Cap. 6
—¡Feliz cumpleaños, Hugo! —me felicitan mis padres, mis abuelos, los padres de Henry y el mismísimo Henry con una tarta de cumpleaños encima de la mesa con una vela que enseña el número cuatro.
Mi cumpleaños... Creía que lo celebraría solo con mis padres y mis abuelos, pero esta vez se ha sumado la familia Fisher, lo cual me alegra mucho. Me cantan la típica canción de cumpleaños mientras me quedo con cara de tonto sin saber qué hacer y, al finalizar, soplo la vela, a lo que después se suman los aplausos.
Mi padre saca de la cocina los utensilios y mi madre comienza a cortar la tarta de tres chocolates, mi favorito, pero esta vez le pedí a mi madre que tuviera vainilla, por Henry. Ella aceptó sin conocer mi intención, es la mejor del mundo por hacerlo.
El primer trozo lo ponen delante de mí con una cuchara, la pinta es excelente y tan solo quiero comerlo de un bocado, pero me espero a que le den su trozo a mi amigo. Cuando se lo dan, nos ponemos juntos y nos miramos con una gran sonrisa.
Le hincamos el diente y tan solo puedo decir que me lleva a las estrellas. Mi madre y sus tartas, todo hecho por ella. ¿Cómo se dice? Lo oí una vez... ¡Caseras! Eso es. Tartas caseras.
—¿Está bueno, Henry? —le pregunto con una sonrisa cómplice.
—¡Me encanta! —nuestros padres nos miran riendo—. ¡Incluso tiene vainilla!
—Así que por eso me pediste que le pusiera vainilla —dice mi madre y la señora Fisher la mira sorprendida.
—¿Le puso vainilla?
—Sí, mi hijo me lo pidió. No sabía porqué, pero ahora lo sé —nos miran con una gran sonrisa, incluso mis abuelos, que no paran de agarrarse de la mano.
—¿Cómo se dice, Henry? —su madre y su tono de voz cariñoso.
—¡Muchas gracias, Hugo! —me da un abrazo y yo le correspondo.
Es gracioso y a la vez... ¿Cómo se dice? Falto de palabras o simplemente se me van y luego me vuelven. ¡Tierno! Esa es la palabra que buscaba.
Seguimos comiendo la tarta mientras oímos a nuestros padres de nuevo, así que le pido a Henry que vayamos a mi habitación a jugar. Él acepta y nos vamos ya con la barriga saciada de tarta, pero aún falta mucha, así que le pediré a mi gran amigo que se lleve un trozo por si quiere más.
Llegamos a mi habitación y nos ponemos a jugar con los peluches, los coches, los bloques y demás...
Es lo que tengo, pero al menos nos divertimos creando nuestra propia historia.
—Señor dinosaurio —pongo el hombre delante del dinosaurio que lleva Henry—, no puede destruir este edificio, es la casa de un montón de gatitos.
—Soy un dinosaurio, no quiero gatitos. Es hora de que derrumbe algo —y derrumba una pequeña construcción que había al lado—. Ahora le toca a tu edificio.
—No te dejaré pasar, porque tengo a mi superheroína conmigo —saco una muñeca que venía con el hombre—. Juntos somos el comando diamante, y somos invencibles.
—Pues yo te presento a mi escuadrón dinosaurio. Es hora de rugir.
Y comenzamos la batalla, lanzando bloques y destrozando casas. Todo son risas alrededor, diversión sin fin. Alguien llama a la puerta y quien entra es mi abuela con una caja envuelta en papel de regalo.
—Hugo, mi nieto —se acerca, se agacha y extiende los brazos con el regalo entre manos—. Aquí tienes tu regalo, espero que te guste.
Me acerco a mi abuela y agarro la caja. Al romper el papel de regalo, se nota más la caja. Claro, es una caja. La palabra ya se repite en mi cabeza. Caja, caja, caja... Bueno, ya paro.
Abro la pequeña caja y lo que mis ojos muestran es una pulsera. La saco y la miro bien.
—Es una pulsera de cuero que se ajusta a tu muñeca —agarra la pulsera y me la pone en la muñeca delgada, la verdad es que le sobra mucho, pero me lo ajusta y me queda bien—. Es el mismo que tiene tu abuelo, yo tengo uno igual también, pero con cuero de otro color. ¿Te gusta?
Lo miro fijamente y luego a mi abuela para decirle que...
—¡Me encanta! Mira, Henry —se lo enseño y sus ojos se iluminan.
—¡Como mola! Yo también quiero uno, así vamos a juego.
Miramos a mi abuela y su sonrisa se ha ensanchado.
—¿Por qué no se lo enseñas a tus padres? Deben saber lo que te he regalado.
—¡Sí! Vamos.
Salimos de mi habitación corriendo a ver a nuestros padres, quienes toman café y conversan animadamente. Le enseño a mis padres la pulsera y se sorprenden.
—Así que le has regalado la pulsera —dice mi madre.
—Sí, en el futuro le será útil.
—Seguro que sí.
Y la tarde se pasa volando jugando con Henry. La verdad es que me ha encantado este cumpleaños por tener a un amigo al lado. Se siente tan bien... Me he sentido tan a gusto que quisiera que se repitiera el día todo el tiempo por sentir esto.
Eso sí, me siento raro a su lado. Bueno, con el tiempo se verá qué pasa, sino tendré que ir al médico, porque, como dice mi madre, si llega a doler algo, hay que ir al médico.
Espero no tener que ir al médico.
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