Cap. 5
—¡Mas fuerte, papá! —le pido a mi padre entre risas mientras empuja mi columpio con fuerza.
Al final hemos podido quedar un día mi amigo y yo con nuestros padres, quienes se han estado conociendo y se han caído de maravilla entre risas y bromas que no he entendido, mejor para mí.
Mi padre deja de empujar mi columpio y me balanceo levemente, al igual que mi amigo Henry aquí a mi lado. Ha estado un poco asustado cuando quería que subiera al columpio, pero no sé porqué ha venido si le daba un poco de miedo.
Al final acabamos bajando de los columpios y noto un suspiro tranquilizador de su parte, el alivio ya lo relaja. Nos acercamos a nuestros padres y les pedimos pasear, a lo que aceptan sin decir nada.
Por el camino no paramos de escuchar bromas un tanto sin sentido y cosas que hicieron en el pasado. Henry no se ha separado de mi lado, mirándome intentando preguntarme si les entendía, cosa que niego, porque no les entiendo nada.
Justo encontramos una pequeña tienda ambulante de helados, justo los adultos sonríen y nos miran.
—¿Queréis un helado? —pregunta la madre de Henry.
Asentimos con energía y acabamos acercándonos a la tienda. Cuando llegamos nuestros padres se compran un helado cada uno y nosotros pedimos de qué sabor lo queremos.
—Yo quiero uno de vainilla, por favor —pide Henry y recibe su helado con una sonrisa del vendedor.
—Yo lo quiero de chocolate y vainilla, por favor —mi sonrisa hoy es radiante, salir al parque es lo que me gusta, y más si es con un amigo.
Nos alejamos de la tienda y nos vamos a unos bancos a sentarnos para tomarnos los helados con tranquilidad, aunque no con tanta tranquilidad porque sino se derriten.
—Hugo, ¿sabes qué? Me lo estoy pasando genial —sus mofletes rosados me llenan de ternura.
—Yo también, es genial tener un amigo con quien pasarlo bien —mi sonrisa radiante vuelve a salir de su escondite.
—Creía que no haría un buen amigo en el colegio, pero parece que me equivoqué, porque te tengo a ti.
—La verdad es que yo creía que iba a estar solitario siempre, pero apareciste tú.
Sin darse cuenta, su helado se derrite y cae al suelo, creando un charco pegajoso. Mira al suelo y se da cuenta de que es su helado. Lágrimas aparecen en su rostro, pero antes de que pudiera llorar, me he adelantado.
—¡No llores, Henry! Toma —le extiendo mi helado—, mi helado.
—Pero es tuyo.
—Podemos compartirlo, es de vainilla y chocolate.
—¿En serio quieres compartir tu helado conmigo? —se queda perplejo.
—Sí, quiero compartir contigo mi helado —alza la mano y agarra el palo para llevárselo a la boca y lamer tan solo dos centímetros.
—Gracias, Hugo. Eres un gran amigo.
Y entre risas y demás, nos acabamos el helado tan pronto como se esfuman las palabras en el aire al no ser dirigidas a alguien.
Mi corazón sigue latiendo deprisa, ¿es esto normal?
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