Capítulo 16

—¿Qué hacía Emma aquí? —preguntó Alistair luego de ingresar a la cocina—. Estaba dejando el coche con el valet parking, y casi me choca ¿Terminaste con ella? —pregunta en voz baja a William.

—¿Podemos no hablar de eso? —William se pasó las manos por el rostro—. La pregunta realmente es: ¿qué haces tú aquí? —indagó en el mismo tono.

—River me invitó, dijo que que hoy prepararía la cena —explicó Alistair y miró con sospecha a William.

—No me mires así, Alistair, ni yo mismo sé lo que hago, he roto con mi novia, con la que estaba por comprometerme...

—A ver, muéstrame el anillo —lo retó Alistair.

—Todavía no lo he comprado —se defendió William.

—No sigas engañándote, muchacho, tú no ibas a proponerle matrimonio a esa chica. Creías que era lo correcto, por tus padres, la familia de Emma y la sociedad, pero no pensabas hacerlo.

—Ahora lees la mente.

—No, pero el diablo sabe más por viejo que por diablo, cuando alguien está convencido de algo, lo hace.

—Me voy a dormir, que disfruten la cena —dijo William y se fue—. Kilian, disculpa que te moleste, pero podrías llevarme algún bocadillo a mi habitación.

—Sí, señor, es la tercera puerta a la derecha, ya está su equipaje ahí —le informó el mayordomo.

El ambiente alegre se malogró gracias a la aparición de Emma. William se retiró y todos cenaron, en un ambiente agradable, pero enrarecido. Rob se despidió de River con la promesa de que la llevaría a conocer el ferrocarril de Harry Potter. Alistair asegurando que volvería por la mañana para compartir el desayuno. Se apagaron las últimas luces y, cada uno fue a descansar. Elaine y William compartían pared y, aunque ellos, en principio no lo sabían. Una extraña fuerza hizo que se acerquen a esta, como queriendo que sus manos traspasen el concreto y se unan.

Ambos, luego de dar vueltas en la cama, recordando sus miradas y sus toques, por el instante que bailaron, se durmieron.

******

El sol acababa de salir, William se despertó, al principio no entendía muy bien dónde estaba, se incorporó y se sentó al borde de la cama, se desperezó y todo miró a su alrededor, estaba en el castillo. Todavía el sol no había salido del todo, salió de la recamara, creyó que al ser tan temprano tendría la cocina para él solo, bajó las escaleras, cruzó el pasillo y entró a la cocina, bostezando y rascándose la cabeza abrió el refrigerador, no vio nada de su interés y volvió a cerrarlo.

«Necesito café», pensó en lo que apoyaba sus musculosos brazos sobre la isla de la cocina, escuchó unas risas de fondo, levantó la vista y se encontró con las americanas, suspiró con profundidad. Sus mañanas a solas y en tranquilidad se habían acabado.

—¡Oh, mi Dios! —dijo River y sonrió con socarronería mientras batía huevos para el desayuno.

—¡¿Qué?! —exclamó Elaine que estaba frente a la cafetera y se giró a mirarla, pero sus ojos dieron con el escultural cuerpo de William —¡Oh, mi Dios! —repitió ella en un susurro.

—Demos gracias por estas bendiciones —dijo River en tono de oración.

—¿Estás viendo lo mismo que yo? — susurró Elaine, en verdad no quería hacer esa pregunta, pero su boca se adelantó a su cerebro.

—Te refieres a todo eso —respondió en el mismo tono y señaló a William con los ojos—. Sí, lo veo. Debemos agradecer al universo por los milagros matutinos.

—¡Amén! —balbuceo Elaine e hizo funcionar la cafetera y añadió—: bendice este sabroso café, los huevos ahumados y las tostadas quemadas que River nos ha proveído esta mañana! —. Juntó las palmas de las manos y cerró los ojos.

—Buenos días, señoritas —dijo William y tomó asiento en una de las butacas frente al desayunador.

—Willy, eres madrugador —le dijo Elaine y le preguntó—: ¿un poco de café?

—Un poco no, necesito mucho —confesó llevándose la mano al rostro y dándose cuenta al fin que estaba en pijamas y sin remera.

—¿Eso es por Wonka? —indagó River mientras cocinaba los huevos.

—¿Wonka? —indagaron al unísono William y Elaine.

—Sí, por la tableta de chocolate —respondió y señaló a William con la espátula—. ¿Usas falda? —le preguntó divertida.

—Sé que dije que por las mañanas amanezco de buen humor, pero juro que no entiendo a tu amiga —dijo William a Elaine.

—No le hagas caso, desayunemos en el jardín de invierno, es hermoso. Kilian me lo mostró ayer, espera que preparo una bandeja —le sugirió Elaine.

—Gracias, iré a ponerme algo decente y regreso —respondió William.

—Ve tranquila, no te preocupes por tu mejor amiga, me llevo el desayuno a mi habitación, estaré sola, solita, en esta fría mañana escocesa, lejos de mi casa...

—Por Dios, River... —exclamó Elaine mientras buscaba tazas en la alacena.

—Es broma, ve con tu querido escoces. —Levantó y bajó las cejas.

—No es mi querido, pero necesita apoyo, no está pasando por un buen momento...

—Pues, consuelalo —bromeó River.

—¿En serio?, no puedo creer que seas tan insensible. —Elaine negó con la cabeza.

—Ya no sabes hacer bromas, amiga, claro que entiendo y me da lástima, quién no la tendría con una loca así acechándolo, es que esa mujer no entiende que no, es no...

—Bueno, ya tengo todo, ponme aquí esos huevos —Elaine colocó dos platos junto a la estufa.

—¿Algo más mi ama? —bromeó River.

—Por ahora no, pero estate atenta —le dijo Elaine y colocó los platos en la bandeja junto a las tazas y la tetera. Canturreando salió de la cocina.

En realidad, Elaine también temía a todo lo que había dicho Alistair, pero ella tenía mucho menos que perder. En cambio, William, se jugaba una vida a la que amaba y extrañaría si todo se fuera a la mierda. Ella, por otro lado, estaba para apostar al rojo, no tenía mucho que perder, pero sí, por ganar. Tal vez por eso se mostraba más tranquila, de igual manera, entendía al joven. Para ambos todo esto era nuevo, el cambio es difícil de procesar y, aunque te prometan maravillas, si estás medianamente contento con tu vida el miedo al cambio, a salir de la rutina, de tu zona de confort, lo percibes como un riesgo.

La brisa de la fresca mañana obligó a la rubia a tomar con fuerza su taza de café, pero se sentía genial el clima, en verdad estaba disfrutando de lo que el presente le proveía.

—Quiero pedirte disculpas Elaine —dijo William sin mirarla, la chica volteo hacia él y dio un sorbo a su taza de café.

—¿Por?

—Lo que pasó con Emma, fui un tanto pasivo, debí defenderte, a ti y a River, pero no supe como actuar.

—Es normal —Elaine contestó con una sonrisa fresca y tierna — ¿Quién se iba a imaginar que Emma iba a comportarse como una loca? ¡Lo siento! No debí expresarme así de ella.

William solo miró hacia donde el sol despuntaba y teñía los prados y las colinas de un dorado sutil, le gustaba ver el haz de luz del sol bañando la campiña, pero esta mañana lo estaba disfrutando mucho más.

—Sí, se puso un poco loca —subió y bajó los hombros—. Sin embargo, la entiendo, o sea, no la justifico, pero comprendo su reacción.

—Créeme, yo también, debe doler que el amor de tu vida te deje, y vaya a vivir con una desconocida, sin embargo, señor Wonka, volviendo a las disculpas, gracias... pero cómo lo notaste ayer, puedo defenderme.

—No esperaba menos de ti —respondió William antes de beber un poco de café.

Elaine se despejó el flequillo que con sutileza caía sobre sus ojos al tiempo que los cerraba, todo parecía suceder en cámara lenta. Se acomodó el cabello tras las orejas y sonrió. Sus ojos parecieron encenderse, sus labios rojos se curvaron con sensualidad. Sus mejillas blancas, sonrosadas por la tibieza del sol que empezaba a despuntar. Cada detalle fue observado con atención por William. La forma en que su boca se posaba sobre el borde de la taza, como sus dedos con cuidado rodeaban el asa de la taza, y cómo sus párpados caían con sutileza al sentir el calor del líquido en sus labios.

Esos simples gestos, lo hicieron retrotraerse al pasado, hicieron que recuerde el tiempo en que disfrutaba de las cosas sencillas de la vida. De un simple día de domingo, de un encuentro con amigos, de escuchar música en su cuarto, de la comida casera de su mamá. La miró y le regaló una sonrisa real, sincera, honesta. Ella se veía hermosa, como la mañana que estaban compartiendo, como el sol sobre la hierba, como los cardos color lavanda que inundaban los páramos de Escocia, ella se veía auténtica, sin segundas intenciones, se veía como todo lo que él buscaba ser, eso le gustó, pero también lo asustó, su naturaleza no le permitía encariñarse con nadie, menos si tiene que prometer estar hasta que la muerte los separe.

Tal vez, y según lo que se le ocurrió en ese momento, estaba siendo egoísta, no pensaba en la otra persona, ni en cuidar su corazón o sentimientos, en realidad, estaba pensando en sus propios sentimientos, en su supervivencia, ¿qué sería de él cuando tenga que presenciar a su amada extinguirse, cuando la luz de sus ojos se apaguen?, y él no pueda hacer nada, cómo seguir, sería una condena difícil de sobrellevar, vivir por toda la eternidad con el recuerdo de alguien, añorando sus besos, sus abrazos, sus palabras.

Elaine notó la mirada melancólica de William y sintió lástima por él, era difícil ponerse en su lugar, sentir lo que él, tener tanta responsabilidad sobre sus hombros, deseó poder ayudarlo, alivianar un poco su carga, pero sabía que el joven era un hueso duro de roer, no dejaría que nadie lo ayude, estaba tan acostumbrado a solucionar los problemas de otros, que no cabía en su mente que alguien pueda, ni por un minuto coger toda esa carga y llevarla por un pequeño trecho, para que él tenga tiempo de recuperarse y volver con más fuerza.

Cuando ella intentó coger su mano, él la retiró y cruzó los brazos sobre el pecho, la miró y sonrió de lado, inclinó un poco la cabeza. Con ese simple gesto, ella se dio cuenta que sería complicado ofrecer su ayuda. Aunque él intentaba mostrarse amable y caballeroso, algo había dentro suyo que le impedía aceptar que necesitaba apoyo de otro ser. Le devolvió la sonrisa, avergonzada, bajó la mirada y colocó sus manos sobre su regazo. Por unos segundos el silencio reinó entre los dos, hasta que William habló, intentando explicar su situación, no entendía que lo empujaba a querer excusarse con ella, pero, por primera vez en su vida se dejó llevar por el impulso.

—No quise hacerte sentir mal, agradezco lo que intentas hacer. No es nada personal, tú también fuiste sorprendida con toda esta historia...

—Saldremos adelante, no te preocupes —afirmó Elaine, se puso de pie y se marchó.

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