Cap. 14

—Bienvenida al grupo adulto —dice mi madre en forma de saludo a la madre de Maya.

—¿Los niños crearon un grupo adulto? —se sorprende, eso es bueno.

—Pues ellos fueron el principal motivo por el que se creó —nos miran—. Venga, niños. Podéis pasear por el parque. Pero tened cuidado.

—¡Sí, mamá! —me quedo firme como un militar hasta que me tocan el hombro y nos ponemos a correr al interior del parque.

Dejamos a nuestros padres solos, sin nuestra compañía. Les sentará bien, necesitan descansar de sus pequeños.

Paseamos por el parque, una de las mil veces que lo hemos hecho juntos, salvo que ahora tenemos una persona nueva en el grupo y este es nuestro segundo paseo con ella.

A Maya parece gustarle nuestra presencia, se suelta fácilmente cuando está en confianza y una vez le plantó cara a un chico solo porque no le devolvía una de las chucherías que le robó. Cuando está feliz es una persona maravillosa, pero cuando está enfadada es mejor no acercarse, sino alejarse aún más.

Hemos conocido tantas cosas de Maya en estas dos semanas que ya es como nuestra mejor amiga.

—Chicos, me siento tan bien al estar con vosotros —sonríe, sus mofletes se sonrojan y sus ojos brillan con la luz del sol que se refleja en sus pupilas—. Mis amigas no hacen nada de lo que hacéis vosotros. Es tan agradable...

—A nosotros nos encanta tu compañía —sonríe Larry mientras la mira a los ojos muy fijamente.

—Eres un sol —su sonrisa se amplía aún más, ¿se podría hacer más grande?—. ¿Quién se sube al tobogán?

—¡Yo! —se adelanta Larry.

—Yo... No puedo —digo—. Aún me duele la rodilla.

Desde el incidente que ocurrió en el colegio, la rodilla no ha parado de dolerme. Aveces es como si el corazón estuviera ahí y palpitara, y esa palpitación duele un poquito.

—Pues yo me quedo contigo —se pone Henry a mi lado.

—Si quieres subirte al tobogán, no pasa nada. Estaré aquí.

—Si tú no subes —se pone delante mía y se pone firme como un militar, copiando lo que hice delante de mi madre—, yo no subo —me hace sonreír tal acto.

—Gracias, Henry. Pero en serio, si quieres subir, puedes.

Se queda pensando mientras Maya y Larry se ponen a subir y bajar el tobogán, gritando de lo divertido que es cuando se deslizan hacia abajo. De repente es como si la bombilla de Henry se hubiera iluminado, porque me da la espalda y se agacha un poquito con las manos hacia atrás.

—Sube —me ordena con tono amistoso.

—¿Por qué? —ahora me estoy preocupando de lo que se le pasa por la cabeza.

—Solo sube —después de pensarlo dos veces me subo a su espalda como aquel día en el colegio.

Al doblar la rodilla me da un pinchazo y mi cara lo demuestra.

—¿Estás bien? —me mira de reojo.

—Me duele la rodilla aún.

—Tranquilo —se pone a caminar hacia el tobogán y, cuando estamos en las escaleras, me pide algo—. Sujeta las barras, por favor. Es para mantener el equilibrio.

Y le hago caso. Vamos subiendo las escaleras lentamente, con pasos seguros, con mi corazón a cien por el pensamiento de que nos vamos a caer. No mira abajo por si acaso. De un momento a otro, me pide que baje y le hago caso. Para cuando miro, veo que estamos en lo alto y Maya y Larry nos están mirando desde abajo con un sonrisa.

—¡Vamos, Hugo! —me animan los dos de abajo.

—Venga —se sienta, pero no se tira—, pinte delante de mí.

Me sonrojo al pensar que nos vamos a tirar los dos juntos. Me intento sentar, y lo consigo aun con el dolor de la rodilla actuando.

—¿Preparado? —respiro hondo y respondo a la pregunta.

—Sí y no.

—Que sea sí.

—¡Espera! —y nos lanzamos juntos.

Nos deslizamos por el hierro curvado y templado hasta llegar al suelo, pero mi aterrizaje no es exactamente lo esperado y acabo girando mal y dándome un golpe en donde más me duele actualmente.

Acabo en el suelo, sentado y sobando mi rodilla, con los ojos cerrados y con lágrimas aguantadas.

—¡Hugo! Yo... Lo siento —abro los ojos y lo veo ahí, de rodillas delante de mí, con lágrimas en los ojos, como a punto de llorar—. No tendría que haberlo hecho.

—No pasa nada —digo un poco triste por sus lágrimas—. Querías hacer algo bueno y casi lo consigues.

—Por eso, casi lo consigo, pero acabo por hacerte daño.

—Tranquilo —mi mano acaba en su mejilla, secando las lágrimas de su ojo izquierdo—. Está bien —sonrío incluso con el dolor en potencia aporreando mi rodilla.

Sonríe ante mi acto, alegre. Tan alegre que acaba por abrazarme y susurrarme al oído.

—No quiero volver ha hacerte daño. No te lo haré más. Así que te voy a prometer algo. Te prometo no romper tu mundo, llenarlo de color. Y te prometo que siempre estaremos juntos, ya estemos doloridos, tristes o alegres. Siempre juntos. Yo... No quiero hacerte daño. Porque tú, Hugo... Eres especial para mí.

Parpadeo varias veces, pero al final acabo por abrazarle también, pero aún más fuerte de lo que él lo hace.

El día acaba conmigo con la rodilla adolorida y con una fina línea de sangre. Mi madre dice que no es nada, pero la madre de Henry dice que hay que ir a casa y desinfectarlo cuanto antes y ponerme una tirita, la segunda que me pondré en dos semanas.

Pero hay un momento en la que se nos han quedado mirando todos a nosotros dos. Cuando estaba en su espalda, con lágrimas en los ojos y Henry suplicando que me lleven a casa.

No sabía en lo que pensaba al verlo así. Pero sí sé una cosa.

Que le di un beso en la mejilla antes de ir a nuestros padres. Y cuando estábamos delante de ellos...

Uno en la nuca.

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