Cap. 18

La calle está tan alborotada que desde aquí, el parque, notamos que pocos niños vienen. La gente camina de un lado a otro, con prisas, con algo en mente. ¿Por qué correrán así? Si yo tuviera que ponerme así sería todo un logro, porque me parece algo muy agotador.

Estoy con mis amigos y con mis padres, que son los únicos que han podido venir, ya que los demás están trabajando o atendiendo algo importante.

Seguimos jugando a los columpios, al tobogán, a correr y ha hacer dibujos en la arena que hay en el suelo. Nos habíamos traído una chapa cada uno para jugar a algo en la arena. Dibujamos un circuito en el suelo y ponemos las chapas en el comienzo, donde daremos la salida.

—Bien, chicos —Larry se pone delante de nosotros, con postura de hombre del ejército que hay en las películas—. Las reglas son sencillas. Un golpe cada uno a su chapa, esto va por turnos. Si se sale de la línea, tendréis que empezar desde cero. Si toca la línea cuenta como que está dentro. Si se sale pero entra de nuevo en la carretera, no pasa nada. Quien llegue primero a la meta... Esto... —se pone a pensar.

—Si llegamos a la meta, podrá quedarse con la bolsa de dulces de una persona que elija —propone Henry, quien está con una sonrisa victoriosa antes de siquiera ganar.

—¡Eso mismo! —acepta—. Pues venga, ¡vamos a jugar!

Nos ponemos de rodillas detrás de nuestras chapas. El primero en darle un pequeño golpe es Larry, el árbitro. Luego yo le doy, seguido de Maya y Henry, que es el último. Seguimos hasta llegar a la mitad de la carretera. Va ganando Henry, pero Maya está decidida a ganar esta carrera, no quiere quedarse atrás.

Estamos llegando al final, yo voy ganando, hasta que...

—¡No! —me salgo de la carretera por un poco de fuerza.

—A empezar de nuevo, Hugo —dice el árbitro mientras me levanto.

—Sí, voy —con la chapa en mi mano, voy a la salida.

Los veo a todos tan distantes, me he quedado atrás en un momento, por un error. Pero no pienso quedarme tan atrás. Cuando ellos van llegando a la meta, hago algo arriesgado. Le doy un fuerte golpe a la chapa y sale volando hacia ellos. Se queda de lado y sigue rodando hacia ellos, está muy cerca. ¡Está llegando a la meta!

Buena suerte sería si no fuera porque justo se queda rozando la meta. Todos tienen una cara de asombro que no pueden con ella. En resumen, que me he quedado al filo de la victoria, y quien se queda la medalla de oro es Maya, que le ha puesto mucho empeño.

—¡Sí! ¡He ganado! —salta la chica de alegría, bailando como una loca poseída—. Denme esos dulces, queridos míos.

—Solo puedes elegir los de uno.

—Oh, entonces... Que sean los de Henry, que los suyos son de chocolate siempre.

—¡Eh! Jopetas... —se le inflan los mofletes en modo de enfado.

Cuando le doy el último golpe a mi chapa, me levanto y me acerco a él para acariciar esas mejillas que tanto quiero tocar, sentir... Al final acabo por poner mis dos manos en sus mejillas y mirarle fijamente. Se sonroja por algún motivo, pero el mío es este.

—Yo compartiré mis dulces contigo. Sabes que siempre lo haré —sonríe y me da un corto abrazo.

—¡Gracias, Hugo!

—¡Eh, mirad! —nos señala un lugar en el que hay un perro muy pequeño deambulando por las calles, intentando encontrar algo en vano—. Pobrecillo...

Me acerco poco a poco al pequeño perro y, al estar lo suficientemente cerca de él, nota mi presencia y se me queda mirando. No huye como los demás perros que me he ido encontrando por la calle.

Es como si tuviera miedo de algo, pero no sé de qué. Me agacho e intento acariciarle, pero se aparta y se pone a oler mis dedos, como si fuera algo extraño para él. Luego los lame y apoya su pequeña cabeza en la palma de mi mano para que lo acaricie.

Mis ojos se iluminan al verle de esa manera, me crea tanta ternura que lo agarro y me lo llevo junto a mis padres, quienes se asustan de que tenga este perrito inofensivo en mis brazos. Mis amigos se acercan y lo miran con mucha ternura, parece que les gusta.

—¡Cariño, deja a ese perro en el suelo! —me ordena mi madre.

—Pero mamá... Está solo y quiere estar acompañado. Quiero quedármelo —le suplico.

—Hugo, no creo que...

—Yolanda, cariño, no pasa nada —me ayuda mi padre—. Es tan solo un cachorro, y creo que sería bueno tenerlo, ¿no te parece?

—Esto... —se lo piensa bien de verdad.

—¡Yo lo cuidaré! —exclamo con todas las ganas del mundo de tener un compañero de habitación canino.

—¡Y nosotros lo ayudaremos! —dice Maya, poniéndose a mi lado, trayendo a los otros dos chicos agarrados de los brazos—. ¿Verdad, chicos?

—Pues claro que lo ayudaré —Henry me mira con una sonrisa radiante, esa que siempre comparte conmigo.

—Haré lo que pueda —dice Larry.

—¿Ves, cariño? Están decididos a cuidarlo. ¿No crees que el cachorro se merece una oportunidad?

—Bueno... No puedo negarme. Nos quedaremos al pequeño.

—¡Sí! —gritamos y saltamos todos con el cachorro entre mis brazos, quien da unos leves ladridos agudos que nos mata de ternura.

Al final tenemos un nuevo compañero de aventuras en este grupo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top