realizó una gran celebración para la Virgen María, la madre de Dios. El Imperio poco a poco había recuperado su poder y el pueblo se había calmado tras todos los errores que mi padre había cometido.
Esa gran celebración era la que calmaría por completo al pueblo.
El pueblo estaba completamente decorado aquel 1 de enero, la música inundaba cada rincón del pueblo y se podía escuchar desde la torre más alta del palacio, donde me encontraba.
Él solía frustrarse rápidamente cuando se trataba de mi o mis actitudes, no le agradaba que no fuera muy habilidoso en mis clases de combate o que fuera "poco masculino" para esa edad. Era un niño que a penas estaba creciendo.
Unas sirvientas me ayudaban a vestirme para aquella fiesta, una de las pocas en las que la nobleza convivía con el pueblo. Yo me encontraba ansioso de volver a ver a mis amigos, eran momentos que apreciaba y me mantenían con vida.
Escuché a voz de Romina de otro lado de la puerta, era de las pocas veces que escuchaba su entusiasmo. No tardaron en dejarla pasar, ella apresuraba a nuestros sirvientes para poder partir a la plaza principal.
Ambos guardamos nuestras sonrisas para cuando nos encontramos con nuestro padre para subir al carruaje. Él detestaba que hiciéramos demasiado ruido al reír.
Fue un viaje corto pero incómodo, él tenía una gran sonrisa fingida para poder lucir bien ante la prensa, nosotros no tuvimos más opción que seguir el teatro. Éramos la familia imperial, la familia que debía ser prefecta a pesar de que hacía falta una Emperatriz.
Llegamos a la gran plaza, el pueblo abrió paso al notar nuestra presencia. Los caballeros se ordenaron en dos columnas dejando un espacio para que pudiéramos ingresar a la gran catedral.
Se escuchaban las alabanzas de muchos de nuestros súbditos y tampoco faltaron los comentarios que mencionaban la ausencia y la falta de la Emperatriz. Nuestro padre nos tomaba con fuerza de los hombros intentando liberar tensión.
Fue cuando vi a Romina, su sonrisa se convirtió en una mueca tras el dolor que sentía, comencé a percibir las miradas de la prensa que comenzaba a fijar su mirada sobre nosotros. Esto no sería bueno, mi padre se enfadaría si la imagen de familia perfecta se derrumbaba.
Tomé la mano de mi hermana, ella se dio cuenta de lo que pasaba y a su rostro regresó su bella sonrisa. Habíamos evitado una futura crisis que posiblemente terminaría en algún castigo.
Pasaron algunas cosas ese día, fue el inicio de mi tortura y la forma en la que mi padre me dejó en claro que debía crecer lo antes posible.
Pasaron largos años en los que no dejaba de escuchar sus regaños y protestas, solo cuando él estaba de "buen humor". Generalmente eran gritos e incluso golpes.
Me insistía relacionarme con los jóvenes de la nobleza, personas importantes y algunos príncipes de otros reinos e imperios para poder establecer alguna relación diplomática, pero sobre todo me obligaba a pasar tiempo con las hijas de las grandes familias del Imperio.
Todo para "prepararme".
El día de mi presentación, mi debut oficial ante la alta sociedad y frente a los demás imperios y reinos, todo lo que él había hecho trajo sus "resultados" para aquella fecha.
Nuestro Imperio era anfitrión de uno de los más importantes eventos al rededor del mundo, agradecía profundamente que mi padre estuviera ocupado recibiendo a las delegaciones extranjeras que poco a poco llegaban a la capital.
Es entonces que todo poco a poco empezó a acomodarse en mi vida. Ese evento fue lo que me dio la mejor época que jamás hubiera imaginado vivir.
Recuerdo esa noche con claridad, todos se encontraban completamente entusiasmados al conocer a los dos últimos herederos del mundo.
Él y yo éramos menores por un par de años a comparación de otros príncipes y princesas, éramos las flores nacientes de la realeza.
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Emilio había hecho lo que su padre le había pedido, mantener la cabeza en alto y una leve sonrisa tras comenzar a escuchar los murmullos de las doncellas.
Todo era parte de un complejo plan para atraer la atención de otros imperios hacia el joven príncipe.
Y el primer paso era atraer a las jóvenes de elite del mundo.
El Emperador Juan X se había encargado de que su hijo tuviera fama de ser un hombre hecho y derecho, aunque a penas cumpliera la mayoría de edad. Para él un hombre era alguien fuerte, rudo, inteligente y, sobre cualquier otra cosa, alguien dominante.
¿Qué mejor forma de mostrar esta última característica que tener a todas las doncellas a sus pies?
Eso era lo que pensaba.
A pesar de que en su imperio fuera muy mal vista la poligamia en la familia imperial, a diferencia de otros imperios en donde era completamente común, eso no le impidió al emperador tener gran número de amantes a escondidas de su pueblo.
Esta acción era común entre los nobles, a pesar de que fuera pecado frente a sus grandes creencias religiosas.
Quería que Emilio, en su juventud, se relacionara con bastantes muchachas, dentro y fuera del imperio. Que un joven presentase ese comportamiento era tolerable, más cuando se trataba del príncipe heredero quien podría convertir a cualquiera de sus "conquistas" en emperatriz cuando llegue el momento.
Aquel gran evento significó el auge de los rumores al rededor del misterioso príncipe Emilio, más aun cuando se le vio dejar de lado a las doncellas por permanecer cerca de la familia Imperial del Sur, o como la gente lo veía, cerca de la princesa Renata.
Fue cuando la segunda fase del plan de Juan X daba comienzo. Él era un Emperador ambicioso y deseaba con profundidad poder dominar el sur y expandir su Imperio, que su hijo comenzara a relacionarse con los príncipes del sur sin habérselo pedido lo llenó de orgullo por primera vez.
Emilio, sin tener conocimiento de los planes de su padre, se acercó a Joaquin. Habían tenido un encuentro previo a su adecuada presentación, solo había sido un accidente, una mera casualidad. Pero este nuevo encuentro fue planeado por el más alto.
Así como él, Joaquin Bondoni, era alquilen misterioso. Pocas veces se mostraba en público y eso había originado rumores al rededor de él, mas no eran como los que tenía Emilio.
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Los rumores que circulaban al rededor de mi me trajeron muy mala fama. No imaginas cuanta envidia sentía de los rumores que llevaban su nombre.
Yo era un mujeriego, un picaflor para la alta sociedad y todo empeoró cuando me presenté porque el rumor se hizo internacional. Pero Joaquin...
Él no salía mucho de su palacio y la gente comenzó a decir que era porque se la pasaba entrenando junto al ejército de su Imperio. Cuando fue presentado ante el mundo, en uno de los combates amistosos de celebración, demostró una gran habilidad en el combate cuerpo a cuerpo, esgrima y el tiro con arco.
Me volví su fan y fue en una de aquellas competencias en las que conversamos como dos jóvenes y no como príncipes.
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Joaquin Bondoni estaba a punto de disparar su última flecha hacia la última diana. Fue entonces cuando el sorprendido y distraído príncipe Emilio tropezó y desconcentró al heredero del Sur. Ocasionó las risas de los jóvenes nobles y los pequeños murmullos de las doncellas que observaban la competencia.
Emilio se había sonrojado levemente mientras veía apenado a Bondoni. Él tambien se estaba riendo mientras lo observaba tirado en el suelo y solo dejó ir la flecha.
Los vitoréos y aplausos no se hicieron esperar al ver sorprendidos que Bondoni había dado en el blanco por quinta vez consecutiva, a pesar de haberse distraído con la caída de Emilio.
Con el ruido de fondo ayudó al rizado a ponerse de pie y lo miró con una sonrisa ya que aun recordaba la expresión del príncipe al caer.
Había llegado el turno de príncipe Emilio y se preparó para dispararle a la primera diana. Algunos murmullos se escuchaban, en verdad esperaban mucho del rizado. Ellos querían que superase a Joaquin.
No pasó, ni con la primera ni segunda flecha.
Joaquin se acercó al más alto y acomodó mejor sus extremidades, se alejó un poco y dejó un marcado silencio en el lugar. Inclinó levemente su cabeza y miró a Emilio.
La flecha voló y cayó muy cerca al blanco.
Una pequeña sonrisa adornó el rostro de Bondoni al notar la alegría del contrario.
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Él me había ayudado en mis últimos dos disparos con el arco, obviamente no lo superé. Sin embargo había obtenido uno de los mejores momentos de mi juventud.
Ambos nos habíamos apartado de la multitud tras mi turno y comenzamos a platicar mientras la competencia continuaba.
—Muchas gracias por tu ayuda.
—No es nada, es lo que un príncipe debe hacer.
Fueron esas palabras las que me permitieron apreciar su sonrisa una vez más. Jamás había visto a alquilen sonreír como él lo hacía, era mágico. Su sonrisa era demasiado pura, en verdad era única.
Otro detalle curioso de aquel joven príncipe que había robado mi atención eran sus ojos. Nunca había conocido a alguien con ese par tan único. Era sabido que cada familia Imperial presentaba una característica única dentro de su linaje, en el Norte eran los rizos en nuestro cabello.
Fue esa bella mañana en la que pude identificar la característica del Imperio del sur, los conocidos "ojos de oro". Creía que lo que había visto días antes solo era el reflejo de la luz de los candelabros, mas en ese momento al verlos a plena luz de día pude apreciar el bello color miel.
No era demasiado notorio, no cuando estabas lejos, pero esa misma noche a la luz de la luna vi el oro en su mirada. Brillaban como estrellas e incluso se podían apreciar dorados.
Creo que fue la primera vez que me interesé verdaderamente en el porqué del brillo en una mirada.
Y fue la primera ves que me interesé en como eso hacía latir mi corazón.
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—Así que... Joaquin Bondoni —dijo el príncipe Emilio mientras sonreía.
—Exacto, ese es mi nombre, no lo malgastes. Emilio Osorio. —respondió de la misma manera.
—Quizá así me conozca el mundo, pero tú puedes llamarme Emilio Marcos.
—Emilio Marcos... Creo que me gusta como suena.
—Entonces sé que así me llamarás.
—Si eso te hace feliz lo haré.
—Me hace feliz, pero me haría más feliz que me enseñaras a disparar como lo haces.
—Lo siento pero ya hice demasiado por ti esta mañana. —Joaquin le había guiñado el ojo y se alejó lentamente mientras batía sus pestañas.
Emilio no sabía que acababa de suceder, la confusión era enorme. Ese se suponía era un comportamiento "femenino", no apto para un hombre como el imponente príncipe Joaquin.
Estaba algo molesto, no por el acto, sino porque le había encantado que algo así sucediera y le molestaba no estar molesto con ello.
Él no entendía pero quería hacerlo y así comenzó a seguir a Bondoni hasta el pabellón designado para la familia imperial del Sur.
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