Capítulo 2
Con la resaca martillando su cabeza, Elaine llegó a su apartamento, se fijó en su buzón que, para su sorpresa, tenía un sobre que no es del banco o algún acreedor. Lo sostuvo y miró, era una carta desde Escocia. Ella no conoce a nadie ahí. Ve que en el dorso del sobre pone: entrega inmediata, urgente. Eso despertó su curiosidad. El papel era de esos que te da la sensación de realeza, la estampilla tenía una imagen algo llamativa, una delicada flor ¿Quién podría enviar algo tan fino a una chica que tiene las patas a media calle?
Subió las escaleras de dos en dos. Entrar a su apartamento fue todo un desafío, entre la resaca, la ansiedad de leer el contenido del sobre y evitar al casero para que no reclame la renta del mes. Entró a su piso, dejó su casco, bolso y cajas en la mesa del recibidor. Se sentó en el sofá del salón para descubrir lo que tanto le intrigaba. Abrió el sobre, dentro había un papel algo grueso que estaba lacrado, con esos sellos que solo había visto en películas de época. Con mucho cuidado rompió el sello y desdobló el papel. Empezó a leer, en su cabeza sonaba la voz de un inglés snob cuando leía, eso hizo que se ría.
—¡Debe ser una maldita broma! —espetó al leer las primeras líneas—. Necesito un café bien cargado para asimilar toda esta información —dijo, y dejó el papel sobre la mesita de centro.
Lo de «respetada señorita» seguida de una «gran herencia», no cuadraba en su mente citadina, mucho menos cuando tantas palabras pomposas rodeaban su nombre. El albacea la citaba al otro lado del mundo para participar de la lectura del testamento de un tal señor Alistair McKenzie, que según lo expuesto en la carta, era su tío bisabuelo.
Elaine era huérfana y se crió en hogares de acogida hasta que cumplió la mayoría de edad. No sabía, y nunca quiso averiguar, sobre su verdadera familia. Si no la quisieron, era por algo, y ella no iba a forzar a nadie para que la quiera y acepte. Por su pasado, podría esperar cualquier cosa de la vida, aprendió a conformarse con lo justo, y es por eso que haber renunciado a su trabajo trajo a su mente muchas dudas, pero una herencia, un familiar, alguien que se ocupó y preocupó por encontrarla para dejarle algo, sonaba loco, irreal y lejano.
«¿Y si es una estafa? ¿Alguien que quiere robar mis órganos e hizo todo este montaje?», pensó y suspiró antes de preparar su café.
La única forma de averiguarlo era ir, o perder la oportunidad de cambiar su suerte.
Con desesperación, y aún no creyendo del todo, cogió el móvil para llamar a River, pues, su única amiga es quien puede darle la respuesta a sus dilemas paranoicos. La llamada sonó varias veces antes de que la atienda la otra mujer.
—¿Y ahora qué pasó? —inquirió con voz de ultratumba.
Pero cuando Elaine le contó lo sucedido, la joven espabiló.
—¿Me has dicho que tienes un tío bisabuelo en Escocia y que te dejó una herencia? —indagó River con curiosidad.
—Ajá, y que tenemos que ir hasta allá para participar de la lectura del testamento —le explicó Elaine.
—Amiga, lo de tenemos, me suena a manada. Yo no pinto nada ahí —le dijo River.
—No puedo ir sola, no conozco a nadie, y si es un asesino o algo peor…
—Elaine, que sería peor que morir en manos de Jack el destripador —bromeó su amiga—. Y si cambias el discurso, mejor sería imaginar que encontrarás a un fuerte, guapo y protector highlander, de esos que usan falda a cuadros y beben mucho whisky.
—¡Qué esto es serio, River! Además, Jack el destripador era de Londres —dijo Elaine.
—Esos son detalles, Londres queda a un paso de Escocia —retrucó River.
—Concéntrate, mujer, en el sobre hay dos pasajes de avión, y uno es para ti, definitivamente irás conmigo. Prepara tu equipaje, busca tu pasaporte y avisa a tu familia, porque partimos en un par de días.
—No puedo negarme, vacaciones pagas y la posibilidad de sacarme una duda existencial de encima.
—¿Qué duda? —preguntó Elaine, aunque conociendo a su amiga seguro era alguna sandez sin sentido.
—Saber si esos hombres usan ropa interior bajo esas sexies faldas —rió a carcajadas.
—Es algo que ahora no me dejará dormir —le devolvió la broma Elaine—. ¿Tú crees que no usan calzones?
—Ni idea, pero será lo primero en mi lista de pendientes apenas ponga un pie en tierras escocesas —se burló River—. Ahora a prepararnos, no olvides llevar ropa abrigada y una que otra gabardina impermeable. He leído que por allá hace frío y llueve mucho.
—Gracias por la información, nos vemos en dos días, te enviaré por mensaje los detalles del vuelo —le informó Elaine y cortó la llamada.
Una mezcla de curiosidad, miedo y ansiedad se arremolinaron en el interior de Elaine. Familia, tenía familia, y ellos la buscaron. Tiene que ser algo bueno, esto puede cambiar para siempre su vida, ayudarla a sanar y aceptarse. Ya no está sola en el mundo, hay alguien que comparte sangre con ella, tal vez encuentre a sus padres. Cuando era pequeña, recuerda que estando en una de las casas de acogida, escuchó a los miembros de la familia admirar como el hijo mayor se parecía al padre y la niña a la madre.
Desde ese momento, Elaine, jugaba a mirar a las personas en la calle y buscar algún parecido con ellas, tal vez así podría encontrar a su madre. Se fijaba en los ojos, cabellos, gestos, pero fue incapaz de encontrar a alguien que cumpla con los requisitos que ella, en su mente infantil, se había impuesto. En la universidad conoció a su mejor amiga, y cada que iba de visita a casa de los padres de River, podía distinguir que su amiga y su madre compartían el mismo color de cabello, que tenía el mismo color de ojos de su padre. Y así, fue que un día dejó de pensar en eso, se conformó con la idea de que siempre estaría sola.
River informó a sus padres de su viaje improvisado. Mientras que Eliane tuvo que hablar con el encargado del edificio, y suplicarle que la espere hasta que regrese para pagar la renta, le suplicó que no saque sus pertenencias a la calle. Con reticencia el tosco hombre aceptó esperar un par de semanas, pero le advirtió que si no salda la cuenta en la fecha estipulada, donaría todas sus cosas a la beneficencia. Con un problema resuelto en su vida, dos días después, se dirigió feliz al aeropuerto, sin saber que en Escocia le esperaban problemas mucho peores.
La aventura comenzó, el avión empezó a traquetear hasta que se elevó. Aunque Elaine se arrepienta ya no podría dar vuelta atrás. Un cosquilleo subió desde su pies hasta su vientre, sus oídos se taparon y repentinamente sintió náuseas. No era la primera que viajaba en avión, pero siempre fueron vuelos internos, jamás cruzó el ancho océano, eso la asustó. Se pegó al asiento del avión, apretó los posabrazos con fuerza y cerró los ojos. Intentó pensar en otra cosa, pero su mente solo se concentró en las enormes ganas de vomitar que sintió.
—¡Toma! —exclamó River y le pasó una bolsa—. Apunta bien que no quiero que manches mi suéter nuevo —añadió.
—No hace falta, ya me va a pasar —se defendió Elaine.
—Estás muy pálida, Elaine —dijo la otra muchacha e insistió para que coja la bolsa.
—Solo por las du… —no termino la frase y se agachó a vomitar.
—Uff… este no es un buen inicio para nuestra aventura highlander —dijo River y acarició la espalda de su amiga.
—No… —Otra arcada sorprendió a Elaine—. No lo es —dijo y se limpió los labios con una toallita húmeda—, pero podemos regresar, el pasaje es abierto, en el momento que toquemos suelo escoses cogemos un vuelo y volvemos a Nueva York.
—Para nada, como decía Celia Cruz: pa atrás, ni pa coger impulso.
—Creo que no era ella la que decía eso —la contradijo Elaine.
—Amiga, eso es irrelevante, lo importante es el mensaje. No desaprovecharé esta oportunidad, y seré la voz de tu conciencia para que tú —la señaló—, tampoco lo hagas.
—Tengo miedo, honestamente, pero sabes, si esto resulta ser real, voy a cumplir mi juramento y voy a comprar la empresa de ese vejete.
—Suelta la ira —dijo River y se acomodó en el asiento del avión.
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