Cap. 3
Llevo una semana con aquél chico sentado a mi lado, somos de la misma clase y no lo había visto antes. Ahora mismo está con los dibujos, ha hecho un helado de palo blanco con un palo que le ha dado la profesora. El palo está pegado a la hoja y alrededor está la pintura. Parece uno de verdad.
Me acerco tímidamente e intento mirarlo más de cerca, pero se da cuenta de mi presencia y sonríe. Se levanta y me muestra su dibujo.
—Mira, este helado es mi favorito. Es el de vainilla —sus mofletes regordetes y rosados me quitan un poquito de timidez y me hace acercarme más.
Su cabello castaño es como mi sabor preferido de helado, el chocolate, y sus ojos verdes son como la hierba de la casa de campo de mi tía, por el que paseo cuando puedo con mis padres.
—Mi sabor favorito es el chocolate —logro decir sin tartamudear.
—¿En serio? La vainilla y el chocolate son los mejores —alza la mano y deja caer sin querer el dibujo, manchando el suelo. Mira al suelo y ve lo que ha hecho—. Ups, parece que se ha derretido —sin poder contenerme, comienzo a reír.
Mi risa debe de contagiarse, porque él también se ríe. Se rasca la nuca, no sé si es por la vergüenza que acaba de pasar o por la timidez, que es lo que me ocurre a mí casi siempre.
La profesora ve el estropicio y nos dice que nos alejemos de la pintura antes de que acabemos manchados. Bueno, más bien me lo dice a mí, porque el niño regordete tiene las manos muy llenas de pintura.
—Ven —le agarro de la camisa y tiro muy flojo para que no se queje.
Lo llevo al baño de clase y lo pongo delante del lavabo. Le pido que estire las manos y los ponga debajo del grifo, al que le doy a un botón para que empiece a echar agua. La pintura se va yendo de su piel y él me sonríe agradecido.
—Gracias —sonrío de vuelta, este niño me ha hecho reír, lo que seguro que ninguno de aquí habría conseguido—. Me llamo Henry, ¿tú cómo te llamas?
Armado de valor y de coraje, logro soltar mi nombre ante la timidez que me posee.
—Yo me llamo Hugo.
—¡Nuestros nombres comienzan por "h"! ¡Que casualidad! —sus mofletes rosados me parecen más divertidos que antes—. ¿Quieres ser mi amigo?
—¿Eh? —nunca había tenido un amigo, aunque a mi edad es normal, solo tengo tres años y estoy en infantil—. Yo... Vale.
—Seremos buenos amigos.
—Sí... Lo seremos —logro volver a sonreír.
Cuando ya no hay rastro de pintura en su piel, salimos del baño y nos vamos junto a la profesora, quien termina de limpiar la pintura del suelo. Nos ve e intenta ver si mi nuevo amigo está manchado, pero se desconcierta de que no haya ni una gota.
—Lo he llevado a lavarse las manos —le digo a la profesora.
—¡Bien hecho, Hugo! —me acaricia mi cabello negro como la noche y mira fijamente mis ojos azules—. ¿Tú no te has manchado? —niego con la cabeza—. Vale, pues ahora a seguir con lo que estabais.
Cuando voy a volver a mis bloques de construcción, Henry me llama.
—¿Puedo ir contigo? Ya me he quedado sin pintura para hacer otro helado.
—Vale —me encojo de hombros y se acerca a jugar con los bloques.
En todo el tiempo que hemos podido jugar con los bloques, he podido crear un pequeño edificio y mi amigo ha hecho un coche. Tiene mucha imaginación, se le ve de lejos.
Mi pecho vuelve a sentir ese ritmo acelerado. ¿Por qué me pasa esto? Necesito tranquilizarme, ya no sé ni lo que me pasa, y eso que es mi cuerpo.
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