Cap. 12

—¡Me han quitado la bolsa de golosinas! —alza la voz Henry, rebuscando en su mochila una y otra vez—. No está.

—¿Por qué te has traído una bolsa de golosinas? —pregunto mirando mi mochila para ver que a mí no me han quitado nada.

—Era para compartirlas con vosotros en el siguiente recreo —un rostro apenado aparece.

—Yo tengo otra bolsa de golosinas —anuncia Larry, sacando la bolsa de su mochila.

Está llena de golosinas de fresa, chicles, y demás cosas dulces que nos encantan. A simple vista parece estar más que llena. Henry sonríe con una lágrima en el ojo que estaba a punto de saltar a la mejilla, hacia su libertad.

—¿Las vas a compartir, Larry?

—¡Pues claro! Te han quitado tu bolsa, así que Hugo y yo podemos juntar las golosinas y comerlas entre los tres. ¿Qué os parece?

—Es una buena idea, Larry —digo, sacando también mi bolsa de golosinas, el que mi madre metió en mi mochila a traición.

Le dije a mi madre que no quería golosinas, pero en cuanto no miré la mochila, las introdujo dentro y sin enterarme. Pero en momentos como estos pienso que mi madre tiene poderes divinos que le hacen saber el futuro que voy a tener. ¿Cómo sino ha querido tantas veces meter la bolsa en mi mochila? Hay que pensar en estas cosas seriamente.

—En el siguiente recreo nos las comemos y todo solucionado —dice Larry—. Ninguno de nosotros se va a quedar sin golosinas, y menos Henry.

Y esperamos a que el timbre suene dos veces, porque son dos clases antes del segundo recreo. Recogemos nuestras cosas, sacamos nuestras bolsas de golosinas, sin dejar nada en especial en nuestra mochila, y nos salimos al gran y amplio recreo para los niños de primaria.

En el primer día que entrábamos en este patio encontramos un lugar en el que no pasa nadie, en el que no nos molestarían y Larry y yo nos sentiríamos a gusto sin que nadie nos observase. Un rincón en el que un gran árbol que parece tener mucho tiempo da una sombra bastante buena y nos protege del sol en verano, aunque estemos en octubre. Está rodeado de un manto de hierba verde que hace de colchón, un colchón suave y mullido.

Nos sentamos al pie del árbol y yo me quedo mirando de nuevo el cielo, el azul limpio, sin nubes, sin nada que la oculte ante mi vista. El sol le da su color natural, ese color tan bello y tranquilizador que tiene. No sé, me la quedo mirando todo el tiempo en el recreo y como que no presto atención de mi alrededor.

—Hugo, ¿abres tu bolsa? —la voz del cabecilla del grupo me despierta de mi ensoñación y lo miro.

—Claro —abro la bolsa, con cuidado de que no se caiga ninguna golosina al suelo, y se la paso a ellos.

—¿Tú no quieres? —me ofrece Henry con una golosina de fresa ya en la boca.

—Eh... No, gracias —un leve sonrojo aparece en mi rostro.

Se encoge de hombros y le pasa la bolsa a Larry, quien agarra un par también. Henry se acuesta a mi lado, con los brazos haciendo de almohada, y mira al cielo conmigo. Al momento, Larry nos sigue, lo cual agradezco.

Es tan tranquilizador mirar el cielo, y más con mis amigos. Me siento bien, acompañado, no sólo como antes. Estoy tan a gusto que podría quedarme así por horas.

—¿Por qué estáis en el suelo? —una voz femenina, que es una de las profesoras de otro curso, se acerca con calma—. Os vais a ensuciar.

—No te preocupes, profesora —suelta Henry, yo sigo mirando al cielo.

—No me preocupo al ver la hierba. Decidme, ¿qué hacéis en el suelo?

—Yo estoy mirando el cielo —respondo con voz suave.

—¿Y vosotros? —le pregunta a mis amigos.

—Nosotros lo mismo que él. Aunque si hubieran nubes, estaríamos jugando a adivinar lo que es —menudas cosas se le ocurren a Larry.

—Seguro yo gano —dice Henry, con mano en el pecho—. Soy muy bueno en ese juego.

La risa de la profesora resuena en mis oídos. Una risa suave y tranquila que transmite paz.

—Henry, ¿me pasas un par de golosinas de fresa?

—Eh... Son mis favoritas, pero toma —sonríe mientras deja los dulces en la mano.

Me llevo una a la boca y saboreo el azúcar de la golosina, la cual me encanta, pero no debo abusar de ello. Me como la otra y me quedo satisfecho.

—Bueno, niños. Yo me voy a dar una vuelta por aquí —informa la profesora—. Cuando toque el timbre, quiero las bolsas vacías en la papelera.

Le decimos que sí, que las tiraremos cuando acabemos. Se va por donde ha venido y nos quedamos de nuevo solos mirando el cielo. No sé en qué estarán pensando mis amigos, a lo mejor de que esto es un rollo o de algo que desconozco, pero mientras sigan a mi lado como yo sigo en el suyo, voy a estar más que contento.

Solo les necesito a ellos para llegar lejos. Para llegar lejos juntos.

Necesito más golosinas.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top