(2) Cap. 11

El paseo por la calle al lado de Henry se me ha hecho muy corto comparado con el tiempo que me quedaba viendo su rostro sonriente y pensante.

Por un momento me preocupaba el que no estuviera bien, pero siempre me da ese dulce apretón en la mano que me quita toda duda.

Su mano con la mía, nunca separadas durante el trayecto al portal de su edificio. Siento miles de sentimientos al segundo de ver nuestras palmas pegadas. Ojalá fuera eterno este momento para no separarme jamás de su lado.

Llegamos, separa nuestras manos y saca las llaves con las manos temblando levemente. Mi preocupación es inaguantable.

—Henry, ¿estás bien? —agarro las llaves para abrir por él—. Tiemblas mucho.

—Es que... estoy nervioso —entramos.

—¿Por qué? —entro tras él y la puerta se cierra.

—Una tarde a solas contigo después de lo que ha pasado esta mañana. ¿No te pasa lo mismo después de eso? Y el café lo ha empeorado. Tendría que haber pedido un té.

—Escucha —le miro a los ojos—, si no quieres estar conmigo toda la tarde, dilo y me iré.

—¡No! —aprieta nuestras manos—. No quiero que te vayas. Después del tiempo que hemos pasado separados y nuestro... beso, no quiero que te largues así como así por un nervio estúpido.

—Como quieras —me encojo de hombros, es su nerviosismo, no el mío.

—¿Qué quieres que empecemos a hacer? —llama al ascensor—. Podemos ver unas películas, jugar a la consola en mi habitación, ponernos en la cocina a hacer lo que queramos, una serie... ¡Cualquier cosa!

—Unos videojuegos están bien por ahora —llega, entramos y subimos los pisos.

—¡Tengo uno cooperativo perfecto para divertirnos! Pero no tenía a alguien con quien jugarlo, por lo que lo dejé guardando polvo.

—¿Por qué?

—Porque es obligatorio jugarlo con dos personas. No tiene función de un jugador.

—Entonces estaré encantado de jugarlo contigo —saco una sonrisa, pero una de las mejores, porque tengo ganas de jugar a algo con él.

Hace tiempo que no hacemos cosas en su casa juntos, con el tiempo que estábamos aquí de pequeños. Su madre nos detenía para hacerle compañía en la cocina y de recompensa nos daba dulces. ¡Tardes inolvidables!

El ascensor abre sus puertas en el piso que debería y vamos a la puerta del gordito. Al abrir, entramos y deja las llaves en su sitio.

Todo está siniestramente silencioso. Es como una película de terror en la que el asesino aparece nada más sueltes una palabra.

No tengo miedo, estoy al lado del chico que me gusta con mi corazón liberado, con mis sentimientos aclarados. Nada puede salir mal, solo cosas bien.

—Ve a mi habitación y enciende todo mientras voy por algo de aperitivo. Solo por si nos da gana de comer algo —asiento y voy a su habitación.

Al entrar, mi vista se vuelve a fijar en la foto que me había hecho a traición. Sonrío, aún recuerdo esa escena por completo. Se le formaba una sonrisa hermosa al agarrar la cámara y darle al botón que mis mejillas se tornaban rojas. Si no me hubiera escondido en las sábanas de aquella cama, ¿habría conseguido hacerme una foto igualmente?

Esa es una duda que dejaré al azar en estos momentos.

Enciendo la televisión y la consola. Busco el mando a distancia, cosa que encuentro en el escritorio, y busco el canal que muestra la pantalla que necesito. Ya conseguido, busco donde sentarme, pero solo hay una silla en toda la habitación, por lo que me siento en la cama para más comodidad.

—Hugo —entra por la puerta con un par de vasos y un plato de aperitivos en una bandeja—, he visto varias cosas, pero como sé que te gusta lo dulce, he decidido traer pequeñas bolas de chocolate. Espero que te gusten, ya que es una nueva marca que han puesto en el mercado —lo pone todo en el escritorio—. Voy a poner el juego —asiento y dejo que haga lo que quiera.

No puedo quitarle el ojo de encima. Sus movimientos muestran miedo, tiene demasiado cuidado de no hacer algo estúpido, aunque eso no me importe.

Verlo de esa manera me llena de ternura. Piensa que quedar en ridículo delante de mí lo va a estropear todo cuando es al contrario, me sentiría... apenado.

Se esfuerza por no hacerme pasar un mal rato, uno vergonzoso. ¡Estamos entre amigos! ¿Amigos? ¿Qué somos ahora que me he declarado? Esa pregunta ha estado rondando mi cabeza toda la mañana y no me la puedo sacar.

—¡Ya está! —se aleja de la consola con los mandos en la mano y me pasa uno mientras se sienta a mi lado—. Todo listo para el comienzo del día juntos, como en los viejos tiempos —sé que me dijo que no me contuviera, pero la timidez es más fuerte de lo que esperaba.

Conteniendo las ganas de saltar a sus labios, agarro el mando con fuerza por si se me resbala y empezamos a jugar.

La cooperación de este juego en tiempo real es bastante entretenido, al igual que la historia. Su jugabilidad es fluida. No hablamos ni nada, solo jugamos porque sabemos lo que tenemos que hacer. Supongo que estamos sincronizados hasta tal punto de no necesitar intercambiar palabra.

Nos la pasamos un par de horas con el juego, el cual nos ha enganchado como locos y notamos que hemos superado la mitad. Este tipo de juegos tienen fama de ser corto, un mínimo de cuatro horas, pero son muy divertidas y te diviertes con la persona que tienes a tu lado.

Apaga la consola y mira la hora.

—Es casi la hora de comer. ¿Quieres que cocinemos algo juntos?

—¿Como qué? —¿sabe cocinar?

—Podríamos intentar unos espaguetis. Se me da fatal hacerlos, aunque vamos a hacer una cosa. Si se queman o no nos gusta cómo han quedado, los tiramos y salimos a buscar un restaurante que nos interese.

—Es ganar por todos lados, ¿no? —se levanta, deja los mandos en su sitio y me ofrece su mano para levantarme.

—Comemos aquí o fuera, así que sí, es ganar por todos lados.

—Entonces vamos. ¡A cocinar! —agarro su mano, me levanto y voy a la puerta tras él, pero le detengo—. Henry, yo... ¿Puedo?

—¿Eh? —no sabe de lo que hablo, a veces es corto de mente cuando se lo propone, aunque la culpa es mía por no especificar.

—Ya sabes... ¿Puedo?

—Esto... Claro —asiente, dejándome vía libre.

Me acerco a él, poso una mano en su mejilla caliente y roja por lo que ocurre y me acerco a sus labios.

Mi corazón está que explota por mi atrevimiento. ¡Me voy a morir aquí mismo y será mi culpa!

Cuando rozo sus labios, una chispa en mi espalda me congela. Saboreo sus labios, sus manos viajan a mi cintura y me apegan más a su cuerpo. Abrazo su cuello y aprieto nuestros labios, hasta que él abre mi boca y deja entrar su lengua.

¡Me muero! ¡Me falta el aire por el nerviosismo!

Separo nuestros labios y cojo algo de aire. Mis pulmones lo agradecen, ya no podía aguantar más.

—¿Lo de la lengua ha sido demasiado?

—¡No! Quiero... Quiero seguir.

—Otro beso se ha dicho —susurra y vuelve a pegar nuestros labios, pero sin aguantar la lengua.

Las manos de mi cadera me rodean. Un abrazo me hace sentir en la gloria.

Nuestras respiraciones chocan, nuestros cuerpos pegados y el calor saliendo de nuestra piel para hacernos sentir extraños. Esta sensación es extraña para mí. ¿Qué me ocurre?

Nos volvemos a separar, el abrazo se rompe y nos quedamos mirando a los ojos. El chocolate de su mirada verde me hipnotiza.

—Eso... ha sido genial —susurra, me ha quitado las palabras de la boca—. Si quieres otro, tan solo hazlo. No me lo pidas, ¿de acuerdo? —asiento con la cabeza—. Perfecto —dirige su mirada un poco abajo—. ¡Ah! —se separa al instante, dándose la vuelta y saliendo de la habitación—. Ho... ¡Hora de cocinar!

¿Por qué ha salido corriendo? ¿He hecho algo malo? No, debe haber sido algo más.

Bajo la mirada y veo que estoy... ¡Dios! ¡Qué vergüenza! ¡Estoy excitado! O eso creo recordar como se llama, ya que no he tenido ninguna en mi vida.

¿Se ha ido corriendo porque me ha visto así o porque le ha pasado lo mismo? Sea lo que sea, debería ir a la cocina.

Mejor me espero un par de minutos antes de ir.

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