Capítulo 3

William Campbell es un hombre serio, entregado a la empresa familiar. No le gustan las fiestas y mucho menos las sorpresas. Es conocido por tener todo bajo control, cada detalle debe ser planeado con extremo cuidado. Emma, su prometida, ha decidido organizar su cumpleaños. A pesar de saber que a él no le gustará, pero ella cree que él debe empezar a acostumbrarse a los cambios, porque cuando se casen, ella tomará las riendas en muchos aspectos de la vida de ambos y, eso incluye la realización de grandes y lujosas recepciones, como es costumbre de la familia Todd.

—No te preocupes, querido, es una cena íntima, solo asistirán nuestros amigos más cercanos —dijo Emma, y se acomodó en el asiento del copiloto.

—Ponte el cinturón —gruñó William, y suspiró.

—Siempre tan controlador —soltó la mujer con desgano, pero obedeció, sabía que él no pondría el coche en movimiento si ella no se colocaba el cinturón de seguridad.

—No me gusta, lo mío no son las multitudes —se quejó él y arrancó.

—De qué multitud hablas, son cuatro gatos locos, multitud será la fiesta de nuestro casamiento, toma esto como una práctica —dijo ella y se arregló el cabello.

—De verdad, Emma, ya hablamos lo del casamiento, necesito que sea sencillo, íntimo, y sólo por civil, no quiero llamar la atención de la prensa. ¿Por qué insistes en contradecirme?

—No quieres ir de luna de miel, por lo menos déjame organizar una linda fiesta —se quejó la mujer—. Es para satisfacer a nuestros padres, no puedes por un día darme el gusto.

—Lo estoy haciendo ahora, y presiento que me voy a arrepentir.

—¿Por qué no puedo mostrar al mundo que le puse el lazo al soltero más codiciado de Escocia? Qué todos sepan que ya tienes dueña.

—No soy un perro al que debas poner collar Emma. Y no, no eres mi dueña, seré tu esposo y tú mi mujer.

—Eres muy serio, solo es una forma de hablar, para nada te ves como un perro. Pero igual quiero que todos se enteren de nuestra boda, estoy muy orgullosa de ti y de lo que tenemos, ¿acaso está mal eso?

—Podemos dar una nota a alguna revista o programa de televisión —sugirió él.

—Eso también lo haremos, no te preocupes que ya tengo todo arreglado —le informó Emma.
Definitivamente la conversación no agradaba a William, porque no le gustaban las presiones, mucho menos el colgar su imagen ante la sociedad.  Se hizo de fortuna, no solo por haber recibido el cobijo de la familia Campbell, sino que también, gracias a su forma reservada y controladora de ser.

Poco a poco su nombre se fue haciendo eco entre grandes empresarios, un joven talentoso, inteligente, que se posicionó en las grandes ligas como un verdadero estratega. De perfil bajo, pero con la astucia de saber siempre qué piezas en el momento justo.

Por esa razón, Emma contrastaba con él, ella era extrovertida, ambiciosa, tanto que no podía callar sus éxitos, sin embargo, William no podía negar que la mujer era tremendamente sexy, bella y sabía usar todos sus encantos.

—¡William!, gira aquí, ya llegamos al lugar.

—¡Emma! este es Dunaslastair Suit —William habló con firmeza, pues este lugar, no es sólo uno de los hoteles más lujosos de Escocia, es el sitio perfecto para convocar a una multitud.

—Es hermoso y podemos anunciar nuestro compromiso, claro, si quieres —soltó ella.
En realidad, estaba loca por formalizar la propuesta. Sería la señora Campbell, esposa del menor de los hermanos, el más codiciado y prometedor. Lo que ella no sabía, era que esa noche no sucedería, William ni siquiera tenía el anillo, pensó que mañana le diría a su secretaría que compre uno, es mujer, tiene que saber lo que le gustaría a otra mujer.

Se quedaron frente a la entrada principal y no tardó en llegar el valet parking, William le entregó la llave, agradeció al joven, y se apuró en seguir a su novia, que ni siquiera miró al empleado del hotel, ella era así, un poco engreída y despectiva. Entraron a unos de los salones principales, el Royal, decorado de manera lujosa, apenas pasaron la puerta y todos los invitados gritaron al unísono «Felicidades».

A William le cayó como un balde de agua fría, no sabía si sonreír o pegar la vuelta y escapar lo más rápido que sus pies le permitieran. Su hermano fue el primero en acercarse a él, lo abrazó y dio unos golpes en la espalda.

—Felicidades, hermanito, tienes la mejor de las novias, te sacó de tu madriguera, eso es todo un logro, creo que ella también se merece ser felicitada —dijo con sarcasmo.

—Gracias, Gregor, creo que tienes razón en cuanto a Emma, esta es más una fiesta para ella  —sus palabras salieron entre dientes, con un poco de enojo.

Emma sabía que William no haría un espectáculo, mucho menos le iba a reclamar en público, y que actuaría con diplomacia toda la noche, aunque con la cara larga y la seriedad de una persona que no está a gusto. Lo mejor que podía hacer William, en ese momento, era buscar algún hombre de negocios con quien hablar de sus bodegas o ir por whisky.

Recorrieron algunas mesas, el pobre hombre tuvo que soportar a la escandalosa madre de Emma y sus indirectas sobre el pedido de mano. Sus padres también pusieron su granito de arena, sobre todo la señora Campbell, que adora a Emma y es amiga íntima de la señora Todd.  En un punto  no aguantó más, se excusó para ir en busca de Rob, su mejor amigo, y un poco de whisky, necesitaba adormecer un poco sus sentidos para aguantar hasta que el circo se acabara. En vista de que no pudo ubicar a su amigo, le pidió un whisky en las rocas al barista y salió a la terraza.

Dio un trago al líquido ambarino, sus labios al instante detectaron que no era el whisky que producía su familia. Eso no le gustó, pensó que tenía que buscar a su amigo, que es el dueño del hotel, para reclamarle. Miró al cielo, había algo particular allí arriba, algo raro en el aire que lo rodeaba.

El sonido de la fiesta se apagó, William podría jurar que lo habían envuelto en una burbuja, sin embargo, lo veía todo normal. Lo primero que pensó fue que el whisky era tan malo que lo intoxicó, o que simplemente le estaba dando uno de esos episodios que le ocurría de niño, en donde el mundo real se convertía en uno mágico, como los cuentos de la bisabuela. Dio unos pasos para regresar al salón, pero el vaso se le cayó al escuchar la voz gruesa de un hombre. Esa voz familiar y a la vez lejana, casi mágica, le trajo recuerdos de sus alucinaciones.
Volteó y vio a un hombre mayor, vestido con el tradicional kilt, que lo observaba fijamente. El anciano sonrío y le hizo una seña para que se acerque, aunque sospechaba de aquel singular personaje, no pudo evitar hacer lo que le pidió. Se paró frente al hombre y lo miró directo a los ojos. Era como si pudiera comunicarse con la mente. William podía escucharlo en su cabeza.

—Hoy es tu vigésimo octavo cumpleaños, y estoy aquí para darte el mejor regalo que puedas recibir, nada de lo que has tenido antes, o que el dinero pueda comprar, ni por asomo se acerca a esto. Es lo más codiciado por los hombres, desde que el mundo es mundo —dijo el anciano.

William miró sus labios y estos no se movieron en ningún momento. «¿Cómo lo hace? ¿Tal vez es ventrílocuo?», pensó, y sacudió la cabeza al tiempo que cerró los ojos con fuerza. Cuando los volvió a abrir, el anciano lo miraba muy serio. «Tal vez han puesto alguna droga en mi vaso y estoy en un mal viaje», reflexionó. Pero era imposible, no en este lugar, no estaba en una antro de mala muerte.

—Acaso me están jugando una broma, no me gusta que me tomen del pelo —dijo William.

—No es una broma, hijo, estoy aquí porque ha llegado tu momento, es hora de que te hagas cargo del don que te fue transferido en el momento de tu concepción —habló el hombre, pero seguía sin mover los labios.

—¿Qué demonios? —logró decir mientras el hombre extendió ambas manos y de ellas salió una especie de polvo dorado.

Intentó girar y correr hacia la habitación repleta de personas, sin embargo, parecía que nadie se percató de lo que sucedía en la terraza. El polvo lo envolvió por completo, mientras el aire se hacía más denso, pudo sentir como sus pulmones se hicieron más pesados, y su cuerpo fue sacudido por alguna especie de corriente eléctrica. Muy en el fondo de su cabeza, escuchaba el sonido de gaitas mimetizarse, con el canto de una doncella.
William, en verdad, se confundió. Todo le pareció irreal, e inalcanzable. En ese preciso momento, entre esa nube de polvos dorados, el anciano se desvaneció, mientras que en su retina se hizo más nítida la imagen de un castillo, ese, que tantas veces había visto en sus sueños.

—Ahora, Laird William, es momento de exigir lo que le pertenece. Le fue concedido el don de la inmortalidad. Debe buscar el castillo Dundee y reclamarlo, es un lugar santo para nosotros, los elegidos, solo ahí podrá estar seguro. Otros como usted y yo, lo buscarán, pero debe estar alerta, no siempre será con buenas intenciones. Algunos querrán acabar con usted para beber de su vida eterna y tornarse más fuertes. 

El sonido de las gaitas estalló, invadiendo la conciencia del nuevo Laird, quien antes de perder por completo el conocimiento, escuchó su nombre, seguido de un apellido que golpeó sus más remotas remembranzas.

—¡Salve, Laird William Mackay! —exclamó un coro de voces roncas.

La imagen del castillo desapareció y, cuando volvió a divisar al anciano, este traía en sus manos una claymore. William la reconoció al instante, pero no tuvo tiempo de escapar. El anciano clavó la gran y pesada espada en medio del pecho del joven. El muchacho sitió, en el lugar donde estaba enterrada la poderosa arma, una sensación de mil hormigas de fuego inyectando su veneno, lo que hizo que su cuerpo se retuerza de dolor. El aire apenas llegaba a sus pulmones que también dolían por el esfuerzo de intentar respirar.

El anciano desapareció, y dejó la gran y pesada espada incrustada en él. Los pies de William ya no pudieron sostener su peso y cayó de rodillas, sus manos sostuvieron la espada, su corazón galopaba a gran velocidad y sus vísceras se retorcían. El menor de los Campbell podría jurar que la muerte había llegado, y que en cualquier momento su órgano vital dejaría de latir. Todo a causa de un mal whisky y una fiesta sorpresa.

Llegó el escocés que esperábamos ❤👄❤

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