Capítulo 11


Elaine, siguió al mayordomo. Mientras subía la ancha y hermosa escalera admiró los grandes retratos que colgaban de las paredes, hombres y mujeres ataviados con los trajes típicos escoceses en posiciones serias y elegantes eran los protagonistas de las obras de arte.

—Esta será su habitación, señorita Clifford —le informó el mayordomo al tiempo que abrió la puerta y acomodó la valija de la joven sobre un mueble.

—¡Por Dios, esto es más grande que mi apartamento! ¡Es hermoso! —exclamó emocionada y recorrió la estancia con la vista.

—Puede acomodarse, el vestidor está por ahí, le señaló una gran puerta a la derecha y el baño por allá —le mostró otra puerta a la izquierda—. Voy a hacer bajar la valija de la señorita Davis para que la acomoden en su habitación, que está cruzando el pasillo, frente a la suya.

—Gracias —Elaine pasó a la habitación y lo primero que hizo fue ir hasta el gran ventanal que tenía enfrente— ¡Hermoso!

«Cuando River vea esto y escuche que el mayordomo se dirige a ella como señorita, le va a dar un ataque de risa», pensó Elaine mientras miraba el jardín perfectamente cuidado.

Dejó de sentirse abrumada, esa sensación de temor se le había pasado y, aunque seguía sin aceptar que todo esto ahora era suyo, estaba más tranquila, se dejó llevar por los detalles exquisitos que le ofrecían el castillo y sus alrededores.

—El almuerzo se sirve a la una en el comedor diario, nos gusta la puntualidad —le advirtió el hombre y se despidió con una pequeña reverencia.

«Voy a necesitar un mapa para saber dónde queda el comedor, ¿cuántos comedores tienen estas personas?», se preguntó a sí misma.

Elaine se dedicó a acomodarse y luego recorrió un poco su nuevo hogar, y así  hacer pasar las horas que faltaban para comer. Cuando su estómago, vacío, empezó a reclamarle, decidió ir en busca del remilgado empleado, todavía no pudo ubicar el comedor diario, a ella, los que había visto, le parecían igual de elegantes.

Luego del almuerzo se le ocurrió recorrer el jardín y los alrededores del castillo, el que sirvió la comida le comentó que contaban con caballerizas, le dijo que podía ir  a dar una vuelta a caballo. Por supuesto, que ella, lo más parecido a montar en algo que hizo en su vida, fue en su vieja vespa. Sin embargo, le hacía ilusión subir a un caballo, siempre creyó que eran animales nobles, elegantes y poderosos, aunque estaba segura de que iba a necesitar lecciones. 

Por un largo rato recorrió todo lo que pudo, hasta que llegó a un pequeño sendero que se dirigía a un bosque, por un momento analizó la idea de ir, de seguir y ver hasta dónde la llevaba, pero finalmente decidió volver al castillo, ya estaba anocheciendo, y no trajo consigo el celular, estaba segura de que en cualquier momento, River regresaría, y que lo primero que haría su alocada amiga será llamarla.

Llegó a la entrada del castillo, atravesó el pasillo principal y entró a un salón, se frenó de golpe al ver en la pared, sobre una gran chimenea, un retrato de un hombre y una mujer muy parecida a ella. La misma melena rubia, el mismo color de ojos, hasta su expresión se asemejaba a la de la joven, y el hombre también tenía un aire similar. Se acercó para ver más de cerca y admirar los detalles de la hermosa imagen , sus ojos fueron directo a sus collares, ambos tenían una medalla tallada en oro, una especie de árbol, estaba segura de que había visto el símbolo en algún lugar.

—Ellos son tus padres —le habló alguien desde atrás.

Elaine se sobresaltó, estaba tan concentrada que no escuchó cuando el hombre entró. Se giró y sonrió con nerviosismo. Al fin había encontrado lo que toda su vida buscó, se vio reflejada en alguién, se sintió parte de algo. Ni siquiera todo el dinero que había heredado podía compararse con el sentimiento que su corazón albergaba en ese momento, volvió la vista hacia la pintura y suspiró.

—¿Cómo se llamaban? ¿Usted los llegó a conocer? —indagó con curiosidad.

—Usted lleva el nombre de su madre, Elaine, y él se llamaba Dilan. Lastimosamente no tuve el honor de conocerlos —comentó con seriedad el hombre.

—Yo tampoco —murmuró ella con tristeza.

—Señorita, la cena se servirá en una hora. El señor Alistair me pidió que le avise que él estará aquí mañana para desayunar con usted. ¿Necesita algo?

—¿Cómo se llama usted? —preguntó la chica.

—Kilian —respondió el hombre.

—Un gusto, Kilian, llámame por mi nombre, por favor y, no, no necesito nada. Aunque, puede ser, ¿será que por aquí puedo comprar una moto?  —dijo la muchacha.

—Como usted diga y lo de la moto, no sé, pero mañana puede preguntar al señor Alistar. Si todo está en orden, iré a disponer la mesa —respondió Kilian.

—Adelante, ya no lo entretengo, muchas gracias —dijo la muchacha y siguió mirando el retrato.

Tenía muchas preguntas, pero no le quedaba más que esperar hasta mañana. Cuando empezaba a preocuparse por su amiga, ella llegó y cómo era de esperarse, armó un show al entrar. Elaine corrió a la entrada y ahí estaban: Kilian, mirando a joven con una mezcla de temor y de reprobación. River, con los ojos y la boca abiertos y las manos sobre el pecho.

—¡Esto es una pasada, amiga! ¡Y tenemos a nuestro propio, James! —exclamó River.

—Se llama Kilian —respondió Elaine y miró con vergüenza al hombre.

—La cena está servida, y como le dije  a la señorita Elaine, aquí nos gusta la puntualidad —dijo Kilian y desapareció hacia la entrada del área de servicio.

—¡Uy! Demasiada seriedad por parte de nuestro James —River habló mientras reía por la situación.

—A donde vayas, haz lo que vieres, esto se trata de respeto, River, ¿o tu puntualidad solo aplica cuando se trata de faldas escocesas? —Elaine habló en tono serio.

—Faldas, faldas, ufff siempre seré puntual con las faldas, esa promesa me la acabo de hacer hoy. 

—Vamos, mejor nos preparamos para la cena, luego me cuentas cómo te fue, necesito detalles, muchos detalles. Cuando veas tu habitación —le dijo Elaine y caminó hacia las escaleras esperando que su amiga la siguiera.

River se quitó los tacones para caminar con mayor comodidad y disfrutar de la textura de las alfombras que decoraban el lugar.  Alcanzó a su amiga y entrelazo su brazo con el de ella. Divertidas subieron las escaleras, y tal como Eliane se lo dijo, al llegar a la habitación quedó con la boca abierta, maravillada por la belleza del lugar . Corrió en círculos dentro del cuarto, pasó sus manos por los muebles, las paredes y finalmente se arrojó a la cama.

—¡Esto es increíble! —dijo sentándose de golpe y acariciando la tela de las sabanas. 

—Cuándo veas el vestidor, mi ropa parece una gota de agua en el océano —comentó Elaine y caminó hacia ese lugar.

—Mañana tenemos que ir de compras, al estilo «Mujer bonita» —dijo River desde la cama.

—Necesitaremos a nuestro Richard Gere, aunque es poco feliz compararnos con una prostituta —alegó Elaine al salir del vestidor.

—Boberias, mujer bonita acaba bien, que me comparen con ella sin drama, además yo ya tengo a mi galán. —Suspiró y sonrió. 

—Tú siempre estás viendo el mundo a tu antojo, a mí me gusta más «Desayuno en tiffany´s», pero bueno, si no fuera por tu capacidad de hacerme ver los problemas como oportunidades, no estaríamos hoy aquí… cenando comida de verdad —Elaine retrucó riendo. 

Y rememoró la última noche en América, habían terminado comiendo en medio de una inmensa sensación de vacío y desesperación. 

—Hablando de cenar, deja que me cambie este vestido, y vamos antes de que el señor puntualidad nos deje sin comida. 

—No seas injusta con él, a mí me cae bien —adujo Elaine.
Cenaron entre risas y bromas. River le contó lo sucedido con Rob, realmente estaba muy emocionada. El hombre se había presentado con la falda, como le prometió, pero, como se dice: Dios los hace y ellos se juntan, debajo llevaba puesto un boxer con la imagen de «Piolín», el simpático canario amarillo de los dibujos animados y, obvio, River se sintió el gato «Silvestre», lo demás es cuento. El muchacho que se encargaba de servirles la cena, tuvo que ahogar en varias ocasiones las ganas de reír, ante las disparatadas anécdotas de la morena.

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W

illiam miraba con recelo la espada que relucía en el asiento trasero, no creía en el cuento de Alistair, y tenía demasiadas cosas con las que lidiar: entre la destilería, el incendio y su intento de homicidio, no podía pensar en esa tonta profecía.

Ir a vivir con Elaine por protección, «patrañas, yo no necesito refugiarme bajo las faldas de nadie», pensó mientras estacionaba ante un gran acantilado. La luna y las estrellas brillaban en el cielo nocturno, lo que le dio la sensación de estar haciendo algo ilegal, parecía que estaba deshaciéndose de un cadáver. Cogió la espada, bajó del coche y cerró la puerta con rabia. Con pasos seguros caminó hasta la orilla.

«No podrás deshacerte de ella, le había dicho Alistair», pero el joven omitió toda advertencia, empuñó el arma y, aunque tenía algo de culpa por lo que estaba por hacer, terminó arrojando la espada. Observó cómo viajaba hasta perderse entre las aguas.
Entonces, el cielo se oscureció, la luna y las estrellas fueron cubiertas por las nubes, pero eso no le preocupó, en Escocia el clima puede cambiar en cuestión de segundos. Un relámpago iluminó el firmamento, pequeñas gotas empezaron a caer. William se acomodó el cuello del traje, intentando protegerse de la fría llovizna y observó el horizonte por un instante. Cuando se disponía a marcharse, recibió un fuerte impacto en el pecho, en principio pensó que fue alcanzado por un rayo, pero al bajar la vista vio la espada, incrustada en medio de su torso. 

—¡Joder! —soltó en un gruñido mientras caía de rodillas.

«Y regresará con más fuerza», las palabras de Alistair retumbaban en su mente.

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