Cap. 30

—Ya que todos sois invitados, podéis coger la ropa de Hugo mientras la vuestra se limpia.

Los chicos hemos terminado de ducharnos. Maya ha insistido en ducharse la última y no le hemos llevado la contraria porque es la única chica del grupo, hay que ser caballerosos con sus deseos.

Larry, Henry y yo estamos en calzoncillos. Nos vamos a mi habitación y saco algo de ropa para ellos. Mis pantalones no son lo suficientemente grandes para mi gordito, pero si para Larry. Más o menos, tenemos la misma talla de pantalón y camisa, por lo que no es un problema.

—Henry, parece que no te va mi ropa —lo intenta por las malas, pero acabo por acercarme y quitárselo antes de que lo rompa—. Tranquilo, seguro mi papá lo soluciona —nos vamos con mi padre, quien se cambia la ropa—. Papá, a Henry no le va mi ropa.

—No hay problema —saca una camisa de su armario y se lo echa a la cara a mi amigo—. Con eso tampoco necesitarás pantalones. Piensa que es como un camisón que se usa como pijama.

Lo mira y se lo intenta poner. Cuando lo consigue, vemos que le llega hasta las rodillas. Mi padre es más grande que nosotros, pero no sabía que sus camisas eran gigantes.

—La tengo desde que estaba gordo antes de tu nacimiento, Hugo. Lo guardaba para ti, pero si tu amigo lo quiere, puede quedárselo.

—No, señor. Se lo devolveré cuando nos vayamos.

—Como quieras, Henry —le acaricia el cabello.

—¡Hugo! —mi amiga Maya me llama y voy con ella, donde asoma la cabeza por la puerta—. ¿Puedes traerme la ropa, por favor? —se ve con algo de vergüenza.

—Sí —voy a mi habitación, encuentro algo que a lo mejor le puede quedar bien cómodo y vuelvo con ella—. Aquí tienes.

—Pasa —me tapo los ojos con la mano libre y entro—. Siento si es incómoda esta situación.

—Para nada. Soy tu amigo. Y como tal, tapo mis ojos para no verte en caso de que estés... Ya sabes.

—Gracias, eres un buen amigo —pasan un par de minutos y su voz me despierta—. Ya puedes mirar —al apartar la mano, veo que su cabello ya no está blanco por la harina y que la ropa le queda algo ancho—. ¿Estoy bien?

—Pues claro. Se te ve cómoda.

—Lo estoy. Esta ropa es un poquito ancha, pero es cómoda.

—Es un chándal, debes de estarlo. Ahora vamos, que los demás nos están esperando —salimos del baño y salimos en su encuentro.

Los encontramos en el salón, donde se sientan con un zumo de piña que mi padre les ha dado. Hay otros dos vasos más intactos, por los que suponemos son nuestros. Los agarramos y nos sentamos, yo al lado de Henry y Maya al lado de Larry.

—Ya hemos vuelto. ¿Habéis hecho algo sin nosotros? —pregunta Maya.

—Nada. Solo hemos ido a por los zumos —sonríe Larry.

Mientras los dos conversan, dejo mi vaso de zumo a la mitad en la mesa y Henry también, con la diferencia de que el suyo está vacío.

—¿Estás cómodo con esa camisa gigante?

—Nunca me había puesto algo tan grande —las mangas vuelven a ocultar sus brazos—. El viento puede pasar por todo mi cuerpo sin que les dé permiso —siento como si le fuera a salir una paranoia ahora mismo.

—¿Sabes lo mejor de todo? —niega con la cabeza, así que levanto la camisa y me meto para luego volver a aparecer por el cuello de este—. Que cabemos dos —me echo a reír—. Puede que incluso tres.

No dice nada. Se le ve muy sonrojado, tanto que parece un tomate de verdad. ¿Qué le pasa? ¿Tiene vergüenza de que esté haciendo esto? Los dos se aislan en su propio mundo de risas y juegos de palabras, estoy por llamarles y romper esta incomodez de mi gordito.

—Hugo —dice mi nombre antes de ocultar nuestros cuerpos con la camisa—, hay algo que me gustaría probar contigo.

—¿Probar?

—Es algo que... No sé cómo explicarlo.

—Hazlo como quieras —mi sonrisa es radiante, tanto que pierde la vergüenza y se anima a soltarlo todo.

—Me gustaría probar eso que hacen nuestros padres.

—¿Ese acto que nos da tanto asco?

—Sí, algo así. ¿Quieres?

—¿Por qué deberíamos?

—Es que, al ver a tu madre tocarse el pecho cuando besó a tu padre es algo así como algo que me ha explicado una cosa la mía: amor.

—¿Amor?

—Sí, es un sentimiento mutuo que hace querer mucho a esa persona. No se sabe el porqué, pero siguen juntos por ello.

—¿Eso significa que si nuestro corazón late deprisa es eso que llamas amor?

—Creo que sí. ¿Quieres? —agacha la mirada, tiene miedo de mi respuesta.

Agarro sus mejillas y levanto su mirada para demostrarle que no tiene que tener miedo conmigo, que siempre entenderé el porqué lo hace.

—Quiero probar —acepto en un susurro.

Sonríe de nuevo, se acerca a mí y acaricia mi mejilla. Con el tacto de su piel suave me acelera el pecho. Acerca su rostro, sus manos en mis mejillas, sus ojos se van cerrando y, justo cuando nuestros labios se rozan, siento como si el silencio se hiciera a mi alrededor.

Cierro los ojos y dejo que mis labios noten todo su cuerpo y su suavidad. Solo escucho nuestros latidos yendo a una velocidad vertiginosa. Da miedo pensar en ello, pero calma da sentir que lo tengo tan cerca de mí como cuando dormimos juntos en el verano.

Siento como si mi cuerpo flotara, sus manos mi guardaespaldas y sus labios un ancla en la realidad y sus ojos.

Rompemos el acto que seguimos sin saber cómo se llama y abrimos los ojos. Poco a poco notamos las voces de nuestros otros dos amigos.

Está rojo, y yo noto ardor en mis mejillas. Supongo que me está pasando como a él.

—Hugo... —sus labios tiemblan—. No sé cómo describirlo. Ha sido increíble. Me sentía como si las estrellas me rozasen, pero eran tus manos y tus labios. Yo... Yo... —le detengo.

—Te entiendo. Yo me he sentido igual.

—¿En serio? —asiento con la cabeza—. Vaya, es genial. ¿Esto es lo que se llama amor?

—Creo que sí. No lo sé, pero me ha gustado y me gustaría volverlo a notar una y otra vez.

—Chicos, ¿qué hacéis? —golpean la camisa, nos devuelven a la realidad.

—Eh... —el gordito piensa—. ¡Un campamento! Eso es, un campamento.

—Salid que vamos a jugar a la consola de Hugo —¿tengo una consola?

Salgo de su camisa y miro la televisión. En efecto, hay una consola que no había visto en ningún momento. ¿Será de mi padre? Tiene que serlo, no es mía.

—Tu padre nos ha dejado jugar algo, por lo que agarrad un mando cada uno y a darle caña —Maya parece estar emocinada—. Quiero demostrarle a Larry que una chica puede derrotarle en esto.

—Te será difícil.

—Están muy motivados —susurro a mi gordito—. Tal vez deberíamos jugar también —intento alejarme, pero ninguno de los dos nos habíamos dado cuenta de que nuestras manos están entrelazadas.

Nos miramos fijamente, ni siquiera hemos sentido el movimiento de nuestro propio cuerpo. Al final, nos soltamos y nos acercamos a nuestros amigos.

Esta tarde ha sido muy extraña, pero una paz al saber que el corazón se nos puede calmar un poco con ese acto. Mi pecho al principio dolía, pero después, mientras los segundos pasaban, iba más y más calmado.

¿Será lo único que nos puede tranquilizar o hay más métodos? No lo sabemos, solo somos unos niños de once años. Pero seguro que la vida nos tiene muchas sorpresas como esas.

Henry... Ese acto... Quiero saber cómo se llama para repetirlo una y otra vez.

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