Capítulo 4
El sonido del móvil taladró la cabeza de William. Una fuerte punzada en el pecho hizo que sin siquiera abrir los ojos se lleve las manos ahí. Su móvil volvió a sonar, con mucho esfuerzo lo cogió y miró la hora antes de atender. Se incorporó con cuidado y deslizó el dedo sobre la pantalla del teléfono. Diez llamadas perdidas, su madre, su padre, Rob y por supuesto, todas las demás, de Emma, que en ese momento volvió a llamar.
-¡No puedo creer!, jamás ni en mil años imaginé que me harías esto -gritó.
William tuvo que alejar el aparato de su oído porque le lastimaba la voz chillona de la mujer.
-¿Podrías hablar más bajo y explicar qué hice?
-¡Eres un idiota! ¿Cómo te atreves a fingir demencia? ¡Iba a ser mi noche! ¡Nuestra noche! Me dejaste con el micrófono en la mano anunciando tu presencia en el escenario. ¡Desapareciste, William!
-En primer lugar, ni a palos iba a subir al escenario, ni si mi vida dependiera de eso, en segundo lugar, no recuerdo nada y, en tercer lugar, ahora estoy con un terrible dolor de cabeza. Así que, es mejor que dejemos las recriminaciones para otro momento, nos vemos -dijo William y cortó la llamada.
Se volvió a acostar, estiró el brazo y sintió algo en la cama junto a él, corrió las sábanas y ahí estaba la gran espada. De un salto salió de la cama, sorprendido y asustado en partes iguales. Se miró y llevaba la misma camisa y el mismo pantalón, junto a la puerta divisó el saco de su traje y sus zapatos. Volvió a sentir el dolor en el pecho, recordó que un viejo loco le clavó el arma ahí, pero si era así, él tenía que estar muerto. Se sacó la camisa y se paró frente al espejo para observar su torso desnuno. Una cicatriz, en medio de su cuerpo. Pasó las manos por el corte y no cabía en sí, no comprendía nada. Decidió que iría al hotel, que buscaría al anciano de anoche.
Terminó de desvestirse, para ir a tomar una ducha, olía a whisky barato. Se pasó mil veces el jabón por el cuerpo, su piel recordaba la sensación viscosa de la sangre escaparse de sus adentros. Sin embargo, el golpe de agua fría, lo trajo a la realidad. Fue hasta su vestidor, eligió lo de siempre, un traje fino, se cambió el reloj, y a continuación tomó de su gaveta el perfume que toda su vida usó, se lo echó en en cuello, luego en las muñecas, se observó de nuevo en el espejo, ahora estaba aún más decidido a encontrar al anciano y, de paso, reclamar a Rob por servir un whisky de cuarta. Para su gusto el ascensor tardaba demasiado, por lo que fue por las escaleras, con rapidez llegó hasta el estacionamiento, rogando no encontrar ni una sola marca en su apreciado Bentley, lo más sorprendente es que estaba intacto.
Subió sin rodeos, en su cabeza sólo tenía como objetivo llegar al hotel para descargar su rabia, pero lo más importante, culpar directamente a Rob de su resaca, nunca había tenido una, su familia jamás descuidó la calidad del whisky. Esta vez no se detuvo a saludar al valet parking, se bajó del coche y le lanzó las llaves. Entró al hotel como alma que lleva el demonio, subió al piso donde estaba la oficina de Rob y, sin pedir que la asistente lo anuncie entró a la oficina de su amigo dando un portazo al cerrar la puerta. El otro hombre en un principio se asustó, pero cuando vio de quién se trataba se tranquilizó.
-¡El novio en fuga! -se burló, y sonrió de oreja a oreja-. Podés ser la versión masculina de Julia Roberts, obvio que ella es más atractiva y en este momento es seguro que se ve mejor que tú.
-¿A quién compraste ese whisky barato? -indagó William. Fue directo al grano. No estaba con ganas de hacer bromas, ni siquiera tuvo tiempo de beber un café.
-¡Hoy estamos de drama queen! William, mi hotel nunca compró ni comprará whisky que no sea fabricado, procesado, embotellado y etiquetado por los Campbell, mis ancestros se retorcerían en su tumba si lo hiciera.
-Entonces algún empleado tuyo te está engañando, porque esa horrible bebida que tomé anoche, no salió de mi destilería, es tan seguro como que me llamo William. Que traigan una botella del bar del salón Royal, te lo voy a demostrar -dijo William, y tomó asiento frente a su amigo.
-Estás armando un escándalo sin sentido, acaso no confías en mí palabra, a ver, dime, ¿cuándo en todo este tiempo te he mentido? Yo creo que tu problema es otro, estás actuando así para que Emma no se enoje, yo hago eso todo el tiempo, me ofendo peor que la mujer, es una buena táctica, William.
-No tengo ni la más mínima necesidad de evitar que se enoje, si Emma se quiere cabrear, que lo haga, ella pierde, yo gano espacio personal. ¡Pero por favor, pide la estúpida botella!
-Está bien, pero tranquilízate que te va a dar algo, ¿no prefieres un café o un té? Todavía no te casas y ya quieres beber por las mañanas -vuelve a burlarse Rob.
-Acepto un café bien cargado, el whisky es para ti, lo probarás y te vas a dar cuenta que no miento -le informó William y suspiró. Se masajeó las sienes que le latían como tambores-. Necesito información sobre un huésped, es un anciano que anoche tenía puesto un kilt verde a cuadros.
-Un pedido a la vez, voy a pedir que suban botella del bendito whisky primero y luego hablo con los de recepción para averiguar lo del huésped. ¿Por qué te interesa ese hombre? -preguntó mientras levantaba el tubo de su teléfono.
-Es algo personal.
-Me intriga saber qué es tan personal como para que vengas hasta aquí, lo del whisky lo pudiste arreglar por teléfono -dijo Rob.
-Luego te cuento, solo consígueme sus datos, necesito encontrarlo con urgencia.
Media hora estuvieron discutiendo sobre la procedencia del whisky, aunque estaba en una de las botellas de la destilería Campbell, no sabía al producto que ellos fabricaban.
-Bajemos a recepción, es mejor que describas al hombre tú mismo, de paso podemos ver las botellas de este lote, puede que estén vencidas o algo así -le sugirió Rob.
-¿Cómo que vencidos? No digas estupideces, Rob -se quejó William y se puso de pie para seguir a su amigo que ya le abrió la puerta.
****
El desastre de las mujeres en su andar delataba al par de amigas que acababan de pisar suelo escocés. Las maletas, rodaban sobre el suelo del aeropuerto de Edimburgo escandalosamente, ambas llamaron la atención de todo aquel que estaba en su camino. River dió con un joven que tenía un cartel que decía Elaine Cliford, tocó el hombro de su amiga y ambas caminaron hacia el muchacho.
-Señorita Cliford -saludó en lo que comenzó a sentirse algo incómoda al ver que River lo devoraba con los ojos-. Soy Angus y vengo de parte del albacea de la familia McKenzie, las llevaré hasta su hotel -añadió-. El señor MacIntyre la verá mañana -informó a la mujer-. Se hospedaran en el hotel Dunalastair Suit en Kinloch Rannoch -les comentó al tiempo que cogió las valijas de ambas, una en cada mano, y las hizo rodar esperando que ellas lo sigan, no se preocupen que todo está pagado y reservado para ustedes -agregó al ver preocupación en el rostro de las jóvenes.
-¡Ola la, Angus! -dijo River y lo repasó con la mirada.
-Deberían contratarte para hacer de escáner en el aeropuerto -le dijo Elaine y frunció el ceño desaprobando la actitud coqueta de su amiga.
-Puedo detectar armas a distancia -dijo con socarronería.
-¡River! -chilló Elaine y se sonrojó.
Las mujeres se miraron, no tenían idea de dónde estaban, además, Elaine carecía del sentido de la ubicación, muchas veces se perdió en las calles de Nueva York a causa de eso. River se encogió de hombros mientras Elaine solo ofreció una mirada de agradecimiento al chico.
-¡Bien! Supongo que si nos vas a robar los órganos debes llevarnos bien lejos -Bromeó Elaine.
-¿Perdón?
-No, querido. -River le dió una palmada coqueta al joven-. La chica no está bien de la cabeza, haz de cuenta que no dijo nada.
El joven no comprendía aún nada, sin embargo, con toda la amabilidad que pudo improvisar hizo un gesto para invitar a ambas a seguirlo. Ellas estaban por ir al estacionamiento, cuando el hombre les hizo un gesto indicándoles que ese no era el camino.
- Por aquí, señoritas, no iremos en coche, o vamos a tardar casi tres horas en llegar a destino.
-¿Qué, iremos en helicóptero? -se burló River, el joven no volvió a entender, al parecer el humor americano no es universal.
-El señor MacIntyre no dejaría que la heredera más importante viaje en helicóptero, vamos en jet.
-Guapo, tengo una duda -dijo River-. ¿Por qué nadie está usando faldas?, yo vine por eso.
-Solo usamos nuestros trajes típicos en ocasiones especiales, no vestimos así todo el tiempo -le explicó Angus.
-¡Qué decepción! -exclamó River y se ganó un codazo de su amiga-. No seas pesada, tú viniste por la herencia y yo a averiguar que llevan debajo, ese fue el trato -susurró la muchacha.
-Tú eres la pesada -retrucó Elaine-. Deja al muchacho tranquilo, muestra la hilacha más adelante -agregó y la pasó para caminar al lado de Angus.
Ambas jóvenes abrieron sus ojos sorprendidas, pero ¿Qué podían hacer más que rendirse al lujo de viajar en jet? Al fin y al cabo, estaban en un país desconocido, a muchos kilómetros de casa y, aunque parezca extraño para ambas mujeres, que hace unos días estaban calculando cómo cortar la carne para que dure un día más, hoy la suerte les sonreía. El viaje en jet duró menos de veinte minutos. River aprovechó la champaña, a pesar de ser tan temprano en esas tierras, mientras Elaine durmió todo el viaje, su amiga no podía comprender como era posible que desperdiciara su vuelo privado.
Finalmente, llegaron al aeropuerto del hotel, el joven ayudó a las chicas a bajar las maletas y con la misma amabilidad con la que las buscó, las dejó en recepción, no sin antes presentar a las personas que se ocuparían de su estadía. Elaine continuaba medio dormida a causa del viaje, y necesitaba con urgencia un café bien cargado para aguantar.
-¡Dios! Esa cara de zombie Elaine, me da vergüenza decir que te conozco -aseguró River.
Pero Elaine no le hizo caso y pidió un café al recepcionista. Con cortesía el joven le sirvió el café en una pequeña taza y este estaba prácticamente hirviendo.
-¿Lo calienta algún dragón? -Elaine preguntó más para si, pero el de recepción comprendió la broma, al fin atinó una.
-Señoritas, su habitación está lista -anunció el botones que tomó las maletas de las mujeres. -. Por aquí -anunció.
Elaine soplaba su café y River se quitaba una selfie. Y así, sin casi prestar atención lo siguieron hacia el ascensor. Las voces de unos hombres que no hablaban inglés, llegaron a sus oídos, y la verdad, la mujer podría jurar que su timbre grave era orgásmico. Un escozor comenzó a molestarle justo en la punta de la nariz, ella reconocía ese síntoma, a Elaine le causaba alergia dos cosas, los gatos y las almendras, en todas sus presentaciones, y estaba segura que el olor que venía, a pesar de ser dulce y varonil tenía almendras.
Intentó con toda su fuerza de voluntad evitar estornudar. Se concentró o, al menos intentó concentrarse en soplar el café, pero centímetro a centímetro que ella avanzaba hacia el pasillo, el aroma se hacía más fuerte, y el estornudo comenzó a salir uno tras otro. River observó a su amiga e intentó ayudarla a sostener la taza, pues sabía de memoria, que al ser poseída por los estornudos, Elaine perdía el control de sus habilidades motoras.
Por desgracia, la reacción de River fue lenta. Elaine, entre estornudo y estornudo, e intentar sostener la taza, así como evitar tropezar con su propio pie, terminó chocando contra una masa de músculos de acero, mejor dicho, la taza de café colisionó contra el traje que cubría un cuerpo perfecto y tonificado. El ataque alérgico se hizo peor, y ahora, para colmo de males, también le ardían las manos, sin olvidar la vergüenza de haber bañado a un extraño.
-¡Perdón, perdón, perdón! -dijo Elaine al tiempo que estornudaba sin parar e intentaba hablar.
-¡Para completar mi día, Americanas! -exclamó William con enojo- ¡Acaso no tienes control de tu cuerpo!
-¡Perdón señor! Fue un... -estornudó-, ac... -otro estornudo- dente...
-¡Qué alguien le de un tapabocas a esta mujer! Está esparciendo sus gérmenes -ordenó William al pobre botones.
-¡Idiota!... -Elaine seguía estornudando y con las manos en el aire.
Hasta que su amiga cayó en cuenta de que debía ayudarla.
-Habla la que no puede ver su camino -se burló William.
-¡Deja a mi amiga en paz! Imbécil, insensible y desconsiderado, ¿No ves que se quemó las manos? Y está con un ataque de alergia...
William iba a hablar de nuevo tirando algo de veneno, pero al fin prestó atención a la escena, la mano blanca y delicada de la joven estaba enrojecida, y de sus ojos caían lágrimas a causa de los estornudos.
-Perdón, señoritas -se excusó Rob-. Mi amigo es de la prehistoria... yo me ocupo, por favor, síganme, las guiaré hasta la enfermería. Y tú, insensible, también deberías ir a hacerte ver, estoy seguro que tienes una quemadura allí, señaló el torso de su amigo.
La pequeña mujer seguía estornudando, mientras se alejaba con Rob y River.
William, muy lejos de preocuparse por la quemadura se estaba preguntando dos cosas: uno: ¿por qué no se quemó la piel?, dos: ¿Qué mierda tiene en la cabeza para actuar como un idiota con una mujer herida?
¿ALGUIEN QUE NOS RESPONDA LAS PREGUNTAS?
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