(2)Cap. 2
Fui un idiota al huir de Henry de esa manera. Ahora creerá que estoy loco, como en infantil. Pero en ese entonces, no me tomaba como tal, sino como un niño asustado.
Suspiro. La lluvia no ha cesado aún y nadie puede venir a por mí para llevarme a casa. El coche está ocupado por mi padre, quien no va a comer hoy en casa. ¡¿Por qué tengo tan mala suerte?! Menuda pregunta, es porque soy torpe.
Como sea, toca caminar bajo la lluvia, resguardando mi cuerpo en las pequeñas zonas donde no llega tanto las gotas húmedas del cielo. Ya regañaré a mi padre por ser tan oportuno en elegir cuándo no vendría.
Empiezo mi recorrido hacia casa. No está tan lejos, pero preferiría tener un paraguas en estos momentos.
Al observar la calle, puedo ver que no soy el único que sufre por la lluvia. Personas corren por su ropa y por no caer enfermo del frío que hace.
¿Debería correr yo también? No me importa empapar mi ropa o estar enfermo si así evito ir al instituto por un día. Necesito descansar y tomar un respiro de lo que he pasado por hoy.
¿Cuándo me atreveré a hablarle a Henry como antes? La timidez me volvió por lo que siento por él, por el miedo de decirlo sin querer aunque quiera. ¡Esto es muy difícil! ¡Soy nulo en esto del amor!
Ojalá volviera al pasado, donde soy un chaval de sonrisa amplia y sin miedo por tener a mis amigos al lado.
Rasco mi cabello. Tal vez no vaya a lograrlo otra vez. Todos se separaron, el grupo se rompió, ya no queda nada de ello.
Tal es mi torpeza que tropiezo con la espalda de alguien y caemos los dos al suelo mojado de la acera. ¡Ahora maldigo mi torpeza!
El suelo empapa levemente nuestras prendas que dejan una zona oscura muy obvia.
—¡Lo siento muchísimo! —me levanto con rapidez e insto a ayudarle—. No he mirado por dónde iba.
Cuando iba a extender la mano, me quedo paralizado al reconocer su rostro. Esas gafas, sus ojos verdes claros que han cambiado con el tiempo y ya no muestran tanta timidez, algo de acné que desaparecerá con el tiempo...
—Un momento —se me queda mirando—, reconozco esa voz y esos ojos azules. ¡Hugo! —se levanta por cuenta propia y aparece una gran sonrisa.
¿Acaso le importa la ropa mojada?
—¡Larry! —en parte, me alegro que sea él con quien me he tropezado, pero no me gusta el accidente que acabamos de tener—. Me alegro de verte.
—El sentimiento es mutuo. ¿Qué haces bajo la lluvia? ¿No viene tu padre a por ti?
—Eso mismo debería preguntar yo. ¿Qué haces aquí? Que yo sepa, tu casa queda al otro lado.
—Ah, bueno... Es que Maya me ha dicho que vaya a su casa después del instituto. Hoy no ha venido por enfermedad y quiere que la ayude con los apuntes que no ha repasado hoy.
—Como un profesor particular.
—Algo así —mira a su alrededor, ahora las calles están vacías, sin contar los vehículos que circulan—. Oye, ya que la casa de Maya está en una intersección de camino a la tuya, ¿te importa si hablamos?
—Para nada. Vamos —volvemos a caminar, teniendo cuidado de no mojarnos más de lo que ya estamos.
—Y dime, ¿qué tal Henry? Hace tiempo que no lo veo.
—¿No te has enterado?
—¿De qué? —parece que las noticias no corren por su círculo de amigos.
—Henry... se fue con otros chicos. Ahora es el más popular por su alegría y su positivismo.
—Oh, lo siento, Hugo. ¿Entonces estás sólo?
—No. He conocido a una chica agradable que me entiende en todos los sentidos. Los dos hemos sufrido la separación de nuestros grupos.
—El grupo —agacha la mirada, tal vez piense que es su culpa por irse con Maya y dejarme sólo con Henry, pero esto ya pasaría por si sólo, no sabía nada—. No me acordaba de nuestro grupo.
—Se ha roto, Larry. Entre todos, lo hemos roto.
—¡Yo podría volver! —se pone delante, caminando de espaldas—. Tal vez le guste la idea a Maya. Los viejos tiempos pueden volver.
—Aunque vosotros volvierais, Henry no. Él... está en otro mundo ahora.
—¿No hablas con él?
—No es eso. Cuando me acerco a él, mi timidez vuelve. Es como si mi cuerpo y mente me pidieran que me aleje, pero no es lo que deseo.
Sonríe, vuelve a mi lado y saca un tema pasado.
—¿Te acuerdas del día en que nos conocimos? —esa voz llena de nostalgia nunca la había escuchado en alguien, solo en mí y en Yelin.
—Sí. Los dos con timidez, más tú por acercarte —ese recuerdo me saca una leve sonrisa.
—No tenía amigos. Te vi ahí sentado y me dije: ¿por qué no? No tenía nada que perder. No perdí nada, solo gané. Tu amistad. Y hoy en día no le estoy dando todo el cariño que se merece.
—Sabes que no tienes que estar conmigo si no quieres.
—¿Y si quiero volver a quedar como en los viejos tiempos? Las chica del grupo son un poco... —piensa en una palabra, o tal vez en algún sinónimo que se acerque—. Aburridas.
—¿Y yo no lo soy? —me cruzo de brazos.
—Tal vez los dos seamos aburridos, pero siempre se nos ocurrió algo para divertirnos.
—Cierto —recuerdo que, siempre que quedaba con él, me las tenía que ingeniar para pasar la tarde rápidamente—. Era todo un estratega de la diversión.
—Para mí lo eras. A lo mejor mi madre nos mirase extrañada, pero nosotros solo vimos cómo nuestras naves caían en picado por un misil Noctianico.
—¿Aún te acuerdas de los nombres que poníamos?
—¡Como para olvidarlo! Aún me hace gracia cuando giraste sobre ti en el suelo para simular giros que esquivaban las balas enemigas.
—¡Qué vergüenza! —me rasco el cabello, noto ese picor al sonrojarme.
—Estamos entre amigos, no tienes porqué tener vergüenza —tiene razón—. A todo esto, ¿no tienes un móvil todavía?
—Mis padres me compraron uno el año pasado, pero no estabais ninguno para daros mi número.
—Sabes que conmigo puedes hablar cuando quieras. Total, me harías un favor al separarme del grupo que solo hay chicas. A ver, no es que no me guste, pero sería un gusto tener a un chico más para variar en las charlas.
—¿Te aburres con ellas?
—Digamos que hay miles de tonalidades de pinta uñas que no me interesan en absoluto.
—¿Ahora te enteras de eso? —me río, este chico aveces puede ser una caja de sorpresas.
—Tantos pinta uñas como paletas de colores. Es increíble —suspira relajado—. Menos mal que no soy una chica —¿piensa en sus palabras? Sonaría ofensivo en algunas personas—. Venga, dame tu número —saca el móvil.
Apunta mi número en su agenda y me envía un mensaje para que tenga el suyo. Todo esto justo cuando llegamos a la intersección que nos separa.
—Aquí nos separamos, amigo. Recuerdos a tu madre —camina en su dirección.
—¡Igualmente! —y nos separamos.
Me alegro haberme encontrado con Larry después de tanto tiempo. Lo echaba de menos.
Aveces, su inteligencia y su forma de hablar puede ser una cura por lo del grupo para mí. Si él y yo nos llegamos a juntar de nuevo, solo faltarían dos para recuperar parte del pasado.
Ahora, con su número, puedo hablar con él cuando lo necesite. ¡Es genial!
Solo necesito llegar a casa sin que el móvil se me moje más. Por favor, quiero algo de suerte. ¡No más torpezas!
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